Eventos inesperados


Había transcurrido casi una semana desde que se conocieron, y las cosas no podían estar mejor para los dos chicos peliblancos.

Aunque había pasado poco tiempo, la familia Loud aceptó rápidamente a Linka como una hermana más. Todas las chicas congeniaron rápidamente con ella, y como su carácter y disposición eran similares a los de su hermano, pronto se vieron pidiéndole favores e involucrándola en sus actividades. De la misma manera en que lo hacían con Lincoln.

Lola y Lana estaban encantada teniéndola en todos sus juegos. Lisa tenía un nuevo sujeto de investigación, un poco menos recalcitrante que los demás. Lucy ahora tenía a dos buenos versificadores que le ayudaban a encontrar las palabras y frases precisas para sus poemas; y las mayores disfrutaban haciendo con ella todo lo que no podían hacer con Lincoln por ser varón. Leni la prefería de manera especial, ya que funcionaba mucho mejor como maniquí para sus vestidos. Incluso Lily simpatizó con ella inmediatamente y le encantaba que la cargara.

Pero eso no por eso desplazaron a Lincoln. Más bien, ahora se divertían con ambos; y los muchachitos se dieron cuenta de que entre dos era mucho más fácil resistir el frenesí de las diez chicas Loud

Por otra parte, Lincoln y Linka seguían pasando mucho tiempo juntos, haciendo tareas, conviviendo, saliendo a solas, y continuando con su romance lo más apartados posible de cualquier mirada indiscreta.

Aquellos días habían sido mágicos y deliciosos. Pero a pesar de su entusiasmo, los pensamientos y el sentido de la precaución de los dos eran muy similares. Tantos años de convivir con familias numerosas y meticonas les habían enseñado muchas cosas sobre el cuidado y la discreción.

Ambos estaban muy conscientes de su situación tan especial. Sabían, o creían saber que ni la familia de Lincoln, ni sus amigos entendieran la relación tan especial que tenían. Así que, sin necesidad de hablarlo entre ellos, fijaron sus propias rutinas, límites y precauciones especiales. Evitaban toda manifestación de cariño en público, se trataban de la manera informal y despreocupada que cualquier esperaría ver entre dos familiares cercanos que llevan muy bien, e intentaron guardar su distancia y omitir por completo sus apodos cariñosos cuando había alguien que los pudiera ver, o escuchar.

Pero cuando estaban solos, todo se volvía caricias, besos y miel. Lincoln se acostumbró a llamarla Florecita, y la niña inventó su propio apodo cariñoso para el chico. Lo llamaba Conejito, y cada vez que le decía así; se ponía tan feliz y contento como la propia Linka.

Ahora comprendía a Bobby y Lori. Por fin entendía el significado de las palabras Bebé y Bobby Bububonito.

Jamás volvería a burlarse de ellos: era necesario sentirse enamorado de verdad para entender los arrebatos cursis de su hermana con su novio. Ahora, cuando tenía un momento para estar a solas con la niña, cuando la tenía descansando entre sus brazos, la llenaba de besos, caricias y palabras de amor. Seguro que se veía tan cursi como aquellos dos tórtolos.

¡Si todo pudiera ser así siempre! ¡Si pudieran mantener su amor en aquel entusiasmo pueril y todo se limitara a la necesidad de besos, caricias y cercanía! Pero ambos eran preadolescentes. Sus cuerpos y sus mentes estaban cambiando, y empezaban a descubrir deseos que nunca antes experimentaron.

La necesidad de los chicos iba aumentando. Se necesitaban más cerca cada vez. Tenían mayor necesidad de acariciarse, de besarse; de sentir sus cuerpos en contacto. Lincoln, en algún momento de entusiasmo, ya se había pegado completamente a Linka sin cuidarse de ocultar su erección. Y como se dio cuenta de que ella no se molestaba, no volvió a preocuparse por eso.

Y en otra ocasión, sin tener plena conciencia, Linka se frotó inconscientemente contra el pene erecto del chico. Sus manos descendieron por debajo de la cintura de Lincoln; y como él no dijo nada, dejó las manos sobre su trasero todo el rato que estuvieron besándose.

***

- ¡Al fin es viernes, Florecita! -exclamó Lincoln, después de mirar cuidadosamente para asegurarse de que nadie podía escucharlo-. Cuando terminemos la tarea, podemos ir al centro comercial a tomarnos algo. Quizá hasta podamos entrar al cine. ¿Te gustaría?

- ¡Claro que sí, Conejito! -respondió Linka, apoyó su cabeza por un instante en el hombro de Lincoln.

- Bien. Vámonos antes de que alguien nos vea -dijo Lincoln, pero no pudo resistir la tentación de dar un breve beso en los labios a su amada.

Linka lo tomó por el rostro, y el beso se prolongó un poco más de lo que Lincoln había buscado. Pero no se quejaba. Se soltaron de mala gana, y comenzaron a caminar en dirección a la entrada principal.

Justo antes de salir, una de las prefectas de la escuela los alcanzó. Tenía órdenes expresas de llevar a Linka con la doctora Lofn Olafsson.

- Esto no tardará mucho -dijo la mujer-. Avisaremos a tus padres que llegarás un poco después. Si lo necesitas, uno de los autobuses de reserva te esperará.

- No hace falta, vivimos cerca -dijo la niña-. Enseguida vengo, Lincoln. ¿me esperas?

- Claro -respondió el chico, y se quedó mirando mientras la prefecta se la llevaba.

Si no hubiera sido porque conocía muy bien a la señora Andrews, Lincoln se sentiría preocupado. Pero aquella dama de mediana edad era muy estricta y preocupada por el bienestar de los alumnos. No había nada que temer.

Pero, ¿quién era esa doctora Lofn Olafsson? No recordaba haberla escuchado nunca. Quizá era una funcionaria nueva, o venía del Ministerio de Educación Estatal. La escuela estuvo sujeta a inspección un par de años antes, y los inspectores pidieron hablar con algunos alumnos. Él entre ellos.

Recordaba bien que aquella vez se portaron muy bien con él. Le hicieron unas pocas preguntas, y luego lo dejaron ir.

Se relajó. No había nada de qué preocuparse. Pero pese a todo, se sentía molesto e inquieto.

Desde que Linka y él comenzaron a besarse en su habitación, su instinto de protección hacia ella se había desatado. Estaba decidido a protegerla de cualquier amenaza, por peligrosa que fuera. Ya se las había arreglado para quitarse de encima a Chandler e intimidarlo de tal manera que difícilmente se atrevería a molestarlo de nuevo.

Aquello había sido muy sencillo, porque lo tomó completamente desprevenido. Al día siguiente del incidente de la salida, Lincoln divisó a Chandler mientras estaba a solas, y aprovechó una ida al baño de Linka para arreglar definitivamente aquel asunto.

Se acercó lo suficiente para romper su espacio vital. El chico lo miró con una mueca de despreció, pero Lincoln fue el primero en hablar.

- Te lo diré sin rodeos, Chandler. El entrenador Pacowski se dio cuenta de que había una tercera persona involucrada en lo de ayer. Y ya está seguro de que fuiste tú. Seguro que a él y a tu padre les encantará saberlo.

- Eres un idiota, Larry. ¡Claro que no me vio! No sé por qué estás tan seguro de que te van a creer.

Lincoln lo miró, e imitó a la perfección la mueca de desprecio de Chandler. Sonrió ampliamente mientras extraía su celular, y manipuló las teclas para que escuchara las palabras que ambos habían dicho.

- Será porque te tengo grabado, amigo. Ahora, será mejor que te cuides y nos dejes en paz, porque este audio ya está en la nube. Y te aseguro que mi hermana Lisa estará encantada de demostrar, sin lugar a dudas, que esta es tu voz.

Y se alejó, dejando a Chandler sorprendido y asustado.

Ahora no había nada que temer, pero tenía miedo a pesar de todo. ¿Por qué?

Era una especie de presentimiento. Algo no encajaba. Todo parecía darse demasiado fácil y tranquilo.

Volteó por un momento en dirección a los casilleros y allí la vio.

Era Stella. La linda niña nueva que se había ganado su admiración y su interés. Ahora ya no era la nueva. Ya no la admiraba, y ni siquiera le interesaba. Después de aquel malentendido entre ellos dejó de hablarle; pero en el fondo, tenía la esperanza de que pudieran arreglarse y coninuar con su amistad.

Ya no tenía un interés especial en ella. Ya no llamaba ni tocaba su corazón. Pero a pesar de todo, no quería que las cosas quedaran así. El natural esencialmente cordial de Lincoln lo impulsó a ir a su encuentro. Cminó unos pasos hacia ella, antes de darse cuenta de que lo miraba con los ojos entornados y humedecidos.

Ella nunca lo había mirado así. Era una expresión de decepción y enojo. Seguro estaba muy molesta porque no la había visitado durante su ataque de escarlatina.

- Stella... -musitó Lincoln, en un tono lo suficientemente bajo como para que ella no pudiera escucharlo.

La niña se quedó inmóvil, y él probó acercarse un poco más.

Stella negó con la cabeza. Se llevó una mano a los ojos y salió corriendo.

Lincoln, confundido y apenado, la siguió con la mirada. Estaba seguro de que se estaba limpiando unas lágrimas. Pero, ¿por qué?

Entonces, se imaginó el motivo y se le puso la carne de gallina.

Seguramente los había visto besarse.

***

Con todo, Lincoln no tuvo tiempo para preocupase por Stella. Una voz muy conocida interrumpió sus pensamientos.

- ¡Lincoln, amigo! ¡Pensé que ya se habían ido! ¿Dónde está Linka?

La llamó una tal Dra. Lofn Olafsson. No sé quién sea. La vino a buscar la señora Andrews.

- Entonces, deben ser del Ministerio Estatal, ¿eh? Ya debe haber llegado la noticia del intercambio de sede.

- Eso pensé yo también.

- Bueno, entonces no tardará mucho -dijo Clyde. Después calló, y se quedó sumamente pensativo.

Lincoln se sintió intrigado. Generalmente, su amigo no era tan introspectivo en su presencia.

- ¿Qué pasa, Clyde? ¿Hay algo que te preocupe?

-¿Ehh? -balbuceó el muchacho, como si hubiera salido de un ensueño- ¡Oh, no! ¡No! Bueno... ¡Sí! Es decir...

El peliblanco lo miró con curiosidad. A pesar del tomo escuro de su piel, era fácil ver que Clyde se había puesto colorado..

- Es que... Tengo una duda -continuó Clyde-. Quiero hacerte una pregunta, amigo. Y necesito que me contestes la verdad. ¿Lo harás?

- Por supuesto, Clyde. Somos amigos, ¿Lo recuerdas? -dijo Lincoln, abriendo los brazos.

- Claro... Entonces, Linka de verdad es tu prima, ¿verdad? No es algo así como tu gemela perdida. O algo todavía más raro.

Por un momento solamente, Lincoln estuvo tentado a decirle a Clyde toda a verdad. Después de todo, el conocía a Lisa. Sabía muy bien de lo que su hermana científica era capaz. Pero pudieron más sus reservas, y el peso de los acuerdos que había tomado con Linka y el resto de su familia.

- ¡Por supuesto, Clyde! ¿Por qué tendría que mentirte?

El chico moreno respiró aliviado. Si las cosas eran así, seguramente Lincoln no se opondría, y lo ayudaría en todo lo posible.

- Bueno.. me alegro, ¿sabes? Yo ya me temía otra cosa. Y es que... tu prima de verdad es muy bonita, amigo.

Lincoln sintió como si le hubieran dado una bofetada. Volteó a ver a Clyde con una cara de azoro y sorpresa total.

- Ajá...

Fue todo lo que alcanzó a decir. Sentía que sus cuerdas vocales se habían quedado trabadas. Clyde no le dio tregua alguna.

- Quiero que me ayudes a conseguir una cita con Linka, amigo.

Lincoln abrió mucho los ojos, y sintió que estaba a punto de desmayarse. 

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