Capítulo VI: Como se vive, se muere (III parte)

Thomas y Tyler le iban diciendo a Gregory desde el asiento del pasajero, las direcciones con el mapa que Damon les había dado. Algunas personas sostenían a sus bebés con un brazo y sus teléfonos con la otra, jadeando del cansancio con cada escalera que se esforzaban por subir. Luego, las luces del carro de Gregory reflejaron a otro grupo de gente que merodeaba por el centro de la ciudad de Northbury. Estaba tratando de buscar el caserío donde vivía Skate, si era lo bastante afortunado para salir con vida de esa pesadilla. El reflejo de la luna le daba forma a las sombras que se reflejaban en las aceras, de las borrosas siluetas de las prostitutas, que se pavoneaban con sus botas de cuero y la ropa que dejaba poco a la imaginación hasta las esquinas de los metros. Movían sus cinturas, esperando venderse al mejor postor que apostara por ellas y hacerse la noche con dinero fácil.

Una de las mujeres se acercó al carro, ella le tocó el vidrio, cuando lo bajó le dijo:

—¿Quieres acostarte conmigo y pasarla bien?

—No, gracias ¿De casualidad sabes dónde vive un chico que se llama Skate? —Gregory le preguntó a la chica.

Ella pareció quedarse pensando al escuchar la descripción.

Thomas y Tyler estaban observando en silencio; sus caras se mezclaban en la oscuridad de los asientos de atrás. La chica le dijo que sí podía orientarlo, y apoyó su codo en la ventana, inclinando más sus pechos. A los chicos se les desvió la mirada hacia allí, mientras ella seguía hablando como si nada. Gregory apartó la vista, sonrojado, y agradeció que fuera de noche. 

—El único que conozco vive en Hardersfield. Otra cosa es que ese sea el chico que buscan en específico. Pero por las descripciones que das, parece que sí. Duerme en el motel de Ashland Row.

Gregory le preguntó dónde quedaba eso, y le pidió a uno de ellos que apuntara la dirección cuando ella le explicó.

—¿Por qué llevas puesto los colores de la pandilla si ni siquiera sabes dónde viven? —le preguntó como si estuviera agarrándola de tonta.

A él lo único que se le ocurrió fue dejarla hablando sola y acelerar lo más rápido que podía.

Gregory subió las ventanas del auto con la cara cubierta con las bandanas de color morado. La vio por el retrovisor, confundida. Los otros le dictaron la dirección.

Algunas prostitutas estaban hablándoles de manera sugerente a viejos casados y a grupos de pervertidos que se estacionaban esperando ser seducidos por sus encantos. La población de mujeres era bastante diversa: desde sus cuerpos, hasta su procedencia.

Ellos se encontraban tan sorprendidos por el pesado ambiente que caracterizaba a la ciudad de Northbury, que pronto comprendieron el por qué Skate siempre tenía tendencias a no resistirse a los vicios.

La mayoría de las personas que habían visto desde el auto no parecían tener a nadie más que a sí mismos; ellos eran su propia guía, su propia fuente de sustento. Todos tenían algo en común: sobrevivir otro día más a como diera lugar.

Los grupos de pandilleros recién empezaban a salir de sus escondites, caminando en grupo con una expresión de recelo en sus rostros y su buena caja de cigarrillos en mano o alguna botella de alcohol a medio terminar. Tenían suéters que los resguardaba del frío y sus tenis desgastados. Los pantalones cargo casi se les caían. Tenían casi la mitad de su cuerpo llena de tatuajes y perforaciones de muy mal gusto.

La gran urbe fue reemplazada por un tramo de potreros, colinas de pastizales verdes que parecían no tener fin, un montón de ganado y una hilera de árboles en ambos lados, que desprendían sus hojas, dejándolas botadas en el asfalto por donde pasaban los carros. Cada vez que aceleraba con más fuerza, más levantaba la ola de arena. La tormenta que él mismo había causado había divido el gran polvo que se había quedado impregnado en la carrocería del auto en dos, al sentir el impacto de las ruedas pasar sobre la corriente del riachuelo que había crecido con la lluvia. El estruendo del agua hizo tambalear el carro al pasar con la velocidad a la que iba, y el terreno tenía muchas piedras y desniveles en la tierra con huecos de casi hasta un metro en la pista que se colaban por las tuercas de sus ruedas haciendo un estruendo insoportable.

Las calles del centro del vecindario, ni siquiera estaban pavimentadas. Muchos hogares se habían construido a base de latas de zinc y apenas los resguardaban del frío. Además, no parecía haber electricidad en varias residencias, ni mucho menos agua potable. Otro poco de casas se encontraban en mal estado: la pintura se estaba cayendo de los muros; sus paredes estaban llenas de dibujos con palabras obscenas hechas en graffiti; sus ventanas, estaban tachadas con clavos, y la madera vieja. Los pocos cables de los postes de luz que suministraban la corriente eléctrica al barrio entero colgaban en desuso, pegados con la madera que les sostenía al azotarse con el viento. Las luces parpadeaban, creando una serie de cortocircuitos continuos, mientras luchaban por mantenerse firmes en plena tormenta de arena. 

Los escasos bombillos amarillos, que iluminaban las calles de Hardersfield reafirmaban la terrible sensación de estar en una ciudad fantasma. La basura de golosinas, botellas de licor, cajas de cigarrillos y condones usados, flotaban por los caños, obstaculizando el paso de la desembocadura de los restos de aguas sucias que caían en las alcantarillas. Había grandes charcos de agua en las calles, y las personas que recién se dirigían a sus casas o a su trabajo, subían las escaleras de la estación subterránea empujándose unos a otros como sardinas, apresurados por llegar a su destino.

Gregory salió con un papel en la mano, medio desorientado. Escuchó a Thomas y Tyler cerrar las puertas del carro, y observó hacia todos lados. 

Había un estacionamiento con un abastecedor que estaba desolado. Solo algunos de sus empleados se veían detrás del mostrador moviendo cajas; otros barrían el polvo que se colaba por las hendijas de la única entrada que había para desplazarse al lugar. Los restos del color grisáceo de las paredes de ladrillo estaba empezando a desprenderse, dejando las sobras de los grumos de pintura en el suelo. Al costado derecho, a solo unos metros del almacén, había un cartel publicitario con el dibujo de una silueta de una mujer ocultando la mitad de su cara, como si estuviera pretendiendo jugar con su pelo rizado con una mirada sugerente. Las letras neón del motel se habían tachado con pintura roja para ser reemplazadas de una manera poco agraciada con un tachón que decía:

«Bienvenidos al Motel Ashland Row. Habitaciones de alquiler a un bajo precio».

El motel estaba en medio de la nada. El vecindario más cercano al centro de Northbury se encontraba a una milla de distancia —1600 kilómetros—. 

Por las referencias que había dado la chica, una de esas habitaciones se había convertido en el hogar de Nathan Murray y sus amigos.

Alguien había dejado una nota en la puerta del estudio donde vivía Nathan, en la que se amenazaba a los inquilinos con sacarlos del lugar si no pagaban la renta a tiempo. El comunicado se había entregado casi dos semanas atrás. Ni Gregory, ni sus amigos, encontraron alguna señal que les indicara a dónde se habían metido todos.

La puerta estaba entreabierta. Gregory se encogió de hombros y la empujó hasta que la abrió por completo, y los tres se taparon la nariz. Con solo empujar la puerta desde afuera, el olor que se respiraba en la habitación era insoportable, tanto que Tyler tuvo que salir corriendo hacia el balcón para vomitar y no pudo regresar a ayudarlos a buscar a Skate. 

Los colchones de espuma de las camas estaban regados por el suelo con las colchas, sin tender, y las almohadas estaban dispersas por todos lados como si un animal hubiese jugado con ellas y se hubiera aburrido al rato dejando los rastros de la espuma esparcidos por el suelo. En el piso también había ropa sucia, unas botellas de licor y jeringas usadas, algunos condones, ropa interior femenina en la entrada del baño y rastros de vidrio de un marco de fotos que estaba roto por la mitad. 

Solo el reflejo de la luna brindaba iluminación adicional al foco de los celulares de él y sus amigos. Gregory intentó prender la luz del cuarto, pero al no pagar a tiempo, les habían cortado los servicios de electricidad.

Siguió explorando el lugar, buscando más pistas. Era probable que Skate hubiera salido a divertirse a otro lugar, o eso pensaba. Thomas sugirió,  juzgando por cómo habían dejado la habitación, que algo más había sucedido allí a última hora, algo que no estaban asimilando, y Gregory temió que la predicción se hiciera realidad.

Thomas había sido el que había encontrado a Skate enterrado en el armario. Tenía los ojos abiertos, la cara hinchada, y la piel grisácea. Los dos guardaron la distancia y estiraron sus brazos, alumbrando con el foco de sus celulares cada detalle del difunto adolescente, que parecía haber sido torturado con dureza. La tela de su camisa estaba manchada de sangre y tenía varios moretones en la cara que le hacían poseer una apariencia irreconocible. Sus verdugos habían agarrado su cuerpo como un experimento de crueldad. Daba la impresión de haber fallecido pidiendo misericordia: se lo veía con la mirada cargada de tormento y melancolía. Tenía las manos atadas, la boca con una cinta adhesiva, junto a otros detalles que ya no valía la pena mencionar.

Tom comenzó a marcarle a la policía para que vinieran a retirar el cuerpo. Tyler todavía seguía vomitando en el balcón ¡Pobre la persona que pasara caminando por allí! En un momento se volteó, desesperado, y les preguntó si ya lo habían encontrado; tenía miedo y quería regresar a la casa de Damon antes de medianoche. Frunció el ceño y le dio una palmada en el hombro a su otro amigo, diciéndole que se encargara de Tyler mientras él hablaba con la operadora. Gregory se puso el foco de su celular cerca de la cara para darle a entender, al vocalizar las palabras, que sí lo habían encontrado. Ambos le pidieron que mantuviera la paciencia.

—¡Aquí apesta! —tosió Tyler, volteándose con brusquedad hacia ellos, como si en cualquier minuto fuese a saltar del segundo piso si se encontraba a Skate—. ¿¡Cómo es posible qué los vecinos de aquí no lo hubieran reportado antes?!

—Mira a tú alrededor, aquí la mayoría solo viene a dormir, y se va al otro día. Te sorprendería saber el montón de personas que mueren solas, pero nadie se da cuenta que fallecieron hasta que el olor llega a ser insoportable.

Gregory salió un momento, a fijarse si en realidad había otras familias viviendo ahí, pero las puertas de la par ya estaban cerradas y no se escuchaba ruido salvo en el piso de abajo.

El último en cerrar la puerta del carro; fue Thomas, todavía seguía pegado al teléfono dándole la información a la operadora. Le tuvo que confesar que al principio habían estado tocando la superficie de ciertos lugares de la habitación, averiguando qué había pasado con Nathan, hasta el momento que lo encontraron en el armario. La mujer le dijo que una patrulla llegaría a inspeccionar el lugar dentro de un par de minutos.

El viaje de regreso a la casa de Damon fue silencioso; solo la música de la radio fue su intermediario.

Damon llamó a Tyler, que no parecía saber mucho de los detalles. Tyler le dijo que lo pondría en altavoz para decirle lo que se sabía hasta el momento. Hubo un silencio al otro lado de la línea. Su amigo parecía sentirse igual de impactado por los detalles de la muerte de Skate, como si lo hubiese visto en persona. Después, la conversación se interrumpió unos segundos. Thomas le estaba diciendo a Gregory que pasara por In N' Out, un restaurante de comida rápida que estaba en medio de la autopista entre Fairview y Northbury.

El conductor asintió, y los pasajeros continuaron hablando durante el trayecto desde el estacionamiento al restaurante. Gregory se metió en la conversación preguntándole qué había pasado allá durante su ausencia. Damon les contó que apenas se fueron, Delilah casi lo había descubierto tramando algo, pero que no había ocurrido nada relevante lejos de eso, y quedaron de llevarle su combo dentro de media hora.

Entraron en la casa antes de medianoche, cargando las bolsas de palmeritas rojas del restaurante que tanto amaban; la fiesta estaba llegando a su fin. Subieron las escaleras, aliviados de saber que pasarían la noche allí. Alistaron sus sacos de dormir y los pusieron en el suelo.

Molestaron a Damon diciéndole que como anfitrión debería haber sido más considerado, que tendría que haberles permitido a uno de ellos dormir en su cama, pero él solo se rio y replicó que eso jamás pasaría.

Damon se puso su antifaz del tigre, pasadas las cuatro de la mañana; la claridad del amanecer ya comenzaba a reflejarse en las ventanas. Ninguno de ellos pudo conciliar el sueño, salvo él. No necesitaron de ninguna soda energética para mantenerse despiertos esa noche jugando a los videojuegos; ya habían tenido suficiente con ver a Skate.

Volarían a Los Ángeles para disfrutar el partido de los Lakers en primera fila antes de la una de la tarde, con asientos acolchonados. Serían testigos; de los secretos de su equipo favorito y disfrutarían como nunca de la mejor vista, pero, ¿a qué precio?

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