Luces y sombras


Aquellos fueron solo sus primeros besos, y ni siquiera fueron los últimos del primer día. Antes de dormir, los niños se deleitaron con otra breve y maravillosa sesión de besos y caricias.

El contacto físico, el placer, la confianza e intimidad los ayudaron a dormirse relajados y felices; mucho más de lo que habían estado en los últimos tiempos. Todavía eran bastante inocentes, y sus caricias nunca descendieron por debajo del nivel de la cintura. Sin embargo, Lincoln tuvo el problema de que las exquisitas sensaciones y el contacto físico con su novia, le produjeron una molesta y pertinaz erección.

No le fue nada fácil disimular, porque Linka resultó ser tan sensual como él. La chica intentaba pegarse cada vez más a su cuerpo, y Lincoln no tuvo más remedio que encoger las rodillas y cruzar un poco sus piernas, en un intento porque ella no sintiera la peculiar intumescencia de su bajo vientre.

Pero tampoco le molestó demasiado. Una vez que logró acomodar su postura, pasó casi todo el tiempo disfrutando de la exquisita sensación de los labios de la niña. A pesar de su inexperiencia, los pequeños descubrieron rápidamente que obtenían mucho mayor placer si deslizaban un poco sus labios humedecidos. También se dieron cuenta de que respirar por la nariz les ayudaba a prolongar el contacto por minutos, sin ninguna necesidad de separarse por la falta de aire.

Ninguno de ellos manifestó temor, ni vacilación. Ahora que habían logrado ese nivel de confianza e intimidad, parecía que se conocieran de siempre. Era como si sus bocas estuvieran hechas la una para la otra; como si sus deseos y necesidades físicas estuvieran perfectamente sincronizados.

Durante aquel rato, ambos sintieron como si el resto del mundo hubiera desaparecido. No pronunciaron una sola palabra. Sus bocas y sus manos se comunicaban todo lo que deseaban decir o saber del otro. Los dos vivían de la misma manera la sensualidad, el embrujo y la dulzura del contacto de los labios. El aroma peculiar de sus cuerpos. La sensación de las manos recorriendo su espalda, acariciando suavemente aquellos rincones que no habían sido tocados por nadie más. Solo se escuchaba el sonido de sus corazones, la respiración agitada; los escasos momentos en que se separaban para decirse alguna palabra de amor, o algún epíteto cariñoso.

No supieron en qué momento se quedaron dormidos. El día había sido demasiado tenso y excitante. Sus cuerpos agotados finalmente pidieron paz, y descansaron bien abrazados. Su frente y su nariz aún se tocaban, y sus cálidos alientos se confundían.

***

Stella estaba un poco nerviosa. Al fin se había curado de la escarlatina, y el médico le autorizó regresar a la escuela. Tenía muchas tareas pendientes, y seguramente le costaría algo de trabajo ponerse al corriente con los estudios.

Sin embargo, eso no le importaba demasiado. Tenía otras preocupaciones, y la mayor de todas era que Lincoln no la había visitado; ni se había puesto en contacto con ella en ninguna forma.

La niña suspiró, mientras colocaba su característico moño naranja en la parte superior de su cabellera oscura. Se miró por un instante en el espejo. Su arreglo personal estaba perfecto, pero se sentía profundamente insatisfecha. Todas las erupciones de la escarlatina habían desaparecido de su cara; pero ella sentía como si llevara tatuada en la frente una palabra de seis letras:

Idiota.

¿Cómo podía culpar a Lincoln por no haber ido a visitarla? Después de todo, él no empezó la pelea. Ella fue la que se burló, y lo hizo sentir mal.

Todavía recordaba cuando se conocieron: aquel encuentro aparentemente fortuito en el autobús escolar. Lincoln le agradó desde el primer momento; y todavía más, cuando le confesó que había planeado todo aquello. Era un chico lindo, listo y audaz; tal como alguna vez imagino que sería su primer novio.

Y se habían quedado tan cerca de llegar a eso...

Pero no. ¡Tuvo que meter la pata y arruinarlo todo! Su abuela, que en paz descanse, sin duda la hubiera regañado y le hubiera repetido aquel sermón sobre el respeto a las opiniones y los gustos de los demás.

A fin de cuentas, ¿Tenía algo de malo el que a Lincoln le gustaran los cómics de Ace Savvy?

Claro que no. Pero como a ella no le gustaban, se sintió con el derecho de criticar y ridiculizar a uno de los niños más agradables que había conocido en su vida. Se rió de él, y le dijo que los cómics eran cosa de bebés. Aptos para gente con muy poca inteligencia.

Lincoln encajó el golpe. Estuvo con ella un poco más, pero no tardó mucho en darle una excusa para apartarse y dejarla.

Al principio, no entendía bien lo que había pasado. Lincoln nunca la había dejado sola con ninguna excusa. Pero se sorprendió todavía más cuando al día siguiente no la fue a buscar, ni la esperó para que se fueran a casa. Así que lo llamó por teléfono en la tarde. Intercambiaron los saludos de rigor, pero el chico se mostraba cortante y desanimado. Aquello se le hizo tan raro, que se dio el valor para proponerle algo que deseaba desde un tiempo atrás.

- ¿No te gustaría que saliéramos el fin de semana, Lincoln?

- Mmm... No creo que sea buena idea, Stella.

- ¿Ehhh? ¿Por qué no? Mira, si es por falta de dinero...

- No tiene nada que ver con el dinero -dijo Lincoln, con un tono de voz que la asusto-. ¿Sabes? Yo creía que tú y yo éramos más parecidos. Más... afines, como diría mi hermana Lisa. Pero creo que no es el caso. Yo jamás me burlaría de alguien porque no le gustan las mismas cosas que yo.

Por un momento, Stella agradeció que Lincoln no pudiera verla. Sintió vergüenza de sí misma, y su rostro se puso completamente rojo.

- Lincoln... Yo... -balbuceó, sin lograr articular alguna frase.

- No te preocupes, Stella. Creo que estamos mejor así, ¿verdad? Nos podremos ver en la escuela y platicar de vez en cuando.

Stella intentó disculparse de nuevo. Pero Lincoln la trató con las mismas evasivas, y al final se despidió. La chica ya no tuvo oportunidad de articular una disculpa coherente.

Se sintió tan frustrada que se puso a llorar. Ni siquiera logró enojarse con él, porque comprendía que Lincoln tenía toda la razón. A cada momento recordaba la cara de decepción del chico, y el amado rostro de su abuela diciéndole que ella se lo había buscado.

Antes de dormir, ya había formulado un plan para disculparse. Decidió que al día siguiente iría al centro comercial para comprar el último cómic de Ace Savvy; y se lo daría como obsequio con una carta de disculpa. Pero nunca logró hacerlo. Amaneció con fiebre, dolor de cabeza y erupciones rojas por todo su cuerpo. ¡Nunca se había sentido tan mal!

Una vez que hubo pasado el periodo de contagio, mucha gente fue a verla. Entre ellos estuvieron prácticamente todos sus compañeros de escuela. Todos, excepto Lincoln. El chico peliblanco parecía haberse olvidado de ella.

Y entonces se puso a llorar otra vez. Estaba segura de que, si no lo hubiera ofendido, él hubiera sido el primero en irla a ver. Incluso en pleno periodo de contagio.

Pero había aprendido su lección. Decidió que no dejaría pasar un día más para disculparse con Lincoln. Por eso se había esmerado en arreglarse, y tenía muy bien pensado todo lo que le diría. Todo era cuestión de tiempo y oportunidad. Lo vería en los casilleros, se disculparía, y todo volvería a ser como antes entre ellos.

Claro que sí.

***

Ronnie Anne estaba haciendo un esfuerzo enorme para disimular su contento. ¡Iban a pasar el fin se semana en Royal Woods!

- ¿De verdad? -dijo a su madre, conteniendo a duras penas su alegría.

- Sí. Yo iré a ver a mi amiga MIldred, y tú y Bobby podrán aprovechar el tiempo para ver a sus viejos amigos. ¿No te gusta la idea, hijita?

- ¡Claro que sí! -terció Bobby-. ¿No es cierto, Nie nie? Yo iré a ver a mi bebé, y tú podrás estar con tu... Ehh... con tu amigo Lincoln –completó, guiñándole el ojo.

- Sí, sí... Bebé y Bobby Bububonito -dijo la chica, poniendo cara de aburrida-. ¡Bien! No hay nada mejor que hacer. Tú verás a tu Bebé, y yo me divertiré un poco a costa del Patético. Supongo que hay que hacer maletas, así que... ¡Al mal paso darle prisa!

La chica se retiró a su habitación, seguida por la mirada de complicidad de su madre y su hermano.

Sola en su habitación, la niña morena se permitió sonreír. Fue directo a su ropero, sacó su maleta de viaje y una linda blusa rosada sin mangas que extendió frente a sí, y admiró con aprobación.

- Lincoln Loud, más te vale que estés disponible. Porque voy a hacer el ridículo solo para ti -pensó.

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