Capítulo III: Desnudar a un santo para vestir al otro (I parte)

Invierno del 2001.

Una vez que la temporada de juego finalizó con éxito a finales del primer semestre, los entrenadores habían empezado a realizar lo que se llamaba por mofa entre los estudiantes «el reemplazo de segunda mano», que consistía en la expulsión de todos aquellos alumnos que no habían mantenido buenas calificaciones en sus asignaturas. Después de hacerles saber que no podrían continuar en el equipo, los entrenadores les daban una fecha estimada para ceder sus vacantes.

La última etapa consistía en revisar la lista de los estudiantes nuevos que se habían ganado el derecho de competir. Los entrenadores les revisaban las calificaciones escolares y se reunían con los profesores para evaluar la disciplina y la conducta de cada alumno. Tiempo después, se daba a conocer la lista de los futuros aprendices antes del descanso de invierno.

Los desafortunados atletas que fuesen expulsados pasaban a recoger sus nuevos horarios de limpieza. La directora se encargaba de cambiarles las actividades cada semana. Podían terminar trabajando en la cafetería; otros, cuidando las zonas verdes, y a algunos se les asignaba el trabajo de recepción o de acompañar a los oficiales de seguridad en la sala de vigilancia. Cada día eran evaluados por sus supervisores en una hoja que se le tendría que dar a cada entrenador en caso de querer regresar a sus equipos. 

Las dos semanas de vacaciones se habían esfumado en un abrir y cerrar de ojos. Ya había llegado el fin de semana, y con ello la culminación de la semana deportiva. Ese viernes, el público sería testigo de quiénes se llevarían el primer lugar de las cinco vacantes en cada disciplina deportiva. 

Nathan había estado recorriendo el vestidor de varios equipos con el trapo de piso. El último que le quedaba por limpiar era el del equipo de fútbol americano. Empujó la puerta con la espalda, jaló la cubeta de agua donde tenía sumergido el trapo y caminó en reversa durante unos segundos hasta que se cerró la puerta. Algunos estudiantes lo saludaron; nadie se extrañó de que estuviese ahí, ya lo conocían. Comenzó a recorrer los pasillos arrastrando con el pie la cubeta de cuatro ruedas, remojó el trapo, lo escurrió y luego lo pasó por todo el suelo hasta que el olor a desinfectante de manzana quedó impregnado por todo el lugar.

—¡Te voy a poner a limpiar, cerdo! ¡Seguro que así te limpias las nalgas! —Skate le gritó a un estudiante que había pasado con sus sandalias mojadas, dejando huellas de barro por todo el pasillo.

El equipo señaló al acusado riéndose de la situación. Nathan había perdido la cuenta de cuántas veces había tenido que decirles que evitaran pasar por donde él estaba limpiando. Algunos, al olvidarse de ello, corrían de puntillas intentando llegar a sus casilleros, como si el suelo se hubiese convertido en lava. Le sonreían como disculpándose con cierta incomodidad al verle tan molesto.

—Nadie se mueve de aquí; ya no pueden andar saliendo y entrando. Esto va a secarse rápido. —Los demás empezaron a reclamarle, recordándole que debían estar a tiempo para la ceremonia, y que no era gracioso—. No me importa. Puedo llamar a Leah, y esto se arregla en un instante —se defendió, encogiéndose de hombros con una mueca de indiferencia que solo provocó más reproches. 

Llamó al chico que le había hecho trabajar el doble. Le tendió el trapo con desgana y le ordenó que, una vez que terminara, fuera a dejar todo él mismo al cuarto de aseo, o terminaría sufriendo las consecuencias. El atleta se quedó viendo los tatuajes que tenía en el cuello. Aquellos detalles le hicieron retroceder, y recibió el trapo con resignación en medio de las burlas.

—¿Skate? Necesito darte la bolsa de regalo —Damon le gritó que fuera al casillero número quince.

Nathan se rio; no se había fijado en que él era quien estaba limpiando.

Se sentó en uno de los banquillos de madera a esperar que Damon se terminara de poner el traje de gala que usaría para su conferencia de prensa. Lo vio untarse un poco de gel en el cabello mientras se daba su propia charla motivacional antes de aparecer por el estadio, y se colocó las medallas a la par del escudo.

Leah había convocado esa mañana a todos los estudiantes que pertenecían al nuevo programa comunitario, para darles la bienvenida oficial en la ceremonia.

Otros estudiantes estaban tocando la puerta, demandando que les abrieran. Nathan le hizo una señal al que dejó limpiando, explicándole que solo debía desbloquear la cerradura de nuevo al jalar la perilla por dentro. Se rio al ver la estampida de estudiantes que entró casi aplastándose entre sí, dejándole sucio el piso que había estado limpiando. Estaban desesperados porque no les alcanzara el tiempo para cambiarse.

Skate estaba cansándose de pretender que el piso de cerámica era más interesante que todo el alboroto de los competidores, pero no había llegado hasta allí solo para ver a deportistas semidesnudos. Damon lo había llamado para discutir sobre negocios.

—Así que lograste entrar en la competencia... Parece que ya no me necesitarás, después de todo. —Le dio un vistazo al regalo de bienvenida que le había dado.

Damon alejó la mirada del espejo y se volteó hacia él. Se escuchaba el sonido de las taquillas metálicas al abrir y cerrarse, y alguien de vez en cuando salía con algún chiste que hacía reír al resto del equipo.

—¿De qué estás hablando? No habría invertido dinero de no necesitarlo. Logré mantener la nota mínima durante el semestre en las materias que estaba fallando, pero para los entrenadores eso no es suficiente para conservar mi lugar en el equipo, así que me hicieron competir con los nuevos.

—¿Y qué tiene que ver las notas con el rendimiento del equipo? —Nathan tosió un par de veces al sentir el fuerte perfume de Damon.

Damon se acercó hacia él para meter el arrugado uniforme en el bolso que había dejado en la banca de madera. Le dio una sonrisa fingida mientras doblaba la ropa, y se inclinó hacia su oído.

—Porque a los entrenadores no les conviene tener estudiantes que tengan calificaciones tan deplorables; eso les daría a entender a las universidades de prestigio que el colegio promueve la mediocridad. La institución quiere que no solo nos enfoquemos en el deporte, sino que también aspiremos a una profesión, que pensemos en nuestro futuro, ¿entiendes?

Nathan no respondió. Habían llegado dos atletas más. Se saludaron y lo dejaron en segundo plano. Ninguno de ellos pareció darse cuenta de su existencia hasta que dejaron de darle la espalda.

—¿Qué hace Christopher limpiando el pasillo vestido con saco y corbata? —comentó uno de los muchachos, y todos se rieron.

—A eso deberían registrarlo en el anuario de este año. —Damon siguió riéndose por un rato al verle la cara a su compañero, que parecía querer morirse al ver que el piso seguía sucio.

—Y así va a durar un buen rato —dijo Skate.

—Oye, ¿tienes alguna barra energética? —le preguntó a Skate uno de ellos, como si fuera uno más del grupo. 

—No, pero tengo unas cuantas pastillas que me ayudan a mantenerme despierto —le ofreció, sacándose el paquete de anfetaminas que llevaba en el bolsillo del saco.

El chico dejó la mochila y empezó a quitarse el uniforme lo más rápido que podía. Era uno de los pocos que, al igual que Damon, había decidido no gastar sus energías entrenando esa mañana. 

—No, gracias. No te preocupes, creo que iré al bar de frutas a ver qué me como —Hizo un mohín de disgusto al ver el paquete de pastillas—. Si detectan alguna anomalía en mi cuerpo al competir, me descalificarían. —El atleta solo se limitó a sonreírle a Skate al darse cuenta de que no sabía nada sobre las reglas del deporte.

Nathan tragó saliva al sentir que se le había quedado viendo los tatuajes que llevaba en el cuello. Los otros dos muchachos seguían con la cabeza metida en sus casilleros. Damon estaba ayudando a uno de ellos a atarse la corbata, y se rieron de que había quedado más ajustada de lo normal.

—Me gustan los tatuajes que tienes en el cuello. —Skate le dio las gracias al atleta sin mucho entusiasmo. No quería seguir extendiendo la conversación—. Nunca te había visto por aquí. ¿Eres nuevo?

Damon giró su cabeza hacia ellos, como si alguien lo hubiera invocado, y se acercó antes de que Nathan pudiera responderle.

—¿Recuerdan al chico del que les hablé hace un tiempo? Bueno, este es —interrumpió Damon—. Skate, estos son: Thomas Pearson, Tyler Holt y Gregory Giordano. Son mis mejores amigos.

Los chicos intercambiaron un par de saludos simultáneos con la cabeza. Gregory era el atleta que se había sentado a su lado.

—No soy nuevo, entré en el programa social en octubre. —Se rio Nathan—. La única diferencia es que hoy me estás viendo con uniforme.

Nathan les dio un apretón de manos a cada uno y repasó en su cabeza los nombres; por fortuna, ninguno figuraba en la lista que le había dado su jefe. Los tres atletas parecían sentirse más aliviados al comprender porque se encontraba ahí.

—Entonces, ¿qué tal es la vida en Northbury? ¿Es cierto que es bastante peligrosa? —curioseó Tom. 

Skate sintió que le quiso preguntar de manera indirecta por el significado de sus tatuajes. Después de todo, era el único en el colegio que los llevaba en lugares visibles.

—Según como la veas, al igual que en todo lado. —Les echó un vistazo a las mangas de su uniforme, por inercia. Relajó sus hombros al notar que el tatuaje de la pandilla estaba cubierto. Entre menos averiguaran sobre su vida, mucho mejor.

—¿Y te llama la atención algún deporte?

Puso los ojos en blanco al escuchar la pregunta que le había hecho Tyler, ya sabía que le preguntarían con la intención de ver si era una posible amenaza para su equipo.

—Sí, me gusta mucho el BMX, pero tengo entendido que no está en el programa. Así que no hay nada de qué preocuparse.

Damon interrumpió la conversación diciéndoles que ya se debía ir al teatro para que lo maquillaran, y agregó que lo siguieran.  Un chico de escasa musculatura, más alto que Damon, pasó saludando al grupo junto a un chico asiático que solo se limitó a levantar la mano con una sonrisa poco entusiasta. Ambos estaban en toallas, empapados de sudor, y el pelo se les veía tieso.

Nathan permaneció en silencio, volviendo a ser espectador en medio de la conversación. Pronto supo sus nombres: se trataba de Dash y Daiki. Ellos tampoco figuraban en la lista, entre menos personas mucho mejor.

—¿Te veo en el bar de frutas antes de la competencia? —le preguntó Dash a Damon.

Él le respondió que sí.

Una vez que se aseguraron de que Dash y Daiki se habían alejado lo suficiente, comenzaron a comparar el rendimiento que habían visto en los aspirantes, mientras caminaban hacia la salida. Se les notaba la preocupación de llegar a perder esa noche el esfuerzo de tanto tiempo.

Cuando salieron del teatro, Damon agarró el carro de golf. Durante el trayecto hacia el estadio, Skate no pudo evitar aclarar sus dudas respecto al plan.

—¿Qué vamos a hacer si llegas a fracasar?

—Eso es casi imposible. —Skate lo interrumpió, y le preguntó cuántos años llevaba entrenando. Damon le contestó que entrenaba desde los diez—. Todavía no he pensado en nada, me estoy concentrando en darlo todo en la competencia. La idea es no tener que recurrir a ninguna otra alternativa.

Su silencio hizo a Damon prorrogar más su declaración. No le gustaba que le hicieran perder el tiempo en tonterías que no tenían comparación con el encargo de su jefe.

—Pero, de no ser así, yo mismo te llamaría después de que me den el resultado —reafirmó—. Estaba pensando en hacerles una broma. Se me ocurre meterles algo que los enferme del estómago en la bebida, poco antes de que se les convoque al primer entrenamiento. Ahora que lo pienso, me habría quedado muchísimo mejor haberlo hecho ahora antes de la competencia. ¡Imagínate la vergüenza de cagarte encima en plena ceremonia!

Se lamentó entre risas porque no se le había ocurrido antes. Nathan no se sentía muy convencido con el rumbo de la situación.

—¿Por qué se te ocurrió hacer esto conmigo? —Skate se acomodó sus rizos castaño claro y lo encaró— ¿Pensaste que solo por venir de Northbury era un delincuente? Se nota que no me conoces —Negó con la cabeza, ni siquiera lo vio a los ojos.

Damon parpadeó más de tres veces; parecía sorprendido con la pregunta. Nathan estaba molesto porque pensaba que lo había contratado para llevar a cabo algo más serio.

—Tenía que pensar en alguien que no estuviese relacionado de manera directa con ningún equipo; me percaté de que necesitabas ayuda ese día, y el resto es historia. La primera vez que te vi el tatuaje del brazo, no logré captar todos los detalles; solo vi una calavera con rosas, y pensé que se trataba de Guns N' Roses. Supuse que, si te buscaba, tal vez podrías darles un buen susto a los nuevos; relájate. Todo esto que hemos discutido al final puede que no se tenga que hacer.

Damon se defendió explicándole que los primeros en ser interrogados serían él y sus mejores amigos. Ya se iban acercando al gentío que estaba haciendo fila en la boletería del estadio de la secundaria. El carro se detuvo frente a un árbol de las zonas verdes del campus.

—De acuerdo ¿Qué día se supone que entrenan ellos? —le preguntó Nathan antes de que se fuera—. Necesito organizarme con el tiempo.

Emery y Harley ya lo estaban esperando en algún lugar del estadio.

—Sería para este lunes después de clases. Yo te llamaré cuando me den el resultado —lo tranquilizó.

Damon se volteó al escuchar al representante del equipo de atletismo llamarlo desde la puerta donde entraban los jugadores, y le ordenó que corriera a mezclarse con el resto que ya estaban en fila. Varias cabezas se giraron al fondo para verlo. Estaban esperando que se les diera la orden de entrar desfilando por el campo de fútbol; la ceremonia ya estaba por iniciar. El entrenador Hamilton salió detrás del capitán. El muchacho se tapó los oídos al escuchar el silbato del hombre apresurando a Damon porque les estaba atrasando el evento. Luego lo vio alejarse trotando con el traje ajustado hacia el camerino. Skate llegó a la entrada del estadio y le mostró a un guarda de seguridad el gafete de estudiante para que le dejara pasar de inmediato. El hombre asintió, quitó la cadena y se apartó. Se mezcló con el gentío de la gradería. El público estaba bajo techo. El calor era abrasador al estar metido dentro de ese saco.  

Le robó un par de palomitas a sus compañeros de cuarto, esperando que iniciara la función. Ellos le reclamaron cuánto habían tenido que esperar para que les dieran su bandeja. Ambos tenían un recipiente lleno de comida chatarra: perros calientes cargados de buena mostaza y salsa de tomate, un par de paquetes de frituras que devoraban al mismo tiempo que se tragaban la soda, hamburguesas grasientas y banderines de maíz sin abrir.  

—¡Tengan modales! ¡La gente está viendo que se están peleando por una simple bandeja de comida gratis! ¡Parecen muertos de hambre! —los regañó, e hizo un mohín de disgusto al ver que uno de ellos se encogía de hombros mientras se chupaba los restos de salsa que se habían caído a su uniforme. 

—Y si somos tan muertos de hambre, ¿porqué no te levantas entonces y vas a coger una de esas antes de que se acaben? —le reclamó Emery. Se aclaró el par de flemas que tenía en la garganta y siguió comiendo. Su aliento olía a cigarro—. Como sea ¿Tienes algo importante que nos convenga saber? Por eso es que estamos aquí.

 —Sí, tenemos un problema. El plan que les había dicho me está chocando con el encargo, porque es para este lunes y no puedo estar en ambas partes. Él quedó de llamarme ahora más tarde, cuando termine la premiación.

—Bueno, deberías de saber cuál es lo más importante: o tu vida, o la de otros a los que ni les importas —le recordó Harley—. No te puedes zafarde este encargo, se te asignó a ti. 

—Recuerda, si quieres sentirte protejido al caminar por el barrio, y de paso encontrar a un grupo que te apoya como si fuera tú propia familia —Emery le hizo énfasis a la última parte—. Deberás pensar bien cómo podrías hacer lo que te pidieron.

Nathan agradeció que ya no le siguieran insistiendo con el tema durante el resto del tiempo que estuvo junto a ellos.

Leah subió al escenario que se había instalado en el centro del campo de fútbol, agarró el micrófono y le pidió al público que se pusiera de pie para entonar el himno de la secundaria.

Las animadoras rodearon al tigre de mascota en una media luna luciendo un traje de color azul oscuro y partes blancas. Algunas estaban agachadas y otras, sosteniendo los extremos de la gran bandera estadounidense que se sacudía con el viento.

Las pantallas que se habían instalado grababan desde varios ángulos las tomas de los atletas que desfilaban por el campo saludando al público. Poco después de que cantaran el himno nacional, Nathan observó a Damon desfilar de la mano de algunos niños que saludaban al público eufórico.

Los locutores que estaban en la cabina presentaban a los jugadores. Los jóvenes dieron una vuelta en el centro del campo junto a los pequeños y se retiraron con, las porristas y el tigre.

Los espectadores levantaban sus carteles apoyando a sus deportistas favoritos, cuando eran grabados por unos instantes por las cámaras de televisión. En su mayoría eran padres de familia y la población estudiantil, cada uno vestía la camiseta de la generación que representaba a cada atleta.

Harley, Emery y Nathan prestaban atención al escuchar los nombres de cada estudiante, grabándose en la mente la apariencia de cada uno.

—¡Semejante encargo te ha tocado! —reconoció Harley, dándole una palmada en el hombro que lo sobresaltó.

—¿Ustedes también tuvieron qué hacer algo así de grande para unirse? —Skate se inclinó para hablarles al oído por el escándalo de la música y las personas alrededor—. Porque no tengo ni idea de qué voy a hacer.

—No, lo tuyo solo fue mala suerte —le contestó Emery, poniéndole una mano en el hombro, le concedió una sonrisa compasiva—. Eso siempre dependerá de lo que él tenga, o crea convenirle más. Igual tarde o temprano, te hubiera encargado que alguien más colgara sus tenis.

Nathan se enteró de que, el capitán del equipo de atletismo era el que había llamado a Damon,  y casi se había quedado sordo por el silbato. Era Jake Bates. Fue el último en desfilar junto a Gregory Giordano, Thomas Pearson y Tyler Holt. Ellos eran los atletas con mejor trayectoria en la secundaria, al menos en los equipos donde competían. 

Ya el primer grupo se encontraba calentando. La pantalla sacó las mejores escenas de todos los finalistas. Se presentaron las fotos con un par de datos personales: su nombre, su edad y la disciplina deportiva que se evaluaría por última vez.

—Ya tengo que irme, hoy tengo que hacer doble turno —les dijo—. Ni modo, me tocará prender el televisor. Si no llego a ver a Damon competir en vivo, díganme al menos cuál fue el resultado final del puntaje.

Ellos asintieron mientras agitaban las manos pidiéndole que se quitara para continuar viendo lo que estaba sucediendo. Él se retiró después de que los primeros competidores hubieran terminado su debut. 

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