Capítulo IV: Con la panza vacía, ninguno muestra alegría (VIII)

Robert Reed salió a tomarse un café después de conversar con los doctores; se sentía más aliviado de ver que Damon estaba sintiéndose mejor. Delilah se había ido a la casa a ver cómo se encontraba su hijo, así que Robert se había quedado solo de nuevo. Retiró el café que la enfermera le había dado; la mayoría del personal seguía recordando a su difunta exesposa con cariño. Se sentó en una de las mesas de la sala de descanso de Cuidados Intensivos a conectarse al internet para continuar adelantando los expedientes del día siguiente.

Se restregó los ojos, ya tenía la vista irritada, y le dolía la cabeza por estar tanto tiempo trabajando frente a la computadora. Después apoyó la barbilla en sus manos entrelazadas, dejando que el café se enfriara. El reflejo blanquecino de la pantalla de Word se reflejaba en sus anteojos. Luego subió la punta de cada uno de los folders, revisando las notas adhesivas de colores, clasificando cuáles eran los casos más urgentes, qué tipos de presos necesitaban prisión preventiva y revisando que no dejase ninguno por fuera, entre otros deberes penales.

Tendría que madrugar al día siguiente para presentarse ante la corte; tenía tres juicios pendientes para ese lunes y, por la índole de su profesión, ya no podía buscar otro reemplazo que se sentara a repasar cada detalle del caso de un día para otro. No perdía la esperanza de que su jefe sería lo suficientemente considerado para dejarle retirarse por unos dos meses sin goce de salario. Quería sacar un permiso de incapacidad para cuidar a Damon.

Hizo un par de llamadas para cancelar los eventos que tenía pendientes para esa semana. Uno de ellos era para ese sábado: había planeado celebrar los diecisiete de Damon, aunque su cumpleaños era el día siguiente. Le dolió tener que ir cancelándole a cada negocio en el último instante. Casi no tuvo que esforzarse en explicarles cómo se habían dado los hechos, la noticia ya se había propagado por todo el pueblo. 

Asintió al escuchar que le devolverían cada centavo que había gastado en la fiesta sorpresa de su hijo. No quiso llorar, no podía, pero odiaba sentir ese dolor acumulado en el pecho sin saber cómo sacarlo. Le reconfortó saber que, a pesar de su condición de salud tan delicada, Damon se hubiera puesto feliz de que le hubiese hecho un detalle tan significativo. Ya hasta había enviado las invitaciones; todavía le quedaba otro par en la casa que había quedado de enviar esa semana a otra parte de su familia en otros estados, que terminarían en la basura.

Continuó alternando sus deberes con las llamadas. Se sentía peor que su asistente en el trabajo.

Abrió la bandeja de entrada del correo. Leah le había enviado un mensaje que decía lo siguiente:

«Estimado señor Reed, primeramente, quiero saludarlo expresando mis condolencias por lo que sucedió este viernes. Espero que Damon se encuentre mejor de salud; esos son los deseos de todo el personal administrativo de la secundaria.

Le hago saber por este medio que me he tomado la molestia de revisar la cinta de seguridad de principio a fin; no quiero que se desespere pensando que lo he dejado pasar. Le adelanto que la próxima semana, a más tardar el martes, le contactaré de nuevo para reunirme con usted. Quiero tomarme mi tiempo para escuchar las dos versiones de los jóvenes sobre la pelea, en especial la de Damon, antes de comunicarle a la familia Hastings si su hijo podrá continuar estudiando con nosotros.

Le insto a que continúe informándome sobre su estado de salud lo más pronto posible. Quedaré a la espera de su mensaje. Espero que comprenda que estar en mi posición actual interviniendo por ambas familias, se me hace algo complicado de sobrellevar, sobre todo con los padres del joven Dashiell. Mi único deseo es que ningún estudiante se quede sin estudiar por tanto tiempo.

Pronto le estaré comunicando la alternativa a elegir, asegurándome de que no afecte a ambos bandos.

P.D: ¿Aún lo veré mañana en la conferencia? Necesito saber si aún sigo contando con el cuerpo de policías, para saber si puedo aplicar con los profesores la práctica anti-tiroteo en el transcurso del día. Gracias de antemano.

Que tenga un buen día.

Leah Fitzgerald».

Robert terminó de leer el correo, tenía un brazo en la frente. Estaba con los ojos casi pegados al monitor, intentando leer la letra pequeña del mail. Los nudillos de sus manos crujieron y sacudió la punta de sus dedos como si estuviera tocando un piano imaginario, antes de ponerse a escribir.

Se giró para decirle a la salonera que le preparara otro café y se puso de pie para darse un descanso. Escuchó el sonido de la lluvia caer en el techo a cántaros. Caminó unos cuantos metros hacia el área de recreación; adentro seguía haciendo frío por el aire acondicionado. Había unas cuantas personas sentadas en los sillones de color celeste con la cabeza metida en los libros, lamiéndose las migajas de pan de sus bocas.

Se sacó el teléfono del bolsillo y se detuvo a ver la pantalla sin abrirlo completamente. Era Trey Hastings quien le estaba llamando. Decidió contestarle después de dejarlo timbrar un par de veces y se puso el celular en la oreja. El señor Hastings le preguntó si todavía estaba de acuerdo en que Dash fuera con ellos para disculparse. Él se tomó su tiempo para responderle; el papá de Dash lo había dejado en línea porque estaba ocupado. Robert escuchó cómo le prometía a su hija pequeña que la vería muy pronto; sonrió al escuchar la dulce voz de la pequeña al teléfono. No se escuchaba muy feliz de estar de nuevo en la casa donde le habían dejado, quería ir con ellos.

Kacey tomó el teléfono en lugar de su esposo.

—Disculpa por todo el desorden. Mi hija no entiende que debe quedarse en la casa de mi hermana hasta que regresemos del hospital. —Suspiró—. ¿Al final puede ir Dash a disculparse? Ya casi nos vamos. —Sus ojos brincaron hacia el reloj que estaba enfrente. Ya casi eran las cuatro de la tarde.

Robert se alejó del ventanal y caminó hasta la cafetería para pedir otros dos cafés.

—Sí, supongo que no tengo problema con ello si desea hacerlo de corazón —le dijo con un tono sereno y le dio un sorbo a su café desde su asiento. Kacey le contestó sellando el acuerdo—. Gracias, por lo que han hecho. Creo que también les debo una disculpa por haberme comportado como un idiota la noche del viernes... —Suspiró, llevándose la mano a donde alguna vez hubo una abundante melena.

—No hay de qué, señor Reed —respondió Kacey, cansada, y le cortó.

Minutos después, Robert salió al encuentro de la familia Hastings. Dash fue el primero en darle la mano. Robert se sorprendió por lo golpeado que estaba a pesar de haber sido él quien había iniciado la pelea. No sabía qué esperar del adolescente. Sus papás todavía seguían apenados por lo sucedido.

Robert dirigió su mirada hacia la fila de personas que le entregaban el pase de vista al guarda de seguridad para reportar a quién verían. La fila comenzaba a hacerse más larga.

Trey le dijo a Dash que se apurara para agarrar campo antes de que se sobrepasara el límite; el horario de visita se cerraba dentro de una hora. Él se giró y comenzó a alejarse con una risa nerviosa en sus labios, levemente sonrojado por la inexperiencia.

—Si gustan, pueden tomar asiento. Delilah, mi pareja, ya no vendrá hasta mañana. —Robert les señaló los otros dos asientos vacíos de su improvisado despacho. Los Hastings solo forzaron una sonrisa.

Él señaló con su dedo índice, interrumpiendo la conversación para ir a retirar la orden que había pedido para ellos. Al volver, Kacey y Trey se giraron para ver a dónde se había ido.

La señora Hastings se levantó del asiento para ayudarle a cargar la bandeja.

—No se hubiera molestado, ya comimos en casa —se sinceró Kacey al poner la bandeja frente a ella.

Trey la volvió a ver llamándole la atención por su imprudente comentario; estaba siendo bastante desconsiderada con él por el dinero ya invertido. Como si no se pudiese comer un simple de pie de manzana y un café, las dos bandejas tenían lo mismo.

—No te preocupes, puedes guardarlo para la tarde. —Robert se rio y volvió a enfocar su mirada en la computadora, regresando a su trabajo.

Kacey asintió y se forzó a darle un bocado; la boca se le hizo como la de un pescado al darle una mordida. Se limpió las boronas, llevándose la mano a la boca mientras masticaba con pena. Robert se giró para darle un vistazo a Dash al escuchar a Trey preguntarle si los doctores habían de acuerdo en darle el permiso a personas particulares para entrar a ver a Damon. La fila apenas iba por la mitad. Dash estaba jugueteando con el papel, buscando que no se le cayera al piso.

—Sí, no hay problema. Creo que, por ahora, a como está la situación, lo peor que le puede pasar es que Damon no le conteste a nada de lo que le diga por los sedantes —le tranquilizó Robert.

Los Hastings se habían levantado a depositar los sobros de comida en el basurero. Alzó la mirada al notar que se estaban yendo, asintió al escuchar que le estaban dando las gracias, y luego corrió un par de expedientes. Odiaba no poder sentarse a hablar con tranquilidad, pero debía atender sus deberes primero, y ellos lo sabían. Kacey quitó su bolso de la silla donde lo había dejado y se lo puso al hombro. Trey le dijo que iban a retirarse a otro lugar para no molestarle. Él les aseguro que no había ningún problema, pero entendía que el entorno no era el adecuado; nadie quería sentarse a hablarle a la carátula de una laptop parlante mientras trabajaba.

—Vean, no considero necesario que estén viniendo cada día solo porque sienten que deben pagar los errores de su hijo. Aun así, les agradezco por habernos acompañado a mí y a Delilah estos dos días. —Kacey le preguntó a qué se refería—. Si es por el dinero, no se preocupen, no tienen que cubrirme el seguro médico. —Se encogió de hombros—. Eso me lo costeo yo solo sin problemas.

—Entonces, ¿qué sugieres que hagamos para ayudarte?

—Ya no tienen que pagar nada. Leah me explicó hace unas horas que vio la cinta de seguridad ayer. Dice que quiere tomarse el tiempo de escuchar las versiones de ambos para resolver el problema.

Robert continuó respondiéndoles otros detalles del correo.

Después de un rato, prosiguieron a discutir sobre la parte de los cargos en contra de Dash.

—Dejaré que Damon decida apenas se recupere si aún quiere presentar los cargos en contra de Dashiell o dejarlo así; después de todo, yo sé lo que tengo en casa, así que la culpa es de los dos —les dijo a ambos—. Aunque, si en verdad quieres darle una lección, si fuera tú le haría creer que nada de esto se ha hablado entre nosotros. Si aceptas, puedo irte enviando las facturas de cada servicio para que se espabile, que ya es hora. Ustedes deciden, eso sí, cuándo hacerle saber la verdad.

Trey y Kacey asintieron, de acuerdo.

—Seguro aprenderá bastante a apreciar el valor del dinero, me parece excelente. Voy a hablar con la hermana de mi esposa, a ver si le puede conseguir un trabajo en su restaurante en los próximos meses. No sabe cuánto se lo agradezco, ya no sabía de dónde sacar el dinero.

—Sí, no crea que se me hizo fácil tomar esta decisión. Damon es mi único hijo, y tengo miedo de perderlo. Sin embargo, me parece que su hijo ya tuvo suficiente con haberse llevado el susto de su vida en la cárcel, además del reportaje que le sacaron ayer. El dinero estaría de más.

Robert asintió, dándole un firme apretón de manos y los vio retirarse hasta el área de recreación. Dash ya no se veía en la fila. Asumió que el guarda lo había hecho pasar a la habitación de Damon hacía un rato. Cada visita duraba un estimado de veinte minutos; seguro no tardaría mucho en salir de allí.

Al día siguiente, Delilah había ido a recoger al hospital a Damon porque lo habían mandado a casa. Él se veía igual de desorientado que el día anterior y su cuerpo se tambaleaba en la silla de ruedas; ella estaba luchando por subirlo a las gradas de la casa sin tener que llamar a Selah. Lo llevó hasta la sala y le dijo a la señora que ayudaba en la casa de los Reed que se asomara a la sala para que viera quién había llegado, a ver si así se podía animar. Selah salió con un pastel de banana casero y cruzó despacio la sala. Las dos mujeres comenzaron a cantarle el Feliz cumpleaños en nombre de su papá, que no pudo estar allí para celebrarlo.

El pastel llegó al regazo de Damon, donde descansaban sus manos. Pestañeó un par de veces, pero siguió en silencio. No parecía recordar que era su día especial ni qué ocasión celebraban; tampoco hizo preguntas sobre Robert. Delilah se inclinó hacia él; los mechones de su cabello le acariciaron las piernas a su hijastro por su larga extensión.

—¡Mira todos estos regalos! ¿Quieres abrir alguno?

Al ver que Damon era incapaz de reaccionar, se desplazó como si fuera una maestra de preescolar hacia las coloridas envolturas y le puso uno en el regazo. Selah estaba apoyada en el marco de la cocina, viendo la conmovedora escena. Lo animaron a que abriera el regalo por su cuenta, a ver si adivinaba de quién sería, pero los sedantes seguían teniendo efecto sobre el homenajeado. Lo único que hacía era pestañear y verlos fijamente. Ella le puso la mano dentro del regalo y se la movió para ver si podía sentir algo. Las pupilas de Damon se enfocaron en el contenido que tenía entrelazado en las manos. Sus acciones eran tan lentas como la de un perezoso, pues aún les tomaría un gran tiempo ver los resultados de la cirugía que le hicieron en la cabeza, al cien por ciento, pero al menos era un avance.

Sacó el obsequio. Selah corrió hacia él antes de que la lámpara cayera al suelo. Era el más especial de todos; ambas se habían puesto de acuerdo para darle ese detalle. Era un recuerdo de su madre.

—Tú papá no puede estar contigo hasta la noche, se ha tenido que ir a trabajar temprano, pero me ha dicho que pronto te llamará para saber cómo te sientes. ¿Qué te parece? —Delilah se inclinó colocando las manos en las rodillas, hasta ponerse al nivel de él—. No te preocupes, ya me he encargado de planificar lo que vamos a hacer durante el día.

Se le veía muy entusiasmada para ser tan solo las ocho de la mañana, pero quería hacerle saber a Damon que se estaba esforzando por mejorar su previa relación, porque no se comparaba con la difunta esposa de su pareja. Quería que él también le diera la bienvenida oficial a su familia, pero ni, aun así, le estaba sirviendo. Era consciente de que a Damon no le gustaba que su fecha de cumpleaños coincidiera con el aniversario de la muerte de su madre, Alyse Reed, cuyos retratos seguían intacto en la mayoría de las paredes de la casa. Vio al muchacho pasar una mano por la textura de la lámpara que le habían dado, observando los detalles de los dos ángeles que se suponía que eran él y su madre.

Ella suspiró. A veces se preguntaba si Robert algún día podría pedirle matrimonio para llegar a ser parte de su familia, como se debía, o si solo aspiraría a siempre conformarse con ser la otra mujer.

—¿Quieres empezar por el pastel de banano? Te hemos preparado un desayuno con todo lo que te gusta —le dijo Selah.

Él le respondió que estaba bien.

Delilah levantó el plato y se lo llevó a la mesa para partirlo. Le dijo a Selah, desde la cocina, que llevara a Damon a la terraza, alcanzó el teléfono de la sala. Era Robert.

—¿Delilah? ¿Cómo sigue Damon?

—Bien. —Ella le dio un vistazo a la terraza—. Al principio se le veía bastante apagado. Aún se le sigue viendo somnoliento, pero, ya no se le ve tan desanimado como al inicio ¿Cómo te fue con el juicio?

—Bien, he tenido que adelantarlos para ver si logro llegar a tiempo a la secundaria. Ya sabes, Leah me ha pedido que los capacite con la práctica de anti-tiroteo después del mediodía, pero, he estado bastante tallado. Tal vez envíe a Anthony Forbes como reemplazo ¿Podrías pasarme a Damon, por favor? Gracias.

Ella fue hasta la terraza, Damon recibió la llamada.

—¡Hola, campeón! —dijo Robert—. ¡Muchas felicidades! Lamento no poder estar celebrando contigo desde temprano, pero estoy cargado de trabajo. ¿Cómo lo estás llevando?

Damon no pareció entender a qué se refería, así que le explicó de nuevo, y le preguntó cómo se sentía.

—Ya me voy sintiendo mejor. —Damon le dio un bocado a su pastel de banano.

—Qué dicha. Recuerda las recomendaciones del doctor: deberás quedarte en casa, evitar situaciones que te generen estrés y hacer movimientos bruscos —Continuó aburriéndolo por otros minutos. Damon se llevó una mano a la cabeza—. Bueno, ya debo volver al trabajo. Tus amigos me han llamado para ver si podían visitarte después de clases. Nos pondremos de acuerdo para ver qué hacemos más tarde, ¿te parece? ¡Te veo en la cena!

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