Una cita fallida
Tal como Lincoln lo imaginó, su cita con Ronnie Anne era un auténtico desastre.
Los niños estaban sentados en una mesa del centro comercial, jugueteando con el popote de su malteada favorita. Apenas habían dado unos sorbos a su bebida, y a cualquiera que los viera le hubiera resultado muy difícil decidir cuál de los dos se veía más infeliz. Y lo más irónico de todo, era que ninguno parecía tener un verdadero motivo para sentirse así.
El niño estaba frente a una muchachita de exótica belleza latina; vestida y maquillada del modo más favorecedor. Ronnie se había robado miradas de admiración de muchos muchachos de todas las edades, pero Lincoln ni siquiera volteaba a verla. Su mente estaba a varios kilómetros de ahí, pendiente de su verdadera amada. Pensando en cómo se sentiría, y deseando estar junto a ella para confortarla y explicarle con detalle todo aquel malhadado enredo.
Ronnie Anne no perdía de vista al muchachito peliblanco. Se sentía ignorada e infeliz: ya había agotado todos los temas, todos los sitios y todos los recursos en los que podía pensar. No había servido de nada tomarlo de la mano, pegarse a él, o tocarlo. Era como intentar seducir una estatua de mármol. Para ella era evidente que el chico no quería estar con ella, y se sorprendió mucho al notar que esa situación la estaba haciendo enojar. Si Lincoln no tenía interés por estar con ella, ¿por qué no se lo decía de una vez por todas?
Lo intentó por última vez. Le contó sus últimas aventuras que vivió con la pequeña pandilla de niños que se habían hecho amigos suyos. Obtuvo el mismo resultado. Lincoln estaba tan ensimismado que ni siquiera cambiaba de posición.
- Lincoln...
- ¿Mmhh? -musitó el muchachito, como si la voz de la muchacha le llegara desde muy lejos.
- ¿Podrías decirme qué te pasa? Desde que nos subimos a la camioneta te he sentido muy extraño.
Lincoln la miró, y se sintió un poco intimidado. La sonrisa de Ronnie Anne había abandonado su cara. Sus labios parecían una línea recta, y eso solo podía significar una cosa: la muchacha estaba molesta.
¿Y cómo culparla? No la había tratado muy bien. Nada bien, a decir verdad.
Por supuesto, la culpa no era de ella. Era de Lori. Ella los había metido a todos en esa situación de locos.
- ¡Pobre Ronnie! -pensó-. Se arregló preciosa para venir. Está haciendo un gran esfuerzo por parecer encantadora... diferente. Femenina, incluso. Seguramente eso la hace sentirse todavía peor. Casi no parece ella. ¡No se merece lo que está pasando!
Hizo un gran esfuerzo y consiguió sonreír. Tenía que decirle algo que pareciera sincero. No quería hacerla sentir mal. Después de todo, no fue ella la que decidió mudarse y hacer que sus sentimientos se enfriaran. Era importante que hiciera un esfuerzo. Tenía que lograr que la cita funcionara y para salir del compromiso.
Se trataba de no hacer sentir mal a Ronnie Anne. Ya buscaría la manera de enfrentarse a ella y a Lori; de ponerles las cosas claras en otro momento.
- Perdóname Ronnie. Sé que no me he portado bien contigo, pero... He tenido algunos problemas en la casa, especialmente con Lori. Si no fuera porque tú llegaste, seguro que ni siquiera hablaríamos entre nosotros.
- ¡Oh! -exclamo la niña, y su actitud cambió-. ¿Algo grave?
- Más o menos. Entenderás que no quiero hablar de ello -dijo Lincoln, bajando la mirada.
Ronnie lo miró, preocupada. ¡Así que eso era! Eso explicaba el silencio de Lincoln en los últimos días. Tenía que ser algo grave.
- ¿Estás seguro? Sabes que puedes confiar en mí, Lincoln.
El chico le dedicó otra sonrisa forzada.
- Se va a solucionar, Ronnie. Lo que pasa es que... se trata de algo tan absurdo que... No, olvídalo -dijo, sacudiendo la cabeza-. Lo que necesito es olvidar por un rato.
Lincoln se levantó intempestivamente y la tomó de la mano.
- Vamos al arcade. Creo que moverme un rato en la Batalla de Baile me haría bien.
- ¡Pero si acabamos de regresar de ahí! -dijo Ronnie, perpleja-. ¿Y nuestras malteadas?
- Vamos a que nos den vasos desechables. Nos las llevaremos. ¡Ven!
- S-sí -dijo la muchachita.
Estaba confundida, pero de todos modos se alegró. Era la primera vez en aquella cita que Lincoln mostraba entusiasmo por algo.
***
Gracias al gran esfuerzo de Lincoln, la cita cambió de manera radical; y Ronnie Anne comenzó a sentirse muy contenta.
El chico parecía haber recobrado sus antiguos bríos. Repasaron todos sus juegos favoritos en el arcade, y Lincoln se desempeñó tan bien como siempre. Incluso estuvo a punto a de ganarle a en el ping-pong de mesa.
Ya era necesario que la chica actuara diferente o afectara femineidad. Lincoln la trataba exactamente como siempre, y parecía pasársela tan bien como ella. Volvió a ser el chico encantador y un poco torpe que tan bien conocía. Luego fueron a terminarse sus malteadas y Ronnie tuvo oportunidad de platicarle con detalle sus propias vivencias y las cosas que le preocupaban. Lincoln se esforzaba por escuchar, aunque se distraía por momentos y tenía que pedirle a la chica que repitiera algo. Pero ella ya no le dio importancia. Se imaginaba que de vez en cuando, Lincoln se ponía a pensar en sus problemas. Era una alegría saber que podía ayudarlo a olvidar y divertirse un poco.
Ronnie se sintió tan cómoda que sus sentimientos por Lincoln afloraron otra vez. Sin proponérselo, volvió a portarse femenina e invitante. Ahora todo nacía de sus propios sentimientos hacia Lincoln, y en aquellas breves horas, comenzó a descubrir su propia manera de vivir lo femenino. Sus ilusiones renacieron, y se convirtieron en una espiral de retroalimentación positiva que iba creciendo a cada momento: entre más cómoda se sentía, más se ilusionaba y más femenina se comportaba. Su lado sensible y femenino afloraba con toda la fuerza reprimida durante años, y potenciada por sus deseos prepubescentes y la visión y la convivencia con el chico que le gustaba. Volvió a tocar las manos de Lincoln, a acercar su cabeza, y a sonreír con frecuencia.
Por supuesto, Lincoln se dio cuenta. La última parte de la cita fue una auténtica tortura para él. Tras lo vivido con Linka y habiendo observado a muchas de sus hermanas, ya no era inocente respecto a los avances femeninos. Estaba muy consciente de que Ronnie se entusiasmaba cada vez más: le estaba brotando un lado cursi que él ya había vivido con su Florecita, y no tenía deseos de compartirlo con nadie más.
Le iba a ser muy difícil aclararle las cosas a ella, a Lori y a Bobby. Pero por el bien de todos, tenía que hacerlo. Aquella cita serviría para ganar tiempo, pero tenía que elaborar algún plan. No estaba dispuesto a renunciar a su amor por Linka solo para darle gusto a Ronnie y a los demás, aunque los quisiera.
Pero jamás se imaginó que Ronnie Anne tuviera otros planes; y que cualquier tiempo que pudiera haber tenido para planificar, se había agotado.
***
- ¿Cuánto falta para regresar a... Vanzilla? -dijo Ronnie, mientras sujetaba a Lincoln por un brazo.
- Media hora solamente -dijo Lincoln nervioso, dando una ojeada a su celular -. ¿Te parece bien que regresemos?
- Espera un momento, Lincoln -dijo la chica sin soltar su brazo. En este momento van a prender la fuente central. ¿Me llevas a verla?
- Sí. Claro -dijo Lincoln, maldiciendo entre dientes su mala suerte.
La fuente estaba a unos cuantos metros, y llegaron justo cuando comenzaban a encenderse los colores que la transformaban en una especie de cascada de cristal multicolor. En verdad era un hermoso espectáculo, y los niños se tomaron de la mano para disfrutarlo.
Lincoln se abstrajo por un momento, admirando las luces y los colores encendidos. Aunque Ronnie Anne seguía tomándolo de la mano, Lincoln se olvidó de ella por un instante. No le fue difícil imaginar a Linka junto a él, con su mirada de alegría y asombro al contemplar el precioso espectáculo. Cerró los ojos y pudo verla por un momento, mientras los colores de la cascada se reflejaban en su precioso cabello blanco.
Ronnie estaba feliz. La fuente era tan preciosa como la recordaba de su última visita. Ya desde aquella vez se imaginó el momento que estaba viviendo: Lincoln junto a ella, tomándola de la mano mientras contemplaban embelesados el maravilloso espectáculo de colores.
Volteó a ver a Lincoln justo en el momento en que abría los ojos y sonreía. El corazón enamorado de la niña dio un vuelco: ¡Lincoln estaba feliz y le sonreía! No soportó esa mirada ni siquiera por un instante. Enseguida bajó la cabeza, mientras sus mejillas se tornaban de carmín encendido.
¿Qué debía hacer? ¿Dar el primer paso, o esperar?
Se puso nerviosa, y pensó por un momento que debía dejar a Lincoln hablar. Pero el chico no decía nada, y ya no podía soportar la tensión.
Algo en su interior le decía que tenía que arriesgarse. Dar el primer paso. Después de todo, Lincoln seguía siendo Lincoln; y él ya se había arriesgado aquella vez en el bufet francomexicano Jean-Juan. Tal vez, hasta tenía miedo de que ella lo abofeteara de nuevo.
Así que hizo el mayor esfuerzo de su vida. Respiró hondo, se puso frente a Lincoln y tomó sus manos.
Al sentir aquello, el chico peliblanco salió de su ensoñación; y se encontró con el rostro de la chica latina a menos de un metro del suyo.
- Lincoln... Estoy muy feliz de estar aquí contigo.
- Y-yo también... Ronnie -dijo el chico balbuceando.
Ronnie Anne malinterpretó ese gesto, y se sintió profundamente enternecida. ¡Lincoln tenía miedo! ¡Estaba nervioso!
Tenía que acabar con el nerviosismo de los dos lo más pronto posible. Apretó sus manos entre las suyas y continuó:
- ¿Sabes? Vivir en la ciudad sería maravilloso... si tú estuvieras mucho más cerca, Lincoln. Me da un poco de pena decirte esto, pero... Tú fuiste muy valiente aquella vez en el bufet francomexicano Jean-Juan... Así que ahora me toca a mí.
El chico tardó unos instantes en darse cuenta de lo que Ronnie estaba insinuando. Sus ojos y su boca se abrieron en un ademán de sorpresa total.
- Lincoln... Te extraño mucho... Te quiero mucho. Y como bien dijiste, las acciones dicen más que las palabras, así que...
La chica dejó de hablar. En un solo movimiento, le echó los brazos al cuello y se acercó para robar un beso de los labios entreabiertos de Lincoln.
El momento para los dos fue completamente diferente. Ronnie Anne, al probar otra vez aquellos labios tan anhelados, los sintió muy distintos a la primera vez. Una sensación suave, dulce y cálida que no pudo disfrutar con aquel primer beso intempestivo.
Aquello era tan diferente... Y no tenía ganas de romper el contacto.
Para Lincoln se sintió como una afrenta. Una violación a la pureza de los sentimientos que albergaba por Linka. Se imaginó por un momento en lo que Linka hubiera pensado si los veía, y apenas pudo reprimir el impulso de arrojar a Ronnie Anne lejos de sí. Tuvo que cerrar los ojos, y no para concentrarse en lo que sentía, sino para no ver el rostro de la niña junto al suyo y abstraerse de la sensación.
Al fin, Ronnie se separó, y Lincoln la escuchó suspirar. La niña se dio cuenta de que él había cerrado los ojos, y se sintió tan feliz y enternecida que lo abrazó con fuerza.
Lincoln apretó los ojos. Se sentía incómodo y mortificado. El lenguaje corporal de Ronnie Anne era más que evidente. Las cosas habían llegado demasiado lejos.
En medio de la culpa y la incomodidad, los colores de la cascada le trajeron a la mente los singulares ojos de la doctora Olaffson; y el consejo que ella le dio aquella misma tarde:
- Muy pronto tendrás que enfrentar serios problemas, y lo mejor que puedes hacer es resolverlos con calma y con total sinceridad. Mentir ya no te va a ayudar, y puede resultar muy contraproducente para todos.
Eso era todo. Ya no podía seguir mintiendo. Las mentiras, fueran por buenas o por malas razones, lo habían puesto en aquella condenada situación imposible. ¡Ya no podía seguir con aquello!
Con todo el dolor de su corazón, había llegado el momento de hacer algo definitivo.
No tenía otro remedio. Estaba seguro de que no soportaría que Ronnie lo besara otra vez. Era muy consciente de que la chica lo masacraría, pero por lo menos iba a salir del problema.
La tomó por los hombros y la alejó suave, pero firmemente de su cuerpo.
- Ronnie...
- ¿Sí Lincoln?
La chica lo miró mientras sonreía, y el albino se sintió miserable por tener que romper esa sonrisa para siempre.
- Perdóname... No puedo hacerlo -dijo, y volteó la cabeza para evitar su mirada.
La niña no entendió, hasta que reparó en la expresión de la cara de Lincoln. Con todo y su poca experiencia, sabía muy bien que aquel no era el rostro de un chico enamorado.
- Lincoln... ¿qué...
La chica hizo una pausa. Él se dio cuenta de lo que pasaba por su mente. Empezaba a temer lo peor, pero ya no podía hacer nada para suavizar el golpe. Nada... excepto servirle de saco de boxeo para desquitar su dolor y su coraje. La miró directamente a los ojos antes de darle la estocada final.
- Ronnie... Estuvimos mucho tiempo sin vernos. Pasaron demasiadas cosas, y yo... amo a alguien más.
Lincoln apretó los puños y se obligó a no dejar de mirar a la chica. El rostro de la muchachita cambió ante sus ojos. Se puso pálida, abrió los ojos tanto como pudo, y adoptó esa expresión de dolor y rabia que ponía cada vez que él lograba lastimarla.
- Perdóname...
El tiempo se detuvo. Lincoln se mordió los labios, y se preparó para afrontar aquel vendaval que seguramente acabaría con él.
Ronnie cerró los ojos. Nunca en su vida había sentido tanto dolor. Cada una de las palabras de Lincoln taladró su mente y se grabó en su consciencia de manera indeleble. Le costaba mucho trabajo asimilarlas. No porque no las entendiera, sino por el terrible dolor que le producía recordarlas y pensar en ellas.
Dolor, furia... Eran simples palabras. Aquello era como morirse por dentro. Quería gritar, explotar. No sabía que le dolía más: saber que Lincoln no la quería, que alguien le había ganado su corazón, o que una vez más, él le había mentido todo aquel rato.
Lo miró fijamente y amartilló la mano. Lincoln se dio cuenta de que ella estaba a punto de pegarle, y se preparó para resistir la golpiza.
No pensaba defenderse, y ni siquiera evadir los golpes. Por más dolor que le produjera, nunca lo dañaría más de lo que él había hecho con ella.
Pero en el último momento, cuando su puño ya retrocedía, Ronnie abrió la mano, se tocó la mejilla y comenzó a sollozar.
Lincoln no esperaba esa reacción, y se quedó sin saber qué hacer. Nunca la había visto así, y no le gustaba nada que estuviera sufriendo por su culpa. ¡Maldita sea! Hubiera preferido que lo golpeara hasta mandarlo al hospital.
- Ronnie... yo... -susurró Lincoln, y estuvo a punto de acercarse a ella.
En medio de su llanto, la niña lo escuchó. Le dirigió una mirada de odio; se limpió las lágrimas, y salió corriendo.
Lincoln ya no intentó hace nada. Se cubrió los ojos con las manos y se dobló sobre sí mismo.
Nunca fue consciente de que unos ojos aviesos lo miraban con satisfacción.
- Vaya, vaya Lincoln. Eres todo un rompecorazones. Rompiste el mío, el de Ronnie Anne... ¿Y quién sabe cuántas más? Pero... parece que la vida y esa niña tonta me dieron una nueva oportunidad. ¡Bendita sea tu hermana Luan y sus consejos sobre estar siempre alerta y con la cámara prendida!
Los ojos miraron a la pantalla del celular. No sería difícil retocar aquella foto. Los ojos de Lincoln pronto aparecerían cerrados, sus brazos en torno a la cintura de la chica, y la foto quedaría lista para mostrársela a quien más le conviniera.
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