Borrasca
Acostada boca abajo en la cama de Leni, Linka daba rienda suelta a su llanto.
Se sentía tan culpable y avergonzada...
Sí; sabía y era consciente de que Lincoln era tan responsable como ella por todo lo que sus padres le habían echado en cara. Pero no era eso lo que su corazón le decía. En el fondo sentía que, una vez más, ella era la verdadera culpable de todo. El elemento corruptor que se metió en la vida de Lincoln, y estaba echando a perder su relación con su familia.
Una vez más se había metido en un problema enorme. La felicidad parecía escaparse de sus manos. No podía estar tranquila ni a salvo en ningún lado.
Tal vez, después de todo, sus hermanos tenían razón: era un imán para la mala suerte. Llevaba la desgracia a donde quiera iba. La gente a la que amaba sufría y acababa apartándose de ella; fuera por voluntad, o por la fuerza. ¿Acaso eso no era mala suerte? Ella era la que traía la desgracia y la mala suerte a la vida de los demás. Todo lo que le había ocurrido lo confirmaba.
Lincoln había corrido muchísimos riesgos por ella. La rescató. La protegió, hasta donde le fue posible; ¿y cuál había sido su recompensa? Regaños, golpes y humillaciones.
Tal vez los padres de Lincoln tenían razón: él estaría mucho mejor sin ella. ¡Ojalá nunca la hubiera rescatado! Al menos él estaría tranquilo, a salvo y con su familia. Sin importar lo que pasara con ella.
***
A un lado de la cama, un ángel rubio y de ojos azules miraba a la pequeña Linka con pena y preocupación. Podía sentir la tristeza de la niña; su desesperación y sus dudas. Y eso le partía el corazón.
Tomó uno de sus pañuelos de seda bordada y caminó lentamente hacia ella. En la otra cama, Lori estaba recostada y con los brazos cruzados. Miraba de vez en cuando a Leni y a la muchachita peliblanca. El enojo y desprecio que sentía por ella eran más que elocuentes.
- Leni. ¿Qué haces? -espetó-. ¡Te dije que no te acercaras a ella!
Leni le devolvió la mirada. Sus bellos ojos azules reflejaban pesar y molestia.
- ¿Y por qué no? Solo le voy a ofrecer un pañuelo. ¡No es un monstruo, Lori! ¡Es una niña!
- ¿Cómo puedes decir eso después de... De lo que hizo? -replicó Lori con impaciencia. No le importaba en lo más mínimo que Linka la estuviera escuchando.
- Yo solo puedo ver que ella ama a Lincoln, Lori. ¡Es una buena niña! Quizá cometió un error junto con nuestro hermanito, pero... Eso no quita todo lo bueno y lindo que ha hecho por nosotras.
Lori se dio la vuelta y apretó los dientes.
- ¡Haz lo que quieras!
Muy en el fondo, Lori sabía que Leni tenía razón. Hasta hace muy poco, ella estaba tan encantada con Linka como las demás. Era tan atenta y servicial como Lincoln, y tenía un carácter muy parecido. Incluso, se podía decir que era mucho menos rezongona.
Después de todo lo que Lincoln había hecho por ella, era lógico que se enamoraran. Pero, ¡vaya que ese amor le había traído problemas en su relación con Bobby! Las cosas se habían arreglado hacía muy poco tiempo; y ahora que sabía lo de Linka y Lincoln, no podía evitar echarle a ella a culpa de todos sus problemas amorosos. Después de todo, ella había enamorado a Lincoln. Por ella Lincol había rechazado a Ronnie Anne e incomodado a Bobby.
Por su parte, Leni se acercó a Linka y le ofreció su pañuelo con una sonrisa. La niña lo tomó, y le dedicó una sonrisa forzada.
La muchacha entendía muy poco sobre la razón de tanto alboroto. Sí: sabía que Lincoln y Linka estaban "haciendo bebés", cuando aún eran muy jóvenes para ello. ¡Cielos, si ella ni siquiera había pensado en eso! Pero, ¿esa era una razón para gritarles, insultarlos y castigarlos de aquella manera? Para ser franca, pensaba que todos los adultos de la familia estaban exagerando mucho. Después de todo, ¿quién los educó? ¿Quien se tomó la molestia cuidarlos y de hablarles sobre eso?
Miró a Linka, y sintió una enorme oleada de ternura y preocupación. Siempre que veía a Linka, no podía evitar pensar también en su hermanito querido. En lo que hubiera ocurrido si él también hubiera sido niña. ¡La de cosas y situaciones que hubieran podido compartir!
Adoraba a Linky tanto como la que más, pero Linka era alguien especial. Muy especial. Para ella, la niña era una especie de regalo de la vida. Era su amado hermanito en versión femenina, ¡y lo mejor era que ahora los tenía a los dos! ¿Qué más daba la manera en que había llegado a sus vidas? Ella, por lo menos, estaba encantada de que Linka viviera con ellos y se quisiera tanto con su hermanito. Eran hermanos y a la vez no lo eran. Parecidos, pero muy diferentes a la vez.
Pero su mamá hablaba de separarlos. Eso significaba que quería deshacerse de Linka. ¿Quizá querría darla en adopción?
Sacudió la cabeza. ¡Dios! Eso sería terrible para los dos. ¡Para todos! Mejor ni pensar en ello. Ojala que todos se calmaran aquella noche, y pensaran mejor las cosas al día siguiente.
Se arrodilló junto a Linka y le habló en voz muy baja.
- Linka...
La niña peliblanca volteó. Una lágrima resbalaba por su mejilla.
- Ánimo, hermanita. No te desesperes. Mi hermanito te quiere mucho. Mucho. Y yo también, Linka.
Linka comenzó a llorar con más fuerza todavía. Leni la abrazó, y la pequeña se dejó hacer. ¡Era tan lindo que alguien la tratara bien en aquella casa! La hacía sentir menos culpable. Menos desesperada.
Leni acarició suavemente los cabellos blancos de la muchachita, en un intento de que se relajara. ¡Le recordaba tanto a su querido hermanito!
No. ¡Ella no debía irse! Seguramente había soluciones. Tenía que haber algo que se pudiera hacer.
Una idea vino a su mente. Parecía algo muy bueno y lógico, pero la desechó enseguida. Ni pensar en contar algo así: todo el mundo pensaría que se había vuelto loca. Después de todo, ella era la tonta de la familia. Nadie tomaría en serio una sugerencia venida de ella.
Se sentía mal por ser tan inútil. Lo único que podía hacer era tratar de consolar a Linka, y cederle su cama para que intentara descansar. ¡Ojalá eso le sirviera de algo!
***
- No la quiero aquí, Lynn -dijo Rita, mesándose los cabellos-. ¡No la quiero! ¡No quiero que Lincoln cometa el mismo error que...
Súbitamente, la mujer calló. Incluso ahora, tras 31 años de vida, era incómodo y doloroso recordarlo.
Sin embargo, Lynn entendió su insinuación y comprendió la molestia de su esposa. De poco servía que él le hubiese demostrado que ese desliz de su adolescencia no le importaba en absoluto. Ella se seguía culpando por lo que pasó; a ella y a su madre. Y se había jurado mil veces que no consentiría que le ocurriera lo mismo a sus hijos.
- Rita, a mí tampoco me gusta pero... ¿comprendes lo que esto significa, corazón? Lincoln rescató a esa niña de una familia abusiva. De unos malditos que la culparon de...
Lynn también calló, y Rita no dijo nada al respecto. Los dos sabían muy bien que hicieron casi lo mismo con Lincoln. Era un trauma familiar que todavía no superaban, y habían hecho el acuerdo tácito de no volver a mencionarlo jamás.
- La pobre niña ya no tiene familia, ni nada -prosiguió Lynn-. Solamente a Lincoln. ¡Y a nosotros, porque aceptamos que se quedara!
- ¿Crees que no lo sé? -dijo Rita, desesperada- ¡Recuerdo cada palabra, Lynn! Y bueno... la verdad es que me pareció tan graciosa y encantadora... Algo así como la gemelita perdida de Lincoln. Pero, ¡ya viste hasta que extremo han llegado, por dios! No van a dejar de hacer... de hacer eso. ¡No se van a detener, Lynn! ¿Te gustaría tener a la amante de tu hijo en tu propia casa, cuando todavía no tienen doce años? ¿Te gustaría ver a Lincoln con un bebé antes de cumplir los trece? ¡Van a arruinar su vida! ¿Y te imaginas el ejemplo para nuestras hijas? Yo si tengo miedo de que Lola o Luna lleguen a decirnos algún día: "si Lincoln puede hacerlo, ¿porqué nosotras no?".
Lynn se llevó las manos a la cabeza. Sin duda, su mujer tenía razón pero... No le gustaba nada la idea de dejar a esa pobre niña desprotegida. ¡Ya había cometido demasiados errores en su vida, maldición!
- Maldita sea -murmuró el "patriarca" de los Loud -. Me pregunto si pudimos haberlo evitado. ¡Debimos hacerle caso a Lola cuando pudimos!
Rita suspiró, contrariada.
- Eso ya no importa, Lynn. Lo importante es lo que debemos hacer para arreglar esto. Francamente, yo no veo otra opción. Debemos darla en adopción. Seguro que Lisa puede ayudarnos a hacer la documentación necesaria.
Lynn negó con la cabeza.
- Ella no nos ayudará. Lisa los apoya, ¿recuerdas?
- ¡Bueno, pues el abogado nos ayudará! -dijo Rita, exasperada-. ¡Le pagaremos para que sen encargue de los trámites y la documentación! No podemos depender de Lisa para todo. ¡Bastante mal hacemos en confiarle el pago de las facturas!
- Está bien, amor. Entiendo. Pero... ¿Has pensado en lo que Lincoln dirá al respecto? Nuestro hijo es muy voluntarioso. Y ahora tiene dinero. Sin duda, él...
- ¡Lincoln tiene once años, Lynn! -interrumpió la mujer -. ¡Es nuestro hijo menor de edad, y no puede emanciparse solo porque él lo quiera! Creo que ya hemos abdicado de nuestras responsabilidades como padres durante mucho tiempo. ¡Y allí están las consecuencias!
Lynn bajó la cabeza y asintió. No se sentía bien con esas decisiones. No le agradaba la idea de dejar a Linka en manos de extraños, pero...
Sin duda, Rita tenía mucha razón. Quizá ni siquiera debieron dejar que Linka se quedara en la casa, en primer lugar.
***
Lincoln estaba furioso.
Encerrado en su habitación, había pasado un buen rato entregado a la desesperación y la tristeza; pero ya estaba superando ese sentimiento. En su lugar, se puso a pensar en todo lo que había ocurrido. En todo lo que él, y sobre todo Linka había pasado. Y entremás lo pensaba, la tristeza iba dejando paso a la rabia y la frustración.
Después de todo, ¿qué habían hecho ellos de malo?
¿Amarse? ¿Manifestar el gran amor que se tenían de manera física?
¡Caramba! ¿Qué de malo podía tener eso? ¡Incluso el abuelo les dijo que él lo había echo con su primera novia!
La verdad era que Lincoln tenía una vaga idea de las implicaciones éticas, morales y judiciales que tenía el hecho de hacer el amor a su edad. Creía saber que las leyes lo prohibían, y algo sabia ya sobre los riesgos de embarazo y enfermedad. Pero no lo estaban haciendo de manera irresponsable. ¡Se estaban cuidando, y se iban a seguir cuidando, maldición!
Los dos eran muy conscientes de que querían estar juntos. ¡Pero querían hacer mil cosas antes de comprometerse en serio! El asunto de cuidarse no era opcional, lo iban a hacer de cualquier manera.
Pero no les dieron tiempo de explicar nada.
El ataque de su padres los tomó por sorpresa. Fueron muy directos al preguntarles sobre lo que hacían en aquel cuarto cuando se quedaban solos. Linka, por supuesto, se quedó callada y roja por la vergüenza. Él intentó balbucir una explicación, pero su madre lo interrumpió y le dijo que sabían muy bien que estaban teniendo relaciones sexuales.
Eso hizo que Lincoln se molestara y tratara de negarlo. Pero Rita lo jalo de la oreja, le puso una tablet frente a las narices y lo hizo ver un video donde el y Linka estaban dándose una dosis más que generosa de placer.
Quedó tan anonadado y avergonzado, que ni siquiera sintió el dolor del tirón de orejas. Se quedó petrificado e indefenso. No supo qué decir, y su madre aprovechó para desquitar su coraje y decirles muchas cosas hirientes e injustas.
- ¿Para eso la trajiste, Lincoln? ¿Para tener una mujercita en casa y divertirte con ella cuando les diera la gana? ¡Pues óyeme bien, Lincoln Loud! No voy a consentir eso, ¿Entiendes? ¡Eres un niño, ella también; y ustedes no están para esas cosas! ¡Yo pensé que estaba protegiendo a una niña maltratada que se quedó sin hogar, no que estabas metiendo en esta casa a una concubina para ti!
Aquello hizo gemir a Linka, quien se tapó los ojos con las manos y se derrumbó en el suelo. Lincoln quiso consolarla, pero Rita lo atajó con sus gritos.
- ¡Quédate allí mismo, Lincoln Loud! ¡Ustedes dos no se van a acercar a un metro de distancia mientras estén en mi casa!
Esto hizo que Lincoln reaccionara por fin, y le contestó a su madre levantando la voz.
- ¡Pensé que esta también era mi casa!
- ¡Lincoln! -terció Lynn-. ¡Te prohíbo que le hables así a tu madre!
- ¡Pues no se está comportando como mi madre! ¡Parece que fuera mi enemiga, porque nos está tratando como si fuéramos criminales...
Rita se acercó a Lincoln. Sus labios estaban blancos por la ira. Se inclinó hacia Lincoln y cruzó su rostro con una fuerte cachetada.
- ¿Ah, sí? ¡Pues voy a empezar a comportarme como tu madre, muchachito! ¡Como debí haberlo hecho siempre! ¡Lori!
- Sí, mamá -contestó la muchacha, mirando fijamente a su hermano y tratando de no translucir su desazón interna. Su madre nunca les había puesto una mano encima, y aunque quizá Lincoln se lo mereciera por su insolencia, no era agradable ver cómo le pegaban a su hermanito. Por más que estuviera resentida con él.
- Llévate a Linka a tu cuarto. Que duerma allí. Yo me voy a llevar a Lincoln al suyo; y mañana les diremos a los dos lo que vamos a hacer para resolver este asunto.
- Sí, mamá -repitió Lori, y se acercó a Linka. La niña se levantó del piso y caminó con mansedumbre hacia el cuarto de Lori. No dijo nada. No quería complicar la situación más de lo que ya estaba. Lori no le dirigió la palabra en ningún momento.
Lincoln se frotaba la mejilla, ahí donde su madre lo había golpeado. No dijo nada; pero estaba tan triste que le dirigió una mirada cargada de resentimiento.
- ¡No me mires así, jovencito! Ahora te vas a dormir, y mañana arreglaremos este problema. Tienes prohibido acercarte al cuarto de Lori y Leni, ¿entendiste? Si lo haces, vas a descubrir qué tan madre puedo ser en realidad. ¡¿Oíste bien?!
Lincoln siguió sin decir nada. Caminó hasta la habitación escoltado por su madre. Cuando la puerta se cerró, se tendió en la cama y comenzó a llorar por la vergüenza y la frustración que sentía. Más que nada le preocupaba Linka. No estaba seguro de que fuera a ser muy bien tratada por su madre o por Lori. Solo lo consolaba el hecho de que Leni estuviera también en la habitación. Quizá no era muy brillante, pero tenía un gran corazón. Confiaba en que su hermana impediría que le hicieran demasiado daño a su Florecita.
Cerró los ojos. ¡Otra vez le había fallado a Linka! ¡No pudo protegerla cuando más lo necesitaba!
O... ¿Quizá sí?
Poco a poco, entre las sombras de su desesperación y su enojo, Lincoln empezó a concebir un plan. Todavía tenía un par de cartas que jugar. Tenía que volver a hablar con sus padres. Era necesario decirle las cosas como eran, y hacer que los escucharan.
Y si lo obligaban, no dudaría en atacarlos. Los expondría a sus más grandes culpas, y a las deudas que tenían con él. Solo tenía que esperar hasta la mañana siguiente.
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