Capítulo VI: ¿Saben qué le pasó a Skate? (II parte)

A Damon le hicieron una pequeña fiesta ese fin de semana. Algunos de sus amigos habían aparecido junto a sus padres, cargando los sacos de dormir en sus espaldas; otro había llevado un par de videojuegos que habían quedado pendientes de estrenar en la consola, y el último había llegado con un montón de comida chatarra para pasar la noche en vela. Los adultos, por su parte, se habían ido a la fiesta de compromiso que Delilah y Robert iban a celebrar. 

La secundaria había trasladado el feriado del Día de Martin Luther King, que se celebraba el mismo día que el cumpleaños de Damon, el 15 de enero, para el viernes de esa semana. Faltaba todavía una semana para anunciar el regreso a clases.

Los chicos subieron a la habitación. Desde que se dio la pelea, mientras se recuperaba, ya se había acostumbrado a tener que pasar el rato encerrado en su cuarto. Contaba con un baño privado, cuya entrada tenía las letras de su nombre arriba de la puerta.

En la entrada principal de la habitación había una alfombra que tenía escrito: «Vete de aquí». Las paredes de los lados eran de color azul oscuro y en la que se encontraba el mural de premios en el que estaba colgaba su camisa de fútbol americano era amarilla con dos rayas de color celeste que cruzaban de arriba abajo, como si alguien le hubiese pasado una pincelada, y estaba detrás del televisor. En el mural había diferentes cuadros de él posando con el equipo de los Tigers, un par de certificados enmarcados y listones de colores de cuando fue premiado en sus diferentes habilidades fuera del deporte.  

Los colores que predominaban, en la moderna habitación, eran el amarillo, el azul, el celeste y el blanco. Al lado derecho, diagonal al futbolín, había dos puff de color celeste con puntos verde manzana. 

Gregory y Thomas fueron los primeros en sentarse a encender la consola, y a Tyler Holt le tocó empujar el sillón reclinable de color azul que se encontraba en la otra punta de la extensa habitación, a un lado de la biblioteca de madera, que quedaba en diagonal a la cama de Damon. 

Había una plataforma aérea hecha de madera colgada en una esquina de la pared, donde estaban colgados unos vasos de plástico. Damon vertió las gaseosas en los vasos y Gregory le hizo el favor de sostenerlas para írselas sirviendo a los demás.

La cama era de tamaño King, lo suficiente grande para caber tres personas, el tamaño de su cuarto sobrepasaba el promedio de lo que se acostumbraba a ver. El televisor se encontraba al extremo opuesto de la habitación, al menos diez metros enfrente de la cama, apoyado en una superficie de madera que tenía el diseño de una letra Z en una forma algo abstracta, servía como división entre el televisor y las pequeñas repisas donde estaban colocados sus trofeos. 

Había dos parlantes de color café claro a los costados y también tenía una guitarra acústica cerca del futbolín. En la pared del lado derecho, había colgado unos cuadros de superhéroes de sus cómics favoritos, en el mural detrás del televisor, había unas letras intercaladas en color celeste y blanco, en medio de los recuadros que decían: «Orgullo Tigre». 

Damon se sentó con un plato de comida chatarra que después le pasó al resto. Dejó que sus amigos se divirtieran probando la nueva consola y puso los ojos en blanco al verlos pelear por quién usaría los controles de primero, como si no tuvieran acceso a ese tipo de privilegios. Ellos se preocupaban solo por jugar, pero él ya tenía planeado en su cabeza otra actividad; aquella fiesta de compromiso que los adultos celebraban en el patio, era la ocasión perfecta para tener a sus amigos en casa y poner en marcha su estrategia.

Se giró en la silla giratoria que tenía frente al escritorio. Esa era su área de trabajo, donde tenía el calendario de frente y un cuadro gigante con el escudo de un dragón en tonalidades azul oscuro y celeste. El escritorio también era azul con ciertas partes blancas; era uno de IKEA.

Sus amigos le agradecieron al escuchar el distinguible pitido del aire acondicionado refrescándoles el rostro.

Tenía un reproductor de música que terminó apartando, y continuó moviendo un par de libros de diferentes asignaturas que había dejado apilados uno tras otro, desde la semana anterior. Se estremeció al recordar que hacía ocho días lo habían internado de emergencia por culpa de Dash.

—¿Saben qué le pasó a Skate? —preguntó al fin, y buscó las entradas VIP del partido de la NBA que se haría al día siguiente en el Staples Center, en Los Ángeles, hasta que dio con ellas.

Ocultó los tiquetes debajo de unos libros y se volteó, esperando que alguien le respondiera. Sus amigos no parecieron haberlo escuchado por el sonido de los parlantes. Señalaban a la pantalla, emocionados. Uno de ellos ayudaba a perder al otro para avanzar más rápido con el uso de los controles, que apenas eran dos. Damon repitió la pregunta, esta vez más fuerte. Los tres giraron la cabeza con la boca abierta, como si no recordaran en medio de la euforia quién era Skate.

—Nadie sabe qué le pasó. —Gregory pareció reaccionar más rápido que los demás—. ¿Por qué preguntas?

Los otros se voltearon a preguntarle por qué estaba tan obsesionado con contactarlo de nuevo, y continuaron con su actividad, encogiéndose de hombros.

—¿Vas a ver la transmisión del partido de la NBA de mañana? —le preguntó Tom Pearson después de un rato en silencio. Los otros dos se metieron en la conversación, expresando su deseo de poder estar en Los Ángeles para ver a Los Lakers.

Damon se mecía en la silla giratoria, con ambas manos detrás de la cabeza, algo aburrido.

—Sí, ya que no puedo salir hasta que los doctores se aseguren de que esté cien por ciento recuperado para regresar a la normalidad. —Carraspeó al darse cuenta de que todavía se sentía como un tonto al no poder de dejar de arrastrar las palabras—. De hecho, tengo estas dos entradas para el partido de mañana. Las iba a botar, pero ya que muestran deseos de querer ir al partido...

Se giró para buscarlas. Ahí entraría el soborno que había estado esperando realizar.

—¡Espera, espera, espera! —Gregory alzó la voz, sacudiendo las manos. Pausó la partida del juego y lo volvió a ver, incrédulo, como si le hubiese dicho un insulto, al escuchar que soltó semejante tontería de deshacerse de ellas.

El resto también expresó su desacuerdo, preguntándole por qué las compraría y después terminaría haciendo eso.

—Yo no las compré, me las dieron —dijo con un tono monótono.

—¿Y? ¡Nos las hubieras dado a nosotros, en vez de pensar en botarlas! —protestó Tyler con el ceño fruncido, negando con la cabeza. Damon suspiró porque no lo estaban dejando terminar de explicarles—. No puedo lidiar con tus excentricidades.

El grupo se rio y continuó con la partida.

—Quiero deshacerme de ellas porque la persona que me las dio, fue Dash. Mi papá me las entregó al llegar a la casa, en mi cumpleaños. Al principio, no le puse atención porque me encontraba demasiado desorientado con ese montón de medicamentos, pero me volvió a hacer la pregunta ayer. Como no recordaba nada, me contó que Hastings había llegado a dejarme los boletos con una enfermera el domingo pasado para disculparse conmigo. —Damon puso los ojos en blanco al pronunciar la última parte porque ni él se lo creía. 

Sus amigos se quedaron con la boca entre abierta y casi sin pestañear. Él les preguntó si alguien las quería, empezaron a bromear con voces cantarinas que no se le haría difícil escoger a su amigo preferido. Se sintió incómodo porque en realidad no prefería a ninguno. Enarcó una ceja y guardó silencio como si se lo estuviera pensando. Sacudió los boletos en la palma de la mano y volvió a ver el reflejo de su rostro en el piso de cerámica blanca.

—¿Y bien? —lo apuró Tyler—. ¿A quién elegirás?

—¿Cuándo se acaban las entradas? —preguntó sin contestarle.

Tyler vio su reloj y le dijo le que faltaban tan solo unas horas para comprar un tiquete, pero que esos eran más caros. Damon les dio la espalda y movió el mouse de su computadora. Ya había cargado la página desde mucho antes de que ellos llegaran a la casa; la pantalla parpadeaba y la computadora hacía un sonido extraño. Tenía la billetera en el escritorio. Sacó la tarjeta de débito y digitó los números. Los chicos se pusieron detrás de la pantalla con las manos en las caderas, viendo los trámites que hacía. Él no les prestó atención, y quitó de un manotazo las manos que amenazaban con mancharle la pantalla; Damon era bien delicado con sus pertenencias. Hizo unos estiramientos y le pidió a uno de ellos que le hiciera masajes en los hombros. Al principio sus amigos se rieron a carcajadas y se alejaron, pero luego se volvieron al escuchar para quién estaba comprando el tercer boleto. La transacción finalizó. Era otro boleto en primera fila. La empresa que los vendía solía sacar otros a última hora, a un precio mucho más caro que el original.

—¡Dios, eres genial! —Gregory le apretó el cuello; quería estrujarlo de la emoción.

Damon asintió, robándose el cumplido como una afirmación; no había necesidad de agradecerle, y sus amigos lo sabían. Se quitó de los brazos de Gregory y le dijo que estaba invadiendo su espacio personal.

—Sin embargo, aunque en otras circunstancias habría gastado mi dinero en ustedes con mucho gusto, esta vez lo hago con un solo propósito. Creo que lo estoy depositando en buenas manos.

Los muchachos intercambiaron miradas, sintiéndose presionados por quedar bien.

Damon alejó los boletos que le había obsequiado Dash. Ellos ya no se veían tan felices como antes. Era un hecho que a las personas no les gustaba hacer favores.

—Bueno, ¿y ahora cuál es el plan? —Suspiró Gregory, algo fastidiado, con una mano apoyada en la mejilla.

—Quiero que de alguna forma me averigüen qué sucedió con Skate. —Se volteó, al terminar de sacar la fotocopia de la impresora. Era un pase que le permitiría al tercero de sus amigos, obtener la entrada en la boletería al día siguiente—. Así tendrán los boletos para mañana en la tarde ¿Tenemos un trato?

Se puso delante del televisor. Thomas tuvo que pausar la partida.

—A ver, pensé que estábamos aquí para jugar y pasarla bien como siempre, no para ser los chicos del recado. —Gregory se comenzó a impacientar, y le pidió a Thomas que siguiera con el juego. Damon continuó explicándoles. Se rehusó a quitarse frente del televisor.

—No, espera, déjame ver si entendí: ¿estás sugiriendo que vayamos en vez de ti y regresemos aquí con toda la información antes de las tres de la mañana? No parece creíble ¡Estás loco! —Thomas Pearson hizo un mohín, encogiéndose de hombros. Parecía creer que él ya había perdido la cabeza—. Hombre, pues qué te digo, para mí que se murió, por eso no contesta. Es decir, seguro le ha pasado un montón de cosas en su vida ¿Qué importa?

—¡Ni que hubieran pasado treinta años! —Se rio Gregory, suavizando su malhumor.

—Cuéntanos, ¿el tal Hastings dónde consiguió esos pases tan caros? —preguntó Tyler, moviendo la cabeza mientras señalaba los boletos— ¿Qué no es becado?

Damon le dijo que no sabía, pero ellos no eran tan tontos; querían saber si las entradas eran reales. Por algo los había elegido como sus amistades: querían hacerse rogar un poco más. Era consciente de que, pese a la gran oferta del partido de mañana, ninguno aceptaría solo porque sí a aventurarse a ir a un barrio peligroso y desconocido, para buscar en un límite de horas a un chico sobre el que no sabían casi nada. Tal vez con un poco de tira y afloje, haría que tarde o temprano la tarea les pareciera más sencilla, solo debía darles más seguridad.

—Mi papá me dijo que las hermanas estas que salen en el programa de Suelta la sopa, son sus tías maternas. Dash le dijo que ellas le habían dado esos boletos como regalo de cumpleaños, en diciembre, si no recuerdo mal, para que él y su papá fueran a ver el partido. Pero, para compensar la situación, supongo que quiso dármelos a mí. Se cagó en toda mi vida, porque ni salir puedo hasta que me recupere por completo; todo es un maldito peligro para mi salud.

Los chicos reconocieron a las periodistas Hedley, a Kennedy y Hillary.

—Bueno, así sí; nos los has puesto más fácil —dijo Tyler, animando al resto—. ¡De por sí solo se vive una vez! Todo sea por el partido de mañana. ¡No puedo creer que vayamos a conocer al equipo entero de los Lakers! —Le dio una palmada en el hombro a Thomas que parecía asentir, con la mano en la barbilla, mostrándose más animado con la oferta.

El grupo se había quedado absorbiendo toda la información de lo que se creía que debían o no hacer en ese tipo de barriadas. Northbury quedaba a una hora de distancia de Fairview, y la noche apenas estaba comenzando. Los chicos le aseguraron que estaban de acuerdo en hacerlo a cambio de las entradas. Apagaron la consola y comenzaron a vestirse.

Damon abrió su ropero para alcanzar una caja de zapatos, en ella tenía escondida un par de prendas que Skate y los otros dos chicos le habían regalado. Haberse mezclado con ellos por tantos meses, había provocado que terminara aprendiendo ciertos trucos de supervivencia que los haría pasar desapercibidos, para evitar que sus amigos corrieran peligro alguno.

—Si tu papá descubriera que tienes una alianza con esta pandilla, de alguna u otra forma, no quiero imaginarme qué pasaría contigo. —Gregory se rio.

—Jamás, ninguno de ellos entra a registrar cada rincón de mi habitación. —le aseguró—. De por sí cada acción que hago, rara vez no lleva un plan de por medio. Ya sabes que siempre hay que ir un paso adelante del resto.

Gregory se terminó de ajustar la solapa de la gorra, poniéndola al revés. Damon le explicó que a la bandana la usaban para cubrirse la mitad del rostro, solo cuando habían perdido a uno o varios de sus miembros. Les sugirió que la llevaran de ser así por seguridad.

—¿Y qué haremos si nos cruzamos con una banda que sea un rival de esta pandilla? —le preguntó.

—No tengo idea, nunca he estado en un barrio de esos —reconoció—. Ese sería un riesgo que ustedes tendrían que estar dispuestos a aceptar. —Le frustró, no tener un argumento sólido contra ello—. Pero, creo que tengo algo que les podrá ayudar bastante. Claro, deben llevar cierta cantidad de dinero consigo, solo en caso de que haya que sobornar a las pandillas rivales.

Se fue corriendo hacia el escritorio a buscar en una de las gavetas, y les dio una copia del camino que le habían trazado los Fire Riders en uno de los recreos en los que se había reunido con ellos cuando estuvieron en el colegio; tenía marcada el nombre de las zonas donde podían transitar con confianza. Además, les enseñó el silbido que les ayudaba a pedir refuerzos, asegurándoles que alguien terminaría alertando a la pandilla que necesitaban ayuda.

—¿Y si no sé silbar o se me olvida, qué? ¿Entonces me matan? —Thomas asomó la cabeza entre los otros dos, riéndose. Él pudo ver la evidente preocupación en sus ojos.

El chico apoyó las manos en los hombros de Gregory y Tyler, asentía mientras prestaba atención a las alternativas que les iba ofreciendo. 

Cuando se aseguró de que contaban con lo necesario para irse, Damon asomó la cabeza en el pasillo de la segunda planta. Al frente, separado por las escaleras de estilo imperial, se encontraba la habitación de sus padres; al centro, la habitación de huéspedes, y al frente de ella, el gimnasio, que tenía una vista panorámica del bosque que rodeaba el patio trasero.

Se asomó a las ventanas. En el patio, un montón de personas estaban dándose un chapuzón en la piscina. Muchos bailaban pésimo. También varios familiares estaban corriendo detrás de los más pequeños. La música estaba algo baja, o eso era lo que parecía al estar desde adentro. Había un banquete de comida por montón. Aún no parecía servirse la cena, y sabía que tendría que cubrirlos con una buena excusa para no alertar a los papás de sus amigos u arruinarle la noche a su papá con sus ocurrencias.

Se acercó y le echó un vistazo al piso de la planta baja. Podía escuchar la voz de Delilah entrando en la cocina para pedirle al bartender que atendía el evento, que les sirviera otra ronda de copas; el eco de sus tacones se escuchó cuando regresó al patio. Él les tocó la puerta, susurrándoles más fuerte de lo que deseaba que todo estaba despejado; se sentía como en una de las películas de Misión Imposible. Ya ni siquiera tenía que señalarles dónde quedaba el garaje.

Damon lideraba la fila. Los chicos empezaron a bajar las escaleras detrás de él. Volvió a asomar la cabeza en dirección a la sala que quedaba justo frente a las escaleras del vestíbulo de la casa. Al lado izquierdo del vestíbulo estaba el garaje; la oficina, en diagonal a la cochera, y el spa, delante de la oficina de su papá.

En el pasillo, al lado opuesto de la cochera, se encontraba el comedor, donde el bartender estaba sirviendo cócteles a un grupo de gente del trabajo de su papá. El espacio contiguo era la cocina, que conectaba con la sala y el patio trasero.

Damon ya tenía el cuello tieso de ver para todas direcciones, confiando en que sus amigos saldrían de ahí en el carro de Gregory lo más rápido posible. Jaló la cortina del vestíbulo principal, y se sobresaltó al oír a su madrastra decirle con voz más animada de lo normal, tal vez pasada de un par de copas, que fuera a compartir con ellos en la fiesta.

—No tenemos hambre. Además, me aburre estar en medio de la gente. Pediremos algún combo de In N' Out dentro de un par de horas —Delilah lo interrumpió, recordándole que no debía de aguantar hambre—. No, para nada, ya sabes cómo son nuestras pijamadas. Estamos bien allá arriba, sin que nadie nos moleste. —le respondió con inquietud. No sabía qué tanto había visto al darle la espalda.

Su madrastra asintió complacida, y le dijo que se alegraba de ver lo bien que la estaba pasando con sus amigos. Él asintió, moviendo los tobillos, mientras balanceaba su peso. Delilah se alejó al escuchar que el bartender la estaba llamando.

—¡Eso estuvo cerca! —Damon se llevó una mano al pecho, aliviado de haber llegado a su cuarto.

No le gustaba sentirse solo en una habitación tan grande. A veces le parecía que la vida en serio se hacía más aburrida si se era hijo único, como él.

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