Capítulo XI: Del plato a la boca, se enfría la sopa (III parte)
En realidad, contrario a lo que él creía, su mamá no leyó el mensaje hasta después. Su teléfono había quedado cargándose en un rincón de la cocina durante la cena.
Phoenix se giró hacia ella, hablándole con la boca llena al ver que se iba a ir. Tenía los pies descalzos, apoyados en el reposabrazos que le quedaba más cerca. Regó un poco del refresco de frutas sobre el asiento al sacarse el biberón de la boca; se había estado entreteniendo mordiendo el plástico del vaso mientras veía la televisión. Kacey dio un respingo al sentir que el pegajoso chorro de dulce se le escurría entre las piernas, empapándole la tela del pantalón, hasta formar un charco debajo de los zapatos. Su hija chocó los dientes cuando le arrebató el biberón. Se llevó una mano a los labios con una mirada lastimera, intentando aliviar el dolor; dentro de nada se le hincharía la boca como si hubiese sido atacada por abejas. Kacey se levantó, recriminándole el desorden que la estaba haciendo trabajar de más.
—Lo siento, déjame buscarte una bolsa con hielo.
No hacía mucho tiempo atrás, la había puesto a correr al baño por una situación similar. La había atrapado jalando la sartén hacia el suelo mientras estaba encendido; casi se le cayó en la cabeza con las tortas de carne recién hechas. Cuando le preguntó por qué lo había hecho, la niña rompió en llanto haciendo gestos exagerados, justificando que tenía hambre. De nuevo Kacey le tuvo que repetir que esperara porque no todo se iba a realizar al instante. Pero, eran tantas la ganas que se tenía por querer comerse una hamburguesa antes de tiempo, que ya no le sorprendía cuando salía con ese tipo de ocurrencias.
Kacey apoyó los codos contra la encimera, parecía que iba a vomitar dentro del fregadero. No había probado un bocado desde la hora del café. Las sobras de las hamburguesas que se suponía que compartirían, yacían en el interior. Los dedos de sus manos estaban mojados y arrugados de tanto estar sumergidos porque había estado apurándose en restregar los trastes antes de que llegara su exesposo con las compras. El tiempo restante que Phoenix había tardado en devorárselas, lo había escogido para encerrarse en la cochera a terminar de planchar los uniformes de Dash. Los restos de la lechuga y el tomate flotaban en medio de la espuma, amenazando con taquear el hueco del desagüe. Estaba recogiéndolas con la mano para tirarlas al basurero. Las articulaciones se le encogían como si padeciera de artritis, por el calor de la plancha, pero le tocó aguantarse el dolor porque no había nadie más que le pudiese ayudar a adelantar sus quehaceres. Los mechones del pelo le caían, haciéndole cosquillas en la cara. Se veía derrotada y somnolienta.
Con frecuencia arrugaba la cara al sentir los retorcijones en la espalda al moverse por la habitación para reorganizar los ingredientes que había dejado tirados. Las suelas de sus zapatos rechinaban al caminar, por el dulce que se había quedado pegado en el piso.
Sacudió el empaque del cereal contra el tazón; las hojuelas de maíz se amontonaron en una pequeña montaña que terminó inundada de leche. Se llevó una cucharada a la boca; estaba sentada en uno de los taburetes, con la mano apoyada en de las mejillas, comiéndose la cena con desgana, como si de pronto hubiese perdido el apetito. Ya se escuchaba el sonido de los animales nocturnos apareciendo por el jardín y sus alrededores. El celaje que se veía desde la ventana que daba hacia la casa de los Fraser, era un imponente retrato de un cielo teñido en sangre con unas leves tonalidades blanquecinas mezcladas con amarillo en las nubes, como si los primeros rayos del sol estuviesen resurgiendo cuando, en realidad, ocurría todo lo contrario.
Con todo el vaivén, ni siquiera le había dado tiempo de ver la hora, ni mucho menos de volver a revisar el celular. Solo le tocaba asumir que cualquiera de los dos, tanto Trey como Dash, aparecerían cuando menos lo esperara.
—¿Ahora qué quieres? ¡Estoy comiendo! —La cuchara pegó contra el borde del plato—. ¡Bájale el volumen a ese televisor!
Apretó la mandíbula al escuchar a Phoenix gritándole desde la sala; una vena le resaltó en el cuello de la presión que ejercía con la quijada. Tuvo que dejar su cena a la mitad. La niña giró hacia ella, apoyando sus manos contra el respaldo del sillón. Le mostraba los dientes inferiores y torcía la boca al hablar entre sollozos, haciendo ciertos ademanes con sus manos como si le estuviera contando una experiencia sobre algo indignante. Quería encontrar una forma de negociar para quitarle el control antes de que se terminase cayendo al suelo. Su hija empezó a apretar las teclas, cambiando los canales sin ton, ni son.
Le preguntó entre balbuceos cómo hacía para regresar al programa que tenía al principio. Kacey bufó con un visible malestar, al ver que le estaba poniendo resistencia para darle el control. Entre ese forcejeo comenzó a aparecer en la pantalla todo tipo de configuraciones. Intentó hacerse oír, a pesar del berrinche que Phoenix le estaba haciendo. Apretó los labios y espetó con exasperación que, de todas formas, no le veía sentido a que siguiera esforzándose en aprender si tendría que estar repitiéndolo todo el tiempo. Phoenix se detuvo, pestañeó como si en verdad estuviese digiriendo el significado de su comentario y luego, sin apartar la mirada, puso el control en medio del asiento. En su boca se formó una línea como si de pronto alguien le hubiese borrado toda emoción del rostro. Kacey la vio cruzarse de brazos y quedarse en silencio viendo el menú del televisor, mientras la voz del reportero anunciando los titulares de las noticias de última hora sonaba de fondo. Kacey se tapó la boca y le dijo con rapidez que a veces la lengua se le soltaba y solía decir estupideces. La sacudió con suavidad, pero ella no parecía querer aceptar sus disculpas.
Tragó saliva, le quitó el menú de la pantalla y apretó el botón para bajarle la intensidad al volumen. Los parlantes que se encontraban a los lados laterales dejaron de retumbar gradualmente hasta quedar en un tono moderado. Le preguntó si recordaba cuál era el número del canal del programa que estaba viendo. La inestabilidad emocional que Phoenix pareció estar guardando se descargó contra ella en un torbellino de frustración, lágrimas y gritos que le regresó el dolor de cabeza. Kacey se encorvó, intentando alejar las manos de su hija, le dijo con firmeza que en ninguna circunstancia se aceptaría la agresión para resolver los problemas y le pidió que se detuviera. Por supuesto que no sirvió dialogar con ella, pero intentar mantenerse calmada parecía estar teniendo cierto impacto en cómo decidía reaccionar la pequeña.
Suspiró y le dijo que, con suerte, lograría poner el canal que deseaba si lo buscaban entre las dos, solo debía señalar cuando reconociera a las caricaturas. Apuntó con el mando al periodista en pantalla y se quedó sosteniéndolo en el aire por unos segundos al ver las imágenes de uno de los titulares que había pasado por alto cuando lo anunciaron. Bajó el brazo y quitó el dedo del botón que le permitía cambiar los canales al darse cuenta de que el especial era una actualización sobre el desenlace de los gemelos.
Los teléfonos de la casa comenzaron a sonar de manera simultánea, pero Kacey no se movió de allí. Tenía la visión turbia, los puños y los labios apretados. Su pecho sufría de bruscas sacudidas al esforzarse por reprimir el nudo que sentía en la garganta, pero las lágrimas se deslizaban por su barbilla hasta humedecer el sillón. Se tapó los oídos con las manos y dejó, escapar un grito de desesperación que sobresaltó a la pobre Phoenix al escuchar la persistente melodía aguda de los teléfonos, como si fueran las sirenas de una ambulancia. Trastabilló hasta que pegó la cadera contra uno de los brazos del sillón, en un intento por levantarse a buscar agua. Se quedó ahí con la respiración entrecortada, apoyando los brazos encima de la superficie del respaldo como si de pronto los músculos de las piernas se le hubieran debilitado tanto que no podía caminar.
Los camarógrafos bajaron las escaleras siguiendo a la periodista a donde se suponía que habían encontrado los cuerpos de los chicos. Se creía que el grupo de criminales forzaba a las víctimas, en su mayoría menores de edad, a trabajar en un sótano de concreto a prueba de sonido para una empresa de textiles que se manejaba en el piso de arriba. La mujer levantó del suelo uno de los baldes manchados con herrumbre, donde se presumía que les dejaban la comida. Contó que cuando se les permitía recogerla, abundaban las moscas. Había muchas peleas entre los secuestrados por suplir necesidades tan básicas como el alimento del que los privaban. Las autoridades se habían enterado de lo que sucedía, por un mensaje de auxilio, que uno de los chicos había logrado entregarle a unas enfermeras del hospital.
No había ni una sola ventana. La lámpara era una luz amarilla bastante tenue que colgaba por encima de la cabeza del equipo. Hasta la periodista estaba sudando en el saco que llevaba puesto, por la falta de ventilación, mientras les contaba a los espectadores que los jóvenes trabajaban cosiendo casi a oscuras, hasta altas horas de la noche, en condiciones deplorables; la cámara iba recorriendo el lugar respaldando la crudeza de la narración. Luego se mostraron unas cajas de cartón donde dormían y otro pasillo donde estaba el baño. Vio a la reportera moviendo sus manos, como si quisiera ventilar el olor que le había llegado al quedarse en el marco de la puerta. Kacey se esforzó por entrever lo que estaban ocultando detrás: unas cuantas manchas de sangre en la cerámica de la pared y otras de orina. La mujer se volteó con una expresión incómoda, tapando gran parte de lo que se veía en pantalla. Sugirió suspender el recorrido, pues temía que el ambiente que presenciaba terminase volviéndose más pesado conforme avanzaban.
El anhelo de saber si sus hijos estaban vivos, se le hizo pedazos, al ver las fotos que habían sido tomadas por los oficiales sobre las pertenencias que habían encontrado en la oficina de la empresa en la primera planta.
Apagó el televisor al escuchar a Trey entrar por la cocina, anunciando su llegada como solía hacer cuando llegaba del trabajo. Casi se tropezó porque Phoenix se le atravesó en medio, al querer ser la primera en ir corriendo hacia Trey cuando lo escuchó canturreando adónde se encontraba su princesa.
Kacey entró en la habitación, mirando hacia todas las direcciones como si algo se le hubiera extraviado, e hizo a Trey a un lado, como si apenas hubiese notado su presencia. Su exesposo le preguntó qué era lo que buscaba con tanto apremio mientras extendía sus brazos para alzar a su hija, y después le preguntó por qué el labio se le había hinchado de esa manera. Kacey le contestó con la respiración entrecortada que lo único que necesitaba era un lápiz y un papel para dejarle una nota a Dash antes de irse.
Volcó en el fregadero el tazón de cereal que había dejado en el desayunador a medio terminar, diciéndose a sí misma que lo lavaría cuando regresara. Vio a Trey riéndose con cierta expresión de confusión en el rostro. Él le señaló a qué se debía el molesto rechinar de los zapatos cada vez que caminaba. Ella le hizo un gesto con desdén y le informó que había sido la consecuencia de otra de las ocurrencias de Phoenix.
—¡¿Cómo es eso?! —Trey vio cómo su hija se avergonzaba al escuchar que, desde la otra habitación, su mamá le contaba una parte del desorden que había hecho—. No, ya te he dicho que siempre tienes que hacerle caso a mamá, porque ella también se cansa. Ven, vamos a ponerte hielo en ese labio.
—No, eso no es todo, espera a que te cuente lo último que hizo... —Le entornó los ojos, otorgándole una mirada condescendiente—. Oye, luego de que termines, ¿podrías hacerme el favor de revisar el identificador de llamadas de la casa mientras me alisto? ¡Ah, y de paso desconecta el celular! Gracias.
Al bajar las escaleras, anunció que había llamado a Isabella y su mamá.
—No tardan en llegar. Me preguntaron si necesitas ayuda con algo en específico.
—Sí, solo me faltaría que Phoenix se bañe y se acueste. Lo demás ya lo hice.
—Entonces ¿ya estás lista, o todavía te queda algo por hacer? —lo escuchó preguntarle desde la cocina.
Kacey descolgó uno de los bolsos del perchero, siempre dejaba colgado el más reciente en caso de que necesitara salir de nuevo. Ella le preguntó si había dejado las compras guardadas en el carro o si se encargarían de ello al regresar a casa. Se aseguró de que llevase dentro toda su documentación y se dio un vistazo al espejo para verse lo más presentable posible.
—¿Qué te dijo Dash? ¿Revisaste mi celular? —inquirió con urgencia después de escucharlo decir con satisfacción que ya había desempacado las compras.
Trey le contó que solo le había escrito un mensaje a las 7:50 p. m. Le repitió en voz alta todo tal y como él se lo había escrito. Kacey extendió uno de los brazos dentro del abrigo y luego el otro, y se abrochó los botones negros de la gabardina color crema frente al espejo.
—Me preocupa, porque hace como una hora la abuela de Daiki me escribió un mensaje diciéndome que se había atrasado por recoger unas guías de estudio, eso fue a las 6:30. Después de eso, me desentendí del aparato. ¿En serio el tráfico está tan caótico allá afuera?
Él le dijo que apenas iban a ser las 8:10. No había pasado tanto tiempo desde entonces.
—Seguro no debe de tardar, tal vez ya esté a la vuelta de la esquina —agregó, intentando calmar su estrés—. Sí, si no fuera porque mi jefe me dejó salir temprano por esta situación de los gemelos, probablemente también seguiría atascado en el tráfico. No te desesperes, tengamos paciencia.
—¡¿Puedes llamarlo para ver dónde está?!
—Kacey...
Ella le repitió la pregunta, exasperada. Trey resopló y le respondió que lo haría.
Comenzó a rebuscar entre las revistas que había dejado en la cómoda y agarró una ficha extensa para resumirle en una nota todo lo que necesitaba saber. A veces oía a su exesposo entretener a Phoenix, pero después regresaba a lo que en realidad importaba en ese momento.
—La contestadora me dice que el número que intentó marcar puede que se encuentre apagado o fuera de cobertura.
—¡Ah, genial! ¡Lo que nos faltaba! Seguro también se le descargó el celular. Llámalo al del trabajo.
—Ya te dije, solo démosle tiempo.
—No, tú sigue marcándole a cualquiera de las dos líneas. En alguna debe responder.
Quería evitar la vergüenza de crearles un conflicto a los Takahashi con tan poca información, pero no dejaba de oír lo mismo en la contestadora.
—Está bien, déjalo así; ya no podemos seguir perdiendo el tiempo. No te olvides de decirle a la señora Fraser que si ella, o cualquier otro vecino llega a saber algo sobre Dash, debe llamarnos.
—Sí, igual nada se pierde con llamar a Daiki primero. Vamos saliendo, Phoenix.
La tinta del lapicero manchó el papel por las lágrimas que le cayeron encima. La nota quedó pegada en la nevera.
Me fui con tu papá a la morgue, a resolver un asunto que salió sobre el caso de tus hermanos. Phoenix ya cenó, e Isabella y la abuela Jane vienen de camino.
Te amamos.
Come y descansa.
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