Tormenta


Y bien, mis niños: ¿Tienen algo que decirme?- dijo Albert, mientras los miraba fijamente.

Los niños peliblancos retrocedieron por el susto. Pop-Pop había ido a la cocina por unos refrescos, y ellos decidieron aprovechar para darse un apasionado beso en los labios. Como solía ocurrirles, la pasión pudo más que la prudencia. Perdieron la noción del tiempo, y el abuelo los sorprendió bien abrazados y con sus bocas unidas.

Albert no esperó respuesta. Se apartó y, con toda calma, colocó la bandeja con los vasos en la mesa de centro. Los niños estaban pálidos y paralizados, ni siquiera podían hablar. Pero Albert parecía haber perdido el interés en ellos. Dispuso todo en la mesa de centro, y solo se volvió para mirarlos cuando terminó.

Los muchachitos no sabían qué hacer. De la palidez, pasaron al rojo vivo. No se atrevían a levantar las miradas, ni siquiera para verse el uno al otro. A cada momento esperaban un reproche, una invitación a que se explicaran; pero no ocurrió nada de eso. El silencio total reinaba en la sala de la pequeña pero cómoda casa de las afueras de Royal Woods.

Unos momentos después, ya no aguantaron tanta presión. Levantaron la mirada a donde estaba Albert, y su sorpresa casi sobrepuso a su miedo. ¡El bondadoso anciano sonreía!

Bueno... No era una sonrisa franca; pero sus labios estaban agradablemente alargados, y su rostro parecía sereno y comprensivo. De alguna manera, les devolvió cierta tranquilidad.

- Err... Abuelo, yo... Es decir, nosotros... -balbuceó Lincoln.

- Bueno... la verdad yo también... -terció Linka; pero los dos muchachitos se quedaron enseguida sin saber qué decir.

El viejo guerrero decidió que ya habían tenido suficiente. Era tiempo de hablar seriamente con los dos. Tenía que ser comprensivo y precavido: ellos necesitaban saber que podían confiar en él.

- Ustedes dos se quieren, mis niños. Yo lo sé. Aunque no lo supiera desde antes, me hubiese dado cuenta desde que llegaron. ¿No vieron que venían tomados de las manos cuando yo salí a abrirles la puerta?

- Dios mío... -murmuró Linka, y se cubrió el rostro con las manos.

Lincoln estuvo a punto de hacer lo mismo. Pero las palabras de su abuelo le saltaron a la conciencia.

- Espera, abuelo. Dices que lo sabías desde antes. ¿Qué quieres decir?

- Quiero decir que lo sé desde que fueron a verme al asilo -sentenció Albert.

- P-pero... ¿cómo? -preguntó Lincoln, cada vez más asustado.

Ese era el momento decisivo. Albert supo que ese era el momento en que debía luchar para ganarse la confianza de los niños.

- Lincoln... Linka... ¿Alguna vez escucharon aquella frase que dice que el amor está tan orgulloso de sí mismo que quiere que todo el mundo lo vea? ¿Mhh? ¿Que es imposible ocultarlo, porque se empeña en salir y mostrarse a como de lugar?

- N-no... -susurró Lincoln, arrastrando la voz.

- Bueno, pues ustedes dos fueron tan obvios, tan poco discretos, que casi todo el mundo se dio cuenta de que había algo muy especial entre ustedes. Solamente Ethan y Rosen no lo percibieron al principio... Y los dos están ciegos desde hace años.

De nuevo, los dos se quedaron en silencio y jugando con sus dedos. No sabían qué decir. Se sentían demasiado avergonzados.

- Miren, mis niños: les voy a ser completamente sincero. Yo no creo que estén haciendo nada malo, ¿saben? Después de todo, ¿quién puede decir o decidir en qué momento de la vida le llegará el verdadero amor? Yo recuerdo perfectamente mi niñez y ni adolescencia; y mi joven corazón de aquel entonces sentía el amor con la misma intensidad que en mi vida adulta. Se siente igual, se sufre igual. La emoción de ver a la persona amada es exactamente la misma, y el alma se desgarra igual si llegas a perder ese amor...

El abuelo se detuvo un momento. Ya desde sus primeras palabras, los dos levantaron la vista con asombro; intentando asimilar lo que aquel hombre tan querido y admirado les decía. Su rostro y su porte eran elocuentes. Por un momento, su mirada se perdió en la lejanía; y la sombra de tristeza y añoranza que nubló su rostro casi se podía sentir.

Albert se sobrepuso. Respiró hondo, volteó a ver a los niños, y les habló con su voz más suave y calmada.

- Linka... Lincoln... ¿Me permiten que les cuente una pequeña historia? ¿Quieren saber por qué puedo entenderlos?

No vacilaron un solo instante. Ambos asintieron a la vez. Aunque eran fuertes y valientes, los dos anhelaban algo de comprensión verdadera, no solo resignación o aquiescencia. Nunca lo comentaron, no intercambiaron ninguna mirada para ponerse de acuerdo. Solamente abrieron sus corazones y se dispusieron a escuchar.

- Mis niños, yo conocí al amor de mi vida a los doce años de edad...

El abuelo habló sin pausas durante un buen rato. Lincoln y Linka escucharon ávidos, sorprendidos y enternecidos la maravillosa y terrible historia del romance entre Albert y Mei Ling. Albert se explayó contando casi todo. Solamente omitió por delicadeza sus encuentros íntimos; pero les dejó perfectamente claro que su pasión era tan desbordante que sí tuvieron encuentros íntimos, y a una edad mucho menor de lo que permitían las leyes, la moral y las buenas costumbres.

Les narró con todo detalle la manera en que se encontraron por primera vez, las primeras veces que se hablaron y cómo prepararon sus primeras citas. Lo rápido que progresó la confianza y la intimidad. Linka suspiró cuando Albert les contó sobre su primer beso, y ambos se estremecieron cuando supieron de la férrea oposición que enfrentaron de los padres de Mei Ling.

Albert les habló de los planes que habían hecho para el futuro. Se sintieron tan identificados, que sus manos se entrelazaron sin que ellos se dieran cuenta. Y lloraron sin control cuando escucharon la manera en que el padre de Mei Ling los separó al fin, y la forma en que Albert luchó hasta sus últimas fuerzas para que no lo apartaran de su amada.

Cuando terminó, los ojos del anciano estaban enrojecidos; Lincoln y Linka lloraban abrazados.

- Abuelo... Yo... ¡Dios mío, no sé qué decir! -balbuceó Lincoln, mientras limpiaba las lágrimas de su rostro-. Yo... No sabía...

- No, hijito. Es algo que no le había contado a nadie. Ni siquiera tu madre lo sabe.

Linka no pudo contenerse y corrió para abrazar al anciano. Durante todo el relato, pensó que quizá su abuela Albertha había vivido algo similar en su propio universo. Cuando pensó en eso mucho tiempo después, se dio cuenta de que aquel fue el primer momento en que comenzó a resquebrajarse el caparazón con el que se cubrió para no añorar las cosas buenas que tuvo que dejar al seguir a Lincoln.

Muy pronto, Lincoln acudió también al lado del abuelo, y él los abrazó a los dos. Fue un momento extraordinario para los pequeños. No alcanzaban a decírselo ni a sí mismos, pero se sintieron profundamente aliviados al darse cuenta de que un adulto consciente y responsable era capaz de comprender lo que sentían.

- Les diré una cosa, mis niños: La edad y las experiencias me han ayudado a reponerme de todo eso. ¡Demonios, si no fuera por todo lo que pasé, ustedes dos no estarían ahora conmigo! Pero es cierto que estoy vivo solo de milagro. Y mi pobre Mei... ¡Solo el cielo sabe lo que fue de ella!

- Ay, abuelo... - dijo Linka, abrazando al robusto anciano con mayor fuerza.

***

Los ánimos de los tres se fueron calmando poco a poco. Y tal como Albert lo previó, los niños muy pronto se abrieron completamente con él. Le confiaron su mutuo amor, su deseo de estar juntos y tener una vida en común a futuro.

- Lo sé, mis niños -asintió Albert-. Pero tenemos que ser realistas los tres y hablar un poco sobre esto. Sé que me creen cuando les digo que yo quiero que vivan ese amor. Quiero que ustedes sí lo puedan consumar y sacar adelante; pero su situación y la que yo viví con Mei Ling son muy diferentes. No se trata de lo que sienten el uno por el otro, ni de la sinceridad del amor que se tienen: eso es evidente para cualquiera que los mire sin prejuicios; pero ustedes viven una realidad y unos tiempos muy distintos.

Los niños asintieron, y Albert los miró de nuevo con seriedad.

- Hay situaciones legales. El mundo ahora está mucho más consciente de la protección a los menores. Ya es mucho más difícil que ustedes dos puedan hacer lo que quieran. Además, está la otra parte, que quizá ninguno de ustedes haya notado. MI esposa, la madre de Rita, era una mujer un tanto... Bueno, digamos que era demasiado devota y puritana. Fue criada en una moral católica muy férrea, y mucho me temo que crió a Rita de la misma manera. Yo siempre estuve en el mar, así que no pude influir tanto en la manera de pensar de mi hija. En parte por eso tuvo tantos hijos, pero también por eso su insistencia en cuidar a las mayores, y hablarles tantas veces de que deben llegar vírgenes al matrimonio, y esas cosas. ¿Has escuchado a tu madre hablar de eso, Lincoln?

- Sí. Por desgracia -reconoció el chico, haciendo una mueca.

- Bueno, pues si ustedes no son discretos y cuidadosos en todo momento, pueden tener gravísimos problemas cuando Rita se entere. Además, esto es un secreto y debe quedar solo entre nosotros: tengo la sospecha de que ocurrió algo con Rita al principio de la adolescencia. No sé qué. Por un lado, puede ser muy puritana e intolerante. Pero por otro, ha hecho once hijos con su esposo... Ya se imaginan a qué me refiero.

Los dos peliblancos hicieron una mueca, pero asintieron. Después de todo, ¿acaso no hacían ellos lo mismo?

- Tienen que ser discretos; hasta con sus hermanas, Lincoln. Y con Lynn también. Él, y algunas de ellas podrían ser tan intolerantes como Rita ¡Quién sabe cuántas de ellas ! Si mi hija sabe lo que está pasando entre ustedes de la manera equivocada, mucho me temo que no lo tomará nada bien.

***

- Mami -dijo Lola, afectando un tono de voz a la vez tierno y zalamero-. ¿Puedo hablar contigo un momento?

Rita estaba a punto de decirle a su hija que estaba ocupada. Pero la niña tenía tal expresión de ternura y preocupación, que Rita se derritió.

¿Qué mas daba? Le dedicaría unos cuantos minutos, y luego podría continuar con sus quehaceres. Extendió una mano para acariciar el rostro de su pequeña princesa, y le sonrió.

- Dime, tesoro.

- Hay algunas cosa que no entiendo y me preocupan mucho. ¿Podemos hablar un momento en mi habitación? Lana no está allí. Anda de nuevo en el patio jugando con Brincos.

De nuevo, Rita estuvo a punto de protestar. ¿Qué cosa podría ser tan importante como para que Lola quisiera hablarla en su cuarto? Allí estaban tan discretas y a salvo como en cualquier otro lugar de la casa.

Lola se anticipó a sus palabras.

- Es que necesito mostrarte algo, mami. Una especie de regalo que me hicieron, pero no comprendo muy bien lo que representa.

Esto despertó por fin la curiosidad de Rita. Por un momento, imaginó las peores cosas que podrían pasarle por la mente; pero procuró tranquilizarse. Después de todo, Lola solamente tenía seis años.

Aunque por otra parte, en los concursos de belleza...

No, mejor no pensar en eso. Tomó la mano de la niña y se dejó guiar a su habitación.

- Mami... -comenzó Lola, después de cerrar la puerta con seguro-. Hay algunas cosas de la relación entre chicos y chicas que no entiendo. Son cosas que... Bueno. Se ven muy extrañas. Y no sé... No parecen ser muy buenas.

Rita se puso de todos los colores. No necesitaba que Lola le dijera más. Enseguida sintió que la cólera comenzaba a bajar desde su cabeza hasta los últimos rincones de su cuerpo.

- ¡Lola! ¿Te refieres a...? ¡¿Cómo te pusiste a ver esas cosas?! -gritó Rita, avanzando hacia la niña con un gesto de amenaza.

- ¡No, mamá! ¡Te juro que yo no vi nada! -dijo Lola retrocediendo, aparentemente aterrorizada-. Es que... Luan me mandó un video gracioso que filmo en la casa, y... Creo que se confundió...

- ¡¿Qué?! -interrumpió Rita- ¡¿Que Luan está filmando videos en la casa otra vez?!

- Me temo que sí, mamí -dijo Lola, agachando la cabeza -. Pero filmó algo muy raro. Algo que no es muy gracioso, y lo estaban haciendo Lincoln y Linka.

Rita se puso aún más iracunda, si cabe.

- ¡¿Dónde está?! ¡¡Enséñame ese vídeo ahora mismo!!

Temblando de miedo, Lola encendió su tablet y se la pasó a su madre. Ya tenía preparado de antemano el video y el programa de reproducción, así que Rita solo tuvo que tocar la pantalla para contemplar las tórridas imágenes protagonizadas por los dos muchachitos peliblancos.

El video no duraba más de un minuto, pero era elocuente y explícito. Rita se puso de todos colores y comenzó a hiperventilar. Se sentía iracunda, avergonzada, y muy mortificada. Su hijo, un tierno bebé hasta hace algunos años, estaba protagonizando una escena digna de una fuerte película pornográfica.

Súbitamente, tuvo ganas de vomitar. Aventó la tablet a la cama de Lola y se cubrió el rostro con las manos. Lagrimas de ira y vergüenza comenzaron a correr por sus mejillas

- No... -pensó-. Mi bebé no... ¡Es un niño, maldita sea! ¿Cómo es posible que...

En ese momento, sus pensamientos se interrumpieron. Reflexionó por un momento, y se puso todavía más furiosa que antes.

- ¡Claro! Lincoln nunca fue así, hasta que esa... Esa...

Ni siquiera pudo pronunciar la palabra en su mente. Por un momento, pensó que sangraría por la nariz. Sus oídos empezaron a zumbar y se volvió hacia Lola, quien todavía la miraba con expresión de terror.

Rita tomó a su hija por los hombros y la sacudió.

- ¿Dices que Luan te mandó el video?

- S-si mamí...

Cerró los ojos y soltó a la niña. Se pasó la mano por la cara y salió a trancos de la habitación.

- ¡Luan! ¡¡Luan Loud!!

Sus gritos comenzaron a resonar inmediatamente por el pasillo. La pequeña princesa cambió su rostro de temor por otro de profunda y malsanasatisfacción.

***

- ¡Eres una maldita, Lola! -gritó Luan, cuando se la topó por el pasillo-. ¡Te dije que yo decidiría lo que íbamos a hacer con el video!

Lola la miró directamente a los ojos. Obsequió a su hermana con una sonrisa despectiva y llena de dientes.

- Y yo, te dije que me iba a hacer cargo yo misma. ¿Recuerdas?

Luan estaba furiosa. Su madre le había dado tal cachetada, que todavía tenía marcados los dedos en la mejilla. Tomó a la pequeña princesa por los hombros y parecía decidida a golpearla.

- ¡Te voy a...

- ¡Alto ahí, comediante de pacotilla! Si me tocas aunque sea un solo cabello, le diré a mamá y ella se hará cargo de ti. ¡Métete a tu habitación, o le diré a mamá que estabas en el pasillo escuchando!

Luan rechinó los dientes y azotó la puerta de su habitación. Sentía tanta culpa y rabia que se arrojó a su cama; se cubrió la cabeza con la almohada y empezó a llorar.

- Maldita sea. ¿Cómo me preste al juego de esa maldita mocosa enferma?

Lo de Lincoln y Linka era muy serio. Grave incluso. Pero aún así, no esperó una reacción tan terrible y desproporcionada por parte de su madre. Cuando vio los videos, amenazó con sacar a Linka de la casa para siempre. Nunca la había visto tan enojada. Los tímidos intentos que hizo por defender a la parejita, fueron recompensados con una cachetada que hizo que sus brackets se enterraran en la parte interna de sus mejillas.

No había nada qué hacer. Solo llorar, orar y esperar. ¡Ojalá que Lincoln y Linka pudieran perdonar su estupidez algún día!

***

Rita mandó a todas a su habitación, excepto a Lori. Si Leni hubiera tenido un poco más de juicio e inteligencia, también la hubiera involucrado a ella. Todos los mayores de la casa tenían que saber lo que estaba pasando con la linda parejita.

- Mamá, ¿qué pasa? -dijo Lori-. ¡Nunca te había visto tan enojada!

Rita iba a responder, pero oyó algunos débiles cuchicheos en lo alto de la escalera. Subió de inmediato, y pudo escuchar que varias puertas se cerraban.

- ¡Si vuelvo a escuchar algún ruido, todas quedarán castigadas hasta el siguiente año! ¡¿Está claro?! -gritó a voz en cuello.

Lori la miró bajar. Su madre casi nunca le había producido tanto miedo.

- Pronto lo sabrás, Lori. Necesitaremos toda tu ayuda. ¡Lo que vamos a hablar con tu padre no debe salir de esta casa! ¿Está claro?

La mayor de las hermanas Loud se limitó a asentir. No comprendía absolutamente nada.

Pero una vez que llegó su padre y les mostró el video en la tablet de Lola, comprendió inmediatamente; y se comprometió a apoyar a sus padres en cuerpo y alma.

***

Lincoln abrió la puerta de la casa. Dejó pasar a Linka, y ambos se sorprendieron al toparse de frente con sus padres y Lori. Tenían una cara de enojo como jamás antes les había visto.

Estaban tranquilos y relajados. No imaginaban la tempestad que estaba a punto de cernirse sobre ellos.

Por primera vez en mucho tiempo, sentían que no tenían nada que temer. Su abuelo les dio muchos consejos con el mismo tono comedido y cuidadoso que estuvo empleando todo el rato. Linka a veces se sentía apenada, pero no incómoda. Al final, Lincoln tuvo la impresión de que su amada estaba empezando a crear un vínculo muy fuerte con el abuelo. Tan fuerte como el que él mismo tenía; y eso lo llenaba de satisfacción.

El era el amor y el confidente de Linka, pero a la chica le haría mucho bien tener en su vida a un adulto confiable, comprensivo y experimentado. Después de todo, ella también necesitaba...

El hilo de sus pensamientos se vio cortado bruscamente por el grito desaforado de su madre.

- ¡Por fin llegan ustedes dos! ¿Acaso estuvieron tanto tiempo con el abuelo? ¿Por qué rayos se tardaron tanto?

Los dos peliblancos se sintieron muy sorprendidos por las rudas palabras de Rita.

- mamá... ¿Qué... -balbuceó Lincoln, pero su madre le cortó la plática gritando nuevamente.

- ¡Silencio, jovencito! Siéntense en el sillón. ¡Tenemos que hablar muy seriamente con ustedes dos!

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