Capítulo IV: A rey muerto, rey puesto (IX parte)

Después del almuerzo, Dash y el resto de sus compañeros tuvieron clases de música con el profesor Sears durante dos horas. Sears le dio un panfleto a Dash anunciando el gran festival de música que todos los años se realizaba en San Valentín de actividad sería dentro de dos semanas, con un premio de cinco mil dólares al grupo ganador.

El aula estaba acondicionada como si fuera un pequeño auditorio donde el profesor pasaba mientras intercalaba su papel de educador para ser el espectador de sus alumnos, con el propósito de acostumbrar a sus estudiantes a sentirse en un ambiente universitario. Había un escritorio de madera casi cerca de la puerta principal, una gran pizarra con el simbolismo y el origen de las notas musicales respectivas y unos avisos importantes escritos con tiza de colores con una letra casi diminuta en una esquina, y cada plataforma tenía una fila de seis asientos por estudiante.

—El semestre pasado aprendimos los fundamentos básicos de la música. En este periodo dividiremos las clases en dos segmentos: las lecciones de canto, primero, y por último nos concentraremos en aprender a manejar los instrumentos que se les facilite. Cada uno deberá escoger con sabiduría cuál le interesa aprender; en las clases solo ese podrá usar hasta que se gradúe. —Les dio un formulario que tenían que llenar.

Dash se detuvo a leerlo, siguiendo las instrucciones. El papel mencionaba que si no tenían dinero para comprar sus propios instrumentos, la secundaria se los prestaría, mientras se aseguraran de cuidarlo. Ya tenía una guitarra con la que practicar en casa. Llenó su nivel de aprendizaje: apenas llevaba un año tocándola. Era una guitarra electroacústica de color azul.

—Con todo esto que se dio tras el tiroteo de Columbine. Es mi deber el recordarles que no se asusten si en algún momento, ven que con frecuencia, tendremos que estar repasando las medidas necesarias para saber resguardarnos ante un posible ataque. Como ya repasamos la teoría de primeros auxilios en el Lockdown Drill. En estos días, Leah quiere ver cómo ponerla en práctica con el simulacro del Active-shooter.

—La verdad es que todos estos simulacros de incendio o los de desastres naturales ¡No sirven para nada! —opino uno de los estudiantes—. Porque justo cuando sucede la tragedia, a todo mundo se le olvida como actuar.

Mientras continúaba la clase, muchos observaban su teléfono a escondidas, tratando de averiguar la hora o, en el peor de los casos, distraerse jugando a juegos arcade en sus móviles como el Tetris o a la serpiente, resonando los botones de sus teclas. Algunos buscaban  desesperados, revisar el estado de vida de sus mascotas digitales de los Tamagotchis o Giga Pets; con su simultáneo lanzamiento al mercado a finales de los noventa seguían marcando tendencia entre los adolescentes.

Otros alumnos intercambiaban dinero a cambio de los cassettes de juego que incluían la primera versión de la videoconsola portátil de Nintendo, el Game Boy, mostrándose impacientes por salir de clases e irse corriendo para alistarse e ir a sus respectivos entrenamientos, con la esperanza de terminar otro día más para llegar a casa y, si les quedaba algo de energía, comer para ponerse a hacer las tareas hasta horas de la madrugada. El ciclo se repetía cada semana en un estudiante promedio de Trinity Hill.

Luego del descanso, se comenzó a discutir la temática del musical. El profesor empezó a decomisar todos los juguetes que encontró y los guardó en su escritorio, diciendo que se los iba a devolver el último día de clases. Hubo reclamos por parte de la mayoría de los estudiantes; era muy extraño ver a alguien que no tuviera algún objeto de esos para matar el tiempo entre los recreos y las clases.

—Sí están dispuestos a participar en el musical, yo puedo hablar con sus otros profesores para que les dejen libres de toda deuda hasta el verano —empezó por donde más les convenía—. Es un hecho que no podrán regresar a sus equipos deportivos y clubes, a no ser que en verdad haya una mejoría en sus notas, pero al menos muchos se librarán de estar rotando cada semana por un nuevo horario entre jardinería, limpieza o seguridad con esas calificaciones bajas. ¿Qué dicen?

—Ahora si estamos hablando —expresó el primer alumno, convencido—. Los de utilería nos comprometemos a realizar las decoraciones que sean necesarias, con tal de que usted cumpla con su promesa, con la única condición de que estemos todos de acuerdo con la idea del musical.

Hizo un ademán para que los demás compartieran sus ideas. Su semblante había cambiado por uno más relajado.

—¿Por qué no realizamos una obra que mezcle la música con la literatura de novelas clásicas? —Daiki sacudió la mano, tratando de sobresalir del resto antes de que se le esfumara la idea de la mente—. Tiene que ser algo que le haga soñar a la audiencia, que celebre el amor, la amistad y que sea un buen musical.

Se veía bastante orgulloso con la iniciativa, pero los demás no parecían estar de acuerdo.

—En lo personal, me parece algo bastante complicado. ¿Quién va a realizar la utilería que se pondrá en cada escenario? Sería el doble trabajo, y ya tenemos bastante con crear el escenario de la decoración de cada puesto. Ponerse a realizar la utilería del fondo que se utilizará para el tema del musical, sería un desorden que no me quiero ni imaginar —replicó el primer estudiante.

—¿Por qué no realizamos un tributo con los sencillos qué han salido en la radio? —sugirió Dash—. El punto es que así todos podemos participar, en vez de sentir la obligación de aprendernos algo, como sucedía con las propuestas anteriores.

El profesor observó los rostros de sus alumnos asintiendo de acuerdo con Dash, detrás de la espalda del compañero. 

Las butacas de madera eran de un color blanco hueso, cada asiento incluía su portavaso y su propia superficie desplegable para tomar los apuntes. Tres o cuatro pancartas, acaparaban ambos extremos del salón, que servían para brindarles la información necesaria relacionada al tema que el profesor estuviera viendo con sus alumnos, desde los conceptos más básicos hasta los más avanzados.

—Cuidado, señor Sears. Si fuera usted, terminaría haciendo lo que él dice de inmediato; no, vaya a ser que después Dash se aparezca por el colegio con un arma y nos termine matando a todos. Ha puesto a los Tigers, a correr por el periódico en menos de dos horas. —El alumno se encogió de hombros, con una sonrisa cargada de malicia.

—Ya conoces las reglas, quiero que te pases a detención después de está clase —le entregó el tíquete—. Este tipo de bromas pesadas no están permitidas, pero ni por casualidad, ojalá esto les sirva al resto como una advertencia —reafirmó el profesor.

Dash notó que Daiki se percató de que algo grave estaba ocurriendo en medio del pasillo. Vio unas botas militares que deambulaban por el vestíbulo. Parecía ser un hombre vestido completamente de negro que cargaba un arma en sus manos.

—¿Qué es lo que está pasando? —le susurró a Daiki. 

La clase enmudeció de repente al escuchar el primer disparo cerca del aula; se oyó como un estruendo tras explotar un juego de explosivos en el cielo. El profesor intentó mantener la compostura: se limpió las gotas de sudor que le bajaban por la frente e intentó decirles a sus alumnos, con la mayor calma posible, a pesar de los balazos que se escuchaban afuera, que debían actuar rápido.

Sears le ordenó a Dash que apagara los ventiladores, mientras se acercaba con sigilo a la puerta para ponerle llave, y luego bajó la persiana para cubrir la puerta. Le reconfortaba saber que Leah las había asegurado desde el primer día de la remodelación del colegio, así que nadie podría ver lo que sucedía dentro de las clases, a menos que pegase la nariz en el cristal. Los estudiantes se quedaron más tranquilos cuando les repitió aquella información.

El profesor le ordenó a un grupo de muchachos que estaban cerca de la entrada que bloquearan la entrada con los pupitres sin hacer mucha bulla. Avanzaron en grupos de cuatro, alzando las mesas hasta colocarlas detrás de la puerta. Le dijo a otra estudiante que cerrara las cortinas de las ventanas que daban hacia afuera. Varios agradecieron que todavía tuviesen el aire acondicionado funcionando, porque ya se habían apagado los ventiladores.

Les recordó que la idea era hacerle saber al asesino que nadie estaba en clase. No había forma de moverse o hacer escándalo, porque en situaciones así cualquier sonido en pleno silencio los delataría; pero, para su pesar, ningún estudiante lograba callarse a pesar de sus demandas por el miedo que sentían al oír los disparos. El señor Sears tomó dos o tres respiraciones profundas al ver que el hombre siguió avanzando por el lado izquierdo, y perdió las botas militares de vista.

No sabía si le terminaría pegando un disparo a la puerta en última instancia, solo estaba intentando recordar lo que había aprendido en la capacitación anti-tiroteo que les dieron a los profesores para saber protegerse. Se metió debajo del escritorio.

Los demás estudiantes estaban en ambas esquinas de la habitación, poniéndose el triple de cinta adhesiva para sostener los libros que les servían como escudo para protegerse las partes más importantes del cuerpo. Aquellos que no pudiesen tener la chance de hacer lo mismo, se habían puesto la mochila, jorobándose como el caparazón de una tortuga para cubrir su rostro.

Solo tendrían que esperar a que la policía les dijese que era seguro salir, pero, por desgracia, no todos lograban callarse; entre los mismos estudiantes se peleaban intentando callar al otro. Otros, en cambio, estaban tan paralizados por el miedo que el eco de su llanto se oía hasta donde estaba Sears. Varios ya se habían escondido en la bodega; otros estaban apiñados en los armarios, con la respiración contenida. La gente estaba debatiendo si aquello era un simulacro o si podía tratarse de otro tiroteo, como el que sucedió en Columbine, dos años atrás.

El profesor les recalcó que sea cual fuese la respuesta, nunca estaba de más saber actuar rápido para resguardar sus vidas; tendrían que protegerse con lo que tuvieran a mano en caso de que se produjera el peor de los escenarios. Ya había un estudiante sin vida que había caído rendido buscando refugio; la tragedia lo había agarrado desprevenido mientras caminaba por el pasillo. 

Se escuchó cómo las puertas de las otras clases se abrían de golpe, y las personas gritaban desesperadas tratando de suplicar por sus vidas. Por desgracia, no todos habían podido reaccionar tan rápido como ellos; como todo estaba en silencio, era más fácil oír lo que sucedía afuera.

Las sillas se movían con brusquedad y, luego, otro par de disparos. Era desesperante para cualquiera tener que escucharlo desde el otro lado del pasillo mientras se pensaba en que nadie estaba exento de perder la vida ese día. Todo era tan realista que varios tuvieron que aceptar con resignación el hecho de que no había escapatoria, que debían de tomárselo en serio en vez de subestimar el evento como solo un simulacro.

En medio del profundo silencio, preocupado porque los hombres de negro pudieran estar cerca de donde él estaba, la corriente regresó después de lo que le pareció una eternidad.

—Lo que muchos hoy pudieron presenciar fuera y dentro de las clases, forma parte de la simulación del nuevo protocolo anti-tiroteo llamado: Active Shooter Drill —informó Leah a través de un intercomunicador, sin quitar la vista de las cámaras de seguridad de cada área de la escuela—. Se ha decidido implementar, en escuelas y universidades, como una estrategia de prevención para evitar que la tragedia de Columbine vuelva a repetirse. 

La directora vio a través de las cámaras cómo los estudiantes de varias clases se veían asomando las cabezas desde su refugio con temor al ver al equipo de hombres con chaleco de balas, botas militares y cascos de hierro entrando en sus salones de clase con sus armas mientras gritaban que eran la policía. Tenían las siglas S.W.A.T en la espalda. Vociferaron una orden para que todos levantaran las manos para salir de los salones de clase y aseguraron que no había nada que temer.

Obligaron a las personas ocultas en cada salón a salir con las manos arriba y caminar hacia el pasillo principal para dirigirse hacia el estacionamiento. Lejos de la zona de peligro, haciendo la práctica de lo que sucede después de una tragedia como esa. Los policías que se hicieron pasar por hombres armados fueron sacados con esposas y se les fue decomisada las armas en el lugar donde habían sido encontrados; desfilaban con la cabeza baja. 

Los estudiantes que estaban con sangre tirados por los pasillos e inconscientes debajo de varias clases e instalaciones de la institución, en realidad habían sido golpeados por una especie de bala mucho más dura que el impacto de las que dejaba el golpe de un arma de paintball;  aunque daba la impresión de que en verdad estaban muertos, por el impacto de varios balazos de los dolorosos cascos de metal en varias partes de su cuerpo. Despertarían a la media hora. 

El fin de las autoridades era, hacer el simulacro lo más real y crudo posible, para concientizar a sus estudiantes o, en otras palabras, aproximarse a lo que sucedía en el país. 

—Los criminales en realidad forman parte de las autoridades del equipo SWAT, conformado por varias fuerzas de seguridad. Sus miembros están entrenados para llevar a cabo operaciones de alto riesgo como el rescate de rehenes, la lucha contra el terrorismo y operaciones contra delincuentes fuertemente armados. —Leah siguió explicando por parlantes, a todos los estudiantes que estaban reunidos en el pasillo, aún llorando del susto—. Recuerden que es muy importante que, así como se nos capacita en caso de un incendio o desastre natural, debemos estar preparados para cualquier situación. Desde luego planeo poner en práctica esto cuantas veces sea necesario durante el año. Que tengan una buena tarde —se despidió apagando el intercomunicador.

Skate se reunió con el grupo para notificarles que había hablado con Damon en la mañana y que no se presentaría a clases hasta nuevo aviso. Estaban reunidos en la sala de los conserjes, repasando la base que él les había dejado como tarea para llevar a cabo el plan. Como los demás no parecían tener alguna sugerencia, decidió tomar el mando en nombre de Damon; así, se liberaría más rápido para cumplir con el encargo de su jefe.

—Entonces, ¿cuál es el plan que tienes en mente, Chico Anfetamina? —Gregory le dio otro sorbo a su café frío, y evaluó qué tan cuerdo se encontraba para regresarle la respuesta.

Nathan sacó una bolsa de guantes de látex que tenía guardada en su mochila antes de darles las pastillas y apartó el bolso donde llevaba escondidas las armas; quería evitar a toda costa que se enteraran sobre ello. Con solo ponerles atención a la rutina de los oficiales de seguridad del colegio, aprendió que los detectores de metales no pasaban encendidos hasta muy tarde. Se encendían a las ocho y se apagaban a las tres, cuando los estudiantes se retiraban a sus entrenamientos. Así había logrado escabullirse con las armas.

—Recuerda: lo único que pretendemos es asustar a las personas. Prométeme que te mantendrás sobrio hasta terminar con esto ¿Me has oído?

Skate detuvo a Gregory en seco diciéndole que se tranquilizara, y sacó el reloj que estaba por encima de su cabeza. Faltaban veinte minutos exactos para empezar a actuar.

—Lo que van a hacer es bastante sencillo. —Bostezó, rascándose la barbilla, mientras rebuscaba detrás de su espalda un marcador acrílico para establecer sus posiciones—. Se dividirán entre ustedes cinco las tareas. Mientras el equipo esté en su descanso, necesito que busquen el casillero de ellos antes del entrenamiento. Luego duérmanlos con el Brotizolam que les daré. El efecto durará cuatro horas.

Nathan sacó la doble pastilla de la caja que él utilizaba para dormir y la empezó a partir con una cuchara plástica mientras se las arrojaba a sus compañeros y continuaba explicando cada detalle.

—¿Preguntas? Bueno, parece que a todos les quedó claro —no los dejó hablar—. Eso es todo.

Skate tiró el marcador acrílico a la pizarra, y se acostó a descansar en la silla reclinable con una expresión huraña, por si alguno se atrevía abrir la boca para preguntar algo.

—Cuando a uno de los nuestros se nos acabe el descanso y tengamos que volver al usual equipo de limpieza, alguno de ustedes tendrá que reemplazarlo para ver si la pastilla les da resultados, porque si Leah o algún encargado se llegara a enterar de que nos quedamos después de clases sin cumplir nuestro castigo, o alguien nos delata, nos va a ir muy mal —agregó.

Los muchachos empezaron a levantarse con cuidado de sus asientos. Con cierto miedo en sus rostros y la adrenalina a mil, el grupo salió caminando con toda la calma del mundo hacia los vestidores, mezclándose con el resto de los estudiantes que corrían saliendo de sus clases hasta las duchas para evitar llegar con una infracción en plena sesión de entrenamiento.

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