》Prólogo《


》 El día que te conocí 《


Bajo el cálido  sol que hacía brillar el sudor que corría en las frentes de los estudiantes practicantes de atletismo, se desencadenaba  el inicio de un trágico día, que rompería  los sueños de una jovencita volviendolos  trizas microscópicas e invisibles en el suelo bajo sus pies.

En el momento en el que sus pies chocaron contra el obstáculo de madera; impidiendo su salto perfecto, y su hiriente caída  hacía un ruido seco en el suelo. Es que sus lágrimas internas volvían a correr por su decepcionado y roto ser, desvaneciendo por completo cualquier resto de esperanza que sobreviviera a duras penas a pesar de sus recientes y contundentes fracasos.

Ya había perdido la cuenta de cuantas veces en estos días había intentando el mismo salto y por consiguiente; fracasado de la misma manera. Cada salto acabado en fracaso mermaba  su fuerza de voluntad, y estos días habían sido una constante prueba de ello.

Desde que fracasó  por primera vez, no había salido del shock de haber fallado, y mucho menos el de haberse lastimado. El salto fallido en la carrera de obstáculos había acabado en una herida dolorosa en sus piernas que ahora se encontraban plagadas de moretones como una triste pintura abstracta, además de tratamiento con vendajes y medicamentos para el dolor.

Lo normal cuando te lastimas es descansar, claro está. Pero esa regla que parecía tan obvia, no iba con la personalidad seria pero firme de Kiyoko Shimizu. Sus heridas solo habían conseguido empeorar con sus intentos consecutivos de estos tres días, dejándola destruida tanto física como emocionalmente.

¿Pero quien podría culparla?

Si aquello en lo que eres único  y especial, eso que llena tu alma  de euforia y ganas de intentarlo. Eso que te hace inmensamente feliz; de pronto desapareciera de tu vida, esfumando todas las esperanzas que te sostenían de pie al inicio de cada día. Aún a pesar de la voluntad y esfuerzo que pusiste en ese proyecto que era mínimamente;  la luz de tus ojos.

¿Como te sentirías ?

De rodillas al suelo, sus piernas  temblaban en un dolor indescriptible. Sus brazos intentaban impulsar su despegue del suelo, pero producto del maltrato que ella misma le daba a su cuerpo, sus extremidades inferiores habían perdido su capacidad motora principal, impidiéndole incluso, algo tan simple como ponerse de pie.

Por favor...necesito volver..— sus ruegos  al aire resultaban inútiles, pues sus piernas no tenían ninguna intención en funcionar por el momento. Apenas y sentía algo como para constatar que las tenía todavía  pegadas al cuerpo, y eso era; para empeorarlo. Un agudo y constante dolor del desgarrar de sus músculos maltratados.

Ella levantó  la vista hacia el amanecer que cerraba el día sobre su cabeza, ya no había nadie por los alrededores de la escuela. La pista de entrenamiento estaba en total soledad, exceptuando por ella misma y los obstáculos de madera.

Su perturbada mente reculó entre nerviosismos y el pensar en cómo haría para volver a su casa  en ese estado en el cual; nisiquiera podía ponerse de pie,  la aterró.

Los minutos pasaban y sus piernas seguían sin responder sin importar cuanto intentara hacer. Y presa del pánico que había surgido producto de la frustración acumulada y el miedo a perderlo todo; sus ojos explotaron en lágrimas sin que esta pudiera percatarse de ello.

Su vista pronto se tornó  borrosa y ella se quitó  los lentes en un triste y doloroso silencio; no necesitaba sollozar a gritos para constatar que estaba destrozada.

Había perdido el camino, el único deporte que la apasionaba y en el que se destacaba, ahora estaba plagado de fracasos consecutivos que dejaban su autoestima por los suelos. Sin importar cuanto se esforzó, cuanto tiempo invirtió o lo mucho que sufría hasta el momento; ahora todo lo que alguna vez la llenó, se había hecho añicos.

Su corazón se sentía vacío y golpeado, había un hueco que no podía llenar sin eso que amaba y que ahora le resultaba tan lejano. Los pensamientos autodestructivos no tardaron en aflorar desde su primer  contundente fracaso, a su vista; su existencia había perdido el significado con la ausencia de lo que la incentivaba  a esforzarse, su única y más atesorada pasión.

Era un silencioso pero mortal vacío.

Sus lágrimas resbalaron por su rostro pasivamente, ningún sonido salió  de su boca, aún mientras sus penas se dejaban fluir por su rostro.

¿Que estoy haciendo?《 se preguntó  en sus pensamientos  mientras agachaba la cabeza al suelo con impotencia 》 Soy..patética

Su cabello negro azulado cayó  junto con su mirada, contorneando su rostro y dándole un aspecto dejado. Sus lentes de borde rosado resbalaron con el sudor de su rostro, colocándose sobre el puente de su nariz.  Sus manos se apretaron sobre su regazo temblando en una complicada mezcla de emociones acumuladas; dolor, frustración, enojo, desesperanza, vacío..

Cada sentimiento negativo que se había tragado como una pesada piedra, ocultándolo del exterior como algo espantoso, ahora le pasaba factura. Siendo tan contundente y doloroso como una puñalada por cada una de esas cosas que mantuvo cerrada con candado, aún a costo de su salud emocional.

No había palabras para describir lo desdichada y perdida que se sentía en esos momentos donde pensaba que lo había perdido todo por completo.  Y como detonante de su deplorable situación; estaba sola, abandonada a su suerte en un espacio tan extenso para una sola persona, sin poder moverse ni pedir ayuda. 

Supongo que este es el destino de los fracasados como yo..《 se dijo a sí misma al tiempo que su labio inferior temblaba dando paso a unas pesadas y aún más dolorosas lágrimas.

El silencio la acompañó como única presencia junto a ella en aquel lugar de entrenamiento, estaba segura de que nadie vendría a ayudarla, pero eso era lo de menos, por qué había un dolor aún más grande y preocupante; el  haber perdido toda intención de ayudarse a sí misma.

Completamente sumida en su dolor, aceptó  todo aquello que se le venía encima sin más trabas ni reproches, había estado mucho tiempo conteniendo todo eso que algún día le saltaría a la yugular, y entendía este momento de completa debilidad; como una sentencia programada por ella misma que finalmente, llegó

Pero el propio silencio podía ser tan absorbente, que el ruido de su dolor fue lo suficientemente fuerte como para tapar el sonido de pasos dirigiéndose a ella. Pasos que se aproximaban cautelosos pero seguros, y que para cuando ella se percató, ya se encontraban a una distancia considerablemente cerca de ella.

Y no lo hubiera notado, puesto  que el dolor podía ser tan consumidor como un hoyo negro que te arrastra al vacío. Pero en los cuentos más  maravillosos, esos que encandilan tus sentidos y te brindan esperanzas cuando estás desolado, aún cuando el vacío te está  arrastrando; una voz salvadora, siempre está  junto a ti.

Y en este caso, el eco de su voz, fue lo único que  la despertó de ese sueño que más bien era pesadilla, sacándola del trance y aterrándola  por la sorpresa.

¿Te encuentras bien?

Algo tan simple y contundente  como esa pregunta, algo tan común; fue lo que la salvó de su hoyo negro, como una luz salvadora.

Y es que en la desesperación que produce el dolor y la soledad, ese lugar donde todo parece tan lejano para la persona herida, lo más simple y cotidiano; puede ser una cura para la enfermedad.


Su cuerpo entero tembló al escuchar una voz junto a ella, estaba tan ensimismada en su asumida derrota, que no escuchó la aproximación de pasos cerca de ella.

Levantando la mirada de golpe, sus ojos rotaron  tímidamente  hacía el dueño de la voz, como si realmente no creyera que hubiera alguien ahí .

Pero para su sorpresa; si lo había. 

Sus orbes grisáceos lo examinaron rápidamente, y lo primero que vino a su mente, era que lo mínimo que se podía decir de su nueva compañía era ; extravagante.

Su largo cabello rubio casi gris, caía a los lados de su rostro casi hasta el final de su cuello, con unas notorias raíces negras que indicaban lo teñido. Su rostro de tonos más bien pálidos; llevaba cierta cantidad de maquillaje negro en la línea que rodeaba sus ojos, acompañados de una pequeña sonrisa en sus rosados labios ataviados de joyería piercing, que a simple vista; contó  unos cinco en total entre su oreja y su labio inferior.

Su esbelto cuerpo más bien delgado estaba decorado con ropa no apropiada para un instituto japonés como lo era Karasuno. Los pantalones de Jean negro con roturas que llevaba, sostenidos con un cinto del que colgaban varios tipos de cadenas de distintos tamaños y formas; era mínimamente; shockeante  a la vista, y si lo pensaba con lógica, hasta podía ser  peligroso.  Su combinación de camiseta negra Lisa con su camiseta de manga larga a rayas blancas y negras, era sobria, pero no por eso dejaba de ser inapropiado.

Aquella apariencia ya de por sí era; para una escuela japonesa,  incorrecta y digna de corrección estricta. No imaginaba como alguien que a simple vista  le parecía un bicho raro, había podido cruzar el establecimiento de Karasuno sin ser detenido y regañado apropiadamente por el personal de maestranza o directivo.

La alta figura lo observó con una mirada llena de compasión y tranquilidad, sus ojos verde oliva la examinaron de pies a cabeza y, contra todo pronóstico; una dulce y serena risa se escabulló  de sus labios.

A juzgar por tus heridas, diría que cruzaste más alla de los límites salubres de entrenamiento..—  opinó, sin recibir respuesta alguna.

Su obvia suposición causó un sentimiento confuso en ella, quién conectando al fin con la realidad; levantó  sus manos hacia su rostro, limpiándose las lágrimas apresuradamente sin decir palabra.

Se sentía completamente avergonzada de su presente debilidad, el sentir que merecía todo ese castigo mezclado con la vergüenza de que un completo extraño la esté mirando en un momento tan inoportuno, era devastador.

Sus pasos se acercaron aún más, y esta volteó la vista rápidamente, encontrándose con el de cuclillas a poco más de medio metro de ella.

Sin duda estaba alerta por la aparición tan abrupta de alguien que no conocía en su momento de debilidad; el cual nisiquiera sus vínculos más cercanos habían  visto alguna vez en ella.

Su gesto gélido y contundente se plantó sobre el desconocido en una clara advertencia que esperaba captara. Pero para su sorpresa y a pesar de su indiferencia, sus ojos grises siguieron el trayecto de su mano hasta que esta se   extendió pacíficamente  hacia ella. 

Sin palabras que decir, su respuesta fue una mirada de confusión y profundo silencio, que al parecer, el misterioso muchacho tomó  como pregunta, a la cual respondió.

Entiendo que estés a la defensiva, supongo que no soy lo más amigable que existe a la vista — Expresó  en tono alegre, como si bromeara— pero tranquila, ¿si?, solo quiero ayudarte, confía  en mí.

Quizás fue la sinceridad sin una pizca ni indicio de intenciones alternas que ella notó  en las palabras que le dirigía junto con su mano en busca de ayudarla. Quizás fue la empatía y amabilidad en su honesta mirada que la contemplaba dulcemente, acalorando  su ser completamente en una extraña pero agradable sensación de compañía y empatía.

Pero fuera cual fuera el motivo, ella aceptó  su mano que la sostuvo con fuerza mientras hacía lo imposible por ponerse de pie y le agradecía internamente al mundo por haberle enviado a alguien como él  en su ayuda.

¿Puedes caminar? — preguntó mientras la sostenía con firmeza y está se tambaleaba inevitablemente. El dolor era demasiado insoportable como para soportar caminar, sintiendo miles de agujas en cada segundo que intentaba mantenerse de pie sobre el suelo.

Pero aún así, ella se negaba a admitirlo y mostrar más debilidad.

Si, gracias..— murmuró  en un susurro apenas audible. La verdad es que aquel dolor quemaba como los mil infiernos, pero estaba decidida a soportarlo, su voz interior le decía que debía mantener la poca dignidad que le quedaba y defenderla a capa y espada, aunque eso le doliera. E impulsada por ese pensamiento; su cuerpo emprendió imprudentemente la caminata repentina.

¡A—aguarda un minuto..! — Luego de soltar su mano bruscamente, fue suficiente que sus piernas dieran un atisbo de paso, para apagarse como una gran maquinaria averiada y por consiguiente; perder el equilibrio de su propio cuerpo.

Sus ojos se cerraron fuertemente esperando el inevitable impacto que le aguardaba como castigo por su imprudencia y  su labio inferior tembló de la  impotencia que le causaba su situación, sentirse débil e inservible la estaba haciendo tomar las decisiones equivocadas y lo sabía.

El inicio  de esa serie de "decisiones suicidas" había detonado cuando decidió pisar ese lugar donde solía pasar horas enteras. Contradecir las normas del hospital e incluso la lógica; recorriendo ese campo de entrenamiento y golpeándose una y otra vez, había sido su primer error fatal, y el no haberse detenido aún cuando estaba empeorando su situación, fue la segunda.

En su mente, se preguntó; ¿Cuando es que se había vuelto tan irracional?, Kiyoko Shimizu no era una chica  impulsiva para nada, por el contrario, ella era un ser pensante,  siempre analizaba las cosas más veces de las que debería y sus emociones no tenían ningún control sobre ella.

Pero ahora, su sentido de la lógica se había difuminado tanto que perdió  por completo el horizonte de los límites. Su rotundo cambio era inaudito incluso para ella misma, le daba un miedo terrible el admitir que quizás,  se había dejado dominar por aquellas emociones impulsivas que siempre le parecieron tan ridículas en los demás. La frustración y ese capricho que sentía por lograr lo que amaba,  había desencadenado que el cauce de su río  se dispersara, sudestando  en todas direcciones, causando destrozos en todo a su paso, incluso ella misma.

Esa situación se repetía una y otra vez en su cabeza, haciéndola sentir miserable e idiota. Y ahora mismo, ese sentimiento volvía a ella mientras caía una vez más directo al suelo que había desintegrado sus piernas.

Su orgullo y terquedad eran los causantes de la colisión que se avecinaba. Y muy en su interior, incluso llegó  a pensar que se merecía lo que le sucedía  por violar las normas de la racionalidad y la lógica.

Eso te enseñará a dejar de hacer estupideces, shimizu..《 se dijo a sí misma al tiempo que apretaba los ojos, aguardando el inevitable choque de su cuerpo contra el piso.

Una vez más chocaría contra la realidad; la impulsividad y sus caprichos no la llevarían a ningún lado, y eso que le sucedía, era prueba y consecuencia de ello.

Quizás ese golpe era lo que necesitaba para despertar de ese loco trance que la mantenía errando constantemente.  Y si así era, lo recibiría con los brazos abiertos.

Pero ese golpe, jamás llegó. 

En su lugar, un firme pero cuidadoso tacto la sostuvo para evitar su aterrizaje.

Sorprendida; abrió  los ojos de golpe sintiendo el ruido seco de algo cayendo contra el suelo; pero  esto no era ella.

Eres bastante atolondrada, ¿sabes?, pudiste haberte hecho añicos contra el piso— su voz tan cerca le causó  estupor y un respingo, pronto se percató  de que el dueño de aquella voz, era quien la sostenía con una mano en su vientre y la otra, sosteniendo su mano fuertemente.

Kiyoko observó sobre su hombro y el estómago le dió  un vuelco repentino, aquella sonrisa que pintaba el rostro del más alto, era algo indescriptible en esos momentos. Tan cálida  y sincera, sus labios se entre abrieron buscando decir algo pero no consiguió  nada más que un balbuceo sin sentido. Estaba encandilada  por aquella curva en su rostro que le transmitía  tanta seguridad, tanta paz.

Pronto su vista comenzó a volverse dificultosa y se percató  de que el ruido que había escuchado, habían sido nada menos que sus anteojos que, en el accidente, se  cayeron al césped.

Si no puedes caminar, sería mejor que te sientes, atolondrada — Opinó  al tiempo que cruzaba su brazo sobre su hombro, dándole un buen apoyo para que se mantuviera de pie aunque sea parcialmente.

En silencio, esta aceptó  por fin aquella ayuda a regañadientes, sin mirarlo ni decir una sola palabra. Muy lentamente, ambos caminaron unos cuantos minutos en completo silencio, sus dientes atraparon su labio inferior mordiéndolo  con fuerza producto de las puntadas que latían en sus piernas, con sus recientes heridas; cada paso era como caminar sobre carbón encendido. El pareció  notarlo, pues levantó  un poco más su cuerpo en busca de que ella caminara lo menos posible mientras la llevaba prácticamente sobre su hombro.

Al llegar a las inmensas escaleras que hacían de tribuna , el la ayudó  a tomar asiento cuidadosamente, para luego incorporarse frente a ella con una sonrisa amable.

Dudo mucho que puedas caminar correctamente; quizás lo mejor sería que llame a alguien de enfermería — analizó observándola con detenimiento, llevándose una mano al mentón en gesto pensativo.

Todos ya deben haberse ido..— Sentenció; denotando al fin que ella también tenía una voz. Lo cual sorprendió al desconocido que soltó  una risita antes de proseguir.

¡Vaya~!, al fin escucho tu voz, pensé que jamás hablarías — sus pasos se acercaron un poco más a ella, inclinándose levemente para estar a su altura — Aunque te entiendo, al fin y al cabo, sigo siendo un completo desconocido.

Kiyoko no supo que decir ante la alegría implacable que el muchacho parecía mantener frente  a ella a pesar de su poca cooperación, si lo pensaba con claridad, a el no parecía importarle que ella se cerrara como una puerta blindada ante su ayuda.

El por qué de que él se mantuviera tan alegre y servicial, aún  ante la negativa silenciosa con la que ella le correspondía; como mínimo, la desconcertaba.  Pero de la misma manera, aún sin que pudiera decírselo, le agradecía infinitamente que la ayudara.

Perdida en sus pensamientos, está nisiquiera lo miraba, manteniendo su vista en sus pies. En un intento de mejorar las cosas, preguntó;

¿Como te llamas?

Silencio. Probablemente sabía que lo más amable sería contestar, pero su mente estaba en blanco; vacío y lento blanco, ajeno a la realidad en la que todavía se encontraba su cuerpo.

Probablemente dedució  que ella jamás contestaría, pues continuó.

Entiendo... bueno, no te preocupes, no tienes que decírmelo si no quieres — exclamó  en tono suave, a la par que apoyaba su rostro en su mano derecha — Mi nombre es Shiori, y eres la primera persona que conozco en esta escuela.

Ella lo observó  de reojo sin decir nada, ya le parecía que jamás lo había visto, lo cual sería raro en alguien tan extraño como lo era él. El sonido de un cierre la alteró y levantó  la vista repentinamente, encontrándose con que estaba sacando algo de su mochila.

¿Que estará buscando..? 《 se preguntó  internamente, mientras mantenía la vista fija en su mano que revolvía dentro de la mochila en busca de algo desconocido para ella.

Pronto sacó  un pequeño neceser  transparente, que a simple vista se veía que contenía insumos médicos. Pronto este se percató  de su mirada de ceño fruncido, claramente reacia a lo que sea que hubiera en ese neceser.

Debes pensar que soy un secuestrador o algo así.. pero la verdad es que solo soy torpe — bromeó  entre risas sobrias a la par que tomaba algo del dichoso  neceser y lo extendía frente a ella — Toma, si es más cómodo para ti, puedes ponértelo tú misma.

Su vista  se fijo en el ungüento  que este le extendía  entre sus manos, junto con un pañuelo de papel.  Lo conocía, era un ungüento  curativo de esos que todos tienen en los botiquines  de sus casas, en caso de primeros auxilios.

Tímidamente, esta aceptó el insumo médico, para luego regresar su mirada al suelo. Deseaba preguntarle muchas cosas, pero la ausencia de palabras en ella era sentencia.  Pronto, se percató  de que este alejaba en dirección a la zona de práctica, y su vista  se mantuvo fija en su trayecto; desde que se inclinó  a tomar algo del suelo, hasta que regresó  a su lado.

Toma; se te cayeron, es una suerte que no se hayan dañado, los lentes son algo muy frágil.

En sus manos, ella observó  sus anteojos; y recordó  que no los había juntado del suelo cuando estos se cayeron. Avergonzada, está no respondió  ante la entrega y; como si toda la frustración anterior, se uniera con la culpa de sentirse débil, el dolor en su corazón se acumuló nuevamente, haciendo borrosa su visión y su labio tembloroso.

Eres tan patética.. mírate.. no puedes ni mantenerte de pie..eres un desastre..

Unas pequeñas lágrimas afloraron de sus ojos, resbalando por sus mejillas en finas líneas plateadas, desconcertando por completo al muchacho, que se limitó a observarla con una expresión de preocupación. Un murmullo ahogado por su clara tristeza asomó  por fin de sus labios.

¿Por qué me ayudas..? — preguntó  en un hilo de voz tan débil como la resistencia a llorar en sus ojos. Tratando de mantenerse sereno, este contestó.

Por qué estabas herida en el suelo, y no podías levantart—

¡¿Por qué lo haces?! — interrumpió  bruscamente, en un tono tan roto que parecía a punto de quebrarse en pedazos, cayendo junto con sus lágrimas.

Enmudecido, este se limitó  a observarla, sintiéndo que cualquier palabra que pudiera decir era inapropiada para aquel momento. Ella sollozó, haciendo sangrar su propio labio por la fuerza que aplicaba al morderse a sí misma, como si esto pudiera detener aquel dolor que explotó luego de ser contenido por tanto tiempo.

Y es que cuando se guarda tanto sufrimiento y tantas penas, nada bueno puede salir, en el momento menos esperado y menos indicado; este terminará  por explotar.

¿Por qué te detuviste a ayudarme..? — preguntó  con voz quebrada— yo..yo estoy así..por haber fracasado miserablemente en lo que más amo. Alguien tan patético  como yo..no merece la ayuda de nadie.

Sus ojos se apretaron fuertemente mientras esta se fregaba sus nudillos contra su rostro, intentando desaparecer el inevitable rastro de las lágrimas que ahora corrían sin parar por su rostro, como prueba irrefutable de un dolor que había aflorado luego de  guardarse como un pecado bajo llave.

Un silencio sepulcral se plantó  entre ambos, solo siendo cortado por el ahogado sollozo de la muchacha, que cubría su rostro con sus manos, cubriendo la salida de sus lágrimas que caían sobre sus piernas.

¿Por qué  no te ayudaría?

Sus manos tomaron las suyas,  quitándolas cuidadosamente, descubriendo  aquella pintura de una época triste formada en su rostro; como resto de una época que nadie quería recordar, excepto él. 

Su expresión era la clara representación de una persona que se había roto; un cristal partido en mil pedazos. Y aún así, el sostuvo sus manos con delicadeza, y alzó  su dedo índice hasta su rostro, quitándo una pequeña lágrima que caía sobre su pómulo y dedicándole una sincera y amable sonrisa.

Esa amabilidad y dulzura con la que lo observaba, le transmitía un seguridad inaudita pero embriagante. Su llanto se detuvo de sopetón frente a la brillante luz del iris  en sus ojos cafés,  sintiéndose abrazada por aquella sonrisa que no ocultaba maldad ni hipocresía alguna, y que solo parecía querer salvarla de la oscuridad en la que se encontraba su Alma destrozada;  que insconcientemente y poco a poco, volvía a unirse.

Sin necesidad de más palabras, ella se mantuvo serena pero atenta. El muchacho que ahora sabía; se llamaba Shiori, le propinaba auxilio médico básico en sus amoratadas piernas. Le permitió vendarle  ambas rodillas y este cuidó  amablemente de sus heridas mientras ella lo observaba intentando comprender el origen de aquella extraña amabilidad.

¿Mejor? — se aventuró  a preguntar a la par que se sentaba a su lado, colocando el neceser sobre su regazo. Ella asintió, jugando nerviosamente con sus manos, estaba pensando hace un rato largo sus palabras.

Lamento haberte levantado la voz..— dijo al fin, rompiendo el silencio. Este sonrió  mientras cruzaba sus piernas y guardaba el neceser en su mochila.

Tranquila, no te preocupes por ello, todos tenemos nuestro momento de explotar; y supongo que ese fue el tuyo — Exclamó con total serenidad levantando su mirada al cielo — Deberías tener más cuidado, puedes herirte de  gravedad.

Ella soltó  un suspiro mientras jugaba con sus pulgares.

Si, soy consciente de eso, en el hospital me dijeron que podría desgarrarme..— Confesó  y este soltó  una risita, llamando su atención.

De hecho; no me refería a tu cuerpo — Aclaró, llevándose una mirada de confusión de la muchacha— deberías dejar de guardarte todo para ti, no es sano ocultar nuestros sentimientos, sean buenos o malos. Tarde o temprano la mente cede a la presión y explotamos, desbordando sin poder detenernos.

Kiyoko bajó  la vista al suelo, era consciente de que el muchacho tenía toda la razón, y pensar en su insconciencia al reventar sin pensar en nada más con alguien que no tenía  la culpa de nada; la avergonzaba.

Lo sé — Sentenció  agachando la cabeza— perdóname por haber actuado de manera tan inapropiada..yo—

Oye — interrumpió, llamando su atención y está giró  la cabeza para mirarlo, recibiendo  un pequeño golpecito en su frente de parte del más alto.

Ella lo observó  con intriga mientras este le sonreía amablemente.

Ya te dije que no tienes que disculparte, todo está bien, ¿sí?, no te preocupes por eso — Sentenció  a la par que tomaba los lentes de su regazo y los colocaba con mucho cuidado en su rostro, aclarando su visión mientras pestañeaba — Menos mal no les sucedió nada a tus anteojos, sería una pena que tuvieras que cambiarlos con lo bien que te quedan.

Sus ojos oceánicos se iluminaron frente a aquel cumplido, sonrojando sus mejillas pálidas y poniéndola de los nervios. Sus palabras tenían ese toque único que encandilaba el dañado corazón de Kiyoko. Quien se llevó  una mano al pecho, desviando la mirada hacia un costado por no saber que decir ante ello.

Un agradable silencio se plantó  entre ambos y cada uno se sumió  en sus propios pensamientos. Kiyoko observó el dichoso pañuelo de tela que el le había prestado amablemente para limpiarse las lágrimas del rostro mientras la vendaba, descansando sobre su regazo. Este era de un color rosado muy sobrio y tenía un nombre escrito en el borde, que supuso  era el suyo.

El atardecer cayó  sobre ellos, respaldando el momento con nubes de colores tornasoldos sobre sus cabezas, mezclando tonalidades rosadas y anaranjadas en un bello escenario previo  al anochecer.

Me resulta muy relajante contemplar el atardecer.. — Habló  repentinamente, llamando su atención — Sus sobrios colores equilibrados tan perfectamente, junto con la lentitud de sus movimientos en el cielo..te incitan a pensar y reflexionar, como si nada más  tuviera importancia, como si el mundo girara más  lento, ¿no te parece?

Ella escuchó  sus palabras con atención, a la par que se maravillaba tanto por su clara y natural lingüística poética,  como por el aspecto tan relajado que tomaba su rostro sonriente bajo las luces anaranjadas del cielo, aquella serenidad junto con su casi inamovible sonrisa, eran contagiosas, y sin más demora; ella también  sonrió.

Si; es muy hermoso..— añadió uniéndose a él, siguiendo el trayecto de su vista hacia el cielo, donde las nubes se movían con mucha lentitud, como si el tiempo les sobrara y no tuvieran ningún apuro. En ese lugar de tonos anaranjados que resultaba tan lejano para los que pisaban la tierra, todo parecía fluir a su tiempo; como tenía  que ser.

Aún no me haz dicho tu nombre..— aventuró mirándola de reojo y ella se percató  de lo dicho con un escalofrío.

Sus labios se entreabrieron  para responder, pero su habla fue interrumpida por una voz acercándose a toda marcha hacia ellos, llamando la atención de ambos.

¡AHI ESTÁS! — llamó  la voz masculina que se acercaba a toda prisa, perdiendo el aliento— ¡Por fin te encuentro!, ¡Te estaba bus!..cando.

Tanto su paso como sus palabras fueron perdiendo firmeza y mermando hasta detenerse completamente. El muchacho peligris observó  a ambos chicos en una mezcla de sorpresa e intriga, mientras respiraba acompasadamente, recuperando el aire que había perdido en la que se ve; había sido una carrera a toda prisa.

Suga—san..— habló  ella observándolo con total tranquilidad— ¿No deberías haberte ido ya?

Debería, pero no podía irme sin ti..— explicó  vagamente mientras su mirada iba de su amiga al desconocido que se levantaba de allí tranquilamente, quitándose el polvo de la ropa.

Kiyoko lo observó ponerse de pie con cierta culpa; se había quedado con las palabras en la boca.

Parece que ya vinieron a recogerte, es un alivio..— Comentó  en tono tranquilo mientras se colgaba la mochila al hombro y le dedicaba una sonrisa solemne al peligris—  No puede caminar muy bien, sería mejor que la acompañaras a su casa para que descanse apropiadamente.

Eh..claro, eso haré  — respondió algo confundido mientras se acercaba a las tribunas y observaba a su amiga de pies a cabeza — ¿Puedes levantarte?

Ella asintió y se levantó  con ayuda de su amigo, para cuando se incorporó; aún sentía dolor, pero había mejorado un poco. Al bajar las tribunas, ella observó  al muchacho que minutos antes estaba junto a ella. Sus labios temblaron mientras juntaba valor para agradecerle, pero el se adelantó, sabiendo que esa expresión en su rostro significaba que estaba repensando  las cosas.

Descuida; no tienes que decirme nada — Aclaró, con una pequeña risa de por medio, para luego levantar su mano en gesto de saludo—  Cuídate  mucho. Nos veremos otro día.

Y sin más; este partió su caminata a la salida, alejándose rápidamente hasta perderse de su vista azulada que lo siguió  hasta el final; deseando profundamente que se volvieran a encontrar y así, poder agradecerle no solo su ayuda, si no también, esa hermosa sensación tan reconfortante  que había dejado cosquilleando su pecho cada que memoraba  su sonrisa.

Estaba claro; que jamás la olvidaría.







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