Capítulo VIII: Sermón, discurso y visita, media horita (VI parte)
La señora Hastings llevó a Phoenix de regreso al consultorio. Ella alzaba las manos como si estuviera asegurándose de que no había ningún peligro obstaculizando su camino, a pesar de que su mamá le decía que confiara en ella. Todo parecía ser muy nuevo para la pequeña.
—Ya casi te estás acercando a la meta. Nos quedan cuatro pruebas más y saldremos a comprarte tu helado, ¿sí? —la animó el doctor—. Quiero que hagas los siguientes ejercicios. Va a doler y molestarte un poco la vista, pero no es nada del otro mundo.
Kacey la alzó para sentarla en una silla de cuero.
Ariel le pidió a Phoenix que abriera los ojos. Ella pestañeó un par de veces al tiempo que se limpiaba las lágrimas y pegaba gritos, diciéndole que le dolía la cabeza. Kacey replicó que ya le habían aguantado bastante. Ariel le pidió que abriera bien los ojos para verle las pupilas y le sacudió un juguete para distraerla mientras la apuntaba con el foco. Le indicó que debía enfocar su mirada en el muñeco que tenía detrás de la luz, pero ella no hizo más que apartar de golpe los brazos al sostenerle la barbilla y esquivar su mirada.
—Al parecer tiene ciertos problemas de visión. Eso afecta la coordinación visomotora que implica realizar ciertos movimientos minuciosos al utilizar los ojos, las manos o los pies para realizar tareas que requieren de mucha precisión y control, como el recortar, practicar deportes en equipo, el pintar, escribir, coser y bailar. Creo que eso le da una idea de qué dificultades estamos tratando aquí, señora Hastings.
Después de otros veinte minutos haciendo los últimos ejercicios para sacar los resultados de la vista de su paciente, regresó al escritorio para preparar el reporte antes de darle el diagnóstico a la señora. Phoenix logró sentarse junto a su madre. El doctor le preguntó cuál había sido su parte favorita de los juegos y qué clase de helado era su preferido. Ella pareció omitir la primera pregunta y le respondió que uno de sus helados favoritos era el de vainilla.
Fue difícil, pero al final había logrado que la pequeña al final colaborase para tener al menos una base digna que entregarle a la señora.
Se dio a la tarea de revisar por última vez el expediente y luego repasó el análisis que había hecho durante cada ejercicio para brindarle un resumen de los puntos más importantes.
—¿Ya le han dejado alguna referencia para una tomografía?
Él comenzó a hacer referencias a otros especialistas, al escuchar que a la última se la habían hecho poco antes de salir del hospital, cuando era una bebé. Kacey estiró la cabeza en el escritorio para indagar qué estaba escribiendo. Ariel se rio al notar los trazos rápidos de su letra cursiva, la observación que le hacían la mayoría de los padres de familia.
—¿A qué se debe esto de la tomografía, doctor? ¿De verdad tiene algo en el cerebro?
Kacey quiso apurarlo, pero él le hizo una señal de que esperara, todavía sin realizar contacto visual. Cuando terminó de adelantar lo demás, pudo concentrarse en responderle.
—Sí, gran parte de los problemas de coordinación se deben a un daño en el sistema nervioso central, que se derivan de un problema mayor que ahora voy a explicarle. Es algo complicado de sobrellevar, así que quiero que me preste mucha atención. Solo le envío estas referencias para estar seguro de qué áreas del cerebro están dañadas y, con base a eso, podré empezar a trabajar. Soy pediatra genetista; me encargo de evaluar los defectos de nacimiento. No debe preocuparse, porque Phoenix se encuentra en buenas manos.
El doctor empezó agradeciéndole por querer colaborar con el bienestar de su hija. La mujer dio un par de respiraciones profundas y cerró los ojos con fuerza, aunque se le escaparon un par de lágrimas. Apretó una servilleta que tenía en la mano, la misma con la que había limpiado las lágrimas de Phoenix durante su examen de vista, mientras presentía el golpe que se avecinaba. La mujer sabía que lejos de ser palabras de agradecimiento por haber expuesto ante él su más grande problemática, era, a la vez, una forma de suavizar el daño que de alguna forma le había causado de manera indirecta a su hija desde el vientre.
Al principio de la consulta, la había entrevistado preguntándole sobre los ingresos y un poco sobre su familia hasta que había surgido el tema de su estado de reincidencia con el alcoholismo. No todas las madres de sus pacientes se mostraban tan sinceras como Kacey al llegar a ese punto. A la mujer también le había costado admitirlo, pero no había tenido otra opción que decirle la verdad.
—El SAFD, es un término que describe el rango de los efectos que pueden ocurrir en un feto expuesto al alcohol desde la concepción —explicó el doctor—. El Síndrome de Alcoholismo Fetal, es el caso más visible de todos porque presenta las tres características. En el físico, sería el labio superior delgado; el puente nasal pequeño y la cabeza pequeña; una baja estatura o peso, o ambos; además de los problemas conductuales por el daño en el sistema nervioso.
Kacey se justificó diciéndole que no había tomado durante todo el embarazo, salvo un par de copas con un porcentaje super leve en eventos sociales antes de caer en rehabilitación.
—No hay una cantidad segura de alcohol que se sepa que se pueda consumir durante el embarazo o cuando se está tratando de quedar embarazada. No existe momento en el que se pueda beber sin correr riesgos. De hecho, varias mujeres siguen sin saber el peligro en pleno 2001. Ahora imagínese cómo era antes. El alcohol puede causarle problemas al feto en gestación durante todo el proceso de embarazo, incluso antes de que la mamá sepa que está embarazada. Cualquier porcentaje es igual de dañino al beber, tanto como lo es el tabaco y las drogas. En el caso del alcohol, el asunto empeora, porque atraviesa la placenta, llega al líquido amniótico y permanece allí más tiempo del que se queda en la sangre de la madre.
—Entonces, ¿me está diciendo que Phoenix tiene el caso más severo de todos? ¿Cuáles son los otros dos? ¿Hay esperanza todavía? ¡Dígame que sí! —Le agarró la mano.
Él carraspeó por la confianza, aunque entendía que estaba desesperada. Se levantó de la silla para darle un vaso de agua del tanque que tenía detrás del escritorio. Ella asintió, como una forma de agradecerle, y le dio un sorbo.
—No, ella no presenta todas las características del primero. Los otros tres desórdenes son bastante similares, por eso necesito que me ponga atención. Y no, no tiene cura. Como le dije, es una condición de por vida y el rendimiento cambia de acuerdo al paciente.
Arrastró la silla giratoria para sacar unos panfletos informativos. Ella los arrastró hacia su lado para fijarse en las imágenes; salía una niña con las características físicas que él le había mencionado. Parecían ser documentos oficiales de diferentes organizaciones. Él continuó explicándole los otros casos; quería que Kacey supiera que había varios rangos y que eso no significaba que ella tuviese que abandonar la esperanza por completo.
Le gustaba tomarse su tiempo para explicarle a las familias; entendía que la transición de tener que aceptar una discapacidad invisible no era nada fácil. La mujer iba leyendo con él; se limpiaba las lágrimas y se sorbía los mocos. Phoenix ni siquiera la vio a los ojos, a pesar de que la estaba llamando; estaba entretenida con los juguetes, ajena a lo que le pasaba a su mamá.
—El segundo sería: Síndrome de Alcoholismo Parcial, que presenta dos de las tres características mencionadas en el primero. Su hija cumple con este caso, por su nariz y los otros problemas a nivel del sistema nervioso. La tercera categoría se llama: Desorden del Neurodesarrollo Relacionado con el Alcohol, que experimenta solo los desórdenes conductuales o los daños en el sistema nervioso. Y por último está el Desorden Neuroconductual, asociado con la exposición prenatal al alcohol, que experimenta desórdenes de conducta y sensoriales más que nada. Sí, se parecen mucho. Como ve, el tema es superamplio y complejo inclusive para nosotros como profesionales.
El doctor le señaló el cuadro que venía en uno de los folletos. Decía que la exposición al alcohol podía afectar las funciones ejecutivas, que son controladas por el lóbulo frontal del cerebro. Esos cambios varían las habilidades del individuo para poder tomar decisiones; les afecta la destreza para planear y organizarse con el tiempo, manejar el dinero, el aspecto de la memoria o el control de la motora fina y gruesa... La lista parecía no tener fin. Kacey solo asentía mientras se obligaba a leer y murmuraba por lo bajo: «Ahora todo tiene sentido».
—Comprendo que no es fácil digerir todo esto, pero recuerde que no está sola. El hecho de que el alcohol haya dejado un daño irreversible en el cerebro de su hija, no quiere decir que no haya esperanza. De hecho, aunque el Síndrome de Alcoholismo Fetal muchas veces no se pueda detectar con facilidad, por la falta de información de otros profesionales o por la similitud que tiene con otros trastornos como el Síndrome de Asperger o el Autismo, un diagnóstico temprano y un hogar sin violencia, puede otorgarle al niño buenos resultados en su adultez.
—Sí, entiendo. Muy amable. —Kacey guardó todo el material en el bolso tras consultar la hora en su celular. Tecleó un par de veces y se puso el teléfono en el oído, esperando que le contestaran al otro lado—. ¿Ya no se le pasó la hora de almorzar?
Ariel se percató de que el comentario fue una forma sutil de hacerle saber que ya no tenía fuerzas para lidiar con más información sobre ello por ese día.
—Sí, pero tenía que terminar mi trabajo; no la iba a dejar a medias. Luego de esto le compraré el helado a Phoenix al salir del hospital y me iré a almorzar a la cafetería del frente.—Se le escapó un bostezo y se disculpó por ello.
Escuchó a la señora Hastings reanudar la conversación en el teléfono: estaba diciéndole a alguien que ya podía venir por ella.
—¿Ya estás ahí? Perfecto, ya casi salgo. —Cortó y se volvió a enfocar en él.
—De hecho, quería terminar de decirle esto: la asistente social llegará a evaluar qué tal es el entorno familiar de la niña. No va a avisar, va a llegar de sorpresa. Solo le aclaro: esto no es para que la lleven a Phoenix a un orfanato; ella solo va a llegar ahí para ver cómo ayudar. Dentro de los panfletos hay un montón de organizaciones de apoyo, tanto de alcohólicos como terapia psicológica, hasta grupos de padres de familia que tienen hijos con esta situación. Le recomiendo que les dé un vistazo apenas se sienta mejor y la insto a que forme su propio grupo de apoyo en familia.
Kacey pareció haberse quedado sin palabras. Tenía los ojos hinchados y se quejaba internamente de la migraña que, le provocaba el llanto; las lágrimas seguían resbalándosele por las mejillas sin poder contenerlas. Ariel podía imaginarse la culpa que sentía en los hombros. Parecía querer creer lo que él le había recalcado desde el principio, que no estaba sola, pero solo ella podía entender su conflicto interior. Lo mejor que podía hacer era aprender de los errores del pasado para compensar el presente.
—Gracias, doctor. —Se levantó por fin del asiento al tiempo que le estrechaba la mano. Se puso el bolso en el hombro y se giró hacia Phoenix—. Vamos, es hora de ir a la casa de la tía Isabella. Deja los juguetes en su lugar.
Se limpió las lágrimas y recobró la compostura antes de salir del consultorio. Le dio la mano a su hija y la felicitó por obedecer, aunque de momento no tuviese ni idea de cómo debería de cuidarla a partir de entonces. El doctor las acompañó hasta la recepción; iba de camino a la cafetería. Una mujer morena de ojos claros se les acercó con una billetera y esperaron un rato para cancelar el trámite. La secretaria le entregó la factura a la mujer y esta la metió dentro de la billetera. Tenía facciones similares a la señora Hastings; seguro era su hermana.
Ariel caminó con ellas hasta la cafetería, para terminar de cumplir con su palabra. Se agachó una vez que la dependienta le dio la paleta que Phoenix escogió a su gusto. Ella le dio un lengüetazo, brincando con el helado en la mano. Las dos mujeres gritaron al ver que casi se le cayó la paleta al suelo.
—¡Hasta la próxima, Phoenix!
Ariel alzó la mano mientras las veía salir, y escuchó que la mujer morena le preguntaba a Kacey cómo le había ido. Kacey le dijo que le contaría luego y cambió el tema sin mucho entusiasmo. Un carro particular se detuvo frente a ellas; lo manejaba un hombre de tez oscura.
El doctor se volteó al reconocer la voz de la salonera. Ella le limpió el espacio donde iba a comer.
—¿Lo mismo de siempre?
Él asintió.
Ya era conocido en el lugar; siempre iba a almorzar allí durante el trabajo. La muchacha vertió el jugo de manzana y le dejó el pichel ahí, luego de prometer que volvería pronto con su orden.
Kacey casi no abrió la boca durante el viaje.
La pareja detuvo su conversación, que estaba opacando la música de la radio, al escuchar su voz. Le repitió a Vance que se detuviera en medio del camino, como si algo le urgiese. Él le dijo que le diera tiempo para acomodarse, y siguió conduciendo unos cuantos metros. Apretó un botón para poner las luces de emergencia, indicándole a cualquier conductor que pasase por ahí, que aquello sería algo momentáneo; casi parecía que seguía conduciendo a propósito. Su cuñado desactivó las luces de emergencia, al meterse en un espacio que había entre dos carros, más lento del tiempo que le transcurría en la cabeza. Sus ojos café oscuro la interceptaron a través del retrovisor y, a pesar de su intento por mostrar que de verdad tenía dominio de su paciencia, le hablaba con un tono pesado. Isabella le apretó la mano para que se calmara, pero él ya no estaba de humor para disimular que cualquier policía buscaría una excusa para hacerle una multa por haberlo visto girar en U. Se volteó para recordarle que lo mejor que podía haber hecho era haberle advertido con anticipación su decisión de quedarse en la casa desde que había salido del hospital, y sostuvo una de sus mejillas con el brazo sobre el volante, esperando que se bajara del carro. Ella se empezó a poner el suéter con capucha para bajar cuanto antes. Las gotas comenzaron a golpear el techo.
Había visto el carro de su exesposo estacionado en la casa; ya casi era la hora del café. Apretó el seguro para zafarse del cinturón, a pesar de ver el dolor de su hermana por despreciarle otra invitación. Isabella le preguntó si estaba mal por lo que le había dicho el doctor. Kacey se limpió las lágrimas y alzó el mentón en un intento de minimizar la situación, y le respondió que solo era el dolor acumulado por el luto.
Vance se volteó como si de verdad hubiese sentido remordimiento por haberla tratado mal.
—Disculpa, no debí haberte contestado así; es solo que ese tipo de imprevistos no se hacen al manejar en carretera. Imagínate que alguien incluso estuviese detrás de mí; ¡habría chocado la parte trasera del auto y me habría costado mucho dinero reparar los daños del afectado! Pero, de todas formas, ¿te encuentras bien? Ya casi llegábamos a la casa —suavizó el tono al verla. Giró la cabeza para intercambiar una mirada con su esposa, como si estuviese buscando una confirmación para saber si se había expresado bien, porque ella no quiso contestarle.
—Ahorita ni siquiera me entiendo a mí misma —replicó entre sollozos—. Lo siento. Vámonos, Phoenix.
—Kacey, ¿estás ahí? ¿Hola? —Sacudió una mano, sin quitarle la vista de encima, a su hermana se le notaba en el rostro la preocupación. Isabella intentó zafarse el cinturón con torpeza hasta que lo logró, y jaló la puerta, imitando los movimientos propios—. Me tienes preocupada, no puedo irme a casa sin saber qué le pasó a mi sobrina. Entiendo que tienes tu privacidad, pero si ayer me llamaste para decirme que la niña tiene problemas de memoria y que la vas a llevar al día siguiente a una cita de control, ¡Mujer, sería muy difícil pasar de ello!
Se fue a la cajuela a sacar una sombrilla. La abrió y la alzó lo más alto que pudo para taparse las tres. Le pidió a Vance que le explicara a los demás por qué habría un retraso. Él suspiró y se limitó a asentir. Kacey advirtió que la persistencia de Isabella, también se debía a que quería ver si la podía convencer de compartir tiempo con ellas, que cambiara su rutina un poco, como si la tuviera realmente.
Tiritaba de frío. El pantalón y el suéter empapado, provocaban que arrastrara los pies al subir la acera y se le hiciese más pesado andar con Phoenix aferrada al pecho. Su hermana no dejó de llamarle la atención: le dijo que cómo se le había ocurrido bajarse en media lluvia, sin haberse puesto a pensar que podrían resfriarse. Ella apartó la cara al sentir el estornudo de Phoenix pringarle el pecho tres veces.
—¿Ves lo que te digo? —Isabella sacudió la sombrilla al llegar a la casa mientras se limpiaba los pies al entrar—. ¡Ay, Kacey! A veces no sé qué sucede contigo; parece que al instinto maternal lo tuvieras en cero. Te estás comportando como si tuvieras quince de nuevo.
Kacey jaló una gaveta para sacar una tijera. Cortó el sobre de un té natural, volcó el polvo dentro de una máquina y le agregó agua. Apretó un botón, lo dejó calentando para ella y Phoenix.
—No te preocupes más; ya puedes irte. Yo me encargaré del resto. Gracias por todo. Nos veremos en la reunión de mañana. —Se quitó el abrigo y lo dejó en el desayunador, junto a las llaves—. ¿A qué hora se supone que es?
—A las nueve de la mañana y esto se deja en el secador ¡Ahora hay que encontrar un palo de piso para limpiar este reguero!
Su hermana agarró el abrigo y dejó en la lavandería, molesta por el desorden. El cuarto de lavandería quedaba en medio de las escaleras y el garaje, que también se utilizaba como un mini gimnasio. Isabella le contestó que no se podría ir hasta dejarle las facturas a Trey. Kacey la quiso tranquilizar, pero entendía que se metería en problemas si no lo hacía. Se frotó la sien; no quería escucharla hablar tanto.
Inspeccionó las ollas para ver si alguno de ellos había hecho el almuerzo.
—De verdad, ya te puedes ir; muchas gracias. Te están esperando; Vance quiere llegar a casa. Y seguro mamá y las demás están hambrientas —insistió mientras terminaba de servirle el té en un biberón a Phoenix.
Escuchó a su hermana decirle a su sobrina que irían a cambiarse de ropa, y le dejó las facturas a Trey prensadas con la tetera en el desayunador. Phoenix estaba estornudando muchísimo. Kacey suspiró ante la terquedad de su hermana; sabía que no se iría hasta que le dijera qué ocurría con su sobrina. Se volteó hacia el lado del televisor, apretó la cuchara contra el sobre del té para exprimirle todos los nutrientes posibles para combatir el resfriado, le dio un par de sorbos y lo dejó en el desayunador. Destapó las ollas para servir la comida, y agradeció que el almuerzo estuviese caliente. Era un sartén lleno de carne molida.
Un par de puertas se abrían y cerraban en la planta de arriba. Kacey no podía saber de qué hablaban a esa distancia, pero al menos supo que apenas estaban ordenando el equipaje. Agarró unos bollos de ajonjolí que estaban a la par del sartén, con un nudo a medias, para evitar que entrasen las moscas. Se hizo un Sloppy Joe de carne molida, un sándwich rápido y muy rico, uno de los favoritos de Dash.
Su hijo bajó las escaleras corriendo.
—Mamá, ¿al final qué te dijo el doctor? —él se quedó en el arco de la cocina.
—¿Cómo te fue en el viaje? —Ella terminó de llevarse otro bocado a la boca para ganar tiempo en saber cómo decírselo.
—Bien, bien; estuvo muy bonito. Pero, ya dime, ¿qué te dijo el doctor?
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