Planes y decisiones
El muchachito de cabello blanco esperaba nervioso, con un ramo de flores en la mano. Se había puesto sus mejores ropas, y a fuerza de gel y cepillo logró dominar sus rebeldes mechones blancos. Tenía que estar lo más presentable que pudiera para impresionar a la hermosa niña oriental que le había robado el corazón.
Mei Ling llegó puntual a la cita. Albert sintió que le temblaban las piernas. Si no fuera porque estaba acostumbrado a enfrentar todos sus problemas y dificultades, ya hubiera salido corriendo de allí.
Ademas, eso era lo que más deseaba. Aquel hermoso día de primavera, la bella muchachita estaba radiante.
Se saludaron tímidamente, y antes de que alguno pidiera decir otra cosa, Albert le entregó el ramo de flores.
- ¿Para mí? ¡Gracias, Albert! ¡Son preciosas!
La niña contempló las flores por un momento, y aspiró profundamente su aroma. Luego, por encima del ramo, miró fijamente al guapo muchachito peliblanco que se había robado su corazón. El rubor no tardó en colorear hermosamente sus mejillas.
El chico le tendió la mano. La reacción de la muchachita lo había hecho recuperar su confianza.
- ¿A dónde vamos, Mei?
- A donde tú quieras, Albert -dijo ella. Desviaba la vista, pero tomó la mano que el jovencito le ofrecía.
Pronto estuvieron en la cima de un risco, al borde de la playa de aquel puerto de Nueva Inglaterra. La refrescante brisa marina alejaba el calor y jugaba con los cabellos de los niños.
- Cuando sea grande, me gustaría hacerme a la mar -dijo Albert-. Quiero conocer el mundo. Explorar...
- ¿Y me llevarías contigo? -preguntó tímidamente la muchacha, con ese acento oriental que tanto fascinaba a Albert.
- Por supuesto. Eres lo único hermoso que he encontrado en este maldito lugar.
La chiquilla emitió una risita. Una de las cosas que más le gustaban de Albert era su naturalidad. Su fuerza vital. El muchachito hacía un enorme esfuerzo por hablar correctamente enfrente de ella,,pero no podía evitar que se le escaparan palabrotas en los momentos menos pensados. ¡Cómo hubiera deseado ella tener ese valor, esa ingenuidad sin afectaciones!
- ¿De verdad lo harías, amor?
- Claro que sí, hermosa. Jamás me iría a ningún lado sin ti, Mei. ¡Te quiero tanto!
Con temor, pero también con deseo, Albert extendió una mano y tomó la de la muchachita. Ella no solo no la retiró, sino que se pegó a él y recargo la cabeza en su hombro.
***
Escondidos en una caverna, Albert y Mei Ling se abrazaban y besaban desesperadamente. Tenían casi una semana sin verse. La muchacha tenía terminantemente prohibido reunirse con él. Le era cada vez más difícil evadir la férrea vigilancia de sus padres y de los sirvientes.
- Debo estar en casa dentro de dos horas, amor -dijo, en el intervalo entre dos besos apasionados-. Mi padre estará de regreso mucho antes de lo previsto.
Albert reprimió una blasfemia. En verdad, estaba cansado de los desplantes y groserías del padre de Mei Ling. Aquel patán orgulloso al que no le importaba el amor, y solo valoraba el dinero y la posición social. Lo odiaba todavía más, porque estaba seguro de que le había puesto una mano encima a su hija. No lo convencía la historia de que la herida en el labio de su amada era producto de una caída.
En todo caso, era preferible no perder el tiempo con sus odios. Mei Ling estaba con él, porque lo amaba y lo deseaba tanto como él a ella. Fue la propia muchacha quién soltó su cabello, los botones de su ropa y los cierres de su sostén.
- Solo un poco más, mi vida -susurró Albert, llenándose los brazos con aquel cuerpo menudo tan deseado y tan amado-. Reuniré dinero suficiente, y después...
La muchacha puso un dedo sobre sus labios y lo miró anhelante.
- Sé que lo harás, mi amor. Pero ahora, solo bésame... Bésame y hazme tuya... Lo he deseado desde el último día que nos vimos...
Albert asintió, y bajó la cabeza para besar el cuello y los senos de la muchacha.
***
El maldito cobarde de su suegro siempre lo subestimó y lo menosprecio. Por eso, solo mandó a tres golpeadores para que se hicieran cargo de él. Nunca supo, ni le interesó saber, que Albert era un extraordinario luchador. Le dio a los tres esbirros la peor golpiza de toda su vida, y luego corrió inmediatamente al muelle para arrebatarles a Mei Ling. Tenían que largarse para siempre de ese apestoso lugar. Si era necesario, le arrancaría la cabeza a los padres de la joven. Les quitaría para siempre aquella primorosa joya que no se merecían.
Sin embargo, los golpeadores lograron cumplir parte de su propósito. Lo retrasaron lo suficiente para que no pudiera llegar a tiempo. Se quedó a la orilla del muelle, viendo cómo se alejaban en una embarcación con motor. Al verlo, su novia se puso a gritar, voltendo en todas direcciones; mientras que el padre lo miraba con una mueca de burla y menosprecio.
Desesperado, Albert se arrojó al mar. Nadó y nadó tras el yate hasta dónde sus fuerzas se lo permitieron. Pero la embarcación le ganó terreno, y se perdió de vista para siempre.
Lo siguiente que supo fue que estaba en una pequeña lancha. Por un verdadero milagro, unos pescadores lo vieron flotando en el agua y lo salvaron. Albert se los agradeció para no hacerlos sentir mal. Pero el hubiera preferido mil veces morir ahogado aquel mismo día.
***
El anciano se despertó sobresaltado y muy agitado. Tardó algunos segundos en ubicarse.
Por un momento, no supo dónde estaba. Tuvo que mirar sus manos fuertes, pero ya con arrugas; para convencerse de que estaba en la mullida cama del asílo Canyon Sunset.
Hacía años que no tenía aquella pesadilla. La rememoración de lo que había ocurrido. La última vez que vio a la mujer de su vida.
Todavía bajo el efecto emocional del sueño, comenzó a recordar el día anterior. Su visita a casa de su hija, sus nietos, la pequeña Linka Loud, y la misteriosa mujer que lo había visitado y sabía tantas cosas de su familia y de él mismo.
Sacudió la cabeza. ¡Todo parecía tan irreal! Tenía la impresión de que, antes de caer dormido, percibió que aquella mujer no era lo que aparentaba. En realidad era algo muy extraño. Algo así como... Como una diosa, o algo parecido.
Necesitaba un café. O por lo menos, un baño. Tenía que despejar las telarañas de su mente. Lo que pasó era tan surrealista, que solo podía ser producto de su imaginación.
Se levantó despacio y fue a encender su pequeño televisor. De acuerdo con el reloj de la emisora, ya era de día. Pero las actividades del asilo todavía no empezaban. Incluso la enfermera Sue debía estar durmiendo a pierna suelta todavía.
Cuando regresó a la cama, se dio cuenta de la nota doblada que estaba recargada en el buró. Reconoció al punto la letra clara y mediana de su único nieto varón:
Abuelo:
Ayer que regresamos de nuestro paseo, Linka y yo te encontramos dormido. No quisimos despertarte.
Sabemos que ayer fue un día difícil para ti, por todo lo que te contamos. De seguro estabas muy cansado.
Mamá pasará por nosotros en unos minutos. Te llamaremos mañana a mediodía para verificar que todo esté bien.
¡Te quiero mucho!
Lincoln.
P.D.- ¡Linka dice que le caíste muy bien!
Albert acabó de leer la carta y tuvo que sentarse en el borde de la cama. Hizo algunas respiraciones profundas, y su mente comenzó a trabajar rápidamente otra vez.
Entonces, todo había sido real. Todo lo que ocurrió ayer había pasado de verdad; y eso incluía la visita de la "doctora" Lofn, y el espectáculo que ella le mostró en aquel claro de la campiña.
Se olvidó de su propia angustia, de la desazón que le produjo su sueño; y comenzó a pensar en la situación de aquellos dos preciosos jovencitos.
Para un viejo lobo como él, la cosa estaba perfectamente clara: la relación de Lincoln y Linka iba por lo menos al mismo nivel que la de él con Mei Ling, cuando tenían esa edad. También le quedaba muy claro que no era simple pasión. Simples ganas de "remojar la brocha", como a él le gustaba decir. Entre esos niños había algo profundo. Un amor cimentado en las experiencias y las terribles vivencias que habían compartido en aquellos días. El sentimiento era muy profundo. Tanto, que les daba la suficiente confianza como para animarse a ir más allá de los besos y las simples muestras de cariño.
Los pequeños estaban jugado con fuego. Eso era indudable. Estaban en una situación peligrosa de la que eran muy poco conscientes.
¿Qué debía hacer él, ahora que lo sabía?
Recordó sus rostros. ¡Se veían tan felices! El cuerpo de los dos estaba totalmente abierto. Era claro que ambos se querían, se tenían confianza y se deseaban. La niña no solo tenía su blusa parcialmente desabotonada, sino que parecía incitar a Lincoln a explorar allí; en esos rincones privados a los que solo se solía llegar cuando las parejas tenían emociones muy intensas entre ellos.
Tampoco era simple excitación. Era mucho más que simple calentura. Ambos caminaban tan juntos y eran tan cariñosos, que todos en el asilo notaron rápidamente lo que pasaba entre ellos.
No era tan sencillo tomar una decisión. A él le habían arrebatado el amor y la felicidad de sus años juveniles. ¿Quién era él para hacerle lo mismo a su nieto, al que amaba tanto? ¿Quién era él para quitarle a esa linda niña la posibilidad de ser feliz, que su propia familia le negó? Sin duda, Lofn había sido muy sabia cuando le impidió que interviniera en lo que estaban haciendo los pequeños.
Por otra parte, tampoco podía quedarse de brazos cruzados. La situación no le espantaba, pues el tenía casi la misma edad cuando inició la etapa más tórrida de su romance con Mei Ling. Pero, ¡por dios, las situaciones eran completamente diferentes! Incluso a esa edad, él ya era casi un hombrecito independiente. Trabajaba. Tenía un carácter mucho más decidido, y su familia prácticamente ya no influía en sus decisiones. Además, en aquel pueblucho apestoso donde vivía, prácticamente no había ley. O por lo menos, la ley no intervenía en asuntos familiares. Ahora, parecía que las leyes estaban en todas partes; especialmente cuando se trataba de la "protección y el interés superior del menor", significase lo que significase eso.
Además, conocía a su familia mucho mejor de lo que ellos mismos sospechaban. Rita y Lynn eran padres bastante permisivos. Incluso muchas veces, más de lo prudente. Pero tenían sus límites. No iban a consentir que la novia de Lincoln viviera con ellos, y se acostara con él a tan temprana edad.
Todo estaba claro, excepto lo que él podía hacer para ayudar. Cerró los ojos y se devanó los sesos pensando en las alternativas, las situaciones, las posibles soluciones. Era importante que no cometiera con ellos los mismos errores que cometieron con él: los lastimaría de por vida. Especialmente a la pequeña Linka.
Pensó y descartó muchas posibles alternativas. Nada parecía correcto. Nada parecía funcionar... ¡Nada!
Cuando más desesperado se sentía, volvió la mirada hacia la carta de su nieto y se percató de algo. Una cosa que no percibió mientras la leía. El papel tenía grabado algún símbolo muy extraño. Volvió a mirar la hoja y lo vio. Era una especie de ideograma sencillo, similar a la letra L; un poco estilizada y vuelta al revés.
Era indudable que no formaba parte del papel, porque desprendía tonos iridiscentes. Quizá tenía cinco centímetros de alto, pero era mucho más grande que todo lo escrito.
¿Cómo era posible que no la hubiera visto? Sus tonalidades multicolores eran tan hermosas...
En ese momento recordó, y casi saltó del colchón: ¡Fridrik! ¡Fridrik Olafsson!
¡Por eso el nombre de la doctora se le hizo familiar! Tenía el mismo apellido que un viejo amigo suyo, al que no había visto desde hacía muchísimos años. El abogado islandés al que conoció en Reykjavik. El mismo que le enseño a mover las piezas de ajedrez, y le habló del significado místico de las runas.
Hacía muchos años que Albert no pensaba en él. Pero nunca había olvidado las runas. Sabía de cuál de esos símbolos mágicos se trataba.
El viejo guerrero quedó maravillado. Las iridiscencias de la runa brillaban cada vez más. Eran atrapantes, absorbentes; y por alguna razón lo ayudaron a tranquilizarse y a pensar.
De pronto, la runa dejó de brillar y desapareció del papel; pero aquello ya no importaba. Albert se sentía mucho mejor. Tan lleno de potencia y vitalidad como en sus mejores años.
Poco a poco logró forjar un plan. Tomó sus decisiones y se sintió invadido por una gran tranquilidad. Lofn tenía razón: era un viejo guerrero que solo por decisión propia se había retirado. Aún tenía una última batalla que ganar, ¡y a fe suya que la ganaría! No le iba a fallar su nieto, ni a su nueva nietecita. Se levantó, y fue hasta su cajón privado para extraer una vieja agenda gastada y polvorienta.
Tenía que hacer un par de llamadas; y luego, esperar...
Y vigilar.
***
Lola Loud estaba muy molesta.
Su hermano y Linka habían salido otra vez, quién sabe a donde. Iban tomados de la mano. Ya siquiera se molestaban en disimular. Era obvio lo que esos dos estaban haciendo... Lo que esa mosca muerta estaba haciendo. Pretendía arrebatares a Lincoln; llevárselo lejos, y tenerlo para ella sola.
Al principio, la muchachita peliblanca parecía genial, porque se comportaba como una versión femenina de Lincoln. Jugaba con todas ellas, acudía a sus fiestas de té, y aparentemente era genial y divertida. Era como si ella y Lincoln fueran gemelos, igual que ella y Lana.
Pero con el transcurrir de los días se fue alejando. Y lo que era peor: se llevaba a Lincoln consigo. Su hermano ahora siempre se iba tras de ella; y de pronto, ya no tenía tiempo para jugar a nada ni ayudar a nadie.
Y lo que era peor: de nada servían sus amenazas. La mayor parte de las hermanas estaban del lado de ellos, y también sus padres. Todos les decían que tenía que ser paciente. Después de todo, Lincoln y Linka eran de la misma edad. Compartían muchísimas vivencias, y tenían prácticamente los mismos gustos. Era natural que quisieran pasar mucho tiempo juntos: tenían millones de cosas en común.
Incluso Lisa se había atrevido a sermonearla; y lo hizo en presencia del resto de la familia.
- Déjalos tranquilos, Lola -había dicho la pequeña genio-. Quienes estudiamos científicamente estas cosas somos conscientes de que la sabiduría popular está tristemente errada en estos casos. Las parejas de amigos quizá se atraigan por sus diferencias, pero lo que las mantiene unidas son sus similitudes. ¿Y quieres dos individuos más similares que Linka y Lincoln? Ni siquiera tú y Lana. Es mejor que te tranquilices y los dejes en paz. ¿De acuerdo?
Lynn, Lana y Luna estuvieron de acuerdo enseguida, y con ellas el resto de la familia. Solamente Lori hizo una mueca, pero no se atrevió a comentar nada. Había recibido una fuerte reprimenda cuando la familia se enteró del affaire de la cita forzada entre Lincoln y Ronnie Anne.
Lola quedó muy, pero muy frustrada. El detalle es que nadie parecía darse cuenta de que ella se estaba robando a Lincoln. Esos dos iba mucho más allá de la amistad. Nadie parecía darse cuenta de las miradas, los tocamientos, las veces que se tomaban de las manos cuando creían que nadie los veía... Y por supuesto, los besos en la boca. Aluna vez se dejaron llevar tanto, que se besaron en el jardín, justo cuando ella se asomaba por la ventana.
Aquello era demasiado. Furiosa, se lo comentó a Lisa y Lynn, pero ninguna de ellas le hizo caso. Lynn incluso le dijo que si eso fuera cuierto, no era algo que le incumbiera; a ninguna de las dos. Lincoln tenía derecho a ser feliz.
Por mucho que le doliera, Lola tuvo que reconocer que Lynn tenía algo de razón. Su hermano tenía derecho a tener novia. Pero... ¿En su propia casa? ¿Dentro de su propio cuarto? ¿Con una intrusa?
Ya estaba bien al tanto de lo que los chicos y las chicas podían hacer juntos cuando se quedaban solos. Era un mundo distante del suyo, asqueroso y fascinador a la vez. Y sí, cualquiera de los dos tenía derecho a hacer esas cosas con quien quisiera, pero...
¡No en su casa! ¡No en el cuarto de Lincoln! ¡No con su Lincoln!
Así que optó por una estrategia indirecta. Comenzó a presionar a su madre y a sugerirle de mil maneras que Linka debía tener su propio cuarto. Que no era correcto que una señorita compartiera la habitación con un muchacho. Después de todo, a ninguna de ellas le permitieron compartir la habitación con Lincoln de manera permanente.
En esos momentos, parecía que su madre le hacía caso. Le insistía en que hablaría con su padre y llamaría a los contratistas para que construyeran el cuarto de Linka junto a la cochera. Pero siempre se le olvidaba. Siempre parecía haber algo más importante que hacer.
Pero el colmo, lo que no podía soportar de ninguna manera, era lo que había pasado la noche anterior.
Tuvo que levantarse durante la noche para ir al baño. Al regresar a su cuarto, escuchó murmullos y risitas apagadas en el cuarto de Lincoln. Una serie de gemidos, y algo muy parecido a los suspiros de placer que emitían las actrices de las películas de media noche que sus padres veían a veces, cuando creían que todos estaban dormidos.
Alarmada, intentó abrir la puerta; pero fue imposible. El cerrojo estaba corrido, y no tenía manera de saber exactamente lo que estaba pasando allí.
Pensó en gritar y llamar la atención de todos, pero se imaginó que las hermanas que apoyaban a la parejita se pondrían en contra de ella. Eso les darían tiempo suficiente a Lincoln y Linka para salir bien librados de esa. Después de todo, Lincoln era el hombre del plan.
No, esa no era la solución. Estuvo todo el día pensando, y al final dio con una idea genial.
Ella también podía planear.
Necesitaba una cómplice. Alguien que se hubiera mostrado neutral. Una persona que no pudiera ser sospechosa de dolo, o de mala intención. Y que, sin saberlo, pudiera ayudarla a conseguir pruebas. Y ya sabía exactamente a quién recurrir.
Tocó la puerta de la habitación que Luan compartía con Luna. La voz chillona de la comediante le indicó que pasara.
Lola la encontró en su asiento favorito, frente a la computadora; revisando los últimos videos que su cámara había captado. No se veía a Luna por ninguna parte.
La pequeña reina de belleza sonrió con satisfacción, y entró.
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