Capítulo VII: Para muestra, botón (I parte)

Phoenix estaba sentada en la silla de bebés con el babero puesto. Se movía aferrándose al seguro de la silla al mismo tiempo que golpeaba su plato de plástico con fuerza sobre la mesa. Balbuceaba algo inentendible y señalaba al pastel; seguro ya se estaba muriendo por comer. Dash le arrebató el tenedor antes de que se lo metiera en el ojo al hacer esos movimientos tan bruscos y sus papás le llamaron la atención a su hermana por su comportamiento tan inapropiado.

Dash se volvió a sentar e intentó cohibir su risa para seguirle cantando el Feliz cumpleaños a su papá, pero no podía concentrarse al ver a su hermana chuparse los labios porque quería meter los dedos en el lustre. Su papá sopló las velas, guardándose el deseo para sí mismo. Ninguno acostumbraba a compartir lo que pedían; en la casa se creía que los deseos nunca se cumplían, así que se hacía más por tradición. Dejó las llaves de la casa en el desayunador donde comían y se puso de pie para felicitar a su papá. Enroscó los brazos en sus hombros y giró la cabeza para darle un cálido beso en la mejilla. Mantuvo pegado el rostro al de él por un rato mientras reflexionaba lo mucho que su presencia significaba en su vida en comparación con lo negligente que era su mamá. 

No sabría qué sería de su vida sin él. Le dijo unas bonitas palabras y le dio unas palmadas en el hombro hasta que se zafó de sus brazos. Su papá le contestó que tanto a Phoenix como a él, los consideraba dos ángeles que Dios le había enviado del cielo. Kacey se aclaró la garganta al escuchar el comentario y agachó la cabeza, enfocándose en repartir los pedazos que le correspondían a cada uno. Dash notó que ella todavía no se había acercado a felicitarlo. Parecía decaída, pero no quiso hacer la situación más pesada con alguno de sus comentarios; supuso que ya lo había hecho al despertarse. Se sentó con sus manos entrelazadas a esperar su porción. A la primera que le sirvieron tuvo que ser a Phoenix, la princesa de la casa, porque ya se la veía incómoda por estar esperando en la silla; y la verdad es que después de un rato, su llanto le rompía los tímpanos a cualquiera. La pequeña cesó su lloriqueo tan pronto le dieron el pastel.

Le dio pena ver que su papá aún no hubiese recibido ningún regalo. Lo único que se le había comprado era algo bastante simbólico: unos cupones para gastar en sus tiendas deportivas favoritas. Le dio otro par de cucharadas a su hermana hasta que el plato quedó limpio y ella, con sus mejillas manchadas de chocolate, le pasó una servilleta por la boca.

La sacó de la silla y la dejó descargar su energía correteando por la sala sin perderla de vista. Su mamá estaba echando las sobras en el basurero y su papá, cerrando el maletín para irse al trabajo.

Atrapó el paño que le había lanzado su mamá para limpiar la mesa y vio cómo su papá cerraba la puerta de la cocina con el teléfono en la mano. Estiró su brazo para seguir limpiando la superficie del desayunador. Trey asintió con una sonrisa al escuchar la voz al otro lado de la línea. Dash se percató que se trataba, de sus abuelos paternos, al escucharlo mencionando el nombre de su abuela Hazel. Metió la maleta que siempre cargaba consigo en el asiento del copiloto. Dash apartó la mirada y continuó con lo suyo, sintiéndose algo desanimado por la situación actual.

Kacey se retiró de la cocina, diciéndole a Phoenix que era hora de irse a donde vivía la señora Fraser, entre ellas se escuchaba intercambiar algo parecido a una conversación.

Su papá abrió la puerta de la cocina y le preguntó si quería aprovechar la oportunidad de darle un aventón; apuntó hacia afuera, sosteniendo sus llaves con un pulgar levantado. Lo instó a que se apresurara para evitar irse en carreras hasta la Oficina de Correos en su bicicleta. Sin embargo, Dash, se excusó diciéndole que no quería que llegara tarde al trabajo y le agradeció, a pesar de que Trey le aseguró que todo estaba bien. En realidad, quería ir a comprarle un perfume con sus ahorros; lo había visto en una de las tiendas hacía unos días. Le insistió para que se marchara, y se preparó para emprender su propio viaje. 

Vio pasar a su mamá por uno de los arcos de la cocina para despedirse de su papá. Escuchó a Trey consolar a su hermana por unos minutos; el sonido de los besos arremetiendo contra su mejilla llenaban la cocina con el eco de su risa. En un momento se detuvo para ver qué sucedía. él la cargaba en sus brazos como si le estuviera cantando una canción de cuna mientras le decía que la vería en la tarde. Kacey le dio un beso en la boca a su papá y Dash sintió un profundo alivio al verlos unir los labios por unos segundos. Se volvió a concentrar en terminar de empacar y se regañó a sí mismo por haber exagerado al pensar, que su relación se iba a terminar por el incidente de las botellas.

Gritó un «¡Hasta luego!» desde el garaje al escuchar que su papá se iba. Cogió unas tijeras para cortar la cinta y se la pegó en la camisa para tenerlas a la vista. Luego empezó a meter el folio de hojas por categoría dentro de la caja; llevaba el nombre de la materia con adhesivos de colores en cada portafolio y la información personal impresa a un lado. Reconoció que le estaba costando mucho trabajo mantener la misma disciplina desde la comodidad de la casa, pero se sentía orgulloso del esfuerzo que estaba haciendo hasta el momento. El resultado de las tareas se le haría llegar por mail. El lunes se repetiría el mismo ciclo, y así se mantendría hasta el verano, cuando terminara el período escolar a principios de junio.

Se fue al patio trasero a sacar su bicicleta, le puso el freno y metió la caja en la canasta. Tocó la bocina de la bici y levantó una mano, saludando a la señora Fraser y a Phoenix, que estaban afuera del jardín vecino junto a Randy, quien cada mañana, como de costumbre, estaba arreglando el jardín. Su hermana ya iba a salir corriendo a la calle al reconocerlo, pero la señora la convenció de volver a donde estaban antes de que pudiera pasar un accidente. Dash regresó su vista a la carretera.

Aspirar el aire puro que inundaba sus pulmones, lejos de los tumultos de las ciudades metropolitanas próximas a la costa central californiana, era su parte favorita del viaje. Aunque a veces las ruedas de la bicicleta traqueteaban, sacudiendo su cuerpo al pasar por algunos baches en el camino que le hacían castañear los dientes del impacto, como si fuera un taladro.

En la reunión que tuvieron con la directora, ella les había explicado tanto a Damon como él, que los encargados de la Oficina Postal comenzarían a recibir las entregas relacionadas con la secundaria como máximo quince minutos después de haber abierto. Si no estaban presentes a esa hora para firmar, por alguna u otra razón, entonces todo el esfuerzo de la semana se les iría por el drenaje. Los negocios comenzaban a abrirse; algunas campanas que estaban colgadas en las puertas sonaban cuando algún cliente entraba. A pesar de ser un día laboral entre semana, las calles no se veían tan concurridas.

Era super aburrido estar encerrado la mayor parte del día con la cabeza enterrada en los libros o en la computadora; le hacía falta ver a Daiki en los recreos, relacionarse con alguien de su edad. De vez en cuando intercambiaban mensajes durante la semana, para hablar sobre otros temas que no fuesen académicos, pero la mayoría del tiempo no podían hacerlo, ya fuera porque Daiki estaba en entrenamiento con el equipo de esgrima después del colegio, porque debía trabajar como cajero en el restaurante familiar, o porque los fines de semana llegaba cansado de sus clases de taekwondo, y eso que apenas llevaba cinco días trabajando así.

Dash agradecía que al menos se le hubiera permitido integrarse con sus compañeros como si estuviera presente en clases, con ayuda de las herramientas tecnológicas, para poder reunirse ocasionalmente con ellos, siempre y cuando hubiera algo que hacer en equipos. Los profesores le habían entregado un cronograma con todas las pruebas que tendría que rendir el resto del año; esas eran las únicas excepciones donde podía pisar el colegio hasta nuevo aviso. Debía de presentarse portando el uniforme en la secundaria para hacer los exámenes y volver a casa apenas terminara, como si fuera un criminal. No sabía cuánto tiempo aguantaría estudiar con ese sistema tan tedioso, pero era peor no estar haciendo nada, y le reconocía a Leah esa buena acción.

Pateó la puerta con la punta de sus tenis y empujó el vidrio con una de sus manos, después vigiló que la caja no se le cayera al suelo. Entró de medio lado, dejando que la puerta se cerrara sola. La Oficina de Correos era bastante pequeña; solo estaban atendiendo cuatro dependientes. Se puso a hacer fila detrás de cinco personas mayores, que se iban desviando hacia los lados según los iban llamando.

En una esquina del mostrador, había una especie de letrero con las siglas de la secundaria que tenía un dibujo del tigre blanco. Dash se desvió a esa dirección. Una chica rubia de ojos verdes explotó su goma de mascar mientras digitaba algunos códigos en la computadora. Cuando pudo alzar la vista, él ya se encontraba frente a ella. Puso la caja encima del mueble. La muchacha le pidió el carnet estudiantil y continuó haciendo su trabajo sin mucho entusiasmo. Él se lo pasó por el mostrador. Ella se quedó viendo a la foto y se lo devolvió al verificar lo que quería. Lo reconfortó el darse cuenta de que no parecía ser de esas personas entrometidas que lo reconocían en el pueblo como un matón.

Después de un rato, la muchacha le pasó una hoja para hacer el trámite. Le señaló dónde debía escribir la dirección de la secundaria y cómo se pegaba la postal en la caja. Él agarró el lapicero del mostrador, se inclinó para apoyar el brazo y comenzó a escribir. Por lo general, el carnet estudiantil se portaba dentro de un gafete; los estudiantes se lo colgaban en el cuello al vestir su uniforme, y dentro de la institución se utilizaba sobre todo para poder entrar y salir de la secundaria. Los salvaba de realizar muchos procesos —por ejemplo, les permitía saltarse la fila al sacar algún libro de la biblioteca para hacer tareas—, e incluso se les ofrecía descuentos en la cafetería a los no becados para evitar que la perdieran. Esa era la única forma de identificarse dentro del lugar.

Gregory se apartó al verlo pasar, dándole la oportunidad de retirar el dinero en paz; él era el primero que estaba esperando en la fila. Cuando Dash iba caminando hacia la salida, se encontró a Damon de frente, cargando su caja a última hora; nunca perdía el glamour de su vestimenta, ni siquiera en las situaciones más ordinarias: parecía venir de algún lugar ostentoso o algo similar porque, a diferencia de él, todos los demás vestían ropa bastante sencilla. Sus ojos grisáceos se ensombrecieron apenas la luz del sol se alejó de su rostro. Damon bufó, y se apartó de su camino, como si estuviera huyendo de una horrible peste supercontagiosa. Dash se echó para atrás, molesto por la inmadurez de Damon, puso los ojos en blanco cuando la puerta se cerró detrás de él. Murmuró que ni siquiera los estúpidos boletos le habían servido para disculparse, tanto que le había dolido el desprenderse de ellos.

Salió de allí, pedaleando de regreso a casa. Se sentía feliz de haberse librado del tumulto lo antes posible. El precio de levantarse temprano había tenido su recompensa.

Le extrañó que ninguno de ellos se hubiera molestado en acercarse a saludar a Damon. La amistad parecía haberse deteriorado. Además, se quedó con la intriga de por qué los habían suspendido a ellos también. ¿Estarían conectados con el tiroteo de los miembros de ambos equipos? Sin duda se lo contaría a Daiki ese fin de semana.

Dejó la bicicleta tirada en el césped del patio trasero. Su mamá lo recibió en la cocina con el palo de piso. Tenía las mejillas rojas del calor que provocaba el horno. Estaba cocinando unos tacos al Pastor que le rindieran para el resto del día; eran los favoritos de Trey.

Dash se llevó una mano a la frente al caer en la cuenta de que se le había olvidado comprar el perfume que le quería regalar a su papá. Su mamá le preguntó qué le pasaba al escuchar que se estaba riendo solo por lo olvidadizo que era. Él le contó el motivo.

—¡Me hubieras dicho mientras estabas allá! Hace un rato salí a comprar los ingredientes para hacer estos tacos. —Su mamá se agachó para sacar la cacerola del horno y se quitó los guantes tan rápido como colocó la bandeja en la encimera—. Ayúdame a ponerle la salsa verde.

Kacey se chupó los dedos al tiempo que daba un par de brincos al haberse quemado. Dash le preguntó mientras volcaba la salsa picante encima de los tacos, si había dejado a Phoenix sola al irse al centro.

—¡Ya empezamos de nuevo! —Le aseguró que esa vez no había cometido el mismo error—. Pero, puedo salir a comprarlo antes de que él venga —le ofreció, y Dash asintió de acuerdo.

Su mamá le contó que no había tenido problemas al hacer los mandados porque esas dos horas, era el tiempo estipulado que la señora Fraser utilizaba para hacerle el gran favor de cuidar de la pequeña.

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