Capítulo II: El pez grande, se come al pequeño (Damon)
Damon Reed se despidió de su papá al bajar del auto. Esa mañana le había tocado estar en el colegio antes de las siete de la mañana para ayudar al Comité de Estudiantes a organizar los preparativos de bienvenida a los de primer ingreso. Se volvió al escuchar que el guarda lo llamaba pidiéndole que se identificara en el libro de visitas, él le mostró con desgana el gafete que llevaba colgado en el cuello con sus datos básicos. Aun así, el guardia le hizo firmar, explicándole que era una de las tantas reglas que había cambiado con Leah al mando.
La iniciativa que había tenido la directora al seleccionarlos como anfitriones de los estudiantes de primer ingreso antes de salir de vacaciones había sido con la esperanza de revisar qué datos tenían en común con las personas que recibirían y hacer su bienvenida más agradable. Ella esperaba que su experiencia en las actividades extracurriculares, como el deporte, pudiera generar una buena impresión a los padres de familia que habían decidido acompañar a sus hijos durante el recorrido, y que de paso los animaran a participar en la primera temporada de juegos que habría dentro de unos meses.
—Ay —suspiró—. ¿Quién me está enviando mensajes a está hora de la mañana? —refunfuñó, sacudiéndose los bolsillos al sentir que le vibraba el celular.
Entrecerró los ojos y cubrió con una mano el aparato por la claridad del sol. Después de un rato logró reconocer el remitente del mensaje. Era Daiki Takahashi. Le había avisado que no podría llegar a las ocho de la mañana, por una cita médica. Apenas terminó de leer el mensaje, se guardó el celular en el bolsillo, lamentándose de haber perdido su tiempo, e ignoró la súplica del chico de que le hiciera saber el comunicado al resto del grupo.
Siguió caminando con toda la tranquilidad del mundo; ya había visto a los integrantes de su equipo trabajar a lo lejos, eran de los pocos estudiantes que se encontraban en la institución tan temprano. Había una hilera de seis palmeras californianas colocadas a ambos lados de la fuente, y en la esquina se encontraba un letrero parecido a los que se ven en las paradas del autobús, con el mapa del colegio. El pabellón donde estaban la recepción, la enfermería y la dirección estaban al otro lado; esa era la primera zona que los estudiantes nuevos identificaban más rápido.
Una gran H servía como un pasadizo transitorio que conectaba la primera planta con el segundo piso del vestíbulo principal. Cada pasillo se especializaba en una materia diferente. En la parte donde se encontraba el vestíbulo se impartía artes, idiomas, cocina y humanidades. El segundo piso se enfocaba más en el área de investigación, matemática y ciencias; ahí también se encontraba la biblioteca. Y el resto de las instalaciones se encontraban esparcidas por diferentes lugares.
Dejó su mochila sobre la mesa, alzó la cabeza como un saludo colectivo y se sentó en silencio junto a los otros seis alumnos que conformaban el Comité Estudiantil. Estaban ocupados preparando los panfletos, mapas y bolsas de regalo con productos de bienvenida que habían estado organizando durante meses.
—¡Hasta que por fin te dignas a ver en qué puedes ayudar! —le dijo una de las chicas. No parecía muy cómoda con que el resto estuviera trabajando sin descanso y él solo se hubiera sentado.
Los demás decidieron ignorar el conflicto y seguir en lo suyo. Damon notó la expresión de incomodidad en el rostro de la muchacha, y se levantó con desgana de la silla porque sabía que no lo iba a dejar en paz hasta que hiciera algo. Se puso a supervisar por encima de los hombros la información personal de los alumnos que les tocaría recibir a cada uno. Vio las hojas de datos con desinterés; varios parecían tener la ambición de enfocarse en el deporte, en lo que la secundaria se especializaba. Se encontró con la foto de Dash Hastings, y se fijó con discreción en su historial de competencias en el equipo de atletismo de su antigua escuela. Sus ojos fueron captando toda la información necesaria sobre el origen del chico nuevo antes de que apartaran la hoja. Se enteró de que Dash era de Fairview, el mismo lugar donde vivía él.
Apartó la vista. Sus compañeros estaban señalando la foto de Dash, buscándole un guía que se adaptara a su personalidad. Habían elegido a Daiki Takahashi. Damon se quedó en silencio. Uno de sus compañeros le dio un vistazo a su reloj, asustado, y se preguntó qué le había pasado, señalándoles la hora a los demás; faltaban menos de veinte minutos para que fueran las ocho de la mañana. Damon suspiró; sabía que se desataría un caos con el poco personal que tenían para solventar la demanda de los nuevos estudiantes. Aun así, confesó:
—No vendrá. Me mandó un mensaje diciendo que tenía una cita en el hospital a las ocho, así que no cuenten con él.
El resto del grupo empezó a hablar al mismo tiempo. Se veían tan desorientados que le parecía patético.
—¿Y ahora qué se supone que vamos a hacer con la merienda compartida? Cada uno trajo apenas la cantidad necesaria para cada estudiante.
—No te angusties, tenemos dos soluciones. La primera es que Daiki envíe su ración de comida antes del almuerzo. Y, sí no fuera así, la segunda sería más sencilla: al grupo de personas que van a quedar por fuera, se les explica la situación, se les ordena una pizza o se les dice que coman de la cafetería. Punto.
Damon sacudió la cabeza ante lo obvio y movió las manos mientras decía que se calmaran; los demás estaban nerviosos porque era su primera vez en el Comité Estudiantil. Él les hizo entender que comprendía su sufrimiento. Le dio una calificación a cada uno en su cabeza, mientras se quedaba de pie pensando en otra alternativa. Sentía que ninguno tenía el carisma suficiente para entretener a grupos de al menos diez personas hasta mediodía; no inspiraban seguridad ni siquiera en su lenguaje corporal. Uno de ellos se tenía que limpiar con frecuencia las manos porque le sudaban de los nervios y le daba pena.
Los cupos se habían sobrecargado al tener que dividirse el grupo de estudiantes que se le había asignado a Daiki, a los que ya tenían desde un principio. El equipo había estado organizando diferentes actividades que fueran de ayuda para romper el hielo con los de primer ingreso. Era una semana completa donde los estudiantes de todos los grados interactuaban entre sí con actividades recreativas que fomentaran el espíritu de equipo, conocieran nuevas amistades y no se produjera tanta segregación entre la gente.
El grupo siguió aportando sus ideas, fijándose en el protocolo de actividades que tendrían durante la semana; movieron distintas casillas y tacharon otras más. Se sentían defraudados de que se les hubiera comunicado la noticia de Daiki a última hora, aunque en realidad había sido su culpa por haber dejado el aviso en segundo plano.
Desesperado, Damon le arrebató la lista de los nombres que habían sobrado a otra de sus compañeras. La muchacha lo observó con desprecio y le preguntó cuál era su problema.
—No entiendo por qué están tan nerviosos, no es como si fueran a recibir a cien personas en un día. Son pocos alumnos. Estaremos bien. Se les puede decir a un par de animadoras que estén en el puesto de información en nuestra ausencia. —Se encogió de hombros—. Voy a llamar a mis amigos, tal vez puedan ayudarnos a organizarnos mejor.
Se alejó levantando el celular hacia el cielo, lo suficiente para permitirse obtener una señal decente. Dobló la hoja arrugada que tenía la foto de Dash y se la metió en el bolsillo. Uno de sus amigos le contestó al rato.
Podía escuchar a los otros estudiantes susurrar entre sí, pendientes del desenlace que los salvaría del aprieto. No tenían ni idea de la avalancha que les esperaba.
Las animadoras ya se encontraban listas con sus pompones, posando con Falcon, el tigre de Bengala blanco, la mascota del colegio, que movía un cartel dándoles la bienvenida al público.
Después de un rato, sus otros dos amigos se acercaron hacia donde él estaba, queriendo salir del compromiso en el que se habían metido. No era un secreto que casi nadie del estudiantado disfrutaba de organizar ese tipo de eventos.
Habían colocado parlantes cerca del puesto donde se ubicaban ellos para llamar la atención del estudiantado. El colegio comenzaba a llenarse de personas uniformadas, con rostros somnolientos y mochilas que excedían el peso de sus hombros. Damon reconoció a Dash Hastings entrando en el colegio. Se iba a acercar a él para integrarlo al resto del grupo que iría con él, pero su plan se tendría que postergar. Dash se había desviado hacia la dirección. Caminaba cabizbajo, con una apariencia bastante desastrosa, siguiéndole los pasos a la directora.
Los grupos de estudiantes doblaron hacia la izquierda, iniciando su recorrido. Damon escuchó que el gentío avanzaba con lentitud. A los integrantes del comité se les vio alejarse aliviados, como si hubieran entendido que después de todo la situación no era tan mala. Más hacia la derecha se encontraba la sala de reuniones, y al lado derecho tenían un invernadero donde se registraba el estudio de las mariposas, los pájaros y las ranas en la clase de Biología. Los estudiantes se encargaban de cuidar de ellos y las personas ajenas al instituto podían pagar por entrar a verlos. Había unas mesas al aire libre donde sentarse.
Por ahí también estaba el auditorio donde se impartía las clases de música. Se podía entrar en él por una puerta trasera o por el vestíbulo principal.
Al lado opuesto del campus estaban distribuidas las actividades extracurriculares; también estaban la cafetería, el teatro y las instalaciones deportivas que se utilizaban entre semana: la cancha de tenis, la piscina para los de natación, el campo de fútbol americano y la pista de hockey. Tras los vestuarios de cada equipo y su zona de descanso, en lo más alto de la colina se veía el nuevo edificio. Los albañiles parecían tan diminutos como hormigas, mientras trabajaban bajo el sol en todo tipo de tareas pesadas que a cualquiera le daban ganas de agradecer el privilegio de no estar en sus zapatos.
Algunos alumnos ya estaban estrenando los nuevos carros de golf. Pitaban a los demás que caminaban por el campus entre risas, dirigiéndose hacia el club que recién inauguraban, con una deplorable coordinación al volante.
La directora les hizo un comunicado a sus padres, lo hizo firmar y le dijo que podía integrarse a las actividades normales del día. Dash ni siquiera se molestó en sostener la puerta al irse; dio un portazo que sobresaltó a las dos secretarias que trabajaban en la recepción. Cuando estuvo fuera, leyó el comunicado dirigido a sus padres, que decía:
Estimada familia Hastings, me gustaría programar una reunión en los próximos días para hablar con ustedes. Me preocupa que su hijo tenga que asumir responsabilidades que no le corresponden a tan temprana edad.
En la secundaria hacemos hincapié en la excelencia académica y la productividad de cada estudiante en todas sus áreas, y me temo que no estoy viendo ese desempeño en su hijo. No se le restará puntos al firmar el recado. Esto es solo un llamado de mi parte para fomentar el diálogo en casa más seguido.
Saludos.
Leah Fitzgerald.
Dash lo hizo un puño y lo escondió entre los cuadernos, el día parecía ir en decadencia. Olía a leche; algunas personas se corrían preguntándose entre sí de dónde venía aquel olor. Le dijo a uno de los chicos que se encontraba en el puesto de información si todavía podía ponerse al día con el recorrido. El muchacho hizo un mohín y se compadeció del mal rato que le habían hecho pasar en la dirección; le dijo que Leah podía ser algo extremista algunas veces, pero él no se encontraba de humor para seguirle la corriente.
Agarró uno de los mapas desplegables que le dio una de las muchachas intentando compensar el imprevisto. Él se lo arrebató. Ella se quedó viéndolo y le preguntó cuál era su problema, mientras él se alejaba por las escaleras hasta el vestíbulo principal para buscar el baño más cercano. Le dio un vistazo al mapa, bajó la cabeza y se enfocó en la simbología del folleto. Quería evitar el contacto visual con la gente o si no terminaría desanimado; tenía que engañar a su mente para no derrumbarse.
Solo faltaban un par de horas para el almuerzo.
Esquivó a los estudiantes que chocaban su mochila contra el hombro en el estrecho pasillo del vestíbulo. La gran mayoría parecía estar inmerso en sus asuntos; caminaban con algunos compañeros de clases cargando libros en sus manos, hablando sobre lo rápido que se les había pasado el verano lo emocionados que estaban por Halloween, el chocolate caliente y el clima frío del otoño. Otros tarareaban al ritmo de la canción que tenían en sus dispositivos a alto volumen, ajenos al mundo que les rodeaba.
Se fue orientando solo con ayuda del mapa. Al lado derecho, en la entrada del vestíbulo, se encontraban tres vitrinas con un par de trofeos de algunos clubes que presumían haber ganado el primer lugar en la mayoría de los concursos. Había banderines de color azul con la estampilla del tigre blanco en ella, adornados por globos del mismo color de los que colgaban en una pancarta con el lema y el escudo.
«¡Sean bienvenidos, estudiantes, a la secundaria Trinity Hill!
Ad astra per aspera. Un camino difícil nos impulsa a alcanzar las estrellas».
El tapiz que había sido colocado en las paredes de los pasillos de la institución también conservaba los mismos colores en los casilleros. Como el cristal de las puertas de cada aula era transparente, Dash se podía dar una idea de las lecciones que se impartían ahí sin necesidad de ver el mapa. A la par de la primera aula, al lado izquierdo, se encontraba la de diseño, con sillas coloridas, maniquíes y varias máquinas de coser. Ningún salón de clases parecía conservar el mismo diseño, y eso le impresionaba; nunca se sabía qué tipo de decoración tendrían.
Abandonó el pasillo y siguió caminando. Los baños quedaban al fondo; los de las mujeres, hacia la derecha, y el de los hombres, a la izquierda. En medio de ese espacio había una escalera en forma de L que conducía al segundo piso. Halló un par de ascensores en el mismo lugar donde vio la escalera. Unos alumnos en silla de ruedas entraron y la puerta del ascensor se cerró de nuevo.
Dash entró en el baño para limpiarse el uniforme; por fortuna, se encontraba vacío. El servicio era bastante espacioso y olía a limpio. Las puertas y las encimeras del lavabo seguían el mismo patrón de colores que representaban al felino que tenían de mascota: celeste por las pupilas de sus ojos y blanco por su pelaje. Había dos plantas ornamentales de cerezo metidas en un envase color azul rey en medio de las encimeras.
Los urinales estaban cerca de la entrada, con un par de muros que les protegían de ser vistos por el otro. Encontró dos dispensadores a los lados del lavabo con jabón líquido. Dash sacó, desesperado, las toallas sanitarias de la caja frente al espejo, y se restregó el jabón contra el pantalón, con la esperanza de que eso disipara el olor; el jabón olía a coco. Observó las gotas de agua caer hacia el drenaje mientras se lavaba la cara, sintió alivio al pasarse la toalla en el rostro.
Escuchó unas pisadas que se acercaban hacia él. Abrió los ojos de repente. Las gotas de agua que quedaron le cayeron en los ojos. Se restregó de inmediato e intentó esclarecer la vista.
—Un mal día, ¿eh? —El chico le señaló el uniforme con cierta complicidad en sus ojos grises. Se acercó con las manos en los bolsillos, como si supiera lo que hacía.
—Sí, ni lo menciones...
El muchacho tenía el cabello estirado hacia atrás con un montón de plastigel; unos cuantos mechones que hacia un costado, cubriéndole parte del rostro. Su pelo era de color castaño claro.
—Soy Damon. ¿Y tú eres...? —preguntó mientras Dash se terminaba de enjuagar las manos.
—¡Espera! ¿Eres Damon Reed? —El chico asintió, sorprendido—. ¡Ya decía yo que te conocía de algún lado! Un placer. Soy un gran fan de tus competencias de atletismo. Soy Dash Hastings —se presentó, estrechándole la mano con euforia.
Damon se rio al comprender por qué lo había reconocido. Tenía casi el mismo tamaño que él, pero no era lo suficientemente alto como para ser incluido en un equipo de básquetbol de la NBA. Cuando se reía, se le hacían arrugas al lado de sus ojos color grisáceo.
—El gusto es mío —le dijo halagado—. Es tu primer día aquí, ¿verdad? —Dash asintió—. ¿Ya te informaron sobre las vacantes deportivas que se abrirán el próximo año? Nos encantaría tenerte compitiendo en alguno de los equipos. Seguro la pasarás genial.
—No, no pude. Tuve una reunión con la directora esta mañana —Damon asintió con un deje de aburrimiento en el rostro al ver el uniforme—. De hecho, eso era en lo que estaba más interesado. ¿Sabes con quién puedo informarme?
—Sí, es una lástima que te hayas perdido el recorrido. Estás de suerte, yo soy voluntario del Comité Estudiantil. Siempre estoy al día con los próximos eventos. Puedes hablarme sin problemas si me encuentras por los pasillos.
—¿En serio? ¡Gracias! ¡No puedo creer que por fin nos conocemos en persona! Tu rendimiento en la pista es demasiado bueno.
Se detuvo un momento al darse cuenta de que se había emocionado hablando. Damon se encogió de hombros y le hizo un gesto con la mano para que continuara. Dash sabía todo sobre los privilegios de Trinity Hill, el menú secreto y las fiestas de iniciación. Ya se moría por entrar en un equipo, así que le preguntó más información. Damon le explicó que por el momento las vacantes se encontraban cerradas porque se encontraban en temporada de juego.
—Gracias, muy amable —Dash le dijo mientras miraba el suelo. Se estaba poniendo incómodo con tanta atención—. ¿Y con cuál equipo compites?
—No es la gran cosa —respondió Damon con modestia. Parecía estar familiarizado con el fanatismo de los otros atletas—. Desde hace tres años compito con el equipo de fútbol americano como capitán y en el de atletismo. ¿Y tú en qué deportes estás interesado? ¿Ya tienes cierta experiencia compitiendo? —Damon se sentó en la encimera del lavabo, dejó su mochila a un lado y le sostuvo la mirada de vuelta.
—Aún no lo sé. —Dash se encogió de hombros—. Hay varios grupos a los que me gustaría unirme. Prefiero tomármelo con calma. He hecho algunas competiciones locales en atletismo, pero lo más lejos que he llegado es a una regional. Si no me aceptan, quiero ver otras opciones. Yo venía emocionado de unirme de una vez al equipo. ¿Cómo son las pruebas? ¿Qué debo hacer para entrar en el equipo de atletismo? —le consultó como si fuera un gurú del deporte.
Dash sabía que Damon contaba con una trayectoria muy buena como atleta. Él frunció el ceño y sonrió a medias. La mueca le hizo comprender a Dash que era una prueba difícil de ganar.
—Solo hay cinco lugares para cada equipo. Los entrenadores son muy exigentes con las notas, y al parecer lo serán aún más a partir de este año. Debes ser disciplinado con tus estudios, no debes bajar las calificaciones a menos de ochenta por ciento en todas tus materias, debes tener buena conducta para poder competir, no llegar tarde a ningún entrenamiento y cumplir la dieta que te asigne el nutricionista.
Su tono de voz se ensombreció mientras seguía explicándole todo lo relacionado con las pruebas de atletismo, como si le estuviera contando una leyenda urbana de la cual no tenía idea. Dash se sintió desilusionado con solo escucharlo.
—Oye, ¿de casualidad tienes algún perfume a mano que me prestes? Mi hermanita regó parte del cereal esta mañana y ahora mi uniforme huele horrible —dijo para cambiar de tema.
Su voz se escuchó ahogada, como si estuviera dentro de una cueva, mientras se arreglaba el ruedo del pantalón.
Damon comenzó a rebuscar en sus bolsillos; se escuchó el tintineo de algunas monedas que tenía en el pantalón. Tocó un pequeño frasco que colgaba del llavero de su cintura. Lo soltó y se lo dio. Era un perfume en miniatura. Dash no estaba seguro de que el perfume le ayudara a disipar el olor, pero sabía que le duraría más por ser de buena calidad. No quiso gastar sus energías en cuestionar por qué Damon llevaba un perfume en miniatura, solo se lo echó como agua bendita por todo el cuerpo.
—El perfume es igual de esencial que los chicles y el desodorante. Nunca se sabe cuándo lo necesitarás —le dijo Damon. Estaba seguro de que había notado la expresión de ironía en su rostro al agarrar el frasco.
Dash le devolvió el perfume y le dio las gracias. Damon apretó los labios al recibir el frasco casi vacío. Desde luego que no se veía contento de que se lo hubiese gastado, pero pareció reprimir las ganas de reclamarle. Dash lo observó en el reflejo del espejo empañado, con más cuidado. Analizó cada movimiento y facción de su rostro.
—En fin ¡Qué dicha que te encontré! —Damon le dio unas palmadas en el hombro—. Te he buscado toda la mañana para darte tu bolsa de regalo. ¿Te falta algún lugar en específico que te interese ver? —Dash negó con la cabeza—. Por si te sirve de algo, mis otros compañeros y yo vamos a estar caminando por el campus hasta el mediodía, para resolver cualquier duda.
—Y ¿dónde está la bolsa de regalos que me darás? —Dash inspeccionó el baño, aunque ya se había percatado de que Damon se había aparecido con las manos vacías.
—Obvio que no soy un adivino para saber dónde estás. Avísame dónde estarás la próxima vez, así te la puedo dar —se defendió con un ligero tono de sarcasmo en la voz—. No iba a cargar con la bolsa de regalo en mi mochila como un camello, buscándote por todo el colegio.
—Bueno, a ver si acaso me encuentras en el próximo recreo. —Se rio, pero a Damon no le hizo gracia. Dash le dijo que de todos modos ya no la quería.
—Como quieras; tengo algo menos que hacer. Piérdete solo. —Damon se encogió de hombros y se retiró de inmediato.
El timbre había sonado hacía diez minutos, anunciando que era tiempo del almuerzo. Dash debía apurarse si quería encontrar un campo decente en la cafetería. Se sacó el teléfono del bolsillo mientras caminaba. Su papá lo estaba llamando.
—¿Cómo te ha ido? ¿No te metiste en problemas por el uniforme? —le preguntó su papá.
Al otro lado de la línea se escuchaban las voces de otras personas, el sonido del tráfico y el escándalo de algunos platos. Parecía estar almorzando en algún local.
—Ya quiero que termine el día. Me perdí el recorrido y la directora me llevó a la dirección poco después de que entré en el colegio. Me ha hecho firmar un recado y dice que quiere hablar con ustedes para programar una reunión lo antes posible.
—¿Y te envió un recado solo por eso? ¿Qué fue lo que te dijo? ¿Te restará puntos en la nota? —Su papá se metió un bocado a la boca; se escuchaba preocupado. El crujir que hacía al masticar interfería con la conversación.
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