Capítulo XI: Unos exámenes para nunca olvidar (XI parte)

El viernes 25 de mayo, sería la noche de los seniors, un evento deportivo como despedida. El colegio casi siempre prevenía, al igual que en los bailes de graduación, que no hiciesen tonterías. Sin embargo, después del partido no todos hacían caso, se realizaban fiestas clandestinas. 

Dash subió los pies encima del inodoro. El sudor le bajaba por la frente, al oír el golpe de las puertas. Ya no estaba solo, escuchaba las pisadas del muchacho que estaba revisando que no hubiera ningún soplón. Otro se entrometió a tiempo antes de que llegase a su cubículo y le sugirió, que se tranquilizara. No estarían ahí por mucho. Oyó los grifos abriéndose de forma simultánea, mientras hablaban.

Los que se dopaban tenían sus contactos, pero no solían compartirlos, salvo con los de siempre. Tampoco se veían por los pasillos, ni en los baños en un intercambio de ventas, todos se cuidaban, por eso era casi imposible que los delatores supieran con exactitud, quién estaba bajo los efectos de las pastillas, y eso los volvía más paranoicos. Aunque todos de por sí estallaban con poco, ante la carga de proyectos. Pero, los profesores no eran tontos, en la entrega de notas se sabría qué pasaría con esa gente.

Dash salió apenas se fueron y sintió un escalofrío al verse la sombra de las ojeras frente al espejo.

El jueves de la última semana de mayo, entró en la recepción con el sobre, al borde del límite. La habitación estaba semivacía, solo se escuchaba el sonido del ventilador, el fax, y el teléfono.

Estaba sentado en el sillón de la sala de espera, con la mirada hacia el techo, y la carta a la par. Las secretarias se encontraban intercalando la vista entre la computadora, los archivos, y las facturas.

Se podía ver a Leah desde el vidrio, trabajando en su oficina, enfocada en sus deberes de directora. 

Una de las damas, le hizo una seña con la mano, apretó un botón, y desvió la llamada a su jefa.

Caminó con un paso lento y confiado, empujó la perilla de la máquina de agua, dio un sorbo y quitó la nota que sus papás le habían escrito a la directora para disculparse por el pago tan tardío.

Mercy entró, cargando unas copias. Ambas mujeres le devolvieron el saludo sin dejar de teclear.

La bola de papel quedó encima de la pila de basura, como las hojas de una flor marchitándose.

Dash estaba de pie junto al escritorio, viendo a la secretaria terminando de realizar el depósito. Le llenaba el pecho de orgullo, firmar su mensualidad con puño y letra, como todo un adulto. En menos de un mes, había logrado recaudar, inclusive un poco más de lo que había perdido.

Después de una breve charla, la psicóloga le comentó cuánto se alegraba de verlo más tranquilo. Después lo vio salir, orgullosa de ver los frutos de sus sesiones, y su determinación por querer superarse. 

Permaneció de pie en medio del salón, tarareando una canción, esperando que Leah la recibiese. La directora la había convocado a una reunión, para mantenerla al corriente sobre los avances. Se palmeó los muslos mientras se balanceaba en sus tacones, pensativa. Vio de soslayo el basurero; no le había puesto atención a lo que hizo Dash hasta ese entonces. Se acercó y le echó un vistazo al interior de este. Desdobló el papel y leyó para sí misma el mensaje en el que los padres de Dash explicaban que últimamente estaban pasando una mala racha y que esperaban reunirse pronto con Leah para discutir detalles importantes sobre la estancia de Dash en el colegio.

Alzó la vista al oír a su jefa. Se guardó la nota en el bolsillo, tomó las copias con las que había llegado, y entró en el despacho. No hablarían solo sobre él, se les aplicaba el mismo sistema a los estudiantes suspendidos.

—¿Y bien? ¿Cómo vamos con Dash? Ya no falta nada para que me entregues el reporte.

—Tiene que ver esto. —Mercy cerró la puerta y puso, la nota sobre el escritorio.

El profesor de Álgebra estaba de pie, en uno de los botes, que flotaba cerca de la orilla del lago. Se estaba poniendo las manos alrededor de la boca mientras alzaba la voz para extender su llamado. Como la mayoría había llegado temprano, habían aprovechado ese lapso, para repasar un poco. Otros, como Dash y sus amigos, se rezagaron, viendo los diseños que habían entrado.

La secundaria, el viernes anterior, había pegado en el vestíbulo la lista de los que irían al campeonato. Todos habían sido testigos de la agridulce entrega, de los atletas estrellas, a su nuevo reemplazo. En sus rostros había más resignación, que orgullo, por haber sido sus mentores todo ese tiempo. Damon, Tyler, Gregory y Thomas, en su condición de suspensión, tuvieron que descartar su anhelo de poder competir. Les tocaría conformarse en ir acompañar al entrenador, para ver participar a los atletas, desde sus asientos. Era triste, la Sub-18 solo pasaba una vez por los límites de la edad, más no por su rendimiento.

A Dash le embargó un sentimiento de nostalgia, al ver las prendas, zapatillas y útiles escolares del tigre. Los maniquíes exhibían los diseños, pensados para el público, con las frases más reconocidas. Las zapatillas, traían dibujos en acuarela, con un bordado que profesaba: «O lo das todo, o mejor vete a casa». Debajo de ellos se encontraban combos de útiles, con cartucheras, marcadores, y cuadernos.

Las libretas se estaban agotando en menos de lo esperado. Traían una secuencia de dos imágenes: una donde el tigre veía hacia el frente; al moverlo, el dibujo cambiaba, la mascota rugía. 

Decidió llevarse una de las sudaderas con el nuevo lema: «crecemos, rugimos, triunfamos», creyendo que, tal vez, sería lo último que podría conservar como recuerdo, de haber asistido ahí. Kieran, Queso y Daiki se colocaron en la fila mientras planeaban distraídos en planear lo que harían el último día. Le tocaron el hombro, para que eligiese el lugar y lo que comprarían, al ser la entrega de notas. Aún no había encontrado la forma de decirles, que, eventualmente, ya no permanecerían juntos.

Cuando terminó de pagar por la sudadera, se guardó la factura, esperanzado en ganar un premio. Los demás alumnos de su grado estaban subiéndose a las pangas, cargando consigo sus útiles. Solo quedaron él, Kieran y Chase. Daiki tuvo que dejarlos, para ir a unirse al grupo de Cálculo.

Ese lunes les correspondía ejercer las primeras dos pruebas, la de Matemáticas y la del idioma a elegir. Los botes se movieron al soportar su peso; pusieron las mochilas y sus resúmenes en el suelo. Fueron casi de los últimos en incorporarse, llegaron en mitad de los avisos que estaba dando el profesor. Casi no había espacio para estirar los pies. Murmuraron entre sí, tras enterarse que las pruebas se harían de otro modo.

—Tampoco quiero que se asusten, pero esos forros, ya no les servirán de nada. —El profesor se rio al ver a la mayoría repasando—. Recuerden, las pruebas solo miden lo que aprendieron durante el año, no será nada del otro mundo. ¡Han enfrentado el temor desde que estaban en primer grado de la escuela! Todos cumplieron con su trabajo, los quizzes sorpresa... Hasta les sacaron el jugo a las sesiones de estudio. Véanlo de esta forma: que se hagan los exámenes orales, los forzará a ser más analíticos en sus respuestas y no tener que memorizarlas.

Una vez que todos se sentaron, los alumnos que estaban al lado tomaron los remos, siguiéndolo. La duración promedio, sería de una hora o menos, según la materia, y las actividades por hacer.

Si los exámenes por escrito eran el terror de cualquiera, realizarlos oral, era peor. 

En cuestión de minutos, se encontraban frente a una pirámide, rodeada de una jungla falsa. De los árboles colgaban lianas, y el moho se veía en la cerámica; las ruinas estaban en el suelo. El profesor, les presentó a sus colaboradores y les entregó un par de sobres. En ellos, se presumía que se encontraba las preguntas y respuestas, de los problemas a resolver. Los ordenaron, como niños, en una fila de tres, y les pidieron pidiéndoles que les mostrasen lo que llevaban. Movían las piernas, y agitaban las manos, quejándose de los mosquitos; el sol apenas les tocaba. Tendrían que colaborar, recorriendo la pirámide y haciendo los cálculos previstos, hasta terminar. Sin embargo, la calificación según su desempeño en la práctica se les aplicaría de manera individual.

Después de la prueba, nadie tendría que ir a clases, ni a reuniones de clubes o equipos deportivos. Los alumnos se desentenderían de ello, a partir de esa semana, para enfocarse en sus estudios. Ningún acompañante, salvo empleados o colaboradores, podían acceder a los escenarios en uso, para no estorbar o distraer, a los estudiantes, en el momento en que realizaran las pruebas.

Dash caminó junto a Kieran y Chase, detrás de sus respectivos tutores, con un nudo en la panza. Examinaron el interior, sin saber por dónde empezar; las paredes estaban plagadas de fórmulas. No hubo una forma más cínica de aumentar su angustia, que oír por los altavoces, Stayin' Alive. Les explicaron las reglas del juego y cuáles serían sus faltas, también les advirtieron la posible anulación del mismo. Podrían usar su calculadora, hasta volver a desarrollar de cero el procedimiento de un problema. 

Todo lo que necesitaban se encontraba en la pirámide. Deberían encontrar las pistas por sí solos siendo lo suficientemente observadores. Pronto se dieron cuenta de que se conservaba un patrón. Al principio, la comunicación y las formas que tenían para llegar al resultado no les fue sencillo. Pero, después fueron turnándose, guiándose por lo que veían en su entorno, para ir avanzando. De vez en cuando lo que seguía podía descubrirse al empujar, o brincar sobre ciertas baldosas. La hora se les hizo corta, al sentirse como arqueólogos o exploradores que huyen de las momias.

Avisaron por los altavoces que se les daría una hora de descanso, antes de la otra prueba.

En el trayecto de regreso, vieron letreros publicitarios, con los artistas que estarían en concierto.

Ninguno consideró que, en la clase de Español, les llegarían a cambiar las estrategias a evaluar. Se pasaron el recreo, hablando y jugando en los inflables, pensando que sería algo más básico.

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