Capítulo X: Muerto el perro, se acaba la rabia (VI parte)

Kacey se despertó alrededor de las cinco de la mañana. Dash le estaba tocando la puerta como solía hacerlo la mayor parte de sus días entre semana. Sin embargo, esa vez el motivo por el que la requería en pie era porque en verdad necesitaba de su intervención. Podía oírlo pidiéndole, casi en un tono suplicante, que le abriera la puerta para darle algún medicamento o que lo llevara al hospital porque se sentía muy mal. Sin pensárselo mucho, se arrastró con los codos por la cama hasta alcanzar el reloj, con los ojos entrecerrados por la claridad del aparato. Fue palpando a ciegas los botones, averiguando cuál podría desactivar la alarma.

Se levantó sin una pizca de somnolencia; hasta a ella la estaba alarmando escucharlo tan angustiado, y eso no les hacía ningún bien a los dos. Cuando le abrió la puerta, le puso una mano en la frente para tomarle la temperatura, pero la apartó enseguida. Con solo tocarlo, Kacey se dio cuenta de que su temperatura parecía sobrepasar los 35 grados.

Su hijo la acompañó hasta el baño. Le abrió el botiquín para darle una paracetamol y ponerle el termómetro.

—¿Te has estado poniendo paños o algo para bajar la temperatura?

—Sí, me la he pasado levantándome toda la noche para llenar ese antifaz. —Dash se limpió las lágrimas que le resbalaban por la mejilla. Tenía la vista irritada.

Kacey le preguntó qué era lo que sentía y cuánta era su tolerancia al dolor. Se quedó esperando su respuesta, pero solo salieron sonidos guturales como si fuese una momia; ya ni siquiera parecía tener las fuerzas suficientes para contestarle. Se estaba poniendo pálido. Finalmente, Dash le dijo que le dolía todo el cuerpo y la visión comenzaba a oscurecérsele. Tenía tan poco  equilibrio que debía sostenerse de la encimera. Kacey lo tuvo que dejar sentado en el servicio porque escuchaba que respiraba con dificultad.

Dash apoyó la cabeza en uno de sus brazos, como si fuese un borracho sentado en un bar a altas horas de la madrugada; había quedado con la mejilla aplastada y la boca entreabierta mirando al vacío. Kacey le estaba ayudando a quitarse el pijama; la prenda estaba empapada con su propio sudor. Tendría que darle mucho líquido para compensar la deshidratación. Si se encontraba en tan mal estado, no le quedaría otra opción que bañarlo ella misma. Lo vio llevarse las manos a la garganta como si se quisiera ahorcar, y repetía la acción cada vez que iba a hablar; le estaba costando tragar la saliva.

—¿Qué profesores vendrán a evaluarte hoy? Ya es el último día, ¿no?

Él se limitó a asentir con la cabeza; estaba observando el techo con el pecho desnudo. Se volvió a poner las manos en la garganta para tragar saliva y le respondió con una voz bastante áspera:

—Hoy vendrá a evaluarme el profesor Owen junto a Sarah, después el profesor de Artes Culinarias; por eso te dije que me fueras a comprar hace unos días los ingredientes que necesitaría. Mañana, como de costumbre, estarán los resultados de las evaluaciones que me hicieron, y no habrá más visitas hasta el próximo mes.

—¿Y no puedes encontrar una forma de aplazar estas evaluaciones para la otra semana? Así te daría tiempo de recuperarte.

Él negó con la cabeza. De ser así, perdería la mitad de los puntos que le correspondían al trabajo de ese mes. Las visitas se le habían programado en esas fechas porque eran las únicas que tenían disponibles. Dash la vio como si no se acordase de que ellos también tenían a otros alumnos suspendidos que atender durante el mes, aparte de los de siempre. Ella le devolvió con un tono apático: 

—¡Ay, perdona por no estar al tanto!

Cuando se presentaba algún inconveniente, a la secundaria no les bastaba con que algún alumno o padre se dignase a llamar para comunicar la ausencia de dicho estudiante. Siempre se les exigía contar con algún comprobante que de verdad justificara por qué no se presentarían a clases, para que ningún alumno fingiera estar enfermo por hacer el tonto. El último recurso que se les ofrecía era un «comprobante provisional» que los padres debían ir a firmar en persona, como una especie de permiso de salida para ir a sacarlos antes de que se acabase el período; pero, al estar suspendido, la situación se le complicaba. Las únicas ocasiones en que la secundaria les permitía a los estudiantes ausentarse era por motivo de enfermedad, por luto de algún familiar o, en los casos más insólitos, si algún alumno se casaba por civil.

Dash le insistía en que se ahorrase todos los métodos caseros y lo llevara a la farmacia antes de que sus profesores fueran a visitarlo.

—Pero ¿qué más van a necesitar para saber que estás enfermo? ¡Así ni siquiera podrás correr, hay que ser realista! Hoy no vas a trabajar ni loco.

—¡Pero, mamá, necesito el dinero! Estoy a prueba; no puedo darme el lujo de decirle a la abuela de Daiki «hoy sí, mañana no», ¿entiendes?

—Ya te lo dije: si no te cuidas, terminarás internado en el hospital, y tu papá no te podrá pagar eso ¡Ya no puede mantenerse a flote con tantas deudas, Dashiell! 

Él insistió en que tenía razones de peso para dejarlo ir al escuchar su comentario.

—¡Que no! Entre más energías gastes, más lenta será tu recuperación; por algo a todos los enfermos los mandan a descansar. No seas tan terco, yo misma me encargaré de llamar a todos.

Al rato Kacey regresó con una silla plástica, la metió dentro de la ducha y lo dejó sentado. Se paró en el muro de la ducha para alcanzar el botón que cambiaba la temperatura del agua, encendió el termo y le puso el gorro para protegerse el pelo. Su hijo le hizo una mueca al ver que se había puesto en cuclillas para empezar a restregarlo. Él apartó los brazos, como si quisiera vomitar de solo pensar en que se había ofrecido a bañarlo con semejante edad. Le aseguró que tenía las fuerzas necesarias para bañarse por su cuenta si se encontraba sentado. Ella asintió y le cerró la puerta corrediza de la ducha, dejando que se las arreglara él solo.

Se fue al cuarto a buscar el celular para llamar a su ex; por fortuna, Phoenix todavía seguía dormida en la habitación de Dash. Permaneció con el teléfono en la mano, dándole pequeños golpecitos al suelo al escuchar la línea timbrando. Kacey se entretuvo viendo los azulejos del baño. Intentó contactarlo dos veces más mientras escuchaba el agua caer. Sintió una punzada en el corazón al imaginarse que, tal vez, en el fondo, Trey la estaba ignorando por ser ella quien lo estaba llamando y no Dash. Dejó escapar un suspiro de alivio al escucharlo preguntándole qué era lo que sucedía.

—Hola. Solo te llamaba para comunicarte que Dash amaneció enfermo. Pensé que tal vez debías saberlo.

Se fue al cuarto a armarle un conjunto; jaló un par de gavetas. Se sentía inútil por no saber cómo tener una conversación decente con su ex.

—Voy a tratar de mantenerlo en reposo hasta donde pueda. Si empeorara con las horas, te llamaré de nuevo para llevarlo a la farmacia a que lo inyecten o, en el peor de los casos, al hospital.

Al escucharla contarle sobre los síntomas, le preguntó cómo se encontraba Phoenix y si ella estaba estable; pensaba que era una enfermedad contagiosa.

—Aún no sabemos qué tiene, pero me dijo que empezó a sentirse así ayer por la noche. Los síntomas fueron empeorando en la madrugada; se estuvo levantando varias veces a ponerle hielo al antifaz para bajar la fiebre, así que no ha descansado. Por suerte, hoy es el último día de las evaluaciones. Voy a ver si puedo llamar a los profesores para ver si se pueden pasar las visitas para la próxima semana. 

Él le recordó que también tenía que llamar a la abuela de Daiki para avisarle que no se presentaría al trabajo así de enfermo, como si Kacey ya no hubiese pensado en ello.

—Sí, eso le dije, pero es terco y no me hace caso.

Trey le preguntó si necesitaba que pasara a comprarle algo en la farmacia para que se le bajara la fiebre.

—No hace falta, ya le di unas pastillas para que se le bajara. Voy a ver que le prepararé dentro de poco.

—Te llamaré más tarde, apenas me desocupe del trabajo. Mándale un saludo de mi parte a Phoenix.

—Lo haré, y te contaré cómo sigue Dash. Cuídate. —Kacey le cortó la llamada.

Le fue a dejar el conjunto en la encimera. Hizo un movimiento similar a un enceste al tender el paño en la puerta de la ducha. Su hijo le recordó que, por ser un día de exposición, sin importar lo que le dijeran los profesores al enterarse sobre su estado de salud, siempre debía presentarse con el uniforme y, en el caso de Owen, con la camiseta del tigre y una pantaloneta azul. Ella le reclamó que por qué no se lo había dicho antes si sabía que había ido hasta su cuarto; de haber sabido, no le habría buscado un conjunto cualquiera. Ahora le tocaría planchar los uniformes a la carrera. 

Los pliegues del uniforme deportivo no habían quedado del todo lisos, pero al menos se veía presentable. Hasta se había tomado el tiempo de darle brillo a los mocasines que Dash vestía con el uniforme regular. Sin embargo, todo el esfuerzo se iría por la borda, porque al final solo terminaría usándolo por un rato y luego se pondría el otro.

Su abuela iría a desayunar con ellos dentro de poco, y ni siquiera eso tenía preparado. No le daría tiempo a Kacey de limpiar la casa para atender a las visitas. Esperaba que el polvo no se notara demasiado en el suelo.

Phoenix empujó la puerta del cuarto de Dash; abrazaba el peluche que solía llevar consigo a todas partes. Interpuso su cuerpo entre la puerta y ella; movía la cabeza, inspeccionando si alguno de ellos se encontraba en el cuarto, todavía no se había percatado de que se encontraban en el baño. Kacey le dio un tiempo para que se terminase de despertar. Las despeinadas cejas de su hija se fruncieron, y le preguntó qué se había hecho Dash.

La pequeña se fue corriendo hasta el baño tan pronto lo escuchó hablar. Dash seguía sentado en el servicio, tomando el impulso suficiente para levantarse sin sentir que perdía el equilibrio. Kacey se había ofrecido a llevarlo hasta la cocina ofreciéndole el hombro como soporte, pero él se negó. Dash esbozó una sonrisa al ver llegar a Phoenix. Ella se puso de puntillas, intentando tocarle la frente, e ignoró la invitación de irse a desayunar. A todo quería resolverlo con el kit de medicina que utilizaba para jugar. Dash se rio y le aseguró que se pondría bien con los días.

—Vamos, hazle caso a mamá, no le hagas perder el tiempo. Hay que comer para estar fuerte como Popeye. Te veré dentro de un rato.

—¡No, no me gusta la comida de Popeye! —Su hermana le sacó la lengua.

—¿Estás seguro de que puedes arreglártela por tu cuenta? —le preguntó su mamá.

Kacey agarró de la mano a Phoenix para alistarla. Dash le dijo que bajaría a la cocina luego de revisar la plataforma.

—¿Qué tareas te quedan pendientes?

—Como unas tres, pero son fáciles. —Se encogió de hombros—. Ya había dejado todo organizado desde hace unos días. ¿Puedes hacerme el favor de encender la computadora cuando salgas?

—Bueno. ¿Quieres que te prepare algo en especial? ¿Cómo te sientes del olfato? ¿Sientes que tienes apetito?

—Del olfato estoy bien. No tengo mucha hambre; pero, ya que insistes, tal vez al ver la comida me anime un poco. Se me antoja un sándwich en triangulitos; el pan debe ser integral. Embárrale un poco de mantequilla, y tiene que llevar dos huevos enteros en cada uno. El tocino canadiense iría en medio; si no hay, ponle un par de salchichas picadas y encima una rodaja de tomate. Sí, creo que eso sería. —Asintió con los ojos entrecerrados, como si estuviese verificando que no se le hubiese pasado ningún ingrediente, y se forzó a tragar saliva con las manos en la garganta—. Gracias, mamá.

—¡Ay, para que te pregunté! ¡Sigues siendo igual de comelón! —Se rio al salir del baño, moviendo su cabeza en negación—. Voy a estar ayudándote en lo que necesites; pero, eso sí: también quiero que pongas un poco de tu parte. No quiero que andes descalzo por la casa, todos los líquidos se te calentarán a término medio, te comerás al menos más de la mitad de lo que te dé, no quiero que nada se desperdicie, y más te vale que te tomes los sueros, ¿entendido?

—¡Pero, mamá, todos los sueros saben horribles! ¿No hay otros remedios caseros? Me han dicho que la marca que trae azúcar es mejor. Puedes ir a comprarlo.

—Sí, sí, ahora le pregunto a tu papá. Las nalgas te van a quedar como las de Bob Esponja si no te levantas de ahí ahora mismo.

Kacey lo ayudó a ponerse de pie y le dijo que, si no le hacía caso a su advertencia, terminaría en el hospital conectado a una vía, tomando tratamientos sin tener el derecho a pedir gustos. Le hizo el favor de dejarle la computadora encendida. 

En un par de líneas, los profesores le aclararon que al día siguiente le saldría en la plataforma los resultados con una nota un poco baja; el pobre había tenido mal rendimiento en ambas evaluaciones a principios de marzo. Pero, para no perjudicarlo demasiado, por su condición de salud tan delicada, sus profesores ofrecieron enviarle unas tareas para mejorar sus notas. Al final del mensaje aclararon que tenía una semana para hacer que sus padres firmaran el comprobante que justificaba su ausencia.

Kacey escribió lo que él le decía; Phoenix le estaba jalando el brazo a su hermano mientras le preguntaba por qué no bajaban a la cocina a desayunar. Kacey tecleaba, forzándose a repasar en su cabeza todo lo que Dash le fuese dictando. En un momento la insistencia de Phoenix se le hizo tan pesada a Dash que no tuvo otra opción que hacer un comentario con un tono bastante grosero. La pequeña se soltó de su brazo y salió corriendo con lágrimas en los ojos a encerrarse en su cuarto.

Al parecer, en el breve lapso que estuvo sentado frente a la computadora revisando la plataforma, la fiebre regresó. Dash no pudo soportar estar otro minuto sentado frente a la pantalla, mucho menos con la vista irritada. La óptica había quedado de llamarlo en unas semanas cuando los lentes estuviesen listos.

Kacey apretó la tecla de «enviar», apagó la computadora y, bajó las escaleras corriendo a prepararle el desayuno. Sentía que se le había ido gran parte de la mañana haciendo cualquier nimiedad.

Dash fue a tocarle la puerta a su hermana y se lamentó por haberle contestado de mala gana. Cuando iba por la mitad de las escaleras, escuchó a Phoenix abrirle la puerta diciéndole, casi en un susurro, que hiciera silencio porque la bebé se estaba durmiendo; era un juguete que le habían dado en Navidad. Le hizo gracia el escuchar la inocencia en su voz; ya parecía haber olvidado lo que había pasado.

—¿Escuchas eso? —Dash aprovechó que la muñeca estaba pidiéndole a Phoenix comida—. Ella también quiere desayunar; llevémosle el biberón. La abuela Jane llegará pronto. —Se oyó como si estuviese esforzándose por recuperar el habla después de haber tosido.

La puerta de la habitación de Dash había quedado abierta por cualquier emergencia que se presentara. Kacey se puso de pie para ir a ponerle hielo al antifaz de Dash y ver si le preparaba otro suero. Lo encontró durmiendo boca arriba, con las manos entrelazadas y la respiración lenta. Se acercó con cautela; los mechones del cabello le hicieron cosquillas en la nariz. Kacey se lo puso detrás de la oreja, hundió el dedo en la superficie de la compresa y asintió para sí al verificar que estaba tibia. 

Ella le susurró que debía levantarse para ayudarle a quitárselo. Él se dio la vuelta hacia el otro lado, más somnoliento que otra cosa. Ella le zafó el velcro, deslizó el antifaz con cuidado y lo dejó en la mesa de noche junto al vaso.

Le dio un breve vistazo al suelo, para asegurarse de no despertar a Dash si llegaba a tropezarse con algo. Por suerte, no había dejado nada tirado. Caminó de puntillas hasta el armario y deslizó la puerta de madera con delicadeza; no pudo abrirla en su totalidad. Inclinó la cabeza para indagar si ahí guardaba sus ahorros. La abrió un poco más, pero no pudo ver nada. Por precaución, volvió a comprobar si su hijo seguía dormido; se había colgado el antifaz en el hombro para darle a entender que había ido a su habitación solo por eso. Dash solía darse vueltas con frecuencia; a veces gruñía quejándose del mismo dolor muscular. Sentía que sus planes de tomar prestado un poco de sus ahorros podrían frustrarse en cualquier momento.

No solo tenía miedo de que él la descubriese, su mamá también podía aparecer por ahí. Quien sabe; hasta Laila podría verla desde la habitación de Phoenix a escondidas, si se lo pensaba demasiado. La paranoia le estaba ganando. Frunció el ceño y apretó los labios.

El clóset tenía cuatro repisas. Chocó la cabeza contra una de ellas, ya había intentado ponerse de puntillas para alcanzar la última, pero sus dedos apenas llegaban a alcanzar el borde. En vez de perder el tiempo tanteando dónde podría estar el tarro, retrocedió unos cuantos pasos para calcular. Dash de tonto no tenía ni un pelo. El tarro se encontraba escondido en una esquina del último estante; las pilas de ropa lo cubrían de manera parcial. A esa distancia solo podía ver la tapa y menos del cinco por ciento del plástico del tarro; los billetes estaban arrugados, unos encima de otro. Ya casi lograba llegar a la meta de llenarla para llevar el dinero al banco. Lamentó que Dash hubiese heredado la estatura de su exesposo.

Cuando iba a poner un pie en una de las repisas para intentar alcanzar el tarro, como el armario no estaba adherido a la pared, casi se le vino abajo. Ya encontraría otra forma de adueñarse de una parte del dinero para desahogar sus penas. Aún no lograba comprender cómo era posible que a algunos pudiesen salir de la adicción con éxito. Ella, por más que intentaba tener fuerza de voluntad, sentía que no era capaz de hacerle frente a ello como quisiera.

Volvió a cerciorarse de que todo hubiese quedado en su lugar antes de cerrar la puerta corrediza. Levantó las manos como si estuviese diciéndole a Dios que lo dejara estar.

Eso había estado demasiado cerca.

Ya había entendido la lección: no debía meterse con las pertenencias ajenas. 

Comenzó a alejarse del armario sin quitarle la mirada ni a Dash, ni a la puerta, agarró el vaso para traerle el suero. Dash empezó a tocarse la cara, sin abrir los ojos, y murmuró con somnolencia algo incomprensible para sí mismo. Kacey ya se encontraba casi por la salida, cuando lo escuchó cuestionarse a dónde se había metido y por qué todavía no le había traído el antifaz de vuelta. Lo más probable era que la calentura le estuviera regresando o la irritación en la vista le hubiese empeorado con la fiebre; lo veía sudando, a pesar de que el ventilador le pegaba en los pies. Dejó escapar un suspiró mientras bajaba las escaleras. Tendrían que irlo a inyectar a la farmacia si continuaba así de inestable.

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