Capítulo X: ¿Estás actuando desde la culpa o el amor? (VIII parte)

Al regresar a la habitación, vio que Dash ya estaba despierto. Aún estaba tirado en la cama, sufriendo los cambios extremos de temperatura. Kacey puso las cosas en la mesa de noche y lo ayudó a amortiguar el dolor de cuello que se tenía: lo fue levantando poco a poco hasta dejarlo sentado y le acomodó las almohadas como si fuese un pequeño sillón para que quedara semisentado. A veces, los dientes le castañeaban del frío y, en otras ocasiones como esa, lo encontraba sudando como si bronceándose bajo la arena del Sahara.

—¿Por qué tardaste tanto?

—Estaba preparando el café —le contestó de inmediato. Eso pareció tranquilizarlo—. ¿Quieres que te traiga algo de lo que sobró en la mañana?

—Sí, puedes traerme un tiramisú.

Kacey le dijo que en un momento se lo traería.

Dash le echó un vistazo al cuarto; no se veía del todo convencido que todo estuviese en orden, pero no quiso discutir. Agachó la cabeza para ponerse de nuevo el antifaz. Ella le pidió que se fuera tomando el suero. Kacey escuchó las voces de Laila y Phoenix al tiempo que salían de la habitación, y luego la de su madre recién levantada; estaba hablando con ellas mientras Jane se dirigía al baño.

—Voy a llamar a tu papá para ver si nos da tiempo de ir antes de que cierren la farmacia; ojalá puedan inyectarte. Recuérdame que le pida que pasemos de una vez por el supermercado para comprar los ingredientes para la venta del otro viernes ¡Debes estar listo antes de la hora, que ese hombre es puntual y viene cansado!

—Sí, mamá no nací ayer —le respondió Dash con tono monótono, el mismo que hacía cuando quería que se callara o fuera al punto.

Jane asomó la cabeza para preguntarle cómo se sentía. Dash le contestó que seguía teniendo la temperatura alta, pero que iba mejor. Kacey se volteó al escuchar que Dash le pedía que ya no le trajera el postre a la cama; estaba aburrido de estar encerrado en su habitación.

Dash bajó con ellas a refrescarse y se sentó a comer el postre en el patio. La abuela le había pedido que le ayudara a bajarle las naranjas del árbol. Así era ella la mayor parte del tiempo: Jane inventaba alguna actividad y luego terminaba involucrando a los demás. Todos tenían la naranja en su regazo.

Laila se despidió de Phoenix cuando terminó su jornada. La pequeña hipó, se puso a llorar pensando que no volvería y se aferró a su mano mientras le pedía que se quedara a dormir. Ellos le dijeron que la dejara ir. Laila le aseguró entre risas que la vería al día siguiente para otra tarde de juegos. Corrió hacia la entrada. Su hermano le pitaba frente a la casa; siempre iba a recogerla después de salir del trabajo.

Kacey caminaba de un lado a otro con el celular en la mano, coordinando cuando llegaría Trey.

Se fue al cuarto y jaló las gavetas hasta dar con los panfletos de las instituciones de apoyo. Se había llevado el teléfono, estaba a la par esperando que lo tomara. Comenzó a marcar uno de los números. Las manos le sudaban como si el teléfono se le estuviese resbalando; se las limpiaba con frecuencia contra la tela del pantalón. La culpa y la ansiedad bailaban al son de sus desgracias desde entonces ¿Qué era exactamente lo que tenía que hacer? ¿Mantenerse ocupada? ¿Comer saludable? ¿Hacer ejercicios en exceso hasta llegar a cansarse para no pensar en ello? ¿Inscribirse a otro tedioso programa de rehabilitación? ¿Decirle a algún familiar que le ayudase a controlar su comportamiento cada vez que quisiera salir a tomar, robar dinero, o mentir? No, eso sería muy humillante ¿Qué más podía hacer para vencerlo?

Se fue a encender la computadora y dejó la ventana de Google abierta. Estaba dispuesta a ponerse a realizar la tarea que le había dicho Elise esa mañana. Si quería buscar trabajo, debía empezar el cambio.

Al tercer tono, una señora la atendió: mencionó el nombre de la empresa, cómo podía dirigirse a ella y le preguntó cuál era el motivo de la llamada.

—Hola. Mi nombre es Kacey. Necesito ayuda para superar mi adicción contra el alcoholismo. Siento que ya he intentado de todo y aún no lo logro —Jugueteó con los cables, asintió y continuó relatándole la historia.

Al regresar de la farmacia, los exámenes indicaban que Dash había contraído el dengue, una enfermedad un poco inusual en el país. Al parecer uno de esos mosquitos lo había picado días atrás de camino al trabajo. Tendrían que llevarlo al hospital al día siguiente para que le vieran las plaquetas o si presentaba un cuadro de hemorragia.

Trey se quedó a cenar en la casa. Kacey le contó lo que había sucedido en el transcurso del día. Trey se rio y dijo que hacía años que no probaba la sopa de su exsuegra. Dash aprovechó para tomarse los medicamentos para aliviar la tensión muscular y el dolor de cabeza.

Kacey se dividía entre darle de comer a Phoenix y velar porque su plato no se enfriara. A veces entre los dos se turnaban.

Trey se fue después de las nueve.

Volver a cenar todos juntos no resultó tan incómodo como Dash había pensado que sería.

—Mamá...

—¿Sí? —Le tendió la manta a Dash para que se terminara de cobijar, y se quedó de pie, expectante.

Estaba abrigado hasta las orejas. Ella le apartó la cobija de la cara. No quería que se deshidratase demasiado con esos cambios de temperatura tan drásticos; eso empeoraría su salud.

Guardó silencio por un tiempo. Lo vio llevarse la mano a la garganta para forzarse a hablar; se cambió de lado, ladeó un poco la cabeza y se enfocó en ella.

—¿Por qué no puedes ser así todos los días?

Kacey agachó la cabeza, entrelazó las manos, movió un poco los pies y se rio apenada.

—Descansa. —Le dio un beso en la frente y le acarició el pelo, pero él le insistió en que le contestara la pregunta—. Me encargaré de luchar para que Phoenix se acueste.

—No, no me cambies el tema.

Dash se rio mientras se llevaba una mano al estómago y otra a la garganta; se quejó al sentir la irritación en sus cuerdas vocales. Vio su sonrisa desvanecerse a duras penas y luego le dijo:

—¿Estás actuando desde la culpa o el amor?

Los resortes del colchón circular rebotaron cuando Kacey se levantó. al quitarse de encima.

—Buenas noches, cariño. Que te mejores.

Le pasó una mano por el pelo y esbozó una sonrisa torcida. Suspiró al escuchar la vocecita de Phoenix; la pequeña empujó la puerta del cuarto de su hermano. Mantuvo la mano en la perilla y la hizo girar de un lado al otro con fuerza, sin quitar la mirada de lo que sucedía dentro de la habitación. Kacey frunció el ceño e hizo un gesto para que dejara de hacerle ruido a Dash. Phoenix apoyó la mejilla contra la puerta; se restregaba los ojos con frecuencia, en un intento desesperado por detectar la silueta de su hermano en la oscuridad. Lo único que alumbraba la habitación era la galaxia de stickers en forma de estrella que estaban pegados en la pared y el suelo.

De repente, sin que ninguno de los dos se los esperara, Phoenix preguntó si su hermano había desaparecido. Él gruñó y susurró con somnolencia que no se había ido a ningún lado, que solo estaba acostado y necesitaba recuperarse.

La niña permaneció con su peluche en brazos y le preguntó a su mamá en un susurro si él podía ir a contarle una historia. Kacey se acercó con sigilo hasta ella y la exhortó a alejarse de la habitación con un leve empujón en la espalda al cerrar la puerta. Le recordó que Dash estaba enfermo, se lo había venido repitiendo la mayor parte del día.

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