Extra I • Te mato, Dave Wyle
Dave
—¡Con un demonio, apresúrate! —pide molesta, adolorida, irritada también.
—¡Eso intento! —respondo—. ¡Solo cálmate! —sugiero, nervioso.
Estos últimos meses me daba un poco de miedo, tratar con ella era como tratar de desactivar una bomba: muy peligroso y con miedo a que explote.
—¡Eso estoy haciendo! —me espeta.
—¡Vale... bien! Pues, pues... —pienso en algo que decirle—, ¡sigue haciéndolo!
—¡Oh, que gran consejo, Dave! ¡Muy buen consejo! —ironiza, molesta.
—¡Lo siento! ¿Vale? ¡Yo también estoy nervioso! —admito sin dejar de estrujar el volante en mis manos.
—¡Solo conduce más rápido, maldición!
Hice caso a su petición, sin refutar nada. Como he dicho, tratar con ella se a vuelto delicado y mucho más ahora. El que yo esté nervioso no es nada comparado con lo que siente ella en este momento.
Mónica gruñe adolorida y echa la cabeza hacia atrás, su mano empuñada apretandose con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos.
Oh, pobre mi bonita.
—¡¿Por qué mierda esto duele tanto?! —grita para luego morder la almohada que se a mantenido dentro del coche desde los últimos meses.
—Cálmate, respira, Mónica. Sigue así, lo estás haciendo bien.
Ella me hace caso, sorprendentemente. Toma respiraciones profundas pero sigue haciendo muecas de dolor sin dejar de apretar su puño.
En vez de otro gruñido adolorido, es más un grito contenido contra la almohada. Cuando se la quita del rostro veo que está sudando a mares y tiene las mejillas acaloradas.
—Dave, por lo que más quieres en esta vida,
¡conduce rápido, por favor! —suplica con dolor en su voz.
—¡Eso intento! ¡Respira profundo, Mónica! ¡Respira, cálmate y tranquilízate!
—¡¿«tranquilízate»?! —repite, dándome una de las peores miradas de molestia. Solo con eso sé que he dicho una gran estupidez—, ¡¿Qué me tranquilice?! ¡Estoy entrando en un doloroso trabajo de parto, Dave! ¡No me digas que «me tranquilice»!
—¡Bien, bien, lo siento! —intento conducir más rápido, pero los autos en la carretera no ayudan en nada.
—¡Por el amor a Dios, Dave Wyle, mueve el coche! —lo último lo pide casi sollozando. No me imagino lo mucho que le debe de estar doliendo.
Justo en este día, el día en que Mónica entraba en trabajo de parto, justo el día en que mi hijo se digna a nacer es que el tráfico se pone pesado. ¿Es en serio?
Mónica echa otra vez su cabeza hacia el respaldo del asiento, murmurando profanidades acerca del dolor del parto.
—Por favor, por favor, que esto se acabe de una maldita y buena vez —le oí murmurar.
Una de sus manos está sobre su vientre crecido de nueve meses y adentro de seguro se remueve ansioso de salir el pequeño Drew.
Mi hijo.
Mi hijo con Mónica, con la mujer que amo más que a mí mismo y que daría todo por ella.
El día en que me enteré que sería papá nunca lo olvidaré. Demonios, fue el mejor día de toda mi vida. Encabeza la lista de los momentos más increíbles de mi existencia, entre ellos el día en que nos casamos mi bonita y yo, quién sigue murmurando maldiciones al dolor, y los días que supimos que Asia de verdad estaría fuera de un peligro inminente.
Fueron meses duros en un inicio, sin embargo, también tuvieron su lado bueno y justo ahora estoy muy ansioso de conocer a mi pequeño.
—¡Dave, muévete! —el grito adolorido de Mónica hace que salga de los recuerdos.
Los autos avanzan a un nivel aceptable, así que poco a poco salimos del tráfico. Solo fue cuestión de unos cuantos minutos en que llegamos al hospital.
—Ay, ¿Por qué esto duele tanto...? —pregunta Mónica ya sollozando, las lágrimas no salen de sus ojos pero sin duda están ahí, esperando la contracción más fuerte para correr libres por sus mejillas sonrojadas.
—¡Eh, ayuda! ¡Aquí mi esposa está dando a luz!
Mi esposa.
Amo esa palabra, como suena, como se siente, quién la lleva. La amo mucho.
Una enfermera se acerca apresurada hacia nosotros, acompañada de un doctor que no conozco.
—De la escala del uno al diez, ¿cuánto le duele? —pregunta el doctor a Mónica.
—Quizá un, ¡Muchísimo! —responde ella, tomando mayores respiraciones, su pecho sube y baja sin detenerse ni un segundo.
—¡A un lado, por favor! —pide otra voz femenina, cuando giro a ver otra enfermera se acerca, pero consigo trae una silla de ruedas dónde segundos después sentaron a Mónica.
La trasladan en la silla de ruedas por un largo pasillo, las enfermeras le van diciendo lo mismo que yo en el coche: «Respira profundo, cálmate, tranquilízate» y ella no hace más que seguir tomando las indicaciones.
La pierdo de vista cuando se la llevan a través de dos grandes puertas al final del pasillo.
—¿Es usted es el esposo de la señorita? —me pregunta una de las enfermeras que se quedó afuera.
Asentí distraído sin dejar de ver hacia la sala de partos, quiero estar con Mónica, ayudarla, no quiero dejarla sola en el momento más importante y... sí, ciertamente doloroso de su vida.
—Sí, sí, soy su esposo. ¿Puedo pasar con ella?
—Por supuesto, sígame.
Antes de dejarme entrar a la sala dónde está Mónica, me llevan a otra habitación dónde me dan un traje quirúrgico que me pongo a toda prisa. Cuando por fin puedo acompañar a Mónica me atraganto con mi propia risa al verla; está en posición de dar a luz y aunque esté en esta situación ella no dejará de ser ella: hace muecas tan extrañas y bizquea los ojos de forma tan exagerada que al ser de colores se le nota demasiado.
Supongo que no podía esperar seriedad de su parte en este momento.
Voy junto a Mónica y tomo su sudorosa mano, su rostro está bañado en sudor también y enrojecido. Puja tantas veces como el doctor se lo pide.
—Hey, lo estás haciendo bien, bonita. Muy bien —aseguro sin soltar su mano, quitando el sudor de su frente.
—Eso, sigue así, Mónica —anima el doctor—. Solo un poco más, ya puedo ver la cabeza.
—Solo un poco más, bonita. Un poco más y podremos conocer a Drew, a nuestro hijo.
Mónica puja, gruñe de dolor y aprieta fuerte mi mano. Me trago mis quejas porque ella a de estar sufriendo algo peor.
—Si vuelves a embarazarme te juro que te mato, Dave Wyle —amenaza con una mirada mortal dirigida a mí. En parte no lo tomé en serio porque ella es una de las personas que más quiere conocer a Drew.
Por otra... su mirada da miedo.
—Muy bien, Mónica. Puja una última vez —pide el doctor.
Ella lo hizo, una, dos, tres veces más.
En el cuarto intento, cuando Mónica respiraba de forma fatal, su rostro estaba rojo y bañado en sudor, la habitación se llena con el llanto infantil de un bebé.
—Felicidades, es un niño con unos pulmones muy sanos —hay una risa cansada de parte de Mónica, una emotiva de la mía.
Ella y yo compartimos una mirada cuando una enfermera nos trae en brazos a un rojizo y pequeño bebé que no para de llorar y mover sus diminutos puños.
Ese es Drew.
Es nuestro hijo.
Es mi hijo.
La enfermera me tiende al pequeño bebé que poco a poco va cesando su llanto. Teniéndolo en brazos juro que estoy siendo el ser humano más feliz de todo el condenado mundo. No puedo dejar de sonreír al bebé que sostengo. Su carita sonrojada está arrugada, lo que me hace reír recordando que Mónica hace esa misma expresión cuando come cosas ácidas. Sus pequeñas manitos en puños no paran de moverse en el aire.
—Eh, pequeñín —digo con un nudo en la garganta. Tengo un revoltijo de emociones en el pecho—. Te hemos esperado mucho. Le causaste mucho dolor a mamá —Mónica sonríe cansada, aún echada—. Bienvenido, Drew Wyle Reynolds —llevé mi dedo hacia su pequeñísima mano, él la cerró en torno a mi dedo.
Bienvenido, Drew.
Bienvenido, hijo.
Ahora la lista de los mejores momentos de mi vida tiene uno nuevo: el nacimiento de Drew, el nacimiento de mi pequeño.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top