El ojo del huracán
El asunto causó gran sensación en la primaria de Royal Woods, pero tuvo menos repercusiones de las que cualquiera hubiera imaginado.
El lunes siguiente, Lincoln y Linka fueron llamados a las oficinas del director. El buen señor les explicó que, debido a que todo había ocurrido afuera de la escuela, ellos no podían ni tenían intenciones de tomar cartas en el asunto. Sin embargo, esperaba que entendieran que las autoridades escolares no deseaban que promovieran desorden o pelea alguna en la escuela; pues de lo contrario serían sancionados con rigor. Lincoln y Linka se fueron, pero no sin antes decirle al director que consideraban injusto ser puestos en observación especial, solo porque se defendieron como pudieron del ataque de dos personas muy peligrosas
Aquél día, todos los observaban como si fueran fenómenos de circo. La maestra Johnson les preguntó si realmente estaban a en condiciones de tomar clases, y Lincoln le entregó la prescripción médica. El facultativo aseveraba que podían participa con normalidad en todas las actividades académicas, excepto en aquellas que implicaran alguna clase de esfuerzo físico.
Durante el receso sus verdaderos amigos se acercaron, ansiosos por saber los detalles de lo que había pasado. Los niños se mostraron precavidos y no revelaron demasiado. Recordaban perfectamente los consejos del abogado, y no dijeron nada sobre las heridas de Paige y la manera en que Linka se defendió de ella.
De cualquier modo no hizo falta. Todos eran unánimes al reconocer que Paige recibió su merecido. Las historias de sus perversidades eran un secreto a voces entre los alumnos. Y si bien antes no hablaban mucho de ello por temor a represalias, ahora lo hicieron hasta que se cansaron. La conclusión final de todos fue que padecía algún tipo de locura. Por supuesto, contribuyó mucho el hecho de que ella no se presentara a la escuela aquel día, ni nunca más.
La querella de los padres de Paige tampoco prosperó. Ni siquiera hizo falta que Lincoln y Linka se presentaran en el juzgado para hacer algún tipo de declaración. Cuando los padres de Paige se enfrentaron al abogado de la familia Loud, bastó con que él les hiciera notar la pésima reputación que tenía su hija. Les recordó las querellas que pudieron presentar contra ella los padres de otros niños a los que había lastimado, la ausencia de testigos reales y las evidencias indirectas y circunstanciales de que se había aliado con un individuo que tenía antecedentes penales, y que estaba a punto de ser sometido a proceso por reincidencia.
Tenían todas las de perder, y ellos lo sabían muy bien. De manera que decidieron sacar a su hija de la primaria de Royal Woods y trasladarla a Hazeltucky, para que no fuera tan sencillo rastrear sus antecedentes.
Con el transcurso de los días, las aguas se fueron calmando. Lincoln y Linka se convirtieron casi en las celebridades en la escuela. Pero como ellos no hacían uso de su popularidad y preferían convivir y permanecer juntos todo el tiempo, las aguas terminaron por regresar a su cauce. Siguieron frecuentando a todos sus amigos, haciendo tareas y trabajos, y conviviendo más que nunca.
Una semana después del incidente retiraron la férula de la nariz de Linka. El médico comprobó que todo estaba muy bien. La niña ya no sentía nada de dolor, y ambos dejaron por completo los analgésicos. Casi todos sus moretones habían desaparecido, y podían hacer cualquier tipo de actividad física sin limitaciones. Incluso empezaban a planear cómo iban a coordinarse con Lynn para tener sus prácticas de artes marciales.
Y así, tras un par de semanas y media, todo parecía estar completamente olvidado. Las nubes de tormenta habían desaparecido, y por fin estaban viviendo su pequeño idilio tal y como lo soñaban.
O al menos, eso creían.
***
- Tia Mei, ¿ya estás lista? ¿Ya terminaste de empacar?
La mujer esbozó una sonrisa tímida, afirmó levemente con la cabeza.
La muchacha suspiró y contempló a su tía. Conocía esa mirada: no estaba contenta con el viaje. Pero las dos se habían quedado prácticamente solas en el mundo. Y ahora, le había surgido aquella magnífica oportunidad de trabajo. Era una oferta que no se podía rechazar, y a pesar de que le costó muchísimo trabajo, logró convencer a su tía de que partiera con ella. No la iba a dejar sola en Shanghái por nada del mundo.
La joven se acercó y abrazó a su tía. Le dio un beso en la frente y contempló ese rostro delgado; con algunas arrugas, pero todavía lozano y muy hermoso. Su porte y dignidad habían permanecido intactos desde siempre. Bien arreglada, la tía Mei Ling podía aparentar fácilmente veinte años menos.
- Tía... Yo sé que no quieres ir. Pero ya no queda nadie. No tuviste hijos, mi hermano vive al otro lado del mundo con su esposa y sus hijos. No tienes nada acá. ¡Nunca lo tuviste en realidad! ¿Por qué aferrarte a esta tierra? Sabes que no puedes engañarme. No puedes decirme que has sido muy feliz aquí.
La mujer bajó la cabeza. Su sobrina era la única persona en el mundo que la conocía de verdad. Habían sido íntimas durante toda la infancia y la adolescencia de la muchacha. Solo ella estaba bien al tanto de toda la historia de su vida.
- Myrna. Puede ser que no haya sido feliz; pero he vivido en esta tierra y en esta casa desde hace 38 años. Es un lugar lleno de recuerdos. De vivencias. No puedes pedirme que lo abandone todo así de contenta y satisfecha.
Myrna se acercó a su tía y la miró a los ojos. Otra vez, Mei Ling desvió la mirada. La joven, criada a los modos y usanzas occidentales, era sumamente enérgica y perspicaz.
- ¡Vamos, tía! Como si no me conocieras. ¿De verdad crees que yo te creo? Llegaste a este país contra tu voluntad, aceptaste un matrimonio arreglado con un buen hombre al que jamás amaste. No tuviste hijos. Mi abuelo, gracias a dios, ya está muerto...
- ¡Myrna! -interrumpió Mei Ling, un poco escandalizada por el tono vehemente de su sobrina.
- ¡Ay, sí, tía! ¡Vamos a hablar claro de una buena vez! -exclamó la muchacha-. El abuelo fue un desgraciado al que solo le interesaban el dinero y la posición. Por eso papá lo mandó al demonio en cuanto llegaron aquí. ¡Bueno estuvo que muriera de cáncer de colon! O qué, ¿ya se te olvidó lo que pretendió hacerle a papá? ¿O lo que te hizo a ti y a Albert?
Mei Ling suspiró. Aquello todavía le dolía. Mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir. Mucho más de lo que le demostró a su esposo, mientras estuvo vivo.
La joven miró a su tía, y se dio cuenta de que había encajado el golpe. Conocía sus emociones como ninguna persona. La tomó de las manos y le habló con vehemencia
- Tía... Perdóname, por favor. No quise lastimarte... ¡En serio! Pero me gustaría que te dieras esta oportunidad. Este sitio está lleno de recuerdos tristes y de decepciones. Esta casa tiene fantasmas y desgracias. ¿Por qué no los dejas atrás? Todavía vas a vivir muchos años. ¿Por qué no buscar la tranquilidad en otro lado? Tú misma me has dicho muchas veces que te gustaba mucho Estados Unidos.
- Me encantaba, cariño. En especial, porque...
La mujer se interrumpió y se cubrió los ojos con la mano. En parte, porque comenzó a evocar recuerdos muy dulces; y en parte por la vergüenza que esos mismos recuerdos le producían.
Myrna no tuvo necesidad de que le explicara nada. Volvió a abrazar a su tía, y ella comenzó a llorar. Estuvieron abrazadas durante un rato, hasta que la anciana se tranquilizó.
- Es por eso, ¿verdad tía? No has dejado de pensarlo. Ni a los sitios en donde viviste, ni tampoco a él.
- No, cariño. Qué dios me perdone, pero no he dejado de pensar en él ni un solo día. Ni siquiera en los años que viví con tu tío.
Mei Ling había tenido 43 años para arrepentirse de su cobardía. Aun recordaba cuando Albert se arrojó al mar, en un intento desesperado por alcanzar la embarcación. Ella miró la cara de satisfacción malsana de su padre, y sintió asco y desprecio por él. Luego, se puso a mirar hacia todos lados en busca de una lancha, algún tipo de embarcación, o hasta un salvavidas que le permitiera escapar de sus padres.
No encontró ninguna, y Albert no tardó mucho en perderse de vista. Ella se echó a llorar, mientras su madre la abrazaba y la conminaba a calmarse para no encender la ira de su padre.
Desde ese día se reprochó su cobardía, su falta de determinación. ¡Debió arrojarse al agua en ese momento! Era cierto que apenas sabía nadar; que lo más probable era que se ahogara. Pero, ¿no hubiera sido eso preferible a lo que sucedió después? Las miles de noches de llanto inconsolable, los reproches internos, la tiranía de su padre que alcanzó su punto culminante con aquel matrimonio arreglado y nunca consentido.
Cierto, su vida había tenido momentos dulces. SU esposo resultó ser un buen hombre al que no le importó que ella ya no fuera virgen. Le tuvo infinita paciencia, hasta que ella por fin se sintió lista para consumar el matrimonio. También aceptó que él era el responsable de la esterilidad que les impidió tener hijos, y se mostró solícito y amable con ella durante todo el tiempo que estuvo con vida.
Su sobrina vino a ocupar el vacío que le produjo la falta de hijos. Pero nada de ello bastó para hacerla olvidar a Albert. Muchas, muchas noches se soñó junto a él. Su verdadero amado. Con su cuerpo portentoso, sus suaves cabellos blancos; su fuerza de carácter, y su ternura y pasión desbordantes.
¡Se había preguntado mil veces lo que sería de él! Estaba casi segura de que había muerto. Lo conocía muy bien, y sabía que no había dejado de nadar; aunque supiera que sería imposible alcanzarlos. De seguro nadó hasta que le fallaron las fuerzas, y su vida se extinguió entre las aguas del mar.
Pero, ¿Y si no hubiera muerto? ¿Y si hubiera sobrevivido por algún milagro?
¿Cómo sería ahora, después de 43 años de vida? ¿Podría haber cumplido su sueño de ser marinero?
No lo sabía. Pero sí que estaba segura de una cosa: si su amado Albert vivía todavía, seguramente tenía esposa e hijos. Era demasiado guapo; demasiado apasionado, fuerte, y lleno de vitalidad. Seguramente había hecho muy feliz a otra mujer. O a otras mujeres, tal vez. Seguramente era un abuelo todavía vigoroso; pero también dulce, cariñoso. Lleno de preciosos nietos, y quizá hasta de bisnietos...
La voz de su sobrina la sacó de sus pensamientos. La muchacha empezó a hablar y se detuvo unos momentos, sopesando cuidadosamente sus palabras.
- Tía... Yo lo sé. Ya no hemos platicado, y no te diré nada más. Solo quiero que recuerdes que vamos a Detroit, en Michigan. Muy lejos del sitio donde estuvieron juntos. No te preocupes ni tengas miedo. Las probabilidades de que lo encuentres...
- ... Si es que todavía está vivo...
- ... Son casi inexistentes.
- Lo sé, cariño. Lo sé, y no sé si eso me alivia, o me da terror.
La joven estrechó el abrazo, besó a su abuela y le dijo con optimismo.
- Detroit es una ciudad muy grande, que está en pleno proceso de reconstrucción. En muchos sentidos, se parece a Shanghái. No sé por qué, tía. Pero estoy segura de que allá te sentirás como en casa. Incluso sabes hablar inglés, no te será tan difícil hacer amistades.
La anciana sonrió, y acarició la mejilla de su sobrina.
- Ya te sientes mejor, ¿verdad? -dijo la muchacha, contenta de ver al fin una sonrisa en aquel rostro tan amado.
- Sí, corazón. Ya me siento mejor.
- Ven, tía. Terminaremos de hacer tus maletas y las mandaremos al aeropuerto. Solo tenemos dos días para terminar de arreglar todo, y volar hacia una nueva vida.
Mei Ling volvió a sonreír, y comenzó a doblar la ropa que le quedaba.
***
- ¡¡Maldita puta!! ¡Entonces, eso es lo que ella ha estado haciendo con nuestro hermano! ¿Ya viste, Luan? ¡¿Ya te diste cuenta?!
Luan escondía la cabeza entre las manos. Su rostro y sus brazos estaban completamente rojos. Se sentía tan afectada que apenas pudo responder asintiendo.
Lola tomó su tiara, y la arrojó contra el piso con tal violencia que se partió en pedazos.
- ¡¡Ggrrr!! ¡Ya verá esa prostituta! ¡Yo me voy a encargar de ella! ¡Yo misma lo voy a hacer!
La pequeña princesa volvió a mirar hacia la pantalla. Allí estaban los dos, comiéndose a besos y llenándose el cuerpo de caricias. Su desnudez y sus movimientos no dejaban lugar a dudas.
Lola se puso roja. Estaba tan iracunda que se sentía a punto del colapso.
Luan levantó la mirada. Se llenó de vergüenza cuando vio que su hermana no despegaba los ojos de la pantalla. Debió haber pensado en eso mucho antes.
- ¡Deja de ver eso! -gritó, y apagó el monitor de la computadora-. No se supone que debas ver esas cosas, Lola. Ni siquiera yo debería verlas -concluyó en voz muy baja.
- Esto lo tienen que saber mamá y papá. ¡Y esa maldita puta debe de largarse de aquí!
- ¡Lola! -gritó Luan, escandalizada por el lenguaje de su hermana menor-. ¿Qué modales son esos, señorita? ¿Eso es lo que aprendes en los concursos de belleza?
- ¡No me fastidies, Luan! ¿O qué? ¿Mes vas a negar que esa tal Linka es una cualquiera?
Luan suspiró de contrariedad. No podía negar que Lola tenía bastante razón esta vez.
Lola supo interpretar el silencio de Luan.
- Bueno, tú y yo lo sabemos. ¡Es hora de que lo sepa toda la familia! ¡Tan pronto como llegue mamá, vamos a decirle todo y a enseñarle el video!
Luan reaccionó de inmediato.
- ¡No, señorita! Tú te vas a calmar, y yo voy a decidir lo que tenemos que hacer. Ese era el trato, ¿recuerdas? Los videos son míos, y yo decido lo que haremos con ellos. ¿O qué, quieres que castiguen a Lincoln también?
- A lo mejor se lo merece, ¿no? Por ir a revolcarse con una...
- ¡Alto ahí, jovencita! -dijo Luan, notando que comenzaba a alterarse de verdad-. Dije que yo lo voy a manejar, y no se dirá una sola palabra sobre este asunto hasta que lo hayamos pensado muy bien. ¿Entendiste?
Lola apretó los labios y los puños. Parecía decidida a seguir discutiendo; pero súbitamente pareció calmarse y asintió con la cabeza.
- Así lo espero. Ahora, vete a tu cuarto y trata de tranquilizarte. Mamá no debe tardar en llegar.
La pequeña princesa salió y se metió a su cuarto. Cerró la puerta con seguro, fue hasta un costado de su ropero, y extrajo una memoria USB que estaba conectada a un cable que bajaba por el ducto de ventilación. Luego, fue por la flamante tablet que ganó en su último concurso de belleza. Con rabia contenida la encendió, y en menos de un minuto estaba viendo el video en el que aquella advenediza y su hermano tenían intimidad.
- Ya verás, maldita puerca -pensó, mientras sentía hervir su sangre-. Muy pronto saldrás para siempre de esta casa. ¡Ya lo verás!
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