Epílogo

Un letrero estaba colgado en la puerta del jardín de los Hastings con un «Pase adelante». El sol recién comenzaba a ocultarse, entre las rocas del mar, justo a tiempo para la cena.

La fiesta era para la señora Hastings. Cumplió años en mayo, pero lo celebraron recién en julio.

Las lámparas del patio se encendieron al percibir el movimiento. Sus siluetas se reflejaban en el césped, modificando sus tamaños con formas irregulares. Las familias de Kieran y Chase iban conversando adelante, cargando su propia comida. Se suponía que cada invitado debía llevar algo para compartir con las demás personas.

Los aspersores giraban en medio de las plantas, pringándoles los atuendos y los regalos. Dash se asomó y apretó unos botones en la pared, para desactivarlos.

Los había invitado con la esperanza de ver juntos la premiación de la Sub-18. Él se giró hacia su papá, preguntándole si podían usar la sala para ver el evento. En esa misma zona, el señor Hastings estaba agachado, prendiendo el gas de la parrilla. Oyó su voz ahogada al devolverle el saludo a Daiki y luego dijo a su hijo: «Solo podrán ver el resumen». En la encimera, tenía la tabla con carne cruda, tarros de salsa, y brochas para adobar. Vance, se encontraba a un costado, desmenuzando los cortes, sugiriendo cómo hacerlos.

En la parte baja de la terraza, al lado izquierdo, había una cascada de globos multicolores. En el centro de ese mural estaba colocado el número treinta con bombillos LED. Delante de los globos habían colocado una mesa para los regalos y otra para servir la comida. Yendo de derecha a izquierda, primero iban los regalos, luego la repostería, y el buffett

El pastel era de dos pisos, de la taza de té que tenía al lado caían unas rosas en cascada. La torre de aperitivos contaba con tres niveles de rollos de canela, sándwiches, y pasteles. Los dispensadores de las bebidas naturales estaban detrás de los recipientes del buffett. Las frutas del ponche flotaban en conjunto con los grandes cubos de hielo. Las bandejas con los juegos de té eran de porcelana, con grabados de distintas flores. Tenían a su disposición vasos pequeños de papel para servirse yogurt, café, o alguna salsa. 

El equipo de sonido estaba en una esquina, con música jazz, que les permitiría a todos sentirse relajados y hablar sin un gran bullicio alrededor. Las luces resplandecían, enredadas en los troncos, iluminando el entorno. La mayoría estaba de pie, esparcidos en grupos, charlando por el patio con un aperitivo.

Evan y Kelly, estaban sentados en el columpio, viéndolos formar equipos para el básquet. Kacey le advirtió a su hijo que más le valía no llegar sudado cuando se tomara las fotos. La señora estaba ataviada con un vestido de flores, tenía rizos en las puntas del cabello, maquillaje y unas zapatillas. Él le respondió con la respiración agitada, más concentrado en anotar, que en su orden. Sus amigos se gritaban entre sí, agitando las manos, planeando su siguiente estrategia. Todavía faltaba una hora y media para que las noticias pasaran el resumen.

Daiki levantó el mantel de la mesa, al ver al cachorro de Kennedy, jugando con sus cordones.

Los platos tenían encima las servilletas de tela, atadas con una cuerda, con una rosa. Los recuerdos venían en bolsitas con unas galletas de estrella y portavasos de corazón. Cada centro floral desplegaba un abanico de letreros que usarían para la sesión de fotos. Traían una amplia gama de mensajes de humor y expresiones positivas dirigidas hacia la festejada.

Sus hermanas le colocaron a Kacey una tiara, como si fuera una princesa, con una cinta alusiva a la fiesta. El flash de la cámara centelleaba en sus rostros al unírseles más familiares e invitados. Phoenix sonreía al sostener las manos de sus papás, y ser rodeada por el brazo de Dash. No cabía duda de que tenerlos a ambos compartiendo en un mismo lugar la hacía feliz. El fotógrafo daba indicaciones aquí y allá para sacar el mejor ángulo de todos.

Conforme iba mostrando los regalos, les contó la anécdota de sus nuevos huéspedes. Señaló a un punto del jardín. Su exsuegro la había instruido hacía días, sobre el panal de abejas. Una de sus principales curiosidades, es que estas no tenían aguijón, pero igual hacían miel. Confesó que gracias a esa peculiaridad estuvieron de acuerdo en no alterar su hogar. Tenía entre las manos, una de las tarjetas que le diseñó su exesposo, para promocionarlo. Gracias al trabajo y el emprendimiento empezaría a ahorrar para pagarse la universidad.

Luego de que su mamá abriera los regalos, Dash se fue con sus amigos hacia la sala sin poder contenerse un minuto más, de poder ponerse al corriente con el resumen del evento deportivo.

—Termino otra temporada de juego, sintiéndome orgulloso del desempeño que demostraron los Tigers está noche —reflexionó Owen—. Fue todo un desafío niverlar a los nuevos en tan poco tiempo, pero también quiero creer que aquellos que ya no están, se sentirían orgullosos de este tributo. Estos chicos son increíbles, aprendí mucho de ellos.

Iba a continuar respondiendo otras preguntas, pero tuvo que retirarse en la mitad de la entrevista cuando Leah se le acercó a susurrarle algo al oído. Parecía ser una situación que surgió de improvisto y requería de su intrusión inmediata. El hombre asintió, frunció los labios al terminar de oír la petición de su jefa y estrechó la mano al periodista a modo de disculpa.

—Volveremos después de una pausa —les dijo la presentadora, vamos a ver qué está ocurriendo allá afuera —les señaló a los televidentes, la gente estaba aglomerándose a la salida del estadio.

El programa se reanudó a los minutos. La periodista ya se encontraba en medio del público, reportando la noticia fuera del estadio. Pese a la furia de la muchedumbre, en especial la del pelotón de padres que bloqueaban la entrada, protestando por la violencia de los policías. Ella tomó las riendas de la historia, pero su voz quedó en segundo plano, mientras se mostraban en pantalla a los Tigers celebrando su triunfo al terminar la premiación. 

Declaró que «No todos los estudiantes tendrían una razón por la cual celebrar», pues las autoridades habían allanado el lugar hacía unos minutos. Las imágenes del fatídico desenlace de Damon, Tyler, Thomas, y Gregory se reprodujeron en pantalla: se mostraron unas cuantas tomas en las que se les vio caminando con la luz de las cámaras resplandeciendo en sus rostros, mientras los llevaban esposados hacia las patrullas.

—¿Tienen algo qué quieran decirles a las familias de las víctimas? —otro de los periodistas trotaba tratando de hablar con alguno de ellos.

—No vamos a decir nada, hasta estar en presencia de un abogado —le contestó un señor.

Los papás de los involucrados se protegieron, poniendo sus abrigos delante de las cámaras, que los rodeaban con sus focos gigantes. Como era de esperar, los reporteros no querían irse sin tener material para aclarar las incógnitas que podrían surgir.

—Esto se puso intenso —comentó Dash, tomando otro puñado de palomitas—. Ojalá mi papá nos hubiera dejado ver la competencia desde un principio —se quejó, opacando las voces de sus compañeros, se llevó las manos a la cabeza al presenciar el desenlace que ocurría en televisión.

Kieran y Chase pusieron a sus otros compañeros en altavoz para que también pudieran escuchar todo lo que no habían podido ver desde un principio. Jake Bates se había encontrado entre los invitados de honor. Era su primera aparición en televisión desde que se hospitalizó en enero ¡Hasta había compartido asiento con ellos! Había visto desde las gradas, con orgullo, cómo habían competido los nuevos representantes del equipo. Todos quisieron hablar a la vez, tratando de entender cómo había sido que los oficiales habían llegado a esa conclusión, y cómo creían que sería la sentencia de los próximos días.

Se quedaron anonadados frente al televisor, como si estuviesen viendo el final de una serie policíaca y no un hecho que traspasaba la ficción cuando se transmitió una imagen área que iba alejándose gradualmente del estadio, que ya estaba desierto y apagado. 

El helicóptero voló por las autopistas principales con las luces de los edificios fulgurando a la distancia y la pirotecnia en el cielo. Lo más probable era que así se hubiese programado desde un inicio que debía concluir el evento. 

El sonido del reloj que estaba colgado en la pared, frente a la Cámara de Gesell, iba en sintonía con sus latidos desenfrenados. 

Una ventana con cristal polarizado separaba a los miembros de la pandilla de los Fire Riders de poder ver a los testigos. Estaban esposados y sostenían a regañadientes sus nombres, la placa del número que portaban en sus uniformes azules. De vez en cuando se cambiaban de lado para que pudieran identificarlos en todos sus ángulos. Días atrás también habían hecho pasar a Damon, Gregory, Thomas, y Tyler. 

Las paredes del cuarto eran muros de un color gris tirando a carbón, igual que los azulejos del piso por el cual caminaba con la cabeza gacha, distraído con el reflejo de su silueta. Una mujer policía observaba a Dash sentado en una esquina, frente al escritorio de la oficina, mientras conversaba con los profesionales. La señora estaba esperando que terminara de repasar, por última vez, los hechos relacionados con la noche del tiroteo antes de que se iniciara la audiencia.

Se le explicó que se le garantizaba el derecho a leer su declaración sin que él, ni ningún otro testigo que fuera menor de edad, tuviera que estar presente en la sala de juicio si no se mostraban dispuestos a hacerlo.

Esa mañana Dash se la había pasado declarando y había quedado en reunirse con el fiscal, para que le diera las pautas finales de cómo debía responder y comportarse cuando compareciera ante el tribunal en unas horas, por lo de la pelea con Damon.

El fiscal tomó asiento con ellos al calcular en su reloj que seguro faltaba poco. Cruzaron miradas por un instante. Luego le dijo que se fuese preparando para lo que seguía y le dio un apretón de manos mientras sostenía que todavía confiaba en poder posicionar la balanza a su favor, apuntando hacia un trato más justo y humano.

—Voy a hacer todo lo que está a mi alcance para defenderte —le reafirmó.

La jueza que se oía adentro tenía la fama de ser despiadada.

El señor se había estudiado bien los seguimientos de sus casos y como solía abordar situaciones parecidas a las que él se encontraba.

Los camarógrafos de diversas televisoras continuaban afuera, esperando documentar el gran desenlace en primera plana mientras los oficiales de seguridad que deambulaban por allí les pedían por milésima vez, que respetaran la privacidad de los estudiantes y el dolor de las familias, pero hablar con los paparazzis era como ponerse a dialogar con la pared. Los reporteros se posicionaron delante de ellos, brindando las actualizaciones del juicio que transcurría en ese momento, aclarando que la noticia sobre la sentencia todavía se encontraba en desarrollo.

Trey lo atrajo hacia su pecho como si fuera un niño pequeño. Lo rodeó con un brazo mientras él apoyaba su mejilla contra su tórax, como si fuese una almohada, resguardado por sus musculosos brazos que, de vez en cuando, le daban una palmada en la espalda mientras le repetía entre susurros: 

—Prométeme, que nunca más, se volverá a repetir una situación así —le dijo.

Se oía que su mamá sollozaba, se limpiaba los mocos de la nariz y se acariciaba con el brazo que tenía desocupado, mientras le daba otro sorbo a su café. El humo que despedía el calor de la taza le pegaba en la nariz enrojecida y le calentaba más las manos. Eso era demasiado para que lo pudiese sobrellevar siendo así de sensible. Apretaba la mandíbula y a veces movía la cabeza en negación, seguro por no poder ayudarle.

La voz de Nat King Cole, resonó por cada rincón de la recepción, como si el parlante de la radio al promover el mensaje de su canción Smile hubiese sido optimizado para apaciguar la angustia del ambiente.

—Ya tienes que volver al juicio —le dijo el policía.

Se acercó con los grilletes, pidiéndole que estirara las manos para ponérselas, tal y como el fiscal le había avisado. Él se zafó de los brazos de su papá, tragó saliva, y cerró los ojos por unos segundos, intentando tomar el control de su corazón desbocado. Al verlo tan indispuesto, el policía le preguntó si se encontraba bien de salud o necesitaba una pronta atención médica. 

Dash declinó la ayuda y se apoyó contra el respaldo viendo hacia arriba. Sus manos descansaban sobre su vientre mientras su mamá lo abanicaba y le daba un dulce para evitar que la presión se le bajara. Su mente iba a mil por hora, estaba pensando en los diferentes rumbos que podría tomar la sentencia. En términos jurisdiccionales todo era blanco o negro, no había margen para el error.

Los guardias de seguridad abrieron las puertas de la sala, y el murmullo se acrecentó en la recepción conforme las personas iban hacinándose, celebrando el triunfo que se dio esa mañana. Empujaban las puertas de doble cristal, abrazando a sus seres queridos. Colapsados por el torbellino de emociones, lo único que pudieron hacer ante las cámaras, fue expresar el agradecimiento por la colaboración de los testigos y la inusual eficiencia del personal con el caso. La mayoría lloró por los que ya no estaban y se imaginaron cómo podrían haberse sentido los supervivientes al contar su versión de los hechos. Reconocieron que, a pesar del miedo, ninguno tenía por qué quedarse callado ante la injusticia, siempre había que luchar hasta el final. Muchos creían que, a partir de ese día, comenzarían a recibir buenas noticias.

Kacey le arregló la ropa a Dash al oír a la jueza pedirle que se presentara adentro, para darle unos avisos importantes tanto a él como a Damon antes de proceder con su audiencia. Sus papás le dieron un largo abrazo para tratar de retenerlo más de lo necesario. El personal había ordenado un descanso para retomar fuerzas y despejarse, alargando su desesperación por querer saber su resultado.

En el transcurso de una semana, se habían determinado en desentenderse de las múltiples demandas que se relacionaban con el fin de semana antes de que sucediera el tiroteo, y lo que había pasado esa noche del lunes, incluyendo el asunto de la broma del Brotizolam que impidió que Dash y otros cinco alumnos no pudieran presentarse a su primer entrenamiento, la cual terminó con una millonaria compensación hacia sus familias de parte de Damon, Gregory, Thomas, y Tyler que, en comparación con los otros casos, ese fue el que se resolvió con mayor rapidez que los otros.

El fiscal regresó por Dash y le dijo que ya era tiempo de entrar.

El diseño en la corte no variaba mucho de los que se creaban para el set de alguna película. Cuando se entraba, en ambos lados se veía un par de butacas, designadas para el público. Delante vio un muro de madera, que los aislaba de la zona donde se sentaban los acusados. En medio, se encontraba un púlpito con un micrófono, y, a la par, les pusieron unas sillas plegables de metal, removiendo las adicionales. Al fondo, en el mural detrás de los asientos donde iría el personal y los testigos, se encontraba una placa que tenía grabado el lema que también solía aparecer en el billete de 1 dólar: «En Dios confiamos». Justo a un lado, estaba metida en un agujero que le brindaba soporte, la bandera de EEUU. No había ventanas adentro; sin embargo, eso no quería decir que estuvieran a oscuras o sofocándose del calor, porque la mayor parte de la iluminación que se distribuía en el lugar descendía de un tragaluz. En el techo, también se encontraban esparcidas alrededor, otras lámparas LED rectangulares. 

La ventisca del aire acondicionado le entraba por las mangas y le subía hasta los hombros, adormeciéndole más las articulaciones. Casi ni sentía la mano al recogerla en un puño, moviéndola para, según él, hacer que la sangre circulara. Hasta se oía cómo trabajaba el motor afuera, manteniendo a todos por debajo de los veintitrés grados.

Los asientos tenían múltiples niveles, hasta llegar arriba, pero esta vez se categorizaban por rango. La jueza estaba en la parte más alta, ubicada en el centro, con su batón negro. Luego, le seguía su asistente al lado izquierdo y, a la derecha, otro más. Ellos se encargaban de anunciar cuando ella se iba, o llegaba, y de mantener organizada la parte administrativa sobre cada investigación. 

El defensor y el fiscal, se sentaron en extremos opuestos, de manera diagonal, y se vieron cara a cara. Tenían con ellos sus respectivas pilas de archivos, sus laptops y maletines. En las esquinas que le daban la forma de medialuna a la mesa, se presentarían los testigos a declarar. También, los separaba otra mesa, pero esta última se encontraba al nivel del suelo.

La jueza oía todo lo que los profesores y la psicóloga tenían para decir sobre ellos. Sus familias los veían desde el público, casi resignados, preparándose para enfrentar cualquier resultado. Por fortuna, no había tantas personas como en el juicio de la mañana, solo un par estaban sentadas en las bancas.

Cada detalle estaba allí como un recordatorio de que la libertad era un privilegio que no debía darse por sentado.

—Por favor, se les pide a los imputados que se levanten para realizar el juramento.

Les preguntó si prometían decir más que la verdad y si juraban por la patria, o Dios. En una de las esquinas, donde estaban trabajando, un aparato grababa la sesión. Damon estaba sentado al lado izquierdo, con una posición relajada, apoyado contra el respaldo de la silla. Estaba viendo a la jueza, y apenas hablaba lo necesario. Se le oía suspirar con exasperación, y asentía de forma hermética a los derechos que la jueza le estaba leyendo, los que ya le habían mencionado. Él y Dash llevaban esposas, pero las muñecas de Damon estaban más maltratadas por cargarlas desde el juicio anterior.

Dash movió la pierna, se cruzó de brazos y bufó al ver el reloj. La jueza se le había pasado media hora en ello; pero si hacía el mínimo intento por caminar o ponerse de pie, los oficiales que estaban atrás lo volvían a sentar. Lo cierto es que estaba harto de tener que permanecer con las nalgas adheridas al gélido metal. 

La mujer apenas alzó la vista, al reanudar el caso donde lo habían dejado y lo llamó. Damon se giró hacia él al oírla decirle que se le convocaba por las razones de «alteración del orden público y delito de agresión». Por la mañana se le había tratado como un criminal, y en la tarde desde luego, no era de esperarse que la mayoría de las declaraciones de los testigos se estuviesen inclinando en favorecer al otro. Dash vio a Damon elevar su mentón, dedicándole una sonrisa asimétrica, apartando su mirada con cierta satisfacción en su rostro.

No se presentarían más pruebas, la señora solo estaba recapitulando los hechos, para verificar las reglas con las cuales él había acordado cumplir en las reuniones pasadas, como tener que firmar unos documentos en presencia de algún representante de la institución, cuando iba a dejar el correo o pasar el por la recepción de la secundaria después que hacía un examen, para ahorrarse el tener que ir hasta el tribunal cada fin de mes solo por eso. La mujer supo sobre su estadía en la correccional de Thunder Bay. Inclusive el comandante Corey había manejado hasta allí para testificar sobre su conducta; parecía orgulloso de ver lo mucho que había evolucionado como persona desde la última vez que lo vio, al oír parte de su informe psicológico. La mujer pasaba las páginas buscando a ver si no se le escapaba nada, mientras él solo asentía a sus declaraciones.

Todo estaba en orden, ya había llevado su programa del manejo de ira. Los profesores y Mercy, respaldaban a través de sus propios testimonios, y de otros como sus compañeros, que no se habían presentado más conflictos. De momento, parecía que no había nada que le faltara por cumplir, solo le quedaba enfrentar los cargos por los que se declaraba culpable, y luego sentarse a escuchar cuál era el veredicto para terminar.

La jueza les pidió que se levantaran y les mencionó los artículos que se encontraban en la constitución penal del estado de California, con sus respectivos códigos, según la gravedad de las infracciones que se habían violentado. Enarcó una ceja al leerle a Damon de lo que le correspondía hacerse responsable y concluyó que no podía ser del todo inocente porque se había probado que él había desafiado a Dash para que lo golpeara. Ella al principio utilizó términos bastante técnicos, pero luego sintetizó la información. Por último, se dirigió hacia Dash, repitiéndole el mismo proceso, mientras se limitaba a señalarlo como culpable. 

—En cuanto a ti... —Entrelazó las manos e hizo una pausa, observándolo desde el asiento como si fuera un ser omnipotente—. Si te soy franca, ya no deseo ver a otro menor de edad caminando hacia el corredor de la muerte, o desperdiciándose de por vida tras las rejas.

Sus ojos se inclinaron hacia Damon por unos instantes cuando pronunció lo último con un tono más suave.

—He elegido otra alternativa para sacarte del sistema, sobre todo ahora que estás a tiempo. —Asintió y se reclinó en la silla de cuero, como si apenas estuviera considerándolo—. Lo primero que debes saber es que en caso de que quieras solicitar un trabajo en los próximos años, tu hoja de delincuencia irá con un sello especial, y permanecerá manchada hasta que cumplas la mayoría de edad. Las firmas y lo de Mercy Alridge continuará igual, pero ahora deberás cumplir con el trabajo comunitario, el cual empezará en otoño. No se extenderá por días, ni semanas, sino hasta que te gradúes. La propuesta fue hecha por el personal de la secundaria, y déjame decirte que viene bien pesada. —Intentó reprimir la risa—. Con eso se compensará el tiempo que hubieses pasado en prisión ¿Me he dado a entender?

Lo vio frunciendo los labios, como si no quisiera que le hicieran más preguntas, para finalizar su jornada.

—Sí, Su Señoría. ¡Muchas gracias!

Ella asintió, azotando el mazo, y dio por concluida la última audiencia.

—Salgamos de aquí —le dijo su papá, acariciándole el pelo, mientras lo liberaban de los grilletes.

El mall era el lugar perfecto para celebrar todo tipo de ocasión sin tener que irse muy lejos o llegar a invertir mucho dinero.

Conforme se iban haciendo un espacio entre el flujo de personas, sus papás le fueron explicando a Phoenix por qué no debía soltarse de sus manos todavía.

Los parlantes estaban adheridos a los tubos de cemento. La «música de ascensor» sonaba por todos los rincones, mezclándose con el bullicio de la gente, y el apogeo de los compradores que se veían dentro de los negocios.

La iluminación de los letreros, de las tiendas que se encontraban a los lados, se proyectaba en los mosaicos de cerámica.

Los escaparates de cada comercio estaban llenos de decoraciones alusivas al verano y la temporada de descuentos. Un trencito pasó sonando su locomotora eléctrica, transportando a padres con sus niños, en un riel que serpenteaba en medio de la gente.

Afuera de los establecimientos había unas bancas de madera y unas cuantas islas de concreto, con plantas ya incorporadas, que las personas utilizaban como sitios para descansar. También estaban los usuales puestos de venta que se extendían a lo largo del pasillo por cada piso. Algunas personas se inclinaban viendo su reflejo contra el vidrio y les señalaban a los dependientes las joyas que deseaban ver, mientras que otros charlaban con agentes de viaje, ilusionados de elegir cuál sería el destino de sus próximas vacaciones, o se acercaban a pedir que les orientaran antes de comprar un aparato tecnológico.

Por ser fin de semana, y día de pago para muchos, la demanda del público estaba colapsando en las filas en los cajeros y los puestos de comida.

En medio del Food Court se encontraba una amplia zona infantil en la que estaba jugando Phoenix. Estaba conformada por los típicos inflables que se rentaban por cierto tiempo, la acogedora casa de plástico, y un set de un playground. Sus papás seguían sentados en una banca, con una distancia mayor de la que hubiese pensado que mantendrían. Sin embargo, no se mostraban del todo incómodos, pues estaban concentrados en vigilar cómo se desenvolvía Phoenix con los demás niños, ya que casi no tenía la oportunidad de hacerlo.

Las mujeres de la hamburguesería que se encontraban trabajando en el local que estaba detrás de ellos, tenían puesta la emisora de las noticias. El locutor comentó que, después de una semana complicada para muchos, se logró dar justicia esa mañana. Procedió a mencionar cómo se creía que funcionaba el sistema de la pandilla de los Fire Riders. Ellos distaban del estereotipo que solía verse en televisión sobre unos tipos peligrosos, recluidos y sin estudios. 

El jefe parecía impulsar a que los miembros de la pandilla acumularan conocimiento sobre diferentes habilidades que requerían manejar cierto nivel académico para luego usarlas a su favor. Desde luego, ninguno ejercía algún puesto importante o pasaba por la universidad. Usualmente empezaron desempeñándose en ocupaciones básicas como mecánicos, electricistas, cajeros, o guardias de seguridad hasta que terminaron en las calles sin trabajo, ni familia, ni nada con lo que subsistir.

Cuanto mayor fueran las posibilidades de encontrarse en ese estado de desesperación y vulnerabilidad, era cuando el grupo se movía para reclutar en especial a los más jóvenes. Su ritual de iniciación no tenía nada que ver con violencia, sino en demostrar delante de todo qué tipos de conocimientos podrían serles de beneficio para sus crímenes si dejaban entrar a alguien. Convencían a personas como Skate de cometer actos delictivos a cambio de ese amor o ese sentimiento de pertenencia dentro de un grupo, supliendo las necesidades básicas.

Los clientes devoraban sus órdenes, sentados en los banquillos de acero, chupándose los dedos, o dándole otra mordida a la torta. Muchos venían saliendo del trabajo; parecían ser empleados del mismo centro comercial, porque llevaban puestos sus uniformes de dependientes o sus sacos y corbatas. Solo había dos empleadas atendiendo: una recibía el dinero y la otra preparaba la comida.

Las personas que pasaban por ahí o que estaban comiendo murmuraron, impresionadas, sobre el modo de proceder de la pandilla.

El locutor simplificó las diferentes sentencias que había declarado la jueza. Los que se llevaron las penas más graves fueron los miembros de la pandilla, pero se suponía que Damon y sus amigos pasarían en prisión por muchos años y algunos puede que sin derecho a la libertad condicional. También trajo a colación el tema de la pena de muerte, diciendo que en lo que iba del año se habían ejecutado un total de sesenta y tres adolescentes, causando indignación ante la severidad de la jueza por haberlos juzgado como adultos.

Había una ley que tomaba medidas drásticas contra aquellos que fuesen cómplices en un asesinato, ya sea que se hubiesen involucrado en el crimen de manera directa, o no supieran nada, igual se les consideraba tan culpables como a los homicidas.

Los del puesto de la hamburguesería seguían dando sus opiniones sobre el tema.

Luego el locutor dio el clima. Estaba previsto que el paso de la tormenta tropical fuera perdiendo fuerza en los próximos días y regresarían las mañanas soleadas y frescas. Se despidió dejando sonar de fondo, la canción You Get What You Give del grupo New Radicals.

Mientras Dash se alejaba con sus amigos hacia el cine, llegó a sentir lástima, al imaginarse en la situación de los demás.

—¿Qué llegará a ser de ellos mientras tanto? —preguntó Daiki, como si pudiera oír sus pensamientos.

—¡Vaya! ¡Qué año más duro nos tocó! —exclamó Kieran. Fue el último en sentarse en el asiento reclinable, con su bandeja repleta de comida.

La sala estaba a oscuras. El proyector rodó los anuncios de los próximos estrenos. El sonido de los parlantes retumbaba sacudiéndole el pecho a Dash. El título se mostró en pantalla, y la música de suspenso dio inicio.

—Agradezcan que ya podemos descansar después de tanto drama. —Chase puso los ojos en blanco y habló por encima de las suposiciones de la secuela que se estrenaba—. ¡Oren para que el verano se nos haga eterno!

 ¿Los acompañarás en su próxima aventura? ... 😉

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