Capítulo XI: Euforia (VII parte)
Las personas se aglomeraron formando una media luna. Leah se colocó detrás de la cinta con una tijera en las manos, uniéndose a la cuenta regresiva del público. El grueso listón estaba amarrado en los troncos de las coloridas máscaras Tikis. Del soporte de ambas columnas, brotaban unas cuerdas que sostenían la cerca de bambú, cuya barrera mantenía oculta las atracciones de la feria, de los más curiosos. El arco tenía pintada una frase que decía: «¡Bienvenidos, al festival más grande del verano!». La directora se removió el confeti de su traje con una leve sonrisa, precedida por aplausos y silbidos, pretendiendo disimular el sobresalto que sufrió al ver las máquinas disparándose apenas dejaron de contar y el listón cayó al suelo.
El puesto de información era una cabaña sencilla, con un techo de paja y un piso de color oscuro. En el exterior predominaba la mezcla de los colores pasteles: verde, amarillo y el rosa. Su infraestructura era una cubierta de madera como, las vallas del balcón. Cerca de las ventanas, había tablas de surf con letreros para orientar a los visitantes.
—Ay que lindo —dijo Dash, sintiéndose relajado—. Se le hacía casi imposible pensar que estaba en el colegio, salvo por algunos detalles— ¡Podría venir a este lugar todos los días y no me quejaría!
—Ojalá mayo se nos pase rápido, porque ya no aguanto el cansancio —dijo Chase, los demás asintieron al unísono—. Dash, que dicha que pudiste venir a clases, si luego te hubiéramos contado lo del festival seguro no nos hubieras creído —se rió.
Tuvieron que sentarse en uno de los sillones de la terraza a esperar su turno. Se giraron desde sus asientos al ver que Queso —Chase—, los saludaba mientras descansaba desde una hamaca. Dash se hundió en el sillón, como si hubiese caminado más de un kilómetro. A veces se movía, formando con la boca las palabras de la letra Sweet a la la long. El estéreo corría por defecto una estación de reggae clásico de la vieja escuela y Soca, cuyas canciones casi todo mundo escuchaba en las fiestas.
Mientras Daiki le hacía el favor a Queso de tomarle fotos, Dash se entretenía imaginando que estaba de vacaciones en algún lugar paradisíaco, deseando que fuera junio. El lugar era una clara imitación de algún bungaló de Hawái o el Caribe. Vance se hubiese sorprendido al ver representada sus raíces, porque no se les había escapado ningún detalle: la música, el bote estacionado en la terraza con los artilugios de pesca, la pintura desgastada por el sol y las ranuras que se lograban ver entre las tablas. Además de la sencillez que la cabaña transmitía, en general, le facilitaba a cualquiera salir de la rutina.
Todavía seguían incrédulos de que, en cuestión de unos seis meses, pudiesen haberse armado todo eso como si fuesen distintos sets de alguna película que estaba a punto de rodarse y luego los fuesen a deshacer de la misma manera.
Los miembros del personal que estaba atendiéndolos, eran los mismos padres de los estudiantes que se habían ofrecido a colaborar. Las mujeres daban la impresión de haber salido de la galería de cuadros que tenían esparcidos por la pared, que mostraban a unas mujeres afrodescendientes cargando frutas y a una banda bailando calipso. Su colorido uniforme era una salida de playa, con aretes de argolla. Llevaban tops similares a los que su mamá, podría usar para hacer ejercicio, faldas de medio lado, y sombreros de frutas. Estaban asegurándose de que cada uno contara con el permiso de sus papás o tutores legales, para quedarse en el festival después de clases.
Detrás, sus parejas se apuraban a asistirlos con los materiales. Se enfocaban en hacer distintas funciones, como el cortar los brazaletes, verificar la clasificación de los sellos que traía cada tiquete, y llevar el registro de aquellos que hubiesen reservado un par de entradas para sus acompañantes.
Dash pidió que le dieran dos tiquetes; aclaró que uno de los visitantes, su papá, también sería un voluntario. No podía esperar a llegar a casa para contarle a su hermana que la podría llevar al colegio durante la mayor parte del mes; así, sus papás no tendrían que concentrarse en buscar otra niñera por otro largo tiempo.
En el mostrador tenían distintos barriles, pintados con máscaras Tikis, o flores tropicales. Todos traían el mismo mensaje pegado en el centro: «Toma uno, campista». Eran suplementos básicos pensados para auxiliar a los que se hubiesen aparecido sin tener a la mano protector solar, toallas de colores, o lentes de sol. Se les advirtió que no tenía algún costo, pero cada uno debía de hacerse responsable de cuidar lo que se les entregaba, porque no se aceptaban devoluciones.
Extendieron el brazo para que les pusieran el brazalete y sellaron su bienvenida, colocándoles un collar de flores. Les preguntaron si alguno era alérgico o intolerante a algún tipo de bebida y les dijeron que tenían una piña colada sin alcohol. Vieron cómo les servían la bebida en un coco ahuecado al que adornaron con una sombrilla de colores ¡Cortesía de la casa! Dash le dio un sorbo, fijándose en la promoción que traía pegada, en la que se invitaba a los visitantes a pasar por ahí. Después, les entregaron unos vales, en forma de un helado, como una forma de incitar que más personas supiesen sobre la recaudación de fondos.
Un hombre permaneció con ellos mientras otros se encargaban de recibir al siguiente grupo.
Había una pizarra al lado que decía: «Los estudiantes son los únicos que tendrán derecho a participar en los sorteos exclusivos. Cree su propio combo de hasta diez artículos, al contribuir con dinero en efectivo para beneficio de la secundaria «¡Tus posibilidades de ganar pueden aumentar con solo intentar mantener tu desempeño escolar en alto!» Se les pidió que fuesen rellenando las casillas de los diez artículos que quisieran incluir en sus paquetes de regalo.
—¡Mira, Dash! —Chase, se adelantó en mostrarle la página donde salía la sección de su equipo de básquetbol favorito—. Tal vez puedas recuperar los pases que le diste a Reed.
—Sí, pero déjenme terminar de explicarles, que ya hay otros esperando —los interrumpió el hombre, siendo lo más paciente que podía, con tanto chico eufórico por los sorteos.
Los nombres de las más grandes celebridades del momento, desde actores, atletas, hasta cantantes estaban ahí. La mercancía había sido previamente pensada para dicha recaudación; en ningún otro lado encontrarían esa oportunidad. La fecha de los conciertos y reuniones detrás de escena, estaban previstas para principios del verano, así todos podrían concentrarse en concluir con sus exámenes y proyectos finales sin estarse distrayendo por estar pensando en ello.
—De acuerdo —concluyó Kieran, asegurándose de entender todos los pasos—. Entonces, no es necesario invertir gran cantidad de dólares para tener más posibilidades de ganar.
—Sí, porque estaríamos durante una eternidad revisando múltiples entradas de una sola persona. Pueden participar pidiendo a sus familiares o amigos que les vayan guardando las facturas de lo que consuman dentro del festival hasta principios de junio. Luego, lo meten en un sobre con tu nombre completo y el grado. ¡Solo asegúrense de buscar dentro de la feria, el buzón que tenga la cara del tigre!
—¿Y cuándo se anunciarían a los ganadores? ¿Cuántos van a ser? ¿Qué pasa si mi nombre sale dos veces como el ganador? —los demás le devolvieron las boletas que habían marcado.
—Espera. —El señor se rio, haciendo un ademán para que Queso detuviese su emoción—. Vamos a ver... Los ganadores se anunciarán el mismo día en que se entreguen las notas. Por lo que entiendo, serán diez o quince como máximo. Ustedes tendrán más oportunidades de ganar entre sí, porque, al ser estudiantes, se les da la prioridad. Si tu nombre sale dos veces como ganador, lo creo improbable. Pero, en caso de que sucediera, se te daría la oportunidad de armar un tercer combo o compartirlo con otros.
—Copiado —dijo Queso, estrechándole la mano al irse yendo—. Creo que voy a empezar a invitar a todos mis parientes, a ver si me gano algo. ¡Oiga, a mis papás les gustan los bingos! ¿También hay?
—¡Vámonos, Chase! —Daiki cortó la conversación poniéndole una mano en el hombro—. No tenemos todo el día.
—Pero ¿de qué nos sirve salir corriendo de aquí sin saber nada? —replicó un tanto molesto, siendo el último en incorporarse—. Después me van a andar diciendo: «Ay, pero ¿cómo hiciste para ganarte esto y aquello?» —Hizo muecas despectivas—. «¡Vaya! ¡No tenía ni idea!»
El lote baldío que se encontraba junto a la secundaria había sido comprado hacía unos meses. Se notaba la dedicación que habían puesto los empleados en los acabados del jardín botánico. La primera parte del complejo, cuya intención era rendir tributo a las víctimas, estaba hecha. La entrada conservaba un diseño uniforme, tanto el muro, como el piso eran de color crema. El diseño de los muros era curvo y sus bases estaban cimentadas entre sí, creando una especie de cascada llena de arbustos y flores; los aspersores le salpicaban la ropa a más de uno. La anchura de la explanada era lo suficientemente amplia para albergar una cantidad considerable de personas al mismo tiempo. Los escalones traían pequeñas frases, para rendir tributo a todos aquellos que perecieron la noche del tiroteo.
No se requería de mucho esfuerzo intelectual para saber que, ponerse a leerlos era amargo. Aunque se rehusasen a ser masoquistas, igual debían bajar la cabeza para fijarse por dónde iban; era casi imposible terminar el recorrido sin leer alguno. Todos entraron en silencio. Rara vez se oía a alguien hablando, por respeto a las víctimas. Dash se frotó con el brazo al oír los sollozos de la gente; el suceso los golpeaba a todos de distintas formas.
El lado izquierdo incluía tres secciones. Primero iban los muros curvos; encima de ellos habían plantado hortensias de color pastel. Luego seguía en medio, un montículo de tierra cubierto con césped y, por último, los árboles. La única diferencia, al lado derecho, eran los carteles publicitarios que hicieron para el evento.
Veían pasar los pájaros desde su refugio, inmóviles, esperando que las plumas se secaran.
Las gotas brotaban de las hojas de los árboles. La mayoría de las aves cerraban los ojos mientras sacudían el agua, y avanzaban, hacia adelante. Al elevar la cabeza hacia el cielo, aprovechando los primeros rayos de sol que comenzaban a filtrarse entre las nubes, embelesaban a la gente con el brillo de sus colores y su trino. Daiki se enorgullecía de hacerle honor a la profesión de sus padres señalando a qué especie pertenecía cada ave, según su trino. En una ocasión, Queso se llevó la mano a la boca, apretando los labios hasta provocar que perdieran el color. Se disculpó, todavía sin poder aguantar la risa, y le dijo a su compañero que por estar pendiente de las aves terminaría tropezándose si no se fijaba en los escalones.
Dash le puso una mano en el hombro a Daiki señalándoles los vestidores, evitando que comenzaran una discusión. Kieran y Queso, también pudieron identificar las casetas de colores donde salía y entraba la gente, de modo que cambiaron el tema al instante.
Cuando entraron en la feria, se aclaró por el intercomunicador que tenían el derecho de vetar, sin excepción, a todos aquellos que fuesen denunciados a las autoridades, por causar algún disturbio o interferir con la naturaleza dejando su basura por todos lados. La mujer terminó su discurso recalcando: «Por el bien y armonía de todos, ahorrémonos los momentos desagradables. Sean las personas decentes y con valores que dicen ser».
Los vestidores, eran esas casetas que estaban distribuidas en medio de una densa vegetación. Enfrente, se encontraban colocados en forma de U, unos baños portátiles de color beige. Traían un aviso por escrito, que indicaba el «uso exclusivo para visitantes». Aquellos que se unieran a la celebración no tendrían que pagar cada vez que quisieran hacer sus necesidades porque al precio del alquiler lo compensaba el tiquete.
Las tiendas de esa zona tenían techo de paja y tablas de surf que les servían como letreros. Las paredes eran de color arena, imitando los castillos, y el balcón era de bambú. Estaban distribuidas, como una calle sin salida: se veían comercios en ambos lados de la calle como si apenas le estuviesen dando la forma incompleta a un muñeco en una hoja de papel. En el fondo, se apreciaban en las esquinas, dos casas del árbol con puentes colgantes de por medio. Debajo de ellas, estaba ubicada la zona de juegos. Los muros de los negocios traían una amplia gama de decoraciones inspiradas en el mar como conchas, algas, corales, salvavidas, guirnaldas de bolas de playa, papel y banderines.
Muchos de ellos eran galerías de arte, souvenirs, tiendas de ropa, o estaban dedicados a la confección de instrumentos. Había un grupo tocando calipso, en el centro de la plaza, acompañado de bailarinas luau; tenían un tarro de propinas. La gente se aglomeró en un círculo y estaba grabándolos con sus cámaras. Uno de ellos estaba tocando el ukelele bajo la sombra de una palmera, con la camisa desabotonada y un pantalón blanco mientras movía, la cabeza al son del resto de instrumentos. Otro estaba entusiasmado tocando su tambor de acero. Las marimbas y flautas dulces complementaron la pegajosa melodía que hacía moverse a más de uno.
Enfrente de los locales había mesas, con envases de arreglos florales, y manteles de colores. Dash siguió a sus amigos con reluctancia, cuando estuvieron dentro de los locales, a ver qué promociones les eran útiles para regalarles algo a sus papás. Las cosas que estaban regalando casi parecían un regalo, pero no para Dash: apenas le alcanzaba para gastarse los billetes que tenía, en el almuerzo y los pasajes del bus. Decidió tomar distancia, viendo las tendencias de los escaparates, o lo que encontrase afuera mientras ellos hacían fila en el cajero y se guardaban, las facturas, de lo que habían comprado. Gracias a ello, al menos había logrado hacerse una idea de lo que podría gustarle a su papá. Sus amigos, le sugirieron evaluar otras opciones, que pudiese hacer con sus propias manos.
Las tiendas también ofrecían cursos libres para todo tipo de gustos, con un certificado. Las personas tenían que llenar un formulario, con la duración y el nivel, tenían la opción de recibir el reconocimiento. Ofrecían módulos de distintos niveles, desde cocina hasta clases de baile, y se esperaba que los encargados los orientaran o les brindasen ciertos detalles sobre su profesión: cuánto se podía ganar en promedio, que tal era su desempeño laboral en el mercado, entre otros aspectos, como si fuera una especie de feria vocacional, dirigida a grados superiores y a sus padres.
Kieran y Queso iban analizando cuáles serían los mejores ángulos para tomar fotos del anuario. El parque, o la zona de juegos que habían acondicionado, tenía unos arbustos de baja estatura podados en forma cuadrada, con un par de bancas de madera detrás, apuntando hacia el play. Se habían asegurado de incluir lo básico: un pasamanos, sube y bajas, toboganes, un set de columpios, y unos paneles giratorios donde podían competir con sus rivales para jugar a clásicos como el Gato, 4 en línea, o realizar ejercicios de multiplicar y dividir. En ese mismo sitio se encontraban los puestos de ciertas empresas que ofrecían sus cursos.
Daiki le tocó el hombro a Dash, señalándole a la distancia el icónico letrero de Pixar entre la multitud. No le importó acompañarlo; en comparación con Queso u Kieran, aún no sabía qué estudiar. El cupo que recibían por mesa era de quince personas, para darles una atención personalizada.
Al concluir la charla, los empleados les dieron un panfleto con una invitación de una fiesta que harían en la feria. La empresa del videojuego que tanto le gustaba a Daiki, Los Sims, estarían promocionando en compañía de ciertas celebridades, su expansión de Más Vivos que Nunca, que saldría dentro de unos meses. Habría juegos y muchas dinámicas pensadas para aquellos que no estuviesen familiarizados del todo con la franquicia.
—¿Ven lo que les decía? —reiteró Queso al oír sus anécdotas—. Esos premios estarían sin dueño; o, peor aún: capaz alguien más se los hubiese llevado por interesado. —Le agarró la invitación a Dash para ver los artistas que estarían en la fiesta—. De haber sabido que me podía quedar después de clases, les habría pedido permiso a mis papás. ¡No puedo concentrarme por la emoción! ¡Hay tanto por hacer y ver que ya me estoy cansando!
La sección de los bares-restaurantes, spas y salones de belleza, era la última de esa zona. Estaban pegadas entre sí, debajo de las casas del árbol, y a un costado de la zona de juegos. En su mayoría, sobre todo los primeros, tenían paredes con acabados en piedra y antorchas. El techo seguía siendo de paja, pero adentro se veía el cielo raso blanco, con vigas de madera. Las mesas estaban arregladas con su respectiva cubertería, vasos, y arreglos florales tropicales.
Desde luego, su diseño era mucho más elegante que las de afuera, con manteles verde pastel. Una sola terraza, unía los comercios, entre un follaje de bambú y palmeras con cuerdas de luz enredadas en sus tallos. En esa misma dirección, en una esquina, estaba ubicado el bar Tiki y la piscina seminatural, que servía más para refrescarse que para nadar, porque casi no tenía partes hondas, y con el gentío, el espacio cada vez se hacía más angosto.
El sol reflejaba las ondas de sus ramificaciones doradas en el agua celeste, casi transparente, en la cual flotaban las pequeñas piedras que la gente alzaba al irse sumergiendo. De los cúmulos de rocas oscuras brotaban chorros que simulaban una cascada. A un lado habían instalado un par de regaderas para enjuagarse antes de entrar o salir del agua.
El bar, se ubicaba en ese mismo punto. Era un puesto redondo construido a base de bambú, tenía su techo de paja, pequeños estéreos, abanicos y sillas en el exterior. En un letrero con letras mayúsculas, advertían que en ningún bar del evento se incitaría a la inclusión del alcohol en sus bebidas.
Los instructores estaban terminando de completar su rutina de ejercicios acuáticos; todas las sillas reclinables que se encontraban cerca del bar estaban ocupadas. Algunos estudiantes parecían tener claro cómo invertir su tiempo. Unos estaban sentados no muy lejos de la orilla hablando con su grupo de amigos. Los más reservados tenían la cabeza enterrada en un libro, leyendo bajo la sombra de un parasol. A veces se escuchaba un abucheo colectivo, por los que se juntaban en pareja a darse besos.
Los que no tenían ganas de nada, dormían plácidamente encima de las sillas reclinables, cubriéndose los rollitos con las toallas, a pesar del retumbar de los parlantes. Otros estaban haciendo rendir al máximo los minutos restantes, antes de retirarse a la merienda compartida, nadando en la piscina como sirenos o dándole un sorbo a sus cócteles mientras se acostaban a tomar el sol en los flotadores que desprendían olor a nuevo. Muchos de ellos tenían un brazalete diferente; seguro eran de los pocos privilegiados, cuyos papás les dejaron quedarse en el evento después de clases.
Los papás, profesores, y policías, se los encontraban con frecuencia merodeando por el parque con ojos de halcón. Los únicos uniformados eran los oficiales, cuya presencia llegaba a intimidar, con solo verles los chalecos de bala, sus sabuesos y dobermans. En cambio, los atuendos y el modo tan relajado de estar de los profesores los volvía casi irreconocibles al rol estricto y profesional que la mayoría procuraba mantener en sus clases.
El fondo del escenario exhibía aves exóticas en los árboles; hasta una cascada, como divisor. Dash asumía que, si en verdad querían hacerles creer que estaban en otro lugar fuera de la escuela, la transición entre escenarios se hacía más amena de esa forma, metiendo mucha utilería. Justo al lado, en medio de los arbustos de bambú, se podían entrever unas casas de adobe. Parecían tener una fiesta con música en vivo, además se oían solos de trompeta, bongos y un animador traduciendo al español, para las personas que no hablaran inglés.
Les señaló a sus amigos un flotador; era una hielera flotante, con distintos compartimentos, apto para pequeños refrigerios y bebidas. Al parecer, las únicas reglas que enunciaban los letreros que debían mantener en la piscina, era que la gente comiera cerca de la orilla, para evitar derrames; se prohibía que hubiera más de esas hieleras flotando en el agua.
La mayoría de sus compañeras complementaba sus conjuntos, con unas coronas de flores, tatuajes temporales de henna, o dorados, con algún maquillaje bohemio de los puestos de artesanía.
Crearon un estruendo al jalar las sillas, de una de las mesas. Le pusieron atención a la explicación que le daba el bartender, a un grupo de alumnos que estaban sentados en el bar.
Sin importar en qué lugar decidiesen ordenar, apenas completaban la transacción bancaria de su orden les entregaban una especie de aparato que les indicaría cuándo podrían retirar sus platos, sin necesidad de quedarse esperando.
Se lamieron los labios al ver las imágenes de los cortes finos de carne; estaban sopesando la posibilidad de juntar de forma colectiva, el dinero que les hubiese sobrado para pedir uno de los combos.
Los cocineros ya se oían trabajando, apurados en comenzar a transportar las bandejas de comida, hacia la mesa del buffet. Cualquiera podía elegir tomar una cesta o «crear su propio picnic».
Dash cerró el menú con desgana, al escuchar la voz de la mujer que habló al principio, por el intercomunicador:
—Muchachos, se les solicita que se vayan desplazando hacia los puntos de encuentro que mencionaron sus profesores en la asamblea, para la merienda compartida. Podrán reanudar sus actividades recreativas durante el almuerzo, y después de las tres de la tarde.
Los estudiantes comenzaron a salir del agua, dejándole espacio al grado que compartiría su merienda ahí. Dash deseó adelantar el tiempo para probar esas costillas en salsa BBQ que vio pasar. También vendían comida vegana y vegetariana, pero a esos al parecer los habían unido como un solo local para evitarse problemas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top