Capítulo VI: A la cama no te irás, sin saber una cosa más (última parte)

Trey recogió el correo de esa semana y comenzó a descartar los anuncios de revista que se colaban en el buzón. Recién estaba llegando del trabajo. Puso la mochila que siempre cargaba consigo encima del desayunador. Ya eran las ocho de la noche. Le había tocado reponer las horas que había perdido al estar presente en la feria del colegio durante la mañana.

Su esposa lo abrazó por detrás y le dio un par de besos en la mejilla, preguntándole, como de costumbre, cómo le había ido en el trabajo. Le contestó que le había ido bien. Ella se sentó a un extremo del desayunador y le sonrió como si estuviera esperando que él le contara algo interesante, pero lo cierto es que no sentía últimamente que tuviera algo importante que compartir con ella. Suspiró y destapó la sartén; era arroz con pulpo, uno de sus platillos favoritos. Le tuvo que dar la espalda a Kacey mientras se servía la cena, y le preguntó dónde estaban Dash y Phoenix; ninguno se veía por la sala, y el segundo piso se escuchaba en completo silencio. Kacey le respondió que Dash todavía estaba haciendo sus tareas y que Phoenix estaba en su cuarto.

—¿Has comprado todo esto para una noche de películas? —Kacey guardó los paquetes de los productos en las gavetas.

Ella le comentó lo feliz de que se sentía que hubiera sacado el tiempo para pasarlo juntos. Trey seguía absorto en digerir la comida, y disfrutó el silencio que su esposa hacía de a ratos. Ella inclinó la cabeza, prensó con una mano la bolsa de plástico y le preguntó por qué estaba tan distante.

—Nada —le contestó de inmediato, frotándose las sienes—. Me voy a dar una ducha; estoy cansado.

—Sí, no te preocupes, lo entiendo. —Kacey se aclaró la garganta y apartó la mirada. Se acomodó un mechón, y él encendió el lavaplatos—. Tienes que devolver estas películas pasado mañana; pensé que veríamos una hoy...

Kacey opinó que tal vez a Dash no le gustaría ver lo que él había escogido. Trey replicó que Dash, podría terminar acompañando a su hermana.

—Sí, ya veo... —Ella suspiró, quitando las películas de su vista.

Él le dijo que la cena estuvo deliciosa y le dio un beso en la mejilla.

—Espera, ¿ya te vas? —Kacey puso uno de sus brazos en el hombro de Trey—. ¿No quieres tomar algo conmigo? Hace tiempo que no estamos a solas.

Frunció el ceño al verla abrir la refrigeradora para servirse una copa de Malibú.

—¿Vas a seguir queriendo que te sirva una?

Antes de llegar a la mitad, le pidió dijo que parara.

Caminó con desgana detrás de ella, acompañándola hasta la sala con la copa en la mano; la fogata de etanol estaba encendida. Él le había pedido que se llevara una botella de agua fría para evitar que se emborrachara. Kacey agarró el control del equipo de música y puso un álbum que los transportaba a su época de adolescentes. Trey estiró el brazo en el respaldo del sillón, cruzando los pies descalzos en el suelo. Kacey dejó la copa en la mesa.

El clima nocturno se prestaba para estar arropados frente a la chimenea. Ella estaba delante de él, acostada en una almohada. Él tenía una pierna encima de ella, y estaban cubiertos por una gruesa sábana. Kacey le pasó una mano por el pelo, se dio la vuelta quedando de frente y le preguntó qué le gustaría hacer ese fin de semana por su cumpleaños. 

Él se encogió de hombros y le contestó que estaba dispuesto a aceptar cualquier tipo de celebración. Se estaba comenzando a sentir incómodo y frustrado de tener a su esposa encima, sabiendo la carga de trabajo que le tocaría reponer al día siguiente frente a la computadora; pero no tenía las energías para desgastarse discutiendo por motivos laborales. Le pasó las manos hasta la cadera, y volvió a subir, descubriéndole la espalda de manera parcial. Se detuvo a pensar si debía seguir con aquello.

Ella le contó que le había comprado una bola de cristal a Isabella durante la feria; parecía ser uno de sus nuevos productos. Había encargado que los muñecos fueran la réplica de una foto de su boda; su cuñada se los enviaría antes de su aniversario.

—¡Este 13 de febrero cumpliremos once años! ¡Qué rápido pasa el tiempo! Éramos unos niños cuando nos casamos. —Se le notaba ese brillo en los ojos; seguía enamorada.

Escuchar a Kacey rememorando los momentos más significativos de su relación, le conmovió el alma. Se limpió las lágrimas antes de que se volteara.

—¿Te sucede algo? Te vengo notando raro desde hace días.

Él negó con la cabeza.

—No, para nada; solo estoy algo cansado —le aseguró, pero ella no parecía muy convencida—. Ya sabes, seguro ese Malibú es el que me está durmiendo. Estoy bien. —Le besó la mano.

Se sobresaltaron al escuchar a Dash cerrando la puerta de la habitación. Su hijo se había detenido en la mitad de las escaleras y los veía con los brazos cruzados.

—¡Les estoy hablando desde hace rato! ¡¿No oyen que Phoenix está llorando?!

Después de varios intentos, Phoenix se tocó el oído. Dash inclinó la mirada y les señaló a sus padres el pus que le salía. En cuestión de minutos ya estaban de camino al hospital. 

Estuvieron cerca de cuatro horas esperando ser asistidos en emergencia, y a Trey le tocó pagar otra cantidad de dólares al acercarse a la farmacia del hospital a retirar los medicamentos para combatir la infección de oído.

Dash cerró la puerta con suavidad. Se detuvo al observar a su papá encendiendo la computadora para trabajar hasta tarde.

—¿Qué pasó ahora con mamá? —le preguntó, y le dijo que los había oído discutir al irse de la habitación de Phoenix. Además, vio lo que estaba haciendo en la computadora por encima del hombro.

—Nada, tu mamá me mandó a dormir al cuarto de huéspedes. —Trey suspiró—. Se enojó porque le insistí en que me atrasé con el trabajo que se supone que debía de haber terminado hace horas. No tienes por qué preocuparte. Por cierto, les compré un par de películas a ti y a Phoenix. Por supuesto, son animadas, pero puedes cambiarlas por una que les guste. Ya no sé ni que ven estos días —intentó tranquilizarlo, al darse cuenta de que todavía seguía vigilándolo.

—Está bien. Mañana, apenas termine mis deberes, tal vez me dedicaré a eso. Gracias, papá. Te quiero.

—Y yo más. —Trey se giró de la silla y le sostuvo la mirada con una sonrisa melancólica—. Que descanses.

Dash le respondió de vuelta; se sentía un tanto escéptico al verlo irrespetando los horarios de descanso que consideraba tan sagrados entre semana. Su papá continuó revisando los mensajes más recientes del correo. Él se metió detrás de la puerta de su habitación para curiosear un rato, antes de cerrarla por completo. Entrecerró los ojos, queriendo ver qué decían las letras, pero solo veía un par de imágenes turbias relacionadas con asuntos laborales.

—Ya duérmete, Dash —le dijo, dándole la espalda.

Dash se sobresaltó.

—Sí, claro, ya iba a eso. Estaba buscando el pijama —se excusó, reprimiendo una risa.

Lo vio cambiarse al mensaje de otro cliente que tenía agendado esa semana, y cerró la puerta, aliviado de que no hubiera nada de qué preocuparse. Desde que ocurrió el malentendido con las botellas de licor, las discusiones habían aumentado. Estaba notando que las cenas se convertían en largos intervalos de incomodidad; sus papás ya pasaban menos tiempo juntos, y temía que su relación se desintegrara poco a poco por su culpa. Se fue a la cama, diciéndose a sí mismo que se entenderían.

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