La diosa y el anciano guerrero


Albert, cariñosamente conocido como Pop-Pop, intentaba concentrarse y serenarse. Habían sido demasiadas emociones y revelaciones para un solo día, y todavía no terminaban.

El anciano combatiente era todavía muy fuerte y vigoroso. Pero tenía sus límites; y entre mayor se volvía, más consciente estaba de ellos. Le costaba más trabajo adaptarse a nuevas situaciones. Y está que tenía enfrente era demasiado nueva. Singular, en realidad.

Todo empezó aquella mañana, cuando decidió ir a casa de su hija para visitar a sus nietos. Había sido una decisión de última hora, porque su hija y sus nietos siempre estaban muy contentos de recbirlo. Avisó el día anterior de su inminente llegada, así que su familia apenas tuvo tiempo para reaccionar y prepararse.

Cuando llegó a la casa, se llevó la sorpresa de su vida y estuvo a punto de sufrir un colapso. Todas sus nietas se abalanzaron sobre él. Eso era muy normal. Pero lo que no era normal ocurrió cuando vio bajar a Lincoln por la escalera. El chico no venía solo, sino que iba junto a una graciosa niña de cabello blanco; y ambos platicaban muy animados.

Albert los vio antes de que ellos pudieran darse cuenta. El pobre hombre casi se desmaya cuando vio a la muchachita. En un primer momento creyó que era una amiga o la novia de Lincoln, pero cuando los llamó, y ellos voltearon a mirarlo...

Dios... Se parecían tanto como si fueran gemelos. Y eso, por supuesto, era completamente imposible. Él conocía muy bien a todos sus nietos. O... ¿acaso le habían ocultado algo?

Todos reaccionaron hasta que fue muy tarde. Linka ya se había convertido en una hermana más. Una integrante de la familia tan importante como el propio Lincoln. Así que a nadie se le ocurrió preparar a Albert para una sorpresa que estuvo a punto de darle un ataque cardíaco.

A Lincoln, Linka y Lisa les llevó un buen rato explicar las cosas de manera que Albert pudiera entenderlas. Finamente lo lograron gracias a que el hombre era una persona de mente abierta. Aunque tuvo que abandonar la escuela antes de pasar a la educación media; era muy inteligente, experimentado, y por fin tenía el tiempo para cultivarse un poco. Estaba al tanto de las extrañas teorías sobre los universos múltiples, aunque no las tomaba muy en serio.

Pero ahora tenía la evidencia allí, ante sus ojos. Los universos alternos eran reales. La existencia de Linka lo demostraba. Conocía as extraordinarias dotes intelectuales de su nieta Lisa, y sabía que era perfectamente capa de crear una máquina para viajar de un universo a otro.

Su nieto pasó un largo rato contándole todo lo que había pasado en la última semana: su exploración del universo de Linka, y todo lo que había ocurrido allí. Como era de esperarse, Albert se sintió indignado cuando supo todo lo que la familia de la niña le había hecho.

Miró atentamente a la pequeña, y se sintió enternecido. Adoraba a su único nieto varón, pero muchas veces se había imaginado como se vería Lincoln si hubiera nacido niña. Linka era muy parecida a la imagen que se había presentado ante el ojo de su imaginación, y se sintió muy contento por verla en la realidad. La pequeña era linda y graciosa, y no pudo evitar un sentimiento de culpa cuando se imaginó que pudo haberla cargado y jugado con ella cuando era pequeña.

En todo caso, no necesitó mucho tiempo para acostumbrarse a la idea de que la niña no era parte de la familia. Ni siquiera pariente lejano. Era una posibilidad. Una especie de gemelita de Lincoln que estuvo desaparecida, y un buen día llegó a sus vidas.

Además, la gracia y la belleza de la niña pronto conquistaron su corazón. La pequeña se mostraba muy amable y muy feliz por poder conocerlo. Le contó que su abuela Albertha estaba también en una casa de retiro. Pero a diferencia de él, tenía una enfermedad degenerativa que iba minando su autonomía y le impedía interactuar con su familia.

- Ya veo -dijo Albert-. Me imagino que ella no estaba al tanto de... de lo que tu familia te hizo, ¿verdad?

La niña bajó la mirada y negó con la cabeza. El anciano acarició sus cabellos blancos y le habló con dulzura.

- Ya verás que todo mejorará, pequeña. Estas cosas suceden por algo. Estoy seguro de que te esperan cosas maravillosas en este mundo.

Al escuchar a Pop-Pop, Lincoln y Linka se ruborizaron un poco y evitaron mirarse. El hombre lo notó enseguida, pero prefirió no hacer comentarios inoportunos.

Cuando estaba a punto de retirarse, Lincoln le pidió como favor especial que los llevar a él y a Linka a visitar el asilo. Tenía muchas ganas de enseñarle las vistas de la campiña que lo rodeaba. Tanto Albert como el resto de la familia accedieron. Rita decidió llevarlos, e iría para recogerlos al anochecer.

***

Los "gemelitos" fueron una sensación en el asilo. Se parecían tanto, que generaron un gran debate entre los ancianos. Discutieron por un buen rato a cuál se le veía mejor su cabello blanco y cuál de ellos se parecía más a Albert. Pero al margen de aquellas discusiones bizantinas, los trataron muy bien y platicaron con ellos por un buen rato. Solo los amigos más suspicaces le dijeron en secreto a Albert que cuando los niños se fueran, él tendría que explicarles de dónde había salido esa nietecita "oculta", de la que nunca les había hablado.

Una hora y media antes de terminar la visita, Lincoln y Linka aprovecharon la plática de los ancianos para decirle a Albert que deseaban hacer un recorrido por los alrededores. El buen señor se ofreció a acompañarlos, pero los chicos alegaron que no era necesario que interrumpieran su conversación. Después de todo, Lincoln conocía bien la campiña, y podría mostrarle a Linka todo lo bonito e interesante.

Albert les dio su permiso y los chicos se fueron. Iban caminando uno muy cerca del otro, y en un momento dado se tomaron las manos. Algunos ancianos emitieron una risita, y una de las señoras más añosas y suspicaces comentó en voz alta:

- Esos muchachitos parecen novios, y no hermanos.

El comentario hizo reír a casi todos, pero nadie se lo tomó verdaderamente en serio.

***

- ¡Albert! ¡Alguien te busca! -gritó la enfermera Sue. Como de costumbre, no parecía muy conteta. Pero desde el affaire que tuvo con Albert y el resto de los ancianos, se había vuelto más tolerante. Aunque fuera a regañadientes.

Albert se apresuró, preguntándose quién podría ser. Cuando era alguien de su familia, Sue los mencionaba con su nombre completo. Rita nunca se adelantaba, así que no era posible que ya hubiera venido por los niños. Se imaginó que podía ser alguno de sus viejos amigos Marines, pero Sue difícilmente los hubiera dejado entrar. Además, ellos casi nunca iban al asilo sin anunciarse.

Se topo con Sue en el pasillo. La rotunda y malhumorada mujer no se detuvo, pero le hizo una seña significativa para advertirle que el visitante estaba en su cuarto. Eso hizo que Albert se extrañara más. Sue por ningún motivo permitía que los visitantes entraran solos a las habitaciones. Por si fuera poco, había algo extraño en la expresión de la enfermera. De alguna manera parecía intimidada o asustada.

Cuando entró en su habitación, Albert comprendió por qué.

Frente a él, estaba una mujer de verdad extraordinaria. Por un momento se quedó sin habla. Iba vestida con gran elegancia y discreción, pero los amplios pantalones y el traje sastre no podían ocultar las voluptuosas formas de su cuerpo. Su cara era un poema de belleza incomparable. Pero lo más extraordinario de todo eran sus ojos.

La mujer sonrió cuando lo vio llegar.

- ¿Señor Albert? Mucho gusto en conocerlo. Soy la doctora Lofn Olaffson.

Se acercó y le tendió la mano para saludarlo, pero al ver la cara de asombro del anciano, se detuvo y esperó a que reaccionara sin perder su sonrisa.

Albert estaba en una especie de shock. Su mente trabajaba a toda velocidad, procesando una serie de pensamientos caóticos sin conexión alguna entre sí.

En su vida como Marine, había viajado por la mayoría de los países del mundo. Había conocido y gozado con incontables mujeres, y muchas de ellas eran muy hermosas. Pero estaba seguro de que ninguna podía compararse con la que tenía frente a él. El cabello, la piel blanca, y el apellido le decían que había nacido en alguno de los países escandinavos. Suecia, más probablemente. Pero jamás había visto a alguien con heterocromía en sus viajes por aquella parte del mundo. Seguramente, esa condición era tan poco común allá como en Norteamérica.

Olaffson, Olaffson... Estaba seguro de que conocía a alguien con ese apellido. Pero no pudo precisar a quién.

Para su fortuna, sus pensamientos y su entrenamiento mental como soldado de élite le ayudaron a serenarse. Consiguió que la mano no le temblara cuando se la ofreció a la mujer.

- Me llamo Albert. Mucho gusto en conocerla, señorita Olaffson. ¿Quiere sentarse?

- Estoy bien así, señor. No se preocupe. Seguramente se preguntará qué estoy haciendo por aquí, y qué motivos puedo tener para buscarlo.

- Efectivamente.

Lofn lo miraba directo a los ojos, sin perder su sonrisa. En un momento dado, Albert sintió como si esos ojos proyectaran energía. Como si escudriñaran sus pensamientos más profundos. Pero esta vez, ya no estaba desprevenido y sostuvo firmemente la mirada.

La sonrisa de la mujer se ensanchó. Parecía muy contenta con lo que había ocurrido.

- Está usted hecho de una fibra extremadamente dura, Albert. Son muy pocos los que pueden resistir mi mirada.

Ante esto, todos los sentidos del viejo guerrero se pusieron en guardia. Instintivamente , se preparó para enfrentarse con cualquier amenaza, aunque allí parecía no existir ninguna.

- Lo entrenaron para resistir la tortura, ¿verdad? -continuó la mujer-. Debe ser sin duda un Marine de élite especial, como para que le hayan brindado la oportunidad de recibir el entrenamiento más difícil de todos.

- Señorita Olaffson -dijo Albert, en tono casi amenazador -. Dígame y no me mienta. ¿Quién es usted? ¿Trabaja para el gobierno?

- En cierto modo, sí -contestó Lofn, sin perder la sonrisa -. Pero no se preocupe. Nadie lo está amenazando, señor. El truco mental que utilicé con usted es, digamos... Una técnica de rutina para mí. Me ayuda a comprobar que estoy hablando con la persona correcta, y me alegra mucho darme cuenta de que he acertado.

- ¿Ah, sí? ¿Y por qué lo dice?

En realidad, no le interesaban demasiado las respuestas de la mujer. Solo estaba ganando tiempo para identificar sus verdaderas intenciones. Pero ella le dio en la cabeza como nadie más lo había hecho en su vida.

- Porque toda su vida ha sido un guerrero, Albert. Es usted un hombre sensible y muy cariñoso, pero también un gran guerrero que nunca dejará de serlo. La edad no le ha quitado ni un ápice de su valor y suspicacia.

Esas palabras debieron inquietar aún más al anciano, pero le trajeron varios recuerdos a la mente. Recuerdos que hubiera preferido perder o enterrar para siempre.

- ¿Gran guerrero? La guerra no engrandece a nadie, señorita.

- Todo depende de la clase de guerrero que haya sido en esa guerra, señor. Y sin duda usted siempre se condujo con honor y misericordia... Aunque haya tenido que matar a muchos enemigos.

Albert sacudió la cabeza. Estaba empezando a cansarse de aquello. La mujer no le había hecho ninguna amenaza; no lo había ofendido de ninguna manera. Pero su actitud... todo lo que sabía... Sin duda era un personaje muy peligroso.

- Muy bien, "doctora" Olaffson. Vamos a quitarnos las máscaras, ¿quiere? Aquí pasa algo sumamente extraño. Parece saber de mi vida y mis acciones mucho más que yo mismo; y esas son cosas que hoy en día no le interesan a nadie, ¿sabe? Estoy licenciado de la Armada y jubilado. Vivo en este asilo porque cuidan mi salud y puedo estar cerca de amigos a los que quiero mucho. Estoy cerca de mi familia, y podemos visitarnos cuando queramos. ¡Vivo una vida tranquila y pacífica! ¡No le debo nada a nadie! Usted no trabaja para el gobierno, ¿verdad? ¿Qué rayos quiere de mí?

Lofn extendió las manos con las palmas abiertas frente a Albert, y volvió a sonreír.

- ¡Por favor, señor Albert! Le garantizo que no quiero molestarlo ni hacerle daño. Usted es un militar de élite, y yo soy una mujer indefensa. ¿De verdad cree que estoy tratando de intimidarlo?

- Es usted la persona más intimidante que haya visto en mi vida -dijo el hombre, sin despegar la vista de sus ojos. Todos sus músculos estaban tensos.

Lofn se dio cuenta de que Albert estaba presto para saltarle encima a la menor provocación.

Excelente. Estaba más que satisfecha. El viejo guerrero estaba allí, tan poderoso y preparado como siempre. La edad no le había robado nada de su vitalidad.

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