El primer beso


Todo se conjugó para que el amor entre los dos pequeños aforara definitivamente aquel día: la tensión del día de escuela, la interrupción de Paige, la incomodidad de estar rodeados de gente que los miraba como un fenómeno de circo, y los intentos de Lincoln por protegerla y hacerla sentir segura entre tantos chicos curiosos.

Y para finalizar, la irrupción de Chandler y su pandilla de retrasados.

Lincoln ya le había hablado de ellos, y todo el día habían estado pendientes para evitarlo. Pero a la salida fue imposible. Lincoln y Linka iban solos rumbo a la casa, pues Clyde estaba cumpliendo un encargo para la señora Johnson. Se habían alejado quizá una cuadra, cuando se toparon con la pandilla de Chandler.

- ¡Miren, chicos! Es esa niña nueva de la que todo el mundo habla. ¿De verdad eres la prima de Lincoln?

Lincoln se veía molesto, pero como la pregunta había sido neutral, ella se sentía en obligación de contestar.

- Sí, me llamo Linka. Mucho gusto.

- Me cuesta creerlo, muñeca. Eres mucho más linda que él. ¿No te gustaría que te lleváramos a dar una vuelta para conocer todo Royal Woods?

En ese momento, Lincoln intervino.

- Tenemos tareas que hacer, y nos esperan en casa. Debemos irnos, Linka.

- ¡Hey, Larry! Le pregunté a ella, no a ti. ¿Verdad, muchachos?

Los dos chicos que siempre acompañaban a Chandler se acercaron a Lincoln, en un evidente intento por intimidarlo. Linka miraba toda la escena, y comenzó a preocuparse.

- Ven, encanto. Solo nos tomará un par de horas. Luego te llevaremos a donde tú nos digas.

Extendió la mano para tomar la de la niña. Pero Lincoln, evadiendo a los secuaces, se interpuso y empujó la mano de Chandler.

- Gracias, pero no eres mi tipo -dijo, aparentando un valor que estaba lejos de sentir.

-¡Hey, te dije que le estoy hablando a ella! Muchachos, ¡quítenme la basura de enfrente!

Los chicos obedecieron en el acto y empujaron a Lincoln, derribándolo sobre la acera.

- ¡Lincoln! -gritó la niña, y empezó a correr para ayudarlo. Pero Chandler le salio al paso y la interceptó.

- No te preocupes por los perdedores, encanto. El mundo es de quien toma las cosas, aunque sea por la fuerza. ¡Vente con nosotros, y lo entenderás en menos de dos horas!

Otra vez trató de tomar la mano de Linka, pero lo jalaron desde atrás y estuvo a punto de caer. Lincoln se puso frente a la chica, como si quisiera protegerla con su cuerpo.

- ¡No entendiste? ¡Linka no quiere ir contigo! Te sientes muy valiente porque tienes a tus dos amigotes contigo, ¿verdad?

El tono y la determinación de Lincoln confundieron a Chandler. Nunca lo había escuchado hablar así, y mucho menos lo había retado de aquella manera. Vaciló por un instante, antes de darse cuenta de que no había nadie más por allí.

- ¿Por qué habría de mancharme las manos con la basura, si mis amigos estarán ansiosos de ponerla en su lugar? -dijo, con una mueca de soberano desprecio- ¡Hey, goons! Háganse cargo de este, y luego nos llevaremos a Linka.

La niña retrocedió, y Lincoln estuvo tentado a proponerle que salieran corriendo. Sabía que no podía ganarle ni siquiera a uno solo de esos chicos en una pelea, pero no estaba seguro de que Linka fuera buena para correr. Tenía que quedarse y enfrentar lo que fuera.

- Linka, ¡Corre y busca ayuda! -gritó, justo antes de que aquellos chicos se lanzaran contra él.

Linka tardó un instante en reaccionar, y los dos granujas se abalanzaron sobre Lincoln. Era una pelea completamente desigual, y ella comenzó a gritar y correr. Por fortuna, llamó la atención de algunas personas. Entre ellas, el entrenador Pacowski.

- ¿Qué rayos pasa allí? -rugió el profesor de gimnasia- ¡Ustedes dos otra vez! ¡Vengan acá, par de botarates!

Chandler, al darse cuenta de que el entrenador no lo había reconocido, dio media vuelta y salió corriendo. Los otros dos se quedaron pasmados. Sabían que el entrenador los había reconocido, y les iría peor si se escapaban.

Lincoln recibió algunos golpes, pero se escapó de recibir una buena tunda.

***

- Bien, Linka. Con esto terminamos todo lo que nos encargaron. Estamos listos para la presentación de mañana.

- Qué bien -dijo la chica, sin mucho entusiasmo.

Lincoln la miró con preocupación. La niña había estado toda la tarde bastante callada y pensativa. Lo había ayudado en todo y se mostró muy cooperativa. Pero de alguna manera, se había extinguido el entusiasmo que mostraba los dos días anteriores.

- ¿Qué pasa, Linka? ¿Te sientes mal?

La niña asintió, y Lincoln se preocupó todavía más al ver que sus ojos se humedecían.

- ¿Te duele algo? Dime, por favor.

- Sí -dijo ella, tras un breve instante de vacilación-. Me duele que te hayan golpeado por culpa mía.

- ¡Oh, eso! -dijo Lincoln, sonriendo como para restarle importancia-. No te preocupes. Mi hermana Lynn me trata mucho peor. Ella y Luan me han golpeado más fuerte que cualquier abusador con el que me haya topado.

Linka negó con la cabeza.

- Eso no hubiera pasado si yo te hubiera ayudado.

- Linka -dijo el chico, poniendo una mano sobre su hombro-. Eso ya pasó. Yo sabía que, aunque me golpearan, tú escaparías y estarías a salvo. Lo que ellos me hicieran no se iba a comparar con otras cosas que me han pasado...

- ¡Pero eso no tenía por qué pasar, Lincoln! -Estalló a chica-. ¿Sabes que en mi universo me decía "la mujer del plan"? ¡Y aquí no pude hacer nada para ayudarte!

Comenzó a sollozar, y solo en ese momento, Lincoln comprendió por completo lo que ocurría.

Aquella niña linda y maravillosa era como sus hermanas, pero sin su carácter díscolo y su egoísmo. Estaba genuinamente preocupada por él, y le disgustaba que le pasaran cosas malas. Ahora se sentí culpable, y cargaba con el peso de no haber podido ayudarlo. Una sensación de impotencia parecida a la que debía haber sentido cuando su familia abusaba de ella.

Las emociones le ganaron. Lincoln abrazó a la chica para confortarla. Cuando sintió que sus sollozos amainaban, se separó; pero retuvo sus manos entre las suyas, y comenzó a hablar. No tuvo tiempo de reflexionar sus palabras, dijo lo que le salió del corazón

- Linka... ¿Sabes una cosa? Desde que te conocí, me has gustado mucho. Eres una niña encantadora que no se merece que nadie la trate mal. ¿Y te puedo ser sincero? En aquel momento no sabía cómo, pero me dije a mí mismo que tenía que ayudarte. Protegerte, si tu me lo permitías. Y ahora que viajaste conmigo a mi universo, eres todavía más especial para mí. Voy a protegerte de todo, y de todos. ¿Entiendes, florecita? No voy a dejar que nada te pase. Y si tengo que enfrentarme de nuevo a esos bravucones, lo voy a hacer sin dudarlo ni un instante.

El chico terminó de hablar y la miró dulcemente.

Aquella mirada, cargada de amor y ternura, terminó de derretir a Linka. Los recuerdos y sentimientos de la noche anterior regresaron a su mente. No había duda en su mente ni en su corazón: Lincoln era todo lo que siempre había soñado. Se sintió tan feliz de estar a su lado, que no pudo controlarse. Se dejó ganar por sus emociones; se acercó rápidamente, y le dio un rápido beso en los labios.

El beso de Linka fue como una descarga eléctrica. Todos los músculos del cuerpo del chico se contrajeron a la vez.

En un solo instante, del estupor pasó a la sorpresa, y de la sorpresa a la incredulidad. Quizá nunca hubiera creído de verdad lo que pasó, si no fuera porque Linka estaba justo frente a él; con la cabeza agachada y las mejillas totalmente enrojecidas.

Por un rato les pareció que todo se quedaba en silencio. Dejaron de percibir el escándalo de las hermanas de Lincoln, los sonidos de la calle y todo lo demás. Sentían claramente que sus corazones palpitaban desbocados en su pecho, y solo muy poco a poco asimilaron lo que había ocurrido un momento antes.

Linka comenzaba a dimensionar completamente lo que había hecho. ¡Dios, se había comportado como una bebita! ¿Qué iba a pensar Lincoln al respecto? ¿Qué iba a pasar ahora entre los dos?

La tensión crecía y crecía, pero ninguno de los dos se atrevía a decir nada. Linka hizo un nuevo movimiento, y tomó las manos de Lincoln entre las suyas. Ya no podía soportar la tensión.

- Lincoln... ¡Dime algo, por favor! -musitó.

Estaba tan nerviosa y emocionada... No podía entender cómo se atrevió. Ella había tomado la iniciativa, y sus labios por fin habían probado los de su amado.

Lincoln trataba de asimilar lo que sentía. Era irónico: técnicamente, aquel no era su primer beso. Había besado a Ronnie Anne dos veces antes, pero aquellos besos parecían tan lejanos y diferentes. En realidad, no significaban nada; comparados con el que acababa de recibir de la muchachita peliblanca.

La miró como si no estuviera allí. La escuchó hablar, y sabía que tenía que contestarle. Ella tenía miedo: su carita era una máscara de angustia. Muy parecida a la que tenía cuando la rescató del maltrato y la miseria. Pero él estaba en un verdadero estado de shock. Nunca había sentido nada parecido a la sensación de los suaves labios de Linka sobre los suyos.

Y es que no era solo el contacto de los labios, ni siquiera la indudable belleza de la niña. ¡Habia tantos sentimientos involucrados! La confianza que habían construido el uno con el otro después de tantas experiencias difíciles, la intimidad que los llevaba a compartir la cama desde hacía tres días, el contacto físico al abrazarse y tomarse de las manos, la innegable atracción física que sentían el uno por el otro...

Lincoln sin duda se había convertido en el ayuda y protector de Linka, tal como ocurría con sus hermanitas. Pero entre ellos dos había algo más. Aunque se parecieran tanto, no habían nacido de la misma madre. Se conocieron en circunstancias muy difíciles para ambos. Y desde el principio se entendieron, confiaban el uno en el otro, y no dudaban en expresarse su afecto y su necesidad de cercanía.

Eso no lo había vivido nunca con nadie. Ni siquiera con Ronnie Anne.

Aquí había sentimientos intensos y hermosos. Una necesidad de tocar; de estar cerca. El impulso de disfrutar el contacto de otra piel, y la admiración de la belleza singular de la niña. Mirándola ahora, le parecía que estaba más hermosa que nunca. Todavía más que ayer, tras el cambio de imagen que su hermana Leni le había hecho.

Lincoln no podía con ello. Era demasiado. Sus manos y piernas temblaban. El corazón parecía querer salir por su boca. Respiraba pesadamente, en un intento por conjurar la sensación intensa que se apoderó de todo su cuerpo...

Y aún así, encontró la fuerza para soltar a la niña por un momento y luego abrazarla, pegando su mejilla con la de ella. La retuvo unos instantes, y luego la besó dulcemente en los cabellos y la frente.

- Perdóname, hermosa... No puedo... No puedo hablar... -jadeo Lincoln, pero siguió besando su rostro mientras la sujetaba por las mejillas.

Al principio, la reacción de Lincoln sorprendió a Linka. Pero cuando sintió el contacto de los labios en su piel, sintió que su temor y angustia se derretían en una neblina mágica de miel y de alegría. Cerró los ojos y se dejó hacer. Cada beso de Lincoln multiplicaba sus emociones. Una marejada de alegría emergió desde el fondo de su corazón, y comenzó a brotar por sus ojos.

Reaccionó por puro instinto. Tomó la cabeza de Lincoln entre sus manos y comenzó a besarlo por todo su rostro.

- No hace falta... No necesitas decirme... Lo estoy sintiendo.

Continuaron besándose las frentes, las mejillas; las comisuras de los labios... Grabando en sus mentes la sensación de aquella piel de seda que el otro tenía.

- Linka... -dijo el chico, con su voz entrecortada en el intervalo entre dos besos-. Te quiero mucho... No sé sí esto es amor, pero... No quiero apartarme de ti... No te quiero soltar.

Linka sollozó de pura emoción. Era lo más hermoso que alguien le había dicho en su vida. Las lágrimas bañaron sus mejillas, y Lincoln sintió su sabor en cada beso.

- Lincoln... Te amo. ¡¡Te amo!!

Se dieron un último abrazo muy fuerte, justo antes de que sus labios se juntaran de nuevo. Ninguno de los dos sabía besar muy bien, pero se dejaron llevar por sus instintos. Por la dulce inconsciencia que da el disfrute pleno de la recompensa anhelada. Sus labios se tocaban y mantenían el toque por unos instantes, antes de retraerse y volver a comenzar. Pronto se dieron cuenta de que deslizando sus labios lentamente aumentaban el placer y la intimidad, y sus besos torpes e inexpertos se volvieron apasionados.

Al fin, sus bocas se separaron y se fundieron en un fuerte abrazo lleno de emoción. Estaban demasiado estimulados para hablar, incluso para sentir otra cosa que no fuera orgullo y gratitud por la hermosa experiencia que vivieron juntos.

Los niños acariciaban sus espaldas, mientras sentían el calor, el aroma y el contacto de sus cuerpos. Estaban en paz y reconfortados. Los dos tenían la impresión de que el ser al que abrazaban, era la culminación de todos sus deseos y anhelos amorosos. No sabían qué más hacer, y no les importaba. Descubrieron un mundo nuevo, sensaciones que hasta ese día solamente sospechaban, y estaban tan extasiados que ni siquiera podían hablar.

Ninguno de los dos supo quién los llamó. Había llegado la hora de cenar, y los estaban llamando a la mesa. Ambos sabían que no podían hacer oídos sordos, porque no tardarían en ir a buscarlos. Pero no importaba. Por fin se habían demostrado sus sentimientos, y ambos creían saber ya qué podían esperar el uno del otro.

Se soltaron. Lincoln frotó suavemente las mejillas de la niña para quitarle todo rastro de lágrimas. Ella sonreía, tomando las manos que la acariciaban tan delicadamente; y el chico se acercó para depositar un último beso en sus labios.

- Vamos, florecita. En esta familia de impacientes no conviene retrasarse.

- Claro -respondió la niña, emocionada por el apodo cariñoso que Lincoln le había puesto.

Al llegar al pie de la escalera, Linka dijo que deseaba pasar un momento al baño. El chico estuvo de acuerdo, y ella lo despidió con un suave toque de labios.

Mientras el chico bajaba, Linka se encerró en el baño y tomó un pedazo de papel para enjugar sus lágrimas. Quería calmarse por un momento antes de bajar, para que sus emociones no la traicionaran.

Se abrazó a sí misma y cerró los ojos, tomando unos instantes para recordar los labios y la piel del tierno muchachito que se había robado su corazón.

- ¡Gracias, Linky! -dijo en voz alta-. ¡Al fin tengo lo que siempre quise!

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