El amor no tiene tiempo. Ni edad. Ni universo.
Lincoln ajustó el moño del elegante smoking negro. Era el único detalle que faltaba. Ahora, su abuelo lucía verdaderamente sobrio y elegante.
Sonrió. Se sentía feliz y orgulloso. Era un privilegio ser el nieto de un hombre como su abuelo Albert. Tan fuerte, imponente, y de tan magnífica presencia ya en su senectud.
- ¿Estás listo, abuelo? -dijo mientras sonreía.
- He estado listo desde hace 50 años, hombrecito -respondió Albert, sonriente.
Se dieron un abrazo. Por fin, después de cinco años de noviazgo, Albert y Mei Ling iban a contraer matrimonio.
Definitivamente, Lincoln no pudo recibir mejor regalo de graduación. Ahora que él y Linka se iban a la universidad, se quedaría tranquilo y seguro sabiendo que su abuelo tendría el amor y compañía que merecía por el resto de su vida.
Volteó a ver su reloj. Tenían tiempo suficiente, pero era hora de marchar a la iglesia.
- Vamos. Linka ya debe estar lista.
Los dos salieron de la habitación y se encontraron con que, en efecto, Linka ya los esperaba. Al verla, Lincoln emitió un involuntario silbido de admiración.
- ¡Wow, mi vida! ¡Te ves preciosa! -dijo entusiasmado.
Y realmente lo estaba. Linka llevaba un precioso vestido rojo que le sentaba a la perfección. Los años y el ejercicio le habían moldeado un cuerpo maravilloso. Su cabello blanco, ondulado y recogido en un sencillo peinado resaltaba la belleza de su rostro.
- Gracias, cariño. ¡Tú también estás muy guapo! ¡Los dos lo están!
La muchacha los abrazó a la vez, y ambos correspondieron. Después, se tomó del brazo de Lincoln y Albert los miró, deleitado por lo que veía.
- Miren nada más. Cómo han crecido mis niños. ¡Me siento tan orgulloso de ustedes!
No le faltaban motivos. Linka y Lincoln habían desarrollado intereses propios rápidamente; y aunque su modestia le impidiera reconocerlo, él tenía una parte muy importante en ello. Sus historias de la Armada y su inflexible disciplina en cuanto al entrenamiento y el cumplimiento de los deberes escolares, los ayudó a convertirse en alumnos sobresalientes. En aquellos años, Linka escribió muchas historias y desarrolló un profundo interés en las letras, mientras que Lincoln se interesó en la manera en que atendían las heridas y accidentes de los soldados durante la guerra. Como el dinero ya no era problema y ambos aprobaron brillantemente el examen de aptitud académica SAT; Linka acudiría a la Facultad de Letras, y Lincoln iniciaría su licenciatura en ciencias, con la idea de acudir después a la Escuela de Medicina.
Y claro, para su gran fortuna, ambas facultades estaban casi pegadas la una de la otra. Dentro de dos meses se mudarían a East Lansing, para iniciar sus cursos en la Universidad Estatal de Michigan. NI siquiera habían intentado hacerse con un lugar en los dormitorios de la universidad. Al fin iniciarían su vida juntos, en un departamento que ya tenían alquilado y amueblado.
Sin duda aquello era un triunfo de ambos, y de Albert también. Los chicos habían crecido, y ya tenían la madurez y la responsabilidad para vivir juntos.
- Bueno, basta de sentimentalismos -dijo Albert para cortar el silencio. ¡Tenemos una misión que cumplir!
Lincoln y Linka soltaron una risita, pero contestaron con la misma firmeza de siempre.
- ¡A su orden, mi comandante!
***
Muy pronto estuvieron en la iglesia. Ya se había reunido una gran cantidad de gente. Albert, por supuesto, fue el primero de los novios en llegar. Lana y Lily, sus hermosas pajecitas, ya lo estaban esperando.
Rita acudió al lado de su padre. ¡Estaba tan feliz por él! En esos años que Albert estuvo al lado de Mei Ling, lo vio tan feliz y desenvuelto como jamás lo estuvo con su madre. Exceptuando a los dos nietecitos, era la persona más feliz y entusiasmada por ver a su padre casarse de nuevo.
La novia no los hizo esperar. A pesar de sus años, Mei Ling lucía hermosa y radiante; con la cara maquillada y un vestido de novia que sincretizaba las tradiciones oriental y occidental. A pesar de la edad de ambos, ella y Albert lucían tan ansiosos y felices como si fueran jovencitos.
Era una verdadera celebración familiar. Lincoln y Linka eran padrinos de arras y de lazo. Sus hermanas mayores obtuvieron el resto de los madrinazgos, y Myrna entregaría a su tía Mei Ling.
Lincoln y Linka observaban todo el ritual emocionados y felices. La ocasión era doblemente especial, porque ellos eran partícipes de la felicidad de su abuelo, y porque habían estado presentes desde el momento del reencuentro de esas dos personas tan queridas.
***
El encuentro no pudo ser más fortuito. Los chicos sabían que la primera convención nacional de comics a la que acudirían sería memorable, pero jamás imaginaron que marcaría el inicio de una nueva vida para su abuelo. El reencuentro con el amor de su vida, de quien había estado separado más de 44 años.
Desde el primer momento, Lincoln y Linka se sumergieron completamente en el ambiente de la convención. Recorrieron y requisaron gran parte de los stands, y se sentaron a escuchar a los invitados. Albert hizo gala de toda la buena voluntad que tenía, pero era evidente que estaba un poco lejos de sus ambientes habituales. Así que a mitad de una de las conferencias, les dijo a los niños que quería tomar un poco de aire fresco. Los dos entendieron. Había que ser un verdadero aficionado para no aburrirte durante las charlas, incluyendo las de los invitados estrella.
Cuando el fin hubo un receso, salieron del centro de convenciones y se encontraron al abuelo en una de las bancas exteriores. Absorto, preocupado, y muy pensativo
- Abuelo, ¿qué te pasa? -dijo Lincoln-. Parece que hubieras visto un fantasma.
- Es que vi un fantasma, Lincoln. Al menos, eso creo.
Linka y Lincoln intercambiaron una mirada de preocupación.
- Y exactamente, ¿qué quieres decir, papá? -preguntó Linka.
La muchachita se había acostumbrado a llamar a Albert de esa manera, y a ambos les encantaba esa costumbre.
- Bueno... No lo sé -respondió Albert con voz trémula-. Quizá ya me estoy poniendo un poco senil, pero creí ver a una persona. A alguien... del pasado.
Lincoln quedó aún más desconcertado con la respuesta. Pero Linka, que estaba más al tanto de los muchos recuerdos de Albert, dedujo inmediatamente lo que estaba pasando.
- ¿Mei Ling? dijo simplemente.
Albert la miró, y tan solo logró asentir.
Aquello fue como un flash en la mente de la chica. La expresión de Albert era todo lo que necesitaba para darse cuenta de lo mucho que Mei Ling representaba para él todavia. Incluso después de 44 años.
- ¿Dónde? ¿¡Por donde!? -exclamó.
- En un taxi. En la intersección de la avenida. Deben haber sido unos cinco segundos, pero... No, al demonio. Debió ser mi imaginación -dijo el hombre, y de pronto pareció triste y apabullado -. Ella debe estar viviendo en China o Hong Kong. Llena de nietos y con un marido diez años mayor que ella.
Pero Linka no estaba nada segura. Presentía que el abuelo no se equivocaba. Todos sus instintos femeninos le decían que no podía ser una coincidencia o fantasmagoría. ¡Tenían que idear una manera de asegurarse! Pero, ¿cómo?
Al mirarla, Lincoln se percató de su agitación interior, y comprendió de pronto lo que ella pensaba. No pudo concebir un plan de inmediato, pero sabía lo que tenían que hacer para comenzar a elaborar uno:
Tenían que llenar sus estómagos. Era imposible pensar con el estómago vacío.
- Err... Abuelo... Florecita, creo que sé lo que estás pensando. Pero antes de cualquier cosa necesitamos comer. ¿Por qué no vamos a aquel bufet chino de allá a la vuelta? Yo invito.
Albert asintió de inmediato, y Linka tuvo que seguirlos. Hubiera preferido comenzar la búsqueda, pero la verdad es que no tenía mucha idea de cómo hacerlo.
***
- ¿Y le llaman a esto comida china? -dijo Mei Ling con una mueca de desagrado-. Esto está salado, grasoso... ¡No huele muy bien! -completó, olfateando un bocado de pollo con tallarines.
- Bueno... ¡Yo te lo advertí, tía! Acá en America le hicieron tantos cambios a la comida china, que ya no es china, ni occidental, ni nada.
Myrna dio un bocado a su Chop Suey con pollo, y escuchó el sonido de un tenedor que se estrellaba contra el plato. Enseguida levantó la mirada y vio a su tía catatónica, con la boca abierta en un gesto de sorpresa y estupor.
- Tía... ¿Qué te pasa? -preguntó la muchacha, preocupada- ¡Parece que hubieras visto un fantasma! ¿Estás bien?
Mei Ling salió de su trance solo por un momento. La miró como si no la reconociera, y luego volteó de nuevo hacia el anciano atractivo y corpulento que acababa de entrar al restaurante.
Myrna siguió la mirada de su tía, y en cuanto lo vio, supo. Supo enseguida quién era el anciano que entraba con aquellos dos hermosos niños peliblancos. Su mente analítica hizo inmediatamente una complicada serie de deducciones. A pesar de sus años, aquel hombre encajaba perfectamente con todas las descripciones que su tía le había hecho sobre su amor perdido: un hombre alto, muy fornido y sumamente atractivo. Los niños que venían con él también tenían el cabello blanco, pero eran demasiado pequeños para ser sus hijos. No llevaba anillo de bodas y se veía alegre y alerta. No tenía motivos para creerlo así, pero su corazón le dijo que aquel hombre era viudo desde hacía algunos años.
- Tía -dijo en voz muy baja, para que nadie más pudiera escucharla-. ¿Es él quien creo que es?
La mujer asintió levemente. Tenía los ojos humedecidos.
Myrna los miró de manera furtiva, y advirtió que tomaron mesa a unos diez metros de donde ellos estaban. Albert quedó situado perpendicularmente a su tía. Solo era cuestión de que volteara por su izquierda para que la viera.
- Myrna... -dijo Mei Ling, con voz trémula-. ¡Dios mío, Myrna! Ha cambiado tan poco en estos años...
Myrna los miró alternativamente. No podía dar crédito a lo que estaba pasando. Medio mundo y cuarenta y tres años después, su querida tía se reencontraba con el amor de su vida.
Era algo único. Increíble. Inconcebible, si cabía la palabra.
- Myrna... ¡Vámonos, por favor! ¡Vámonos antes de que nos vea!
La mujer volteó a ver a su tía sin poder creer lo que estaba escuchando.
- ¡Tía! ¿Qué estás diciendo, por dios? ¿No vas a ir a verlo? ¿A saludarlo, por lo menos?
- ¡No! ¡Claro que no! ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Qué derecho tengo yo para inmiscuirme en su vida?
- ¡Tienes todo el derecho, tía; y él también! ¿No crees que se merece la oportunidad de saber por lo menos que estás viva y bien? ¡Si vas a ir a algún lado, será para saludarlo!
- ¡NO, y no quiero que hablemos más sobre este asunto! -dijo Mei Ling, y comenzó a levantarse de la mesa-. ¡Paga por favor y alcánzame afuera!
Al ver que su tía se levantaba, Myrna supo de inmediato lo que tenía que hacer. No estaba dispuesta a que ella cometiera otro error garrafal. Así que se levantó rápidamente y caminó con paso resuelto hacia la mesa de Albert.
- ¡Myrna! -gritó Mei Ling angustiada, al ver lo que hacía su sobrina.
Pero la chica no se detuvo. Se colocó a un lado de la mesa de Albert, y llamó su atención con voz firme y clara.
- Disculpe. ¿señor Albert Loud?
Albert y los chicos voltearon de inmediato. El anciano recorrió rápidamente a la chica con la mirada. Había algo vagamente familiar en la bella muchacha, pero evidentemente no la conocía. Por supuesto, ese no era motivo para no contestarle.
- Sí, señorita. ¿En qué puedo servirle?
- Hay una persona muy especial que quiere hablar con usted, señor -dijo la muchacha con voz firme, aunque sentía que las emociones le ganaban-. Se trata de alguien a quien no ha visto en mucho tiempo. ¿Le dice a usted algo el nombre Mei Ling?
Al escuchar el nobre, Albert sintió que el corazón le bajaba a los pies. Por un momento, estuvo seguro de haber escuchado mal; pero captó los jadeos simultáneos de sus dos nietecitos, y supo de inmediato que no había error.
- Sí... -alcanzó a decir en un susurro.
- Voltee por su izquierda, por favor -dijo la muchacha, sonriente.
Albert y los dos pequeños lo hicieron. A unos metros de ellos, una mujer delgada escondía el rostro entre las manos.
No lo hizo mucho tiempo, sin embargo. En el fondo, muy en el fondo de su alma, Mei Ling también había soñado y fantaseando con algo así; desde que fue obligada a separarse de Albert.
A pesar de su nerviosismo, el viejo guerrero no vaciló. Se levantó inmediatamente y comenzó a caminar hacia su amada. Lincoln y Linka lo miraban todo como si fuera una antigua película romántica; mientras que Myrna cruzaba las manos bajo su barbilla y sus ojos se llenaban de lágrimas...
***
- Por el poder conferido a mí por Dios nuestro señor; yo los declaro marido y mujer... Puede besar a la novia.
El sacerdote terminó su solemne discurso con una sonrisa. Albert y Mei Ling entrelazaron sus manos, acercaron sus rostros y se dieron un beso que hubiera sido la envidia de cualquier pareja joven. Todos los presentes los vitorearon, y comenzaron a arrojarles puños de arroz a su paso hacia la salida de la iglesia.
Lincoln y Linka lo miraron todo emocionados y tomados de las manos. Justo en el momento en que Albert y Mei Ling se dieron el beso, Linka apretó la mano de Lincoln, volteó a verlo por un instante, y todo quedó dicho en aquella mirada.
Algún día, a su debido tiempo, ellos serían los protagonistas. Linka caminaría hacia el altar, del brazo de su papá Albert. Lincoln la recibiría y, tras el discurso del padre, quedarían unidos para siempre ante los ojos del mundo.
Quizá no era necesario. Quizá era un ritual anticuado, y pasado de moda. Pero, ¿acaso aquello importaba? ¡Qué más daba lo que pensaran los demas! Si eso deseaba Linka, eso iban a hacer. Y él estaría encantado de vivir esos días y esas experiencias a su lado. Ella se merecía todo eso y mucho, muchísimo más.
Cualquier cosa era poco para esa mujercita incomparable que lo había abandonando todo, para encontrar la felicidad.
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