Capítulo II: Amigo por interés, tuyo no es (última parte)

—En cualquier otra secundaria a nivel nacional, un recorrido por las instalaciones de los vestidores y los camerinos de los jugadores es algo que no le haría ni la más mínima gracia a ninguno, pero ese mural gigante cargado de fotos y frases motivacionales forma parte de la historia de Trinity Hill.

El entrenador a cargo se detuvo para darles tiempo a los alumnos, para que lo observaran con calma y continuar con el recorrido. El señor tenía el aspecto de estar alrededor de los cuarenta años. Era un hombre de piel blanca con cierto tono rojizo en el rostro, de ojos miel, cejas pobladas y el cabello de color castaño claro. Su calvicie parecía haber empezado de manera reciente, ya que tenía poco pelo en ambos lados. Era pequeño y su panza parecía un barril. A excepción de su panza de cerveza, los demás atributos de su cuerpo se habían conservado con gracia.

Dash observó con atención el mural en la pared, donde había varias frases motivacionales de los exalumnos y algunos estudiantes regulares de la institución con la foto y la fecha de nacimiento o, en ciertos casos, la de defunción; unas fotos eran a color y otras, en blanco y negro. Daiki se agachó junto a Dash para observar por el vidrio, la réplica de las medallas de algunos atletas olímpicos.

El rostro de Damon Reed figuraba en la vitrina junto a algunos artículos del periódico que se les hacían bastante familiares, como el anuncio de las competencias internacionales o el entrenador en una entrega de premios.

El profesor empujó la puerta que conectaba el pasillo de los vestuarios con el camerino de los jugadores y prosiguió con su historia.

Todos los salones parecían conservar el mismo patrón de diseño: celeste y blanco, con las letras en relieve del lema y el nombre de la institución y su famoso tigre blanco.

—Gracias a la constante demanda para que se ampliara el área, varias organizaciones deportivas terminaron donando una gran cantidad de dinero, para tener más salas. Cada vestidor tiene sus duchas, cuenta con su respectivo camerino; una pequeña enfermería, en caso de lesiones, y una sala de descanso —concluyó.

Una vez que se terminó el recorrido por las instalaciones, el grupo se acomodó en un camerino para empezar su clase.

—Para los que aún no me conocen, mi nombre es Dave Hamilton. Además de ser uno de los entrenadores de esta secundaria, trabajo en el Comité Olímpico Estadounidense. Una vez que entren en el campo de fútbol, ustedes estarán bajo mi tutela. Los veré de lunes a miércoles.

—Mi nombre es Richard Goodwin y, al igual que Dave, además de dar clases de Educación Física y de entrenar varios equipos deportivos, invierto gran parte de mi tiempo como miembro de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo. Quería ser el primero en animarlos a competir, en alguna actividad extracurricular, como los clubes o algún equipo deportivo. —Se aclaró la garganta e hizo una pausa—. Eso sí, las plazas vacantes para pertenecer a un equipo estarán abiertas solo fuera de temporada de juego. Todos los estudiantes con notas por debajo del ochenta por ciento al terminar el semestre serán expulsados del deporte que practiquen hasta que veamos una mejora.

Richard era una persona de tez morena y alta, de rasgos mucho más pronunciados. Su cabello era de color azabache con un corte estilo militar. Tenía dos tatuajes que se asomaban por encima de los tobillos, y expansiones en las orejas, pero no las llevaba puestas.

—Como vamos a estar ocupados en las Olimpiadas de Sídney —agregó Dave—, para aquellos interesados en competir para ser parte del equipo de atletismo, se abrirán cinco vacantes adicionales para enero del otro año. Ya a cada uno le asigné el número de su propio casillero. Como ya saben la información necesaria, necesito que se vayan a cambiar.

Dave sonó el silbato. Los estudiantes se dieron vuelta para mirar hacia los casilleros, y retirar las sudaderas empacadas en la percha.

Damon se encontraba en uno de los pasillos alistándose para su entrenamiento de fútbol americano. Se estaba terminando de poner los protectores en sus pantorrillas, atento a lo que los entrenadores les estaban diciendo a los estudiantes de primer año.

Amarró las agujetas de sus tenis con fuerza. Tenía que inventarse algún plan que le sirviera de respaldo antes de que se acercara el Pep Rally y alguien lo pudiera destronar de su posición como atleta.

—Les daré treinta minutos de descanso antes de empezar las prácticas. —El entrenador lo sobresaltó, trayéndolo de vuelta al presente.

Revisó su reloj y calculó el tiempo que le restaba para regresar al entrenamiento. Sus otros compañeros de equipo se quedaron en la sala de descanso, jugando al ping pong y al futbolín. Atrapó las llaves del carro de uno de ellos que le hacía el favor de llevarlo a casa después de las prácticas. Metió el uniforme que se había quitado en su mochila y se fue corriendo a tomar un atajo hacia el estacionamiento principal. Mientras corría vio a los albañiles caminando hacia la salida a esperar el autobús que los llevaría de vuelta a casa.

Entró en el auto por la puerta del conductor y reclinó el asiento para dejar la mochila en la parte de atrás. Estaba acomodándola cuando escuchó una conversación afuera. Miró por el retrovisor y se dio cuenta de que quien hablaba era el mismo chico del tatuaje que había visto en la mañana. Otros dos lo acompañaban. Estaban caminando por el estacionamiento con lentitud, contando un fajo de billetes. El chico del tatuaje se veía más nervioso que el resto. Volvió a contar el dinero con los ojos desorbitados, como si se estuviese esfumando de sus manos.

Los tres se detuvieron detrás del carro donde Damon estaba sentado.

—Skate, ya no te podemos seguir cubriendo la renta —escuchó que le respondió uno de ellos con una voz bastante serena, al chico tatuado.

—Por favor, voy a compensar la deuda el mes que viene, se los prometo. —Los otros dos renegaron de las promesas vacías—. Puedo tener hasta tres trabajos, no importa. Me haré de unas buenas propinas, y así podré pagarles lo que les debo.

—¿Por qué mejor no le cobras a la vieja esa? —se burló uno de ellos, expresando con gestos obscenos que pagaría su deuda si se acostaba con ella. Siguieron caminando hacia la parada del autobús.

—¡Los Fire Riders se ayudan entre sí! —les gritó Skate a la distancia, suplicándoles de nuevo casi en sollozos. Damon lo vio correr hacia donde estaban ellos. Temía que se alejaran demasiado y los perdiera de vista—. Ya pedí un par de anfetaminas para la tarde, y apenas me alcanza para pagar la renta con esta mierda. ¿Qué no se supone que somos una familia hasta la muerte?

—Sí, pero de alguien con cerebro —le contestó uno.

—¡Y de alguien que paga su propia basura! ¿Por qué mejor no regresas a la escuela? Acéptalo, ni siquiera todavía perteneces al grupo —agregó el otro, y se rio a carcajadas. El primero chocó los puños con el otro.

Damon vio que Skate les señaló el lema del tatuaje, como si eso pudiera bastar para convencer a sus amigos. Comenzó a sacar su mesada de la billetera, y esperó, sigiloso, para poder intervenir como el salvador de aquel miserable. Ninguno de los tres chicos había notado que él estaba escuchando todo. Eran pocos los estudiantes que se encontraban cerca.

No quería levantar sospechas al hacer ruido, pero ya le dolía la espalda de estar sentado, y temía que la conversación se extendiera más de lo debido y llegara tarde a su entrenamiento. Cerró la puerta con sigilo, y se sobresaltó al escuchar la voz del chico.

—Oye, ¿tienes un encendedor que me prestes? —Skate le señaló el cigarro que tenía entre los dedos.

Nathan vio el auto como si fuera el trasero de una modelo. Cuando estuvo lo suficiente cerca, fingió que buscaba en sus bolsillos el encendedor. Skate lo observó con desagrado al ver que le entregaba los billetes. Creía que era una broma.

—¿Cuándo llega el encargo? —le preguntó.

Nathan se alejó unos pasos, queriendo encontrar refugio en los otros dos pandilleros como un niño indefenso, pero ya iban lejos.

Damon no le tenía miedo.

Skate inspeccionó el monto de billetes y casi alucinó.

—¿Estás jugando conmigo? ¡No nací ayer! —le contestó Skate, observando los demás autos que estaban estacionados protegiéndose de cualquier otro infiltrado.

—Esas no son maneras de tratar a la gente. Tus amigos tienen razón, necesitas con urgencia regresar a clases —lo regañó con una sonrisa socarrona. Skate se quedó perplejo ante su atrevimiento—. No tienes que darme nada a cambio —mintió, pero Skate no se lo creyó—. Te veías tan angustiado que quise darte el dinero solo porque sí.

—¿No te han enseñado a no meterte en los asuntos de los demás? —Le tiró el dinero en el pecho, con el ceño fruncido—. No voy aceptar la ayuda de un extraño. ¡Ya déjame en paz! ¿Tienes el maldito encendedor o no? Necesito fumar.

Damon le dijo que no tenía un encendedor.

—¿Estás seguro de que no lo quieres? Hace un rato te oí suplicarle casi llorando a tus amigos; dijiste que harías cualquier cosa por dinero. Deberías ser más agradecido —Damon se agachó a agarrar los billetes y señaló a los otros dos chicos que se habían devuelto por Skate. Ahora lo veían perplejos.

—Espera, ¿cómo sabes que estaba aquí? —Lo acorraló, como si él fuera el delincuente y no el mismísimo Jesús.

Damon solo se encogió de hombros y se rio.

—Déjate el dinero —lo tranquilizó, devolviéndoselo, y quedó a la espera de que Skate dijera las palabras mágicas.

Al final Skate suspiró.

—¿Cómo puedo pagártelo?

Damon sonrió, satisfecho.

—Escuché que planean abrir cinco plazas para enero. —Le explicó con rapidez los nuevos programas, como el de las personas en riesgo social—. Todavía no tengo un plan en específico, pero dame tu número de teléfono y te llamaré, ¿te parece?

Skate asintió y cerró el trato con un firme apretón de manos. Intercambiaron sus números de teléfono y se alejaron por distintos caminos. Damon se alejó trotando hacia el estadio para calentar un poco; faltaban solo diez minutos para las prácticas. Iba sonriendo por el estacionamiento.

Se volteó para gritarle a Skate con entusiasmo, que esperaba verlo en los pasillos de Trinity Hill cuanto antes.

Los compañeros de trabajo de Nathan no tardaron en hacerle llegar el chisme al jefe de los Fire Riders con una risa maliciosa; le contaron sobre la propuesta que la directora Fitzgerald les había ofrecido a ellos y a Nathan, el integrante más nuevo de la pandilla. También sobre cómo Damon Reed salvó a su compañero de no ser ejecutado esa tarde por los traficantes de droga con una cantidad monetaria bastante generosa, pero el hombre no parecía estar al día con el deporte.

—¡Es el hijo de Robert Reed, el que nos ha dado tantos dolores de cabeza! —respondió uno de ellos, agitado.

El hombre asintió en silencio y les hizo un gesto con la mano para darles la oportunidad de seguir hablando. Estaba maquinando su nuevo plan.

—El chico es toda una promesa del atletismo —agregó el otro—. No, pero esa no es la mejor parte, la directora del colegio parece tener cierta relación con Skate.

El otro asintió y continuaron explicándole todo lo que habían visto.

—Tampoco me sorprende —otro miembro del grupo se metió en la conversación—. Skate siempre me cayó mal ¡Yo sabía que no era de fiar desde el primer momento en que llegó aquí! —exclamó mientras jugaba a las damas chinas y le daba una calada a su cigarrillo.

—No, al contrario; me parece excelente que cualquiera quiera superarse e ir a clases. Deben aprovechar la oportunidad ahora que pueden. Quiero que lo traigan. Me gustaría hablar con él — contestó el líder, señalándolos con el puro de marihuana que tenía entre los dedos.

Extendió sus brazos con una sonrisa, como si fuera a darles un abrazo a los dos jóvenes por haberle hecho un gran favor.

—Siéntate —le ordenó el jefe a Nathan—. Quieres regresar a clases, ¿no es cierto?

Nathan negó con la cabeza. No quiso verlo a los ojos. 

Otro de los integrantes agarró a Skate de los hombros y le arrebató la mochila de los brazos. Lo hizo ponerse de pie y le ordenó que empezara a buscar el documento que los otros integrantes le habían dicho que debía firmar en un plazo determinado. Nathan sacó el papel arrugado y se sentó de nuevo, con los brazos cruzados, cabizbajo.

—No te preocupes. Quiero que firmes este documento y vayas cuanto antes a matricularte en esa institución. Tengo una tarea pendiente de la que quiero que te hagas cargo.

—Pero, no estaba en mis planes regresar a clases, señor. —las comisuras de su boca formaron un arco invertido.

Quería expresarse a favor de sí mismo, pero las ideas para sostener un buen argumento se le hicieron escasas. Alejó la mirada de su superior, acordándose de quién estaba al mando.

—Esto es lo primero que tienes que hacer, para darte la bienvenida oficial a la pandilla. —Su jefe deslizó por el escritorio una lista con un par de nombres de atletas que le debían dinero por droga.

Skate no se veía capaz de llevarle la contraria, así que asintió al escuchar las indicaciones de su jefe, casi sin poder creérselo ¿Era así cómo funcionaba realmente una pandilla?

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