Capítulo IX: Gato escaldado, del agua fría huye (IV parte)

La Feria de la Salud, no solo se hacía con el propósito de alertar a los padres de familia sobre el bienestar de sus hijos: ese viernes también coincidía con la apertura de las nuevas vacantes para los equipos deportivos de atletismo y fútbol americano. Unas chicas del grupo de animadoras se estaban encargando de entregar los panfletos a la gente. Daiki los agarró y continuó leyéndolos mientras iba de camino hacia los puestos que habían esparcido los médicos para atender a los estudiantes por varias partes del colegio.

La información del primer panfleto decía que se buscaba obtener una capacidad máxima de veinte personas por equipo. A todos aquellos que estuviesen interesados en inscribirse, se les incitaba a integrarse con el fin de seguir creciendo como atletas, al competir de manera amistosa con otras secundarias hasta el fin del ciclo escolar. El entrenador Owen los estaba convocando a una reunión en el estadio esa misma tarde. Había una aclaración subrayada al final del panfleto: se les recordaba a los estudiantes que la temporada de juego de fin de año se reanudaba únicamente como otra manera de rendirles homenaje a aquellos que perdieron la vida en el ataque.

Se volteó al escuchar que una voz lo hablaba a la distancia; los estudiantes que venían detrás se apartaron para continuar su camino hacia las instalaciones. Logró reconocer a Dash entre la multitud, vistiendo su uniforme, el gafete con su carné estudiantil colgado en el cuello y su vieja mochila de mezclilla de marca Jansport. Daiki se acercó a él con una sonrisa que le empequeñeció los ojos de la emoción. No lo veía hacía tiempo. Hablar por mensaje no era lo mismo. Hicieron el saludo que acostumbraban a hacer. Él le compartió los folletos que le habían dado las animadoras y se puso al corriente de todo lo que no habían podido hablar por casi dos meses.

—¿Cómo te ha tratado la suspensión? ¿Sabes si volverás a clases para este otoño?

—No estoy seguro, no sé si volveré a clases el siguiente semestre o hasta el otro año. Bueno, para serte sincero, en realidad no tengo la mínima certeza de si regresaré; no me han dicho nada, pero espero que sea pronto. No tienes idea; me han pasado tantas cosas en la casa que se me hace casi imposible el contártelas en un solo día. El lunes pasado, el entrenador Owen vino de sorpresa.

—¿En serio? ¿Y eso por qué?

«Dash le contó a Daiki las pruebas y observaciones a las que se sometió, y agregó: —Sara fue quien me dijo sobre la Feria de la Salud, por eso pude venir; y como hoy no hay clases, ¡me puedo quedar sin que los guardias me saquen!

Daiki se rio.

—¿Y cómo crees que te fue en las pruebas?

—Aún no he visto el resultado, pero se supone que ya está en la plataforma. Ayer, tuve que ir apurado a entregar la caja con mis asignaturas a la Oficina de Correos, para poder llegar hoy a tiempo.

—No te preocupes, podemos ir a revisar tus calificaciones en las computadoras de la biblioteca —le ofreció Daiki.

Dash contestó que podrían ir en un rato.

—¿Ya estás preparado para la tanda de exámenes de la otra semana?

—Sí, estoy muriendo con ese compendio de Historia. Ya quedé loco —le dijo Daiki—. Lo que me sigue traumando es Cálculo. Quiero decir, este año me ha ido mejor porque el programa de trabajo sigue siendo el mismo que el del año pasado, pero mis papás me siguen presionando para que saque notas más altas, y eso me abruma. Hago lo que puedo.

—A mí me preocupa Historia; ya sabes que no soy muy bueno en teoría, mucho menos si debo de memorizar la materia. Al menos tú puedes quitarte las dudas en clases; a mí, en cambio, me toca conformarme con el material que me dan y ya. Soy ignorado al descaro, y eso me desespera. Pero, de todas formas, si te sirve de algo, no les hagas caso a tus papás; haz lo mejor que puedas y listo. A veces siento que nos subestiman solo por no tener dónde ir, no tener un salario fijo y porque creen que tienen la razón.

—Sí, he oído que le pasa a la mayoría; ya sea que lo hagan a propósito o no. Supongo que, nuestros hijos dirán lo mismo de nosotros en el futuro.

Dash le dijo que no se veía en un futuro teniendo una familia, pero prefirió no desgastarse explicando por qué. Daiki difirió diciéndole que la vida puede dar muchas vueltas.

—Siempre se terminan repitiendo algunas costumbres de nuestros padres. —agregó Daiki—: Ve el lado bueno, al menos puedes elegir qué materias hacer de primero.

—Jamás añoré el volver a clases como lo hago ahora —reconoció Dash con un deje de tristeza.

Después de un tiempo caminando en silencio, Daiki sacó otro tema de conversación:

Paintball es uno que se ve bien —señaló al programa de actividades que se veía en el panfleto—. Bueno, al parecer van a hacer varias sesiones. El equipo que quede en pie sigue jugando con los demás, hasta que se termine el tiempo establecido para la actividad. Tampoco será tan largo, será solo por una hora y media, pero la zona se ve muy grande, así que da más oportunidades de poderse esconder mejor. ¡Mira todo el arsenal que podremos usar!

Le señaló al chico que posaba en el folleto, como si fuese el catálogo de una revista. Dash le sugirió los nombres de quiénes podrían apuntarse al equipo de paintball; a los dos les gustaba sentir la adrenalina de escabullirse sin ser baleado. Le mostró en el mapa el escenario apocalíptico que habían armado para la competencia. Tendrían un par de horas para inscribirse.

—¡Se ve genial! ¿Ya te había contado que ahora soy empresario? —Se rio—. Estoy buscando un trabajo de medio tiempo, o dos, de ser posible, para alternarlo con las clases.

—¡Quedarás agotado! Yo ni siquiera sé cómo me da el tiempo para ir a clases de taekwondo los fines de semana. ¿Qué tienes en mente?

—Me hice un puesto en la plaza; los vecinos juegan fútbol sala ahí. La semana pasada mi mamá me ayudó a hornear unos pasteles y me hizo una jarra de limonada. Logré recaudar unos cuarenta dólares, poniendo la suma total de las dos cosas. Ni yo me lo creía al contar el dinero. De todas formas, la inversión no va a ser para mí, siempre irá destinada a otras necesidades. La principal sería pagar la deuda que le debemos a la familia de Damon, por el daño que les causé, y ya lo otro ni te cuento.

Daiki le dio unas palmadas en el hombro, expresando genuino orgullo por verlo salir adelante.

—Se puede hacer una recaudación de fondos ¿Has intentado hablar con Leah sobre ello? —le sugirió Daiki, al escucharlo mencionar lo de la deuda que le debían a la familia Reed. Dash le dijo que no quería dar lástima—. Existe otro programa financiero que ayuda a las familias que presenten alguna situación difícil, lo malo es que siempre está lleno y debes hacer muchas vueltas. Por lo que sé, te interrogan bastante; evalúan si tu familia tiene terrenos o bienes, a ver si en serio calificas. En fin. El proceso puede que sea extenso, no va a estar al otro mes, pero puedes intentarlo.

—Sí. No soy solo yo el que quiere buscar trabajo, mi mamá también está buscando uno, pero últimamente escasean los puestos en los negocios. O te piden la experiencia que no tienes o, en el peor de los casos, no te dejan espacio para continuar estudiando. Casi nadie nos quiso recibir el currículo hasta nuevo aviso, no sé cuándo pueda abrirse otra convocatoria; pero de momento necesitamos tener un empleo estable o algo que nos genere más ingresos. Sin embargo, intentaré hacer eso que me dices hasta rendir los recursos.

—Mientras tanto, mantente con las ideas que tienes. No te apures. Ya pensaremos en algo. ¿Y tu hermana cómo está?

—Bien. Tiene una nueva niñera; se llama Laila. Ha estado visitándola desde hace como una semana, para ver si tienen química y eso. La señora Fraser ya no la podía cuidar por cansancio y otros asuntos que fueron surgiendo con el tiempo.

—Si te sirve de algo, puedo hablar con mi abuela, a ver en qué podemos ayudarte.

—¿En serio? —La expresión apagada de Dash volvió a reflejar—. ¿Harías eso por mí?

—Sí, te enviaré un mensaje en el transcurso de la semana para que llegues. Pronto abriremos el servicio a domicilio.

—Te agradezco la ayuda, no sabes cuánto significa para mí y mi familia.

—No hay de qué. —Daiki se lo quedó viendo—. ¿Te has escapado a la playa?

—No, ya desearía decir que me alcanza el tiempo para todo eso. —Dash se rio con una pizca de ironía y, arrugó la nariz al sentir que la piel se le despellejaba—. Pensé que lo habías notado al verme llegar. —Daiki le contestó que a veces solía despistarse—. Agarré este color porque se me olvidó echarme bloqueador antes de salir de casa. ¡Tendrías que haberme visto la semana pasada, parecía una langosta! Todavía me duelen algunas partes del cuerpo.

Al llegar al bar de frutas que estaba instalado en la cafetería, se sentaron a hablar otro largo rato. Dash atrajo hacia él los panfletos; había un aviso relacionado con la Sub-18. Era un Campamento Mundial de Atletismo, organizado por la Federación Internacional de Atletismo Amateur, la institución más importante a nivel global, de este deporte. Solo podrían aplicar atletas que tuviesen entre dieciséis y diecisiete años. 

Aquellos afortunados que fuesen seleccionados se reunirían del 12 al 14 de julio, en un complejo deportivo en la ciudad de Chula Vista, en San Diego. Mencionó que Estados Unidos contaba solo con cuatro complejos que se utilizaban para prepararse para los Juegos Olímpicos, y ese era uno de ellos. Su compañero se veía fascinado al mostrarle las fotos de las modernas instalaciones del complejo. Dash le preguntó por qué no se animaba a participar el próximo año, en el 2002. Daiki se encogió de hombros; el atletismo no le llamaba la atención, prefería ser solo otro espectador. Tras escuchar el comentario, pareció recordar cómo iba con sus clases privadas de taekwondo y de qué color era su cinta. Comentó que había avanzado bastante en los últimos meses; pronto le tocaría pasar de nivel. Le prometió ir a dejarle en esos días, una de las invitaciones de cortesía que el profesor le había dado para que invitara a sus seres queridos a la ceremonia, que sería dentro de una semana. Dash le dijo que estaría presente.

El tema del equipo de esgrima también se trajo a colación. Todo seguía en orden.

Las miradas de ambos se desviaron hacia el grupo de Damon, Gregory, Tyler y Thomas. Ellos también se encontraban de regreso, al igual que Dash, para celebrar el Día del Deporte. En realidad, la fecha se hubiese celebrado el segundo martes de febrero, como solía suceder cada año, pero a las autoridades de la secundaria les pareció adecuado posponer la celebración para el Día de San Patricio, dejando un tiempo de duelo considerable, a las familias afectadas.

Daiki vio a Damon hacer un mohín y apartó la mirada apenas se dio cuenta de quiénes eran. Vio que le decía algo a Gregory al oído. El muchacho asintió y se rio mientras se alejaban de allí, cargando sus bandejas con ensaladas de frutas hasta el otro extremo de la cafetería. Ellos los siguieron con discreción. Damon chocó los puños con Christopher Willis y Tyler Holt al llegar a la mesa. Todos ellos llevaban puesta la ropa deportiva del colegio, pues estaban preparándose para las actividades recreativas, al igual que muchos otros estudiantes.

Los cuatro amigos les dieron la espalda, sin darse cuenta de que los habían estado viendo todo ese tiempo. Los otros dos quedaron hablando frente a ellos al tiempo que comían sándwiches de jalea y bebían jugos de frutas. Los ventanales panorámicos de la cafetería daban hacia las otras instalaciones del teatro y el estadio de fútbol, de modo que atisbaron a varios estudiantes que estaban en las zonas verdes acostados debajo de los árboles; otros paseaban en bicicleta por el campus, y algunos caminaban vigilando muy de cerca a sus perros, que olfateaban las flores, con una bolsa plástica en mano, para recogerles la caca. Los demás caminaban en grupo a los diferentes puestos de actividades recreativas. Sin clases y siendo viernes, no podían pedir un mejor día para reencontrarse que ese.

—De verdad que no entiendo a estos chicos —Dash habló con la boca llena, atrapando con su tenedor a otra fruta del banana split—. Hace un tiempo parecían haberse peleado, ¿recuerdas?

—Sí, desde el Festival de las Artes. Recuerdo haberlos visto distantes. No es una casualidad que todos hayan quedado suspendidos unos días después que Damon. ¡Con ese amigo, para qué enemigos! —le contestó—. ¿Levantamos la lista para hacer el grupo de paintball?

Dash asintió, llamaron a unos estudiantes para comenzar a hacer la lista de su propio equipo; debían inscribirse rápido, todos aquellos que desearan participar, porque luego comenzaría la fase de eliminación. Las cabezas se apiñaron en la mesa y estiraron los brazos para alcanzar el lapicero. Tenían a los mejores aliados. Dash y Daiki se sobresaltaron al escuchar la voz de Damon detrás de ellos, lo vieron acercarse con sus amigos hasta allí.

—Mi equipo quiere retarlos a una partida de paintball. Nos vemos a las diez.

—Ahí estaremos —afirmó Dash al ver que Daiki movía la cabeza, de acuerdo—. Vamos, Daiki, acompáñame a hacerme un examen de la vista.

Damon hizo un movimiento de cabeza y se retiró junto a sus amigos hacia la salida.

Luego de hacerse los exámenes, se les permitió ir a jugar lo que quisiesen durante el resto de la mañana. Esa era una de las reglas del Día del Deporte: todos debían pasar por la revisión de algún especialista que necesitaran para hacerle llegar el reporte a sus papás; eso les descontaría las consultas por la mensualidad que le pagaban al colegio. Dash aprovechó para contarle sus inquietudes al oftalmólogo. Se quejaba de ver un poco turbio dentro del casco polarizado luego de haberse hecho el examen, pero al menos se sentía feliz de poder decirle a sus papás que contaba con una referencia para hacerse los lentes.

Ya no podía contener la emoción. Ni siquiera tuvo que ponerse de puntillas para averiguar qué sucedía al principio de la fila, pues sus compañeros regresaban después de firmar, mostrándole el equipo con el que se habían armado; era igual al que Daiki le había enseñado en el panfleto. Él se frotó las palmas de las manos, observándolos con complicidad. Los contrincantes eran otros estudiantes de la secundaria de diferentes grados. Los únicos que lograban reconocer avanzando a unos cuantos metros era al grupo de Damon.

Al estar en el terreno de juego, Dash se ajustó uno de los audífonos para escuchar cuál sería la siguiente jugada. El sistema de ese walkie talkie que andaba en el hombro, era similar a los que usaban los guardias de seguridad de alguna persona que tuviese un cargo muy importante. Solo podían escucharse lo que decían entre ellos, pues llevaban el auricular dentro del casco polarizado; eso le añadía otro nivel de adrenalina al juego. Los encargados habían establecido una nueva dinámica al paintball, que lo hacían sentirse más apasionado por la actividad. Su equipo necesitaba avanzar hacia la meta en un tiempo determinado y, eliminar a los demás para poder continuar con los siguientes que se unieran, con tal de ganar el premio.

Sería un trabajo tedioso el cuidarse las espaldas. 

Estaba tan concentrado en ver cómo avanzar hacia la meta que no le prestó atención a la conversación de los demás; el ruido de las balas lo ponía alerta. Logró reaccionar hasta escuchar el afligido susurro de Daiki pidiéndoles que le ayudaran a salir del juego. Dash intentó contactar al resto del equipo para preguntar cuál era el problema, mientras apretaba el gatillo en dirección a otros contrincantes. Los demás lo tranquilizaron diciéndole que no estaba solo. Dash apretó los labios y se armó de paciencia al escuchar a Daiki replicando que se había quedado casi al principio. Les dijo la ubicación exacta y suspiró al sacar la cabeza como un topo para ver si lo veía; ya habían avanzado más de la mitad. Le pidió a sus compañeros que continuaran hacia la meta. Los demás avanzaron en dirección contraria, disparándole a otros desde el fuerte.

Después de muchos intentos, encontró a Daiki; sollozaba debajo de un fuerte. Se tapaba los oídos al oír los disparos y temblaba bastante; nunca lo había visto tan afectado. 

Ningún encargado se encontraba presente en el campo de batalla; luego de haber explicado las reglas, cada quien iba a su cuenta. Solo se sabía que los vigilaban por medio de cámaras escondidas dentro de la zona de juego. Dash podría salir a hacerles una señal, pero los demás lo acribillarían con sus disparos al verlo indefenso y, por ende, le arruinaría el esfuerzo al resto del equipo.

Dash le preguntó qué le pasaba, pero Daiki no le respondió. Le reclamó por qué había accedido a jugar con ellos si al final se iba a poner en esas, que nadie lo había obligado a decirle que sí en ningún momento. Aun así, quería comprenderlo. Daiki alzó la vista, le sostuvo la mirada y recogió del suelo el polvoso walkie talkie. Tenía el pelo desordenado y el rostro descubierto. Dash lo regañó por haberse quitado el casco; le dijo que podría ser peligroso ir por allí tan desprotegido, alguien podría direccionar el disparo hacia su cara del frenesí. Todo podía pasar con tal de ganar. 

Daiki se arrastró para apartarse de Dash, como si tuviera miedo de que lo patease o algo similar, mientras le repetía varias veces que no le hiciera daño. Puso las manos, protegiéndose la cabeza entre las rodillas, y continuó sollozando al escuchar el ruido de las balas.

Dash se señaló el hombro en silencio para que viese el distintivo, así no llamaría más la atención. Pero, Daiki no podía verlo a los ojos; solo repetía que estaba en peligro hablando por encima de los disparos que se escuchaban a la distancia. Dash se acercó para hacerse oír en medio del disparate; le recordó con fastidio que solo se trataba de un juego, que no era real. Se apretó un botón para subirse el casco. Su compañero volvió a alzar la vista al escuchar el susurro de su voz a solo unos cuantos centímetros de su oído. Se sentó junto a él y le pasó una mano por el hombro, dándole un par de palmadas para consolarlo. No entendía mucho sobre psicología, ni los efectos que los traumas tenían en ciertas personas, pero sin duda Daiki no parecía haber perdido la cabeza porque quisiese; parecía haberse transportado a la noche que se encontró con los asesinos. Él mismo le había contado a Dash la noche que ocurrió el ataque, al ir de camino en el autobús, cómo había sido el encuentro con los asesinos.

Ahora tenía sentido por qué no parecía caer en la razón de que estaban en un juego.

Sus otros compañeros, después de haber estado escuchando la conversación, le preguntaron qué le había sucedido a Daiki. Sin dejar de ver a su amigo, Dash agarró el walkie talkie y les dijo que lo único que importaba de momento era que Daiki se encontraba bien.

—Perdóname, Dash, ha sido mi culpa que hayas venido hasta aquí. Ni en mis sueños más locos, pensé que mi juego favorito terminaría convirtiéndose en una tortura. Hasta el uniforme que llevamos me hace sentir sucio. Creo que nunca serías capaz de entenderlo si no estás en mis zapatos.

Sus labios temblaron como la cuerda de una guitarra y su cara se arrugó con un llanto silencioso que le cortó el habla por algunos minutos. Se agarró el pecho como si sintiese un profundo dolor en el corazón. Luego volvió a enfocar su mirada en Dash y le dijo:

—Verlos a todos uniformados de negro, con los cascos en la cabeza, era como si estuviese viendo a los mismos sospechosos multiplicarse con cientos de replicas iguales que parecían estar viniendo por mí.

El efecto de la niebla comenzó a disiparse; tal vez alguno de los empleados que vigilaba las cámaras iba a pausar la partida. Y, en efecto, así fue. Se les ordenó por los parlantes a los demás equipos que salieran de sus escondites, mientras ellos regresaban a la salida.

—No, no tienes por qué disculparte; ni tú ni nadie sabía que sucedería algo así. Esto de los tiroteos es super nuevo para todos; y sí, de alguna manera nos ha afectado, a unos más que a otros. A veces pienso que ya haces demasiado viniendo al colegio, y te admiro porque, tal vez, si estuviera en tu lugar, no podría ser capaz de rehacer mi vida por un gran tiempo. Esperemos que no vuelva a sucederle a nadie más. 

»Vayámonos a casa; te invito una limonada. Luego podemos jugar al básquet.

Daiki se limpió las lágrimas y asintió con una mueca parecida a una sonrisa. Dash agarró el walkie talkie para exhortar al resto del equipo a continuar sin ellos. Pese a los reclamos, no quiso decirles qué le había pasado a Daiki por respeto a su privacidad. Ya el premio carecía de importancia; no podría haberlo dejado en medio de un ataque de pánico o lo que sea que hubiese sido aquello. Los equipos bajaban las armas mientras murmuraban qué era lo que le había sucedido a su compañero. Dash y Daiki se volvieron a poner los cascos el resto del camino para esquivar el escrutinio de la gente.

En la cima de la colina, estaban los cuarenta árboles donde habían echado las cenizas de las víctimas. Les habían puesto unas placas con iniciales que cada familia pudiera reconocer. Siempre había un jardinero dándoles mantenimiento, y se rumoreaba que la secundaria estaba trabajando en un memorial bastante ambicioso para los próximos años. En ese bosque, el helicóptero había grabado el momento en que los cuatro sospechosos se escabulleron por los frondosos árboles que les rodeaban, cuando el terreno no era de nadie.

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