Y ahí estaba él, esa persona que tan bien le hacía sentir. Con una sola mirada suya se sentía feliz. Una sonrisa lo derrumbaba de emoción. Y el simple contacto de la piel, aunque fuera para alejarlo un poco de su necesario espacio personal, bastaba para tener que rezar por no desmayarse allí mismo.

Al principio pensó que era tontería suya, luego que estaba enfermo. Fue tan difícil admitir que se había enamorado de un hombre como la reacción de todos sus amigos, incluyendo a sus hermanos, el descubrimiento de su homosexualidad.

Al fin todo había acabado. Al fin había logrado acallar las burlas de todos y hacer entrar en razón a sus personas más cercanas. Pero el dolor de todo lo sucedido seguía allí y ahora solo le quedaba una cosa: Esperar a que ese chico del que tan enamorado estaba correspondiera sus sentimientos o acabar de hundirse ante su rechazo.

Todo quedaba en las manos de ese joven y alto muchacho que se encontraba completamente ageno a todo lo que rondaba por la mente del menor.