Capítulo VIII: Contigo, hasta comería pan con cebolla (última parte)
—¡Dame un momento, que apenas estoy llegando! —Kacey suavizó el tono, encorvó los hombros y puso los codos en el desayunador para darle otro mordisco al sándwich.
Inclinó la cabeza, esquivando a Dash con la mirada, para ver quién bajaba las escaleras. Pronto se dio cuenta de que era Isabella en compañía de Phoenix. Le dio otra mordida al sándwich, mientras su hijo destapaba las ollas para servirse el almuerzo. Estaba intentando encontrar una forma de saber cómo decírselo, pero temía que la odiara, porque después de todo lo único que le había quedado de información era que el Síndrome de Alcoholismo Fetal era cien por ciento prevenible en comparación con otras alteraciones genéticas como el Síndrome de Down u otras discapacidades intelectuales similares. Lo único que se debía hacer para prevenir que un bebé tuviese lo mismo de Phoenix, era no ingerir bajo ninguna excepción, ni antes, ni durante el embarazo, ninguna sustancia ilícita.
Masticaba como si la comida tuviese que desintegrarse en su boca para poder tragarla, y su mirada se enfocó en su hermana: le estaba diciendo a Vance por teléfono que, debido a las circunstancias, tendrían que empezar el café sin ella. Se odió a sí misma por sentir que la estaba atrasando, que le robaba su vida. Isabella después de todo tenía razón: no podía llamarla el día anterior para preguntarle algo tan serio como un problema de memoria en la niñez, para después echarla sin decirle qué había sucedido en la consulta médica.
Trey subió las escaleras mientras le avisaba a Dash, que todo estaba listo. Pasó por la cocina al escuchar a Isabella decirle que no se fuera sin recoger las facturas del hospital. Él se las metió al bolsillo del pantalón, le dio un abrazo de medio lado y se agachó a darle un beso en la mejilla a Phoenix, quien comía en la silla de bebés; tenía la cara manchada de la salsa roja de la carne molida. Kacey apartó el plato; con solo ver a su hija se le quitaron las ganas de comer.
—¿Cómo les fue en el hospital? —Trey enfocó su atención en ella.
Dash le contestó a su papá con la boca llena, haciendo un gesto con sus manos, que eso mismo le había preguntado hacía rato. Isabella siguió dándole de comer a Phoenix; se veía algo incómoda, pero se notaba que se estaba esforzando por actuar con normalidad como si la llamada de anoche no hubiese sucedido. Kacey tragó el refresco para bajar la comida; sentía que se estaba asfixiando por no haberse tomado el líquido antes.
Dash, por su parte, seguro se había acostumbrado tanto a su inestabilidad que al final, ya parecía haber dejado de insistir, hasta que Trey retomó el tema.
Kacey ya no podía seguirlo aplazando.
Sacó del bolso los folletos que le había dado el doctor y movió la cabeza, todavía sin creer lo que iba a salir de su boca. Se cubrió los ojos con ambas manos, al sentir el roce de su exesposo agarrar uno, lo oyó leerlo para sí, en un volumen tan bajo que los demás no lo escucharon. Isabella y Dash le preguntaron qué decía, pero él tampoco supo cómo iniciar la conversación.
Trey colocó el folleto en la mesa. Kacey, sabía que no se pondría a leerlos porque quería escuchar su versión. Ella se apartó las manos de la cara; tenía la vista irritada y turbia, casi como si le hubiesen echado esas gotas para el examen de la vista en las pupilas.
—El tema es super largo, por eso les di los panfletos. Hay un término que agrupa cuatro rangos diferentes, que tiene al menos dos características de lo que es el Síndrome de Alcoholismo Fetal, que se conoce como una condición que se le diagnostica a alguien que cumple con todas las características físicas. Los otros tres son más como desórdenes de conducta, problemas de coordinación; y cómo se desenvuelven varía dependiendo del área que esté afectada en el cerebro. El nombre dice por qué lo causa.
Hubo un silencio grupal en la habitación; solo se escuchaba a Phoenix pedir más comida.
Kacey se jaló uno de los dedos, donde estuvo alguna vez su anillo de matrimonio. Agachó la cabeza y tragó saliva como si se estuviera esforzando por repasar la información que había leído en los panfletos, tamborileó los dedos en el desayunador; las manos le sudaban, aunque no estuviese agarrando nada. Tenía que distraerse con algo o sentía que se moriría. Volvió a ver a Dash; él era el más afectado de todos: se puso la mano en la boca como si quisiera frenar lo que ya sabía que iba a pasar. Kacey le apartó la cara al darse cuenta de que iba a llorar.
—Es la única condición, comparada con el autismo y demás desórdenes genéticos, que es prevenible. Lo único que se debe de hacer es no tener ningún tipo de vicio. El doctor me explicó que algunos embarazos suelen ser más sensibles a los efectos del alcohol que otros: la genética y la nutrición de la madre pueden incrementar el riesgo de que el feto se vea expuesto a esto. Entonces, eso explica por qué rara vez algunos niños nacen entre lo normal, a pesar de que sus mamás bebieron, y la gran mayoría no lo hace.
Asintió al escuchar sus propias palabras y se llevó una mano a la boca para frenar el llanto. Después de un rato, continuó hablando:
—También tiende a confundirse con diagnósticos de otras discapacidades intelectuales por el gran parecido que comparte con varias de ellas. Aprendí que ellos a veces, pueden comunicarse como nosotros al crecer, o inclusive con un léxico avanzado, dependiendo de lo que vayan escuchando. Pueden tener coeficientes intelectuales por encima del promedio, pero, la falla se nota en esos pequeños detalles: la conducta, los daños en el sistema nervioso central y los problemas de coordinación.
Asimiló el daño que había hecho, al soltar la verdad de la que Phoenix no estaba enterada. A Dash se le escapó una tos como si se estuviera riendo, aunque en realidad solo estaba luchando por contener su llanto. Kacey notó que se retorcía en el banco, su pecho sufría espasmos y solo abría la boca para respirar por medio de ella porque la voz se le oía distorsionada; también cerraba el puño, apretando la servilleta de salsa. El plato había quedado a medio terminar, y eso que él amaba los Sloppy Joe's.
Las palabras que le salieron de la boca ni siquiera llegaban a ser eso; parecía el jadeo de una momia en las caricaturas. Las venas de su frente sobresalieron como pequeñas ramificaciones, como si le fuese a explotar la cabeza. A veces, tragaba saliva para evitar que se le cayera la baba, y los mocos ya estaban saturándole la nariz. Su exesposo abrió la puerta del refrigerador, abrió el mueble que estaba justo al lado para servirle a Dash un gran vaso de agua fría, y le pidió a Isabella que consiguiera unas aspirinas en el baño, que estaba a un costado de la sala.
Dash se llevó una mano al pecho, apartándola del vaso que le habían ofrecido, y le replicó a su papá que un estúpido vaso de agua no haría que se calmara. Intentó no ahogarse de nuevo; no podía creer que la causa del comportamiento de Phoenix ahora tuviese sentido. Se llevó las pastillas que le dio Isabella a la boca y se las tragó sin necesidad de agua.
Aunque que no se sentía cómodo llorando frente a los demás, no podía controlarlo. El rastro de lágrimas volvía a reanudarse en sus mejillas como la llave que se había dejado goteando a medias.
—Dash, si de verdad hubiese sabido lo que iba a sucederle, no lo habría hecho. Espero que algún día, todos ustedes y los que están por enterarse, puedan perdonarme.
Su hijo asintió y apartó el rostro de sus manos. Sus labios palidecieron al tragarse los insultos que seguro le diría. La vio directo a los ojos con una decepción que no tenía precio; sus ojos la escrutaron como si quisiese desaparecerla con solo intercambiar una mirada. Su cuerpo estaba en una batalla interna por controlarse. Sabía que estaba luchando por decirle algo, mostraba los dientes como si estuviese formando las vocales de la oración que quería salir de su boca, pero Kacey solo recibía más silencio y eso la desesperaba.
El llanto se interponía en la garganta de su hijo. Ni siquiera podía hablarle, solo tosía y seguía llorando. Isabella se acercó con cautela, creyendo que tal vez era hora de darle uno de esos abrazos que siempre le daba a la gente, de esos que sanan el alma en los tiempos más oscuros. Sin embargo, él se levantó de la silla, queriendo liberarse de cualquier muestra de afecto que empeorase su estado de ánimo, y pegó la cadera contra el refrigerador al tropezar en plena huida. Se fue cojeando hasta sacar a su hermana de la silla, quien ya estaba harta de la tensión. Dash le puso la mano sobre la cabeza, como si estuviese protegiendo que ella la viera directo a los ojos.
—Bueno, en verdad me gustaría quedarme a ayudar, pero ya deben de estar esperándome —dijo Isabella—. Es super tarde, aunque estoy segura de que Vance y los chicos pudieron atenderlos bien, pero qué pena.
Trey le preguntó si se iba a ir caminando y se ofreció a llevarla por lo tarde que era, a pesar de que ella se negó por el desenlace de la situación. Isabella alzó una mano para despedirse con una expresión de inquietud en el rostro. Trey se volteó para decirle a Kacey, antes de cerrar la puerta, que regresaría para hablar sobre el caso de Phoenix con más calma.
Kacey caminó hasta el arco que daba hacia la sala; la chimenea del etanol estaba encendida. Se asomó hasta el sillón para ver de dónde venía el llanto, y permaneció con los brazos cruzados viendo la escena. Dash estaba semiacostado contra el respaldo del sillón y tenía la mejilla apoyada contra la cabeza de su hermana. Phoenix se había quedado dormida en su pecho, a pesar de escucharlo sollozar.
Él ni siquiera se había percatado de que ella lo estaba viendo todo; le acariciaba el pelo a Phoenix como si fuera una muñeca. Kacey nunca lo había visto tan afectado en su vida, pero podía comprender que al haberla cuidado todo ese tiempo, el golpe era muchísimo más grande para él que para ella.
—Vas a ver, Phoenix, esto se va a arreglar. Te vas a curar, vas a ser lo que quieras ser en un futuro y lo vas a lograr como todo lo demás. No llevas ese nombre sin un propósito. Sé que vas a ser feliz. Papá y yo vamos a estar ahí para verlo.
La voz del adolescente salió atropellada y desigual, a causa del llanto; algunas veces en tonos más afinados y otras, más graves. Le seguía repitiendo lo mismo, como si él se quisiese convencerse de ello. De vez en cuando lo variaba un poco diciéndole que los niños podían ser despistados la mayor parte del tiempo a esas edades, pero eso no significaba que fuesen unos tontos; solo eran diferentes, y eso no debía de importarle a nadie. Kacey cerró los ojos al escuchar la determinación de su hijo. No podía atreverse a decirle que no había cura para ello, que el daño cerebral sin importar el rango de su severidad era irreversible.
Trey anunció que había regresado. Con solo escucharlo cerrar la puerta de la cocina lo hubiese averiguado, pero tal vez lo anunciaba para hacer sentir a Dash menos afectado. Su hijo dejó de repetir lo que le había dicho a Phoenix y no le dio la gana de voltearse a ver a su papá; sentía que era mucho trabajo estirar la cabeza por encima del sillón al tener a su hermana durmiendo en su pecho.
Él se quedó de pie junto a Kacey, e intercaló una mirada entre ella y Dash, pensando que había pasado una tragedia; ella le supo dar a entender en silencio que su hijo solo estaba dolido. Lo vio dar una vuelta al sillón por el lado más corto, se puso de cuclillas y le preguntó a Dash si podía sentarse a la par de él. Al principio el adolescente le advirtió que no quería tener a nadie cerca, pero después no se opuso más. Kacey buscó el vaso de agua fría, lo puso en la mesa de etanol y se sentó en el sillón, dispuesta a explicarles la última parte, aunque eso significara destrozarle el corazón a su hijo.
Lo último que le faltaba para ganarse el premio a la peor madre del mundo sería haberse alejado de ahí pretendiendo que no había escuchado esas afirmaciones.
Trey, por su parte, no parecía tener una preferencia en gastar sus energías en ver quién era el culpable y quién no. Aunque Kacey viese que él también estaba dolido en un grado similar al de Dash, reconocía que su tranquilidad era una cualidad que la hacía sentir más culpable de haberlo perdido a él también.
Se bajó del sillón con cautela. Los dos estaban a menos de un metro, pegando hombro con hombro junto a Dash, como en los viejos tiempos. Se quedaron en silencio por un gran rato, escuchando el crepitar del fuego, la respiración de su hija al dormir, los sonidos de los animales nocturnos que se posaban en los árboles del vecindario y el lejano sonido de las olas a unos metros de distancia.
Ella le puso una mano en el hombro a su hijo, le acarició la espalda y la volvió a quitar tan rápido como la puso encima. Aunque a Dash ya ni eso parecía molestarle, pero a ella sí, porque él en su cabeza seguía pensando con ese atisbo de esperanza que a ella se le deshizo al escuchar el reporte del doctor en la mañana. No quería pensar qué podría imaginarse Trey.
—Hay algo que debo decirte. —Su hijo le preguntó con somnolencia qué era. Ella volvió a quitar la mirada y se quedó muda por varios minutos—. No existe una cura para lo que tiene, el daño es irreversible.
Lo detuvo pidiéndole que le dejara explicarle lo que le había dicho el doctor.
—Sin embargo, ninguna condición que afecte su salud nunca tendrá porqué definirla. Phoenix tiene sus fortalezas y debilidades como cualquier persona. Además, tampoco eso significa que todo esté perdido; solo me explicaron que habrá que saber adaptarse a su condición y trabajar en equipo con lo que ella nos vaya permitiendo.
Trey estuvo de acuerdo con ello. Dash solo asintió con un movimiento hermético, como un robot, con la mirada perdida en algún punto de la sala; se rehusaba a hacer contacto visual con ella. Las lágrimas brotaron de nuevo de sus ojos. Trey y Kacey unieron sus manos al intentar abrazarlo. Al principio lo notaron, pero ya no les importó demasiado, e hicieron un emparedado al abrazarse, de esos que le gustaba a Phoenix cuando estaba de buenas.
—No te angusties tanto, esto solo confirma lo que supiste antes que nosotros. Ya hemos sabido cómo cuidarla sin saber de ello, y podremos volver a hacerlo como dijo tu mamá —le aseguró Trey.
Dash pareció sentirse mejor.
—Quiero pedirte una disculpa —le dijeron al unísono.
Trey habló primero:
—Perdónanos por haberte dejado a cargo de Phoenix por tanto tiempo y por prestarle atención más a ella que a ti, cuando tal vez muchas veces enterraste tus propias emociones para no molestarnos.
—No, papá. —Dash se rio mientras se limpiaba las lágrimas, conmovido por las palabras y la sensibilidad del momento—. Ni siquiera deberías sentir la obligación de tener que disculparte conmigo. Estamos bien; siempre lo hemos estado, hacen lo que pueden. Es solo que a veces me enojo, cuando me mienten, cuando... ya sabes.
Dash se encogió de hombros y le chocó los puños a su papá como si fuese su mejor amigo; en realidad, parecía que lo era. Kacey se sintió inferior al ver la química que tenían. Se quedó en silencio por un largo rato, con un dolor que le crecía en el pecho. Ninguno de ellos fue lo suficientemente curioso como para preguntarle qué iba a decir. Ella ya ni siquiera sabía que mencionarle a su hijo que fuese lo suficientemente bueno para poder compensar cada error que había cometido, ni mucho menos sentía que podía encontrar las palabras adecuadas para elogiar lo comprensible que había sido su exesposo con ella. Aún no podía creer que, después de todo lo que dijo, no la odiase a muerte.
A veces el silencio es más poderoso que las palabras. Permanecieron unidos en un abrazo hasta que se les entumecieron los hombros y con eso le bastaba.
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