Capítulo X: Culpa no tiene, quien hace lo que debe (VII parte)
Kacey entró en la cocina mientras veía que Laila abría la puerta como si fuese su casa; se le había permitido hacer eso para que no tuviera que esperar hasta que alguien le abriera. La adolescente había llegado a ese nivel de confianza con la familia. Se extrañó de que ni Dash, ni Phoenix, estuviesen desayunando por ahí a esa hora. Kacey la vio quitarse el abrigo con una sonrisa nerviosa, y le echó un vistazo al reloj que llevaba puesto en la mano, con el rostro inclinado y el ceño fruncido. Asintió al ver que la hora coincidía con el reloj de la cocina, y le preguntó si le podía ayudar a adelantar algo.
Laila alzó la vista al escuchar su orden; estaba terminando de limpiarle con el babero los restos del Gerber a Phoenix. Kacey apenas le dio tiempo para decirle que se encargara de atender a su madre mientras subía a alistarse. Dash, por su parte, todavía seguía luchando por bajar la comida con la mitad del suero que le quedaba en el vaso: agarraba aire y se tapaba la nariz para seguir tomándolo. Escuchó la risa de Laila al ver sus reacciones tan exageradas a los medicamentos, y arrastró la silla hacia atrás para salir a recibir a su abuela.
Al bajar, encontró la cocina vacía; se habían trasladado hasta la terraza. El comedor estaba hecho de hierro forjado. Comían bajo la sombra de una pérgola de madera barnizada, cubierta de follajes y pequeñas florecillas amarillas con blanco. La cubierta de la terraza era de madera clara; el balcón, de concreto color blanco con acabados de color dorado, era el mismo que el de la entrada y el corredor del segundo piso. El lounge contaba con su propio bar, que ya no se usaba; hacía años no organizaban una fiesta en la casa. Había pasado tanto tiempo que no recordaba ni siquiera la última vez que salieron a pasear todos juntos como una familia.
Detrás del comedor, al bajar las gradas, había unos sillones hechos de mimbre. Al frente de ellos había una rocola y, a unos cuantos metros, estaba la parrilla.
Dash estaba dándole las últimas cucharadas al postre que Kacey le había preparado a su madre. Jane le puso una mano en el hombro y, con un tono enternecedor, le dijo que se quedaría hasta la cena para prepararle su famosa sopa de pescado.
—¡Te encantará! Eso era lo que le hacía a tu mamá cuando se enfermaba. Todos resucitaban en la casa con eso.
—Mamá, ni siquiera me preguntaste si tengo algún pescado en el congelador.
Kacey se rio al ver a Laila, horrorizada, decirle a Jane que no se imaginaba una sopa de pescado en leche.
—Pues vamos a comprarlo, tengo todo el tiempo del mundo.
—Sí, pero ni siquiera he limpiado la casa. Voy a revisar el congelador, apenas lave los platos. —Kacey se llevó una mano al rostro, intentando despabilarse.
—No te afanes —le dijo su madre—; yo me encargaré del almuerzo. Puedo decirle a Vance que me haga el favor de traer unos pescados.
—No sé si me gustará, pero la probaré por ti. —Dash se llevó una mano a la garganta y se quejó de haber hablado demasiado. Hizo una mueca al hacerse una idea de la combinación de esa sopa—. Tengo mucho sueño. Las veré hasta el almuerzo.
Kacey le dijo a su madre que ya encontraría otro momento para sentarse a hablar con calma durante la tarde si quería, pero que ahora debía dejarlo ir en paz. Ella pareció sobresaltarse al caer en la cuenta de ello y le hizo un gesto con la mano para que se fuera. Dash lo minimizó mientras le decía que no se preocupara, que aparecería por allí dentro de un rato apenas recobrara las fuerzas o esa era su intención.
Entre las dos comenzaron a levantar los platos. Laila se llevó a Phoenix a jugar a los columpios que estaban por ahí para dejarlas a solas un rato.
Lo que les rodeaba era el jardín que daba la vuelta a toda la casa. Al lado izquierdo había un lago artificial rodeado por árboles sintéticos con luces enredadas en el tronco. En medio del agua, unos flamencos estaban frotando sus narices, y unas flores de loto flotaban alrededor de ellos; eran lámparas que se encendían al mismo tiempo que los faroles decorativos que estaban en el suelo. Apenas se ocultaba el sol.
Al lado derecho, en medio de dos árboles, estaba la cancha de básquetbol. A la par se encontraba un barco pirata, donde Phoenix solía jugar de vez en cuando.
Apareció al rato para entregarle el cesto; Kacey estaba terminando de poner la mesa. Jane le dijo que alguien la estaba buscando; le dio una breve descripción de la mujer. Ella le dijo que no la conocía, y le preguntó a su madre si le había dicho a qué venía.
—Viene de parte de una empresa. Dice que es una asistenta social.
—Ah, sí... El doctor me dijo que ella vendría de sorpresa. La sopa está hecha; solo falta agregarle las verduras.
Kacey abrió la puerta y sacó la cabeza. La mujer se bajó de la van azul, se acercó a ella y le extendió la mano.
—Mucho gusto, señora Hastings. Mi nombre es Elise. Trabajo en el sector de salud del Hospital West Valley. Un placer conocerla. He agendado una cita con usted, para realizarle una entrevista.
—Ese era mi apellido de casada. —Kacey le estrechó la mano, arrugó un poco los labios y se cruzó de brazos, frunciendo el ceño por el resplandor del sol que calentaba el suelo—. El gusto es mío. Ya estaba enterada sobre su visita. Puede llamarme Kacey; no me gusta tanta formalidad.
»Por favor, diríjase a la terraza, cruce el pasillo y siga directo. —Le abrió la puerta en su totalidad—. Llegaré dentro de unos minutos. ¿Quiere que le lleve un refrigerio? Ya casi está listo el almuerzo.
—¡No, qué pena! No se preocupe por mí; solo vengo a realizar mi trabajo. Puede que la entrevista dure alrededor de unos veinte minutos o menos, así que será rápido. Sí voy a necesitar que tenga todos los documentos a mano, las referencias médicas sobre el paciente, las facturas del seguro médico y demás.
Elise comenzó a subir las gradas, y aferró una de sus manos al bolso. Le dio un breve saludo a Jane, quien seguía frente a la olla disfrutando del aroma de la sopa. Estaba haciendo un bochorno horrible en esa cocina, se sentía como si los rayos del sol estuviesen atravesando el techo; el calor se iba propagando hasta la sala. Kacey apretó un par de botones en el termostato para regular la temperatura del lugar. Subió al cuarto a recopilar, a la carrera, todos los documentos que considerara que fuesen importantes, y le dio un vistazo a Dash antes de bajar: seguía dormido, con las manos extendidas, una almohada en los pies y el antifaz en la frente; no parecía necesitar nada. Al vaso del suero lo había dejado en la mesade noche, vacío.
Volvió a la cocina a recoger el jarrón de agua, sintiéndose más tranquila. Elise la esperaba en la terraza, con los pies cruzados y los papeles afuera. Kacey se sentó con el torso hacia adelante y las manos entrelazadas, descansando una sobre la otra, como si eso de las entrevistas fuese algo de todos los días.
—Estoy aquí para usted y su familia. Mi trabajo consistirá en formar parte del equipo de atención que les brinde cualquier tipo de apoyo adicional que necesiten; esto viene incluido en el programa que pagan, no sé si lo sabían. Mi deber es velar por desarrollar planes estratégicos de manera individual o grupal, que satisfagan sus diferentes inquietudes con el paciente. ¿Podría empezar por contarme cuál es su grado académico?
—Me gradué del colegio en 1989. —Le fue mostrando los certificados—. A finales de 1997, tuve que internarme en un centro de rehabilitación para alcohólicos. —Elise solo asentía y apuntaba—. Mi intención era retomar la universidad, ese era mi sueño; sin embargo, tuve que posponerlo y dudo que, con los problemas financieros de ahora, se me conceda esa posibilidad.
Kacey rememoró toda su experiencia tras el parto de Phoenix. Le contó que su hija había nacido prematura. Dedujo que tal vez se había debido al estrés y la tristeza que sentía en ese período por no saber, pese a los años, ninguna pista que motivara a las autoridades a reanudar el caso de los gemelos. Mencionó también los síntomas que su familia fue notando en Phoenix con el paso del tiempo, hasta el día en que recibieron su diagnóstico. Le mostró las facturas médicas que les quedaba por pagar; ya habían cumplido con la mayoría. Entre ella y Trey las habían ido pagando: ella le había colaborado terminando de soldar las deudas más importantes tras recibir la herencia de su papá; pero, pese a los esfuerzos que hacían muchas veces, no era suficiente. Hizo un movimiento con la cabeza, como si las manos se le estuvieran derritiendo, al ver la pila de deudas en la mesa, una encima de otra. Infló las mejillas y se abanicó con la blusa; la brisa salada le levantó el pelo. La mayoría de los gastos tenían que ver con Phoenix: sus medicamentos, los especialistas... El seguro era bueno para cobrar, pero lerdo en ser de ayuda.
—Mi hijo consiguió un trabajo a medio tiempo en el restaurante de unos conocidos. La familia de unos de sus amigos es propietaria de Little Tokyo.
Le pasó una copia transcrita de la información que le habían dado Mindy e Hideki la vez que se reunieron; era un milagro que todavía siguiese conservándola. Comentó que Dash trabajaba de lunes a jueves, de tres a seis de la tarde, y que utilizaba la bicicleta para llegar hasta allí; le aseguró que alguien o ellos mismos se encargaban de retirarlo en carro. Su hijo acostumbraba a quedarse desde las ocho hasta las once de la noche adelantando las tareas del día siguiente u algún proyecto. Omitió que ella se encerraba en el cuarto y a él le tocaba cuidar a Phoenix hasta tarde todo el tiempo; no estaba segura de cómo reaccionaría la asistente social ni de adónde terminarían sus hijos si pecaba de ser demasiado sincera desde el principio.
—Hace un tiempo, con el afán de ayudar, Dash empezó un negocio los fines de semana. La tarde de cada viernes se sienta en esa plaza de enfrente a vender unos pasteles con limonada. La vecina de al lado y una hermana mía que es repostera, a veces le ayudan donando algunos refrigerios y un poco de dinero. Los niños del vecindario, después del partido, se acercan a comprarle algo. Hoy amaneció enfermo. Hace unas horas bajó a desayunar con nosotras, pero se fue a descansar porque se desveló anoche, así que nos ha tocado a mi mamá y a mí ir a ver cómo sigue.
Elise terminó de tomar el vaso de agua, alzó la vista de la hoja y se apretó los nudillos. Parecía estar cansada de escribir todo lo que le iba diciendo. Por fortuna, a la par había dejado un aparato que grababa la conversación.
—¿Ha vuelto a reincidir en el alcohol por alguna razón de las que me comentó al principio?
—Sí. —Kacey tragó saliva, y se distrajo jugando con los dedos de la mano.
Elise le preguntó si recordaba cuándo había sido la última vez.
—Los motivos siguen siendo los mismos: bebo por el divorcio, por la muerte de mi papá, por la desaparición de los gemelos... La última vez fue...
Se quedó viendo hacia el cielo porque no lo recordaba con exactitud. Frunció el ceño y luego asintió con convicción.
—Pues... llevo un tiempo luchando por estar sobria, pero no asisto a ningún programa. Creo que la última vez fue en febrero, cuando mis hermanas, que viven en Los Ángeles, vinieron a reunirse con el notario para repartirnos los bienes entre las cuatro. Ese día, mi esposo y mi hijo mayor se habían ido a un paseo; estuve en contacto con ellos todo el fin de semana. Mi hija y yo nos quedamos porque ese lunes teníamos apartada la cita con el pediatra. El médico que atendió a mi hija me dio unos panfletos que todavía guardo, sobre algunas instituciones de ayuda y centros de apoyo relacionados con el Síndrome de Alcoholismo Fetal, pero aún no me siento lista para ir a ninguno.
Phoenix pasó por allí, acompañada de Laila. La adolescente caminaba detrás de ella agarrándole las manos y la alzaba haciéndola pisar roca de por medio, como si el piso fuese de lava. La pequeña no dejaba de reírse al sentir que volaba. Subieron las gradas agarradas de la mano; su hija parecía haberse mareado con tanto juego: se tambaleaba bastante, pero continuaba riéndose como si nada hubiese sucedido. Kacey aprovechó para mencionarle a Elise que Laila era la niñera de su hija desde hacía como un mes. Le entregó una breve descripción del salario base que le debían pagar a Laila cada mes y el contrato de trabajo.
—¿Usted o alguien más de su familia cuenta con alguna red de apoyo? Es importante que, como cuidadores, también empiecen a buscar información sobre ello. Los panfletos que mencionó hace poco, pueden ayudarle.
—No, solo nos tenemos el uno al otro. Bueno, mi hijo hace poco está asistiendo cada semana a una sesión con la psicoterapeuta de la secundaria. Parece irle muy bien. El servicio se les ofrece a los estudiantes luego de la masacre que se dio en enero.
Elise agarró de inmediato la referencia a Trinity Hill; inclusive pareció recordar el reportaje de la pelea entre los estudiantes.
—Sí, por eso ahora está suspendido y trabaja desde casa.
»Cuando estuve en rehabilitación, también fui atendida, pero al concluir el programa dejé de ir. Como le dije el dinero, para mantenernos no le da para tanto; por eso quiero trabajar. Él es el director creativo de una empresa, como diseñador gráfico.
Elise le preguntó cuáles eran las habilidades que ella consideraba que podría llegar a ofrecerle a alguna compañía en caso de que la llamaran para darle alguna vacante. Al principio no parecía sentirse muy segura de cuáles serían; sentía que sus habilidades de persuasión, su carisma o su habilidad para trabajar en equipo se habían ido desvaneciendo con el paso de los años. Guardó silencio durante un largo rato; solo se limitó a pestañear. La asistente social intentó romper el hielo diciéndole que todos tienen fortalezas que los hacen especiales para un determinado trabajo.
—Bueno, no se preocupe por ello; ya me lo dirá luego. Tengo entendido que también quiere ir a la universidad... ¿Ha investigado ya por su cuenta las diferentes opciones?
—No, aún no; espero ponerme en ello pronto. Sin un trabajo, no puedo hacerme la idea de hacer castillos en el aire, con algo incierto.
—Le dejo de tarea que investigue sobre ello. La mayoría de los colegios comunitarios tiene muchos convenios y conexiones con diferentes empresas. Además, se sabe que son más flexibles que las universidades, e inclusive más económicas si te encuentras en el mismo estado; se ahorrarían un montón de dinero. Si desea sacar un pregrado universitario, deberá asegurarse de cumplir con los créditos suficientes para transferirte a las más grandes. De momento, me serviría saber lo que tiene en mente en cuanto a sus preferencias y estilo de vida, si ya has hablado de esto con sus familiares y seres queridos, o no del todo.
—Sí, ellos ya lo saben. Al menos, los más cercanos: mi hijo, mi exesposo, mi mamá y mi hermana que vive por aquí.
Le contó que su hermana Isabella fue la única que se quedó viviendo en el pueblo y mencionó un poco sobre el café de playa del que ella y Vance eran propietarios. Luego le habló sobre su madre y la vida que había dejado en Italia. Jane había tenido que hacerse cargo del restaurante y la casa hasta el día que enviudó, desde que su papá cayó en cama por lo del cáncer de pulmón. Kennedy y Hillary también se hicieron parte del centro de la conversación. De vez en cuando, se obligaba a parar y tomaba un sorbo de agua cuando sentía la garganta seca. En comparación con el resto, ellas estaban muy bien económicamente. No habían querido tener hijos; vivían con sus mascotas en un penthouse en Santa Bárbara, pero nunca les pedían ayuda, no querían verlas como un banco. Sentían que a los problemas familiares había que resolverlos solos, y Trey pensaba lo mismo.
Kacey le enseñó el folder que tenía en la mesa. Era una carpeta donde registraba las fechas de las citas que el doctor le había dejado a Phoenix con los especialistas, y cuando debían salir a recoger las medicinas. También le mostró la tomografía que le habían sacado hacía unas semanas. Todo estaba categorizado por colores. Lo había hecho hace como un mes y, pese a su despiste, siempre se encargaba de irlo revisando.
Jane alzó la voz para preguntarle si iban a tomarse un descanso para comer. Elise le echó un vistazo a su reloj. Recogió todos los papeles que Kacey le había entregado y prometió que iría a devolvérselos apenas sacara las copias de cada documento.
—Muchas gracias por su tiempo, Kacey. Remitiré a Recursos Humanos toda la información que llegue a considerar de importancia para ayudarle a conseguirle un trabajo. —Elise le entregó su tarjeta de negocios para que la llamara si tenía alguna consulta—. Solo tendrá que estar atenta al teléfono o al correo electrónico. Tenemos varios programas para personas que se encuentran en una situación similar a la suya. Los vendré a visitar luego, para ver cómo siguen.
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