Capítulo IX: De la vaca flaca, lengua y la pata (III parte)

Dash le abrió la puerta a la muchacha. Ella se identificó como Laila Hatfield. Él se presentó, estrechando su mano de vuelta. La acompañó hasta la sala, la invitó a tomar asiento y buscó el control entre los cojines para bajarle el volumen al televisor. La muchacha eligió sentarse en uno de los sillones laterales, con las manos en las rodillas y los tobillos entrelazados. Llevaba encima un chaleco similar al que utilizaban las Girls Scouts, llenos de baches de dibujos animados, con unas zapatillas parecidas a las que se usan para bailar tap y una blusa rosada que combinaba con las figuras geométricas de colores bordadas en su enagua de mezclilla. 

Se giró hacia la cocina para decirle que había llegado la niñera, y vio a su mamá agacharse para sacar el postre del horno. Eran unos pétalos de rosa hechos con pasta de hojaldre. A ella le gustaba ponerle trocitos de manzana por dentro y jalea de albaricoque con canela.

El pelo de Laila era de color rubio claro y el corte, era igual al de Dora La Exploradora. Movía la cabeza mientras daba un recorrido por la sala como si todo de repente fuese interesante. Se veía nerviosa. Sus papás casi no habían mencionado nada sobre ella. Tal vez se encontraba en la misma situación que él: buscando alguna oferta de trabajo para ganar experiencia. Se sobresaltó al escucharla hablar. Le repitió que le dijera lo que le había preguntado. Laila le señaló el programa que estaba viendo y le preguntó cuál era su personaje favorito, seguro como una forma de romper el hielo. Los dos se rieron al ver las ocurrencias de Kel en televisión.

Kacey les llevó la bandeja con el postre recién horneado y una jarra helada con jugo de frutas,  se apartó un mechón de la cara al tiempo que se disculpaba por la tardanza; estaba sudando por el calor de la cocina y aún llevaba puesto el delantal. Llamó a Trey desde las escaleras y le preguntó, si ya había terminado de hablar con un cliente. Se le escuchó despedirse y luego bajó. Kacey subió a cambiarse mientras Trey iniciaba con la entrevista. Phoenix se fue corriendo hacia Trey con el juguete y le tocó la rodilla para que jugara con ella, pero él se inclinó a susurrarle que por ahora debía estar calmada.

—Esta es mi hija Phoenix. Di hola, amor.

—Hola, Phoenix. ¡Por fin te conozco! Me llamo Laila. Un placer.

La muchacha apoyó los codos en las rodillas y le señaló a Phoenix, el juguete que tenía en la mano, queriendo entablar una pequeña conversación. Trey, al ver que Phoenix la ignoraba, le agarró la mano que tenía desocupada y la agitó para que la saludase, pero Phoenix se zafó de su agarre con fuerza y protestó porque quería seguir jugando.

Trey volvió a enderezar la postura. Kacey bajó las escaleras y rodeó el sillón por el lado más cercano hasta sentarse a la par de él.

—A nuestra hija le diagnosticaron hace poco una condición que se llama: Síndrome de Alcoholismo Fetal —Trey se forzó a reanudar la conversación, algo apenado por los modales de Phoenix—. Se da por la exposición al alcohol. No tiene cura. En otras palabras, es un daño irremediable al cerebro, que altera el comportamiento y la memoria.

Laila asintió, intentando comprender su posición.

—Yo soy diseñador gráfico y, por ahora, soy el único que paga las deudas de la casa. Teníamos una vecina que nos hacía el favor de cuidar de nuestra hija, pero está haciéndose mayor. Me gustaría saber un poco más sobre ti. Leí en tu currículum que has trabajado en guarderías antes. ¿Has tenido la oportunidad de cuidar de alguien que tenga alguna discapacidad?

La cabeza de Dash se volteó hacia Laila. La muchacha se chupó los labios mientras se llevaba una mano a la boca para limpiarse el azúcar del postre que tuvo que colocar de vuelta en el plato. Se quedó un tiempo masticándolo y contestó, apenas despejó su garganta de la comida:

—Nunca he trabajado con un niño que tuviese alguna discapacidad; bueno, no que yo sepa. De momento, estoy educándome en casa; ha sido así desde el jardín de niños. Me gustaría estudiar preescolar algún día. —Dash pudo notar la incertidumbre en el rostro de su papá—. Estoy dispuesta a aprender sobre la discapacidad de Phoenix, si ustedes me enseñan lo básico. ¿Desde hace cuánto saben sobre el diagnóstico?

—Apenas vamos a cumplir el mes este 19 —Kacey fue la que respondió.

—Ah, sí es verdad que fue hace poco... —Laila asintió y le dio un sorbo al refresco. Todavía faltaba como una semana y media, apenas iban por el 10 de marzo—. Entonces digamos que todos estamos aprendiendo de cero cómo se maneja esto.

Sus ojos buscaron la aprobación de todos, pero la pobre hacía la conversación cada vez más incómoda de sobrellevar. Su papá reafirmó que ya se había adelantado en contactar a las personas que ella había citado al final del currículum.

—Sí, no es fácil —reconoció Kacey—. Nos dieron un montón de material y centros de apoyo, pero, aunque invirtiéramos gran parte de nuestro tiempo enfocándonos en la teoría, los casos varían según cada paciente. Por lo tanto, lo mejor que podemos hacer por ahora, es trabajar con lo que ella nos permita y lo que nos vaya diciendo el doctor.

—Entiendo ¿Y qué debo de tener en cuenta al cuidarla?

—Que todo será un reto. Por ejemplo, si está cerca de la calle y hay un lugar concurrido, digamos que es un concierto en el parque —Dash se entrometió para explicarle. La chica se giró hacia él—. Ella puede correr hacia la calle queriendo escapar de la bulla, sin comprender que lo único que se quiere es evitarle el peligro; es una respuesta de pelea y huida. Le cuesta seguir indicaciones; es más de copiar los movimientos que uno vaya haciendo, que seguir órdenes por su cuenta. Y te advierto que va a un ritmo bien lento. —Imitó la lentitud de un perezoso—. A veces se puede levantar de mal humor, y en otras ocasiones puede ser todo lo contrario. Cuidarla siempre va a ser impredecible; pero, a pesar de todo es muy capaz. Es solo que hay que entender esa parte.

—Sí, además si está enojada o frustrada por algo —intervino Kacey— siempre hay un por qué detrás de su comportamiento; es solo que no sabe cómo expresarse. Entonces casi siempre reacciona de manera violenta. Es decir, si te da un golpe porque tal vez te pusiste detrás de ella y le hablaste de repente, es porque se asustó. O si llora, grita, ofende..., ya sabes, es causa del mismo daño en el cerebro. Es incapaz de regular todo ese tipo de emociones y actitudes sin ayuda, pero supongo que se le puede ir enseñando poco a poco hasta que se lo aprenda.

—Intentaré tenerlo presente.

Laila repasó las características más importantes. Trey le dijo que sería mejor si fotocopiara el material que le habían dado. Ella estuvo de acuerdo, aunque podía notarse que la entrevista no estaba siendo lo que ella esperaba; se veía abrumada con tantos requisitos siendo tan joven. Tal vez sería otra más que pasaría de largo.

—Entonces ¿cuándo me enteraría si he obtenido o no el trabajo? ¿Me llamarán? —Laila se rascó el pelo, agachó la cabeza y jugueteó con sus dedos.

—Sí, te llamaremos tan pronto nos organicemos como familia para sacar adelante otros asuntos financieros —Trey fue el que habló, mientras Laila seguía comiendo y bebiendo; ya casi se terminaba el postre—. De momento me gustaría que vinieras los próximos días a ver qué tal se da la química entre tú y Phoenix; vas a estar a prueba por unos tres meses. El salario base partiría de un estimado de quinientos dólares por mes, dependiendo de tu rendimiento y de los resultados que veamos en nuestra hija, ¿te parece?

Trey le recordó que la intención principal era que Phoenix se sintiera cómoda con ella.

—Eso sí, a pesar de estar a prueba, si vemos que no es lo que buscábamos, tendremos que buscar a alguien que tal vez sí tenga un énfasis en la enseñanza especial. Pero, de momento el puesto es tuyo —le aseguró Kacey—. Si tienes algún compromiso, dínoslo a mí o a Trey con anticipación. Si vienes más tarde de lo esperado, igual llama con tiempo. —Le entregó una especie de folleto con su horario y el material que debía imprimir, indicándole cuándo lo necesitarían de vuelta—. Eso sería por ahora. Gracias por haber venido. Agradecemos mucho tu puntualidad.

—Gracias, señor y señora Hastings, son muy amables. —La muchacha asintió mientras le daba un último mordisco a la rosa de hojaldre de manzana. Se limpió el azúcar de las manos y se despidió de cada uno—. Todo estuvo muy rico. —Ahí tienen apuntado los datos de mis papás, por cualquier cosa, y la dirección de mi casa.

Laila les señaló el currículo que les había llevado hacía unos días. Ellos asintieron y la acompañaron hasta la puerta.

—¡Nos vemos pronto, Phoenix!

La muchacha se volteó para despedirse de ella, pero la niña ni atención le puso hasta que lo escuchó hablar a Dash, quien se volteó para decirle que le hablara un poco más alto. Laila así lo hizo hasta que por fin ella la escuchó y le devolvió el saludo con ternura, como si se conocieran de hace años, después de haber ignorado su existencia durante toda la entrevista. La ironía. Laila se despidió de Dash y continuó su camino. Sus papás se quedaron en el marco de la puerta, viéndola irse a casa, hasta ver su silueta desaparecer de su vista. Por fortuna, el pueblo siempre era tranquilo, y todavía seguía siendo muy temprano; uno podía caminar a las tres de la mañana con la certeza de que nada le pasaría.

Ya era lunes por la mañana. Kacey lo llamó desde las escaleras y le avisó que el entrenador estaba afuera. Dash revisó su ropa; todavía estaba en pijamas, y ni siquiera se había lavado los dientes. Apenas se estaba levantando. Se forzó a reaccionar lo más rápido que pudo y le pidió a su mamá que los invitara a sentarse en el sillón a esperarlo mientras él se alistaba. Seguro eso le restaría puntos en su calificación, porque se suponía que, a esas alturas, ya debería estar calentando en la plaza. Pero, la alarma del robot que tenía en el cuarto no la había escuchado, así que no le quedaba otra opción que aceptar lo que le pusieran.

El entrenador llamó a su mamá. Dash husmeó por uno de los arcos de la cocina; Kacey apenas se encontraba preparando el desayuno. Tanto la señora, como el entrenador Owen le daban la espalda a su madre. La esperaron en el sillón, mientras conversaban con Dash sobre otros temas sin importancia. Ella salió tan rápido como oyó al entrenador dirigirse respetuosamente por su apellido de casada; se secó las manos en el delantal y permaneció justo a la parde él. Le preguntó al entrenador en qué podía ayudarle. 

Owen le consultó qué había estado ingiriendo Dash durante su ausencia. Él intercambió una mirada silenciosa con su madre. Ninguno se esperaba ese tipo de pruebas. Ella le respondió con la verdad: que a principios del mes de febrero, por motivos personales y de tiempo, tuvieron que calentar varios paquetes de comida congelada, pero le aseguró que ya habían vuelto a cocinar sus platillos con normalidad. También le comentó que Dash preparaba sus propios menús, le aclaró que no siempre estaba enterada de si las comidas que se hacía eran del todo saludables o siquiera cumplían con las calorías que necesitaría para practicar el atletismo, pero consideraba que era muy disciplinado con el deporte. Le mencionó sobre el mini gimnasio que tenían en el garaje. El entrenador pareció quedarse conforme con sus respuestas.

—Esa es toda la información que sé ¿Se le ofrece algo más? —le preguntó ella.

—No, no se preocupe, solo quería darme una idea de qué tipo de rendimiento tendría en la pista y un poco sobre su dieta.

El entrenador Owen se volvió a dirigir a él apenas su mamá se retiró a la cocina. Le preguntó si tenía una idea de cuánto pesaba la última vez; Dash le dijo que no sabía, pero le compartió con orgullo un poco de sus rutinas de ejercicio mientras la nutricionista le medía la cintura, con la cinta métrica y también le sacó la altura. Luego le ordenó que se quedase quieto en la báscula. Con ese tipo de evaluaciones tan rebuscadas, se sentía peor que una modelo de Victoria Secret.

—Bien, llévame hasta la plaza —le indicó el entrenador, levantándose del sillón—. Dime algo, ya desayunaste, ¿cierto?

El entrenador se paró frente a él y alzó el mentón, escrutándolo con la mirada de arriba abajo. Dash reprimió el temblor que sintió al sostenerle la mirada. Tuvo que decirle que no, porque tarde o temprano se enteraría al ver su rendimiento o, en el peor de los casos, terminaría desmayado. Kacey ofreció darles el desayuno a todos, pero el entrenador y la nutricionista negaron y solo se sentaron a esperar que él terminara de comer.

Era un desayuno variado, con generosas porciones, como esos que se ven en los restaurantes de comida rápida. La nutricionista se quedó viendo el plato y luego le recordó lo que les había explicado a los alumnos el semestre pasado: cómo medir las porciones de manera saludable; fue respaldando su explicación con las manos. 

Kacey se llevó una de las manos a la cadera y se detuvo a ponerle atención. La mujer les dijo que podían utilizar las dos manos abiertas para calcular la cantidad de vegetales que se consumiría; el dorso les ayudaría a calcular los carbohidratos; y, de acuerdo con el tamaño de la palma de sus manos, se podría deducir cuál sería la porción perfecta para las proteínas. Les advirtió que la ración de grasas no debía ser más grande que el dedo índice, de ser preferible.

Le explicó a Dash que no debía de excederse con la ingesta de alimentos; que era mejor buscar un equilibrio según la estatura, el peso y la edad siempre bajo la supervisión de un profesional. Por eso el método de calcular las porciones con sus manos y el material que le había dejado, junto al nuevo menú, le sería útil a largo plazo, para mejorar su condición. Él le agradeció moviendo la cabeza, y comió ignorando la existencia de ambos en el comedor. Su mamá les presentó algunas inquietudes sobre el ejercicio y la comida. Apenas Dash terminó de desayunar, le dieron un tiempo de descanso para que se le bajara la comida; y, cuando estuvo listo, cerró la puerta despidiéndose de su mamá, quien le deseó la mejor suerte.

Tanto el entrenador como la nutricionista se sentaron en una banca y lo dejaron calentar. Dash se puso los audífonos y tocó un par de botones en su walkman antes de comenzar la prueba.

—Es hora de ver si las palabras concuerdan con tus acciones, muchacho —le advirtió el entrenador—. Vendré a ver tu avance antes de que se termine el mes. Voy a tratar de verificar que no choque con la visita de algún otro profesor; de ser así, yo te avisaría antes de lo esperado. Eso sí: puede que me aparezca de sorpresa como lo hice hoy; todo puede pasar. Ya empiezo a notar cierto músculo. Te felicito. Trata de no descuidar lo demás.

»La calificación de tu rendimiento la encontrarás disponible este viernes. Vendrá con una retroalimentación adicional, como de costumbre.

Dash asintió.

La nutricionista le comentó que pronto se haría la Feria de la Salud en el colegio y esperaba contar con su participación. Después le preguntó si padecía de alguna enfermedad o de alguna alergia que requiriera atención. Dash le comentó que la vista se le había deteriorado bastante tras su suspensión, al pasar tanto tiempo frente a la computadora sin lentes. 

Sara le sugirió que debería ir cuanto antes a un oftalmólogo y así luego podría mostrar la información para hacer sus lentes en la óptica con la que la escuela tenía un convenio. Se le aplicaría un descuento de hasta el cincuenta por ciento por ser estudiante. La oferta le pareció bastante buena a Dash. 

Le dijo que se pasaría por el colegio apenas lo anunciaran en la plataforma.

El entrenador Owen sacó su libreta y sonó el silbato, después de indicarle cómo sería evaluado. La prueba duró dos horas, las que se suponía que tendría al recibir algún entrenamiento deportivo. Al concluir se podía decir que sintió que lo había hecho bien.

Dash se limpió la palma de las manos en su pantaloneta, les dio un firme apretón y les agradeció por haberse desplazado hasta allí. El entrenador no le reflejó ninguna emoción que fuese digna de asombro u orgullo. Quedaron de verse pronto para otra evaluación. Parecía tener sentimientos encontrados respecto a su rendimiento y lo que había visto en el desayuno.

El corazón todavía le golpeaba el pecho con fuerza; sentía que no podía recuperar el aliento. Se acostó a descansar un rato, dejando la banca de cemento toda sudada. A esas alturas, tenía más posibilidades de graduarse de ese modo, que volver a clases presenciales, y eso lo ofuscaba. Los rayos del sol le calentaban la piel.

Se fue a casa desecho. Su mamá intentó animarlo, pero él le hizo un gesto diciéndole que no estaba de humor para sentarse a escuchar lo que tenía para decirle. Se fue a dar un baño para continuar con las demás clases. Ya no quería saber nada del ejercicio por esa semana; aquella exhaustiva evaluación le había quitado la motivación.

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