62 • No quieres conocer al Kraken que vive dentro de ella

Mónica

La mañana del día de cumpleaños de Asia desperté con el ánimo por los suelos al saber que la cumpleañera estaba internada en el hospital, con una biopsia programada para hoy y un tumor en el cerebro que no sabíamos si era canceroso o benigno.

Que manera más horrible de pasar tu cumpleaños quince.

—¿Todo bien, Nica? —me pregunta Miguel, entrando a la cocina y yendo por un vaso de agua—. ¿Por qué la cara larga?

Dejo caer la cuchara dentro del tazón con cereal y leche y resoplo.

—Hoy es el cumpleaños de Asia —Miguel hace una mueca antes de beber de su vaso de agua—. Y está internada en cuidados intensivos con una cirugía programada para hoy.

—Uy, que feo.

—¡Es horrible! Imagina lo mal que lo está pasando su familia.

Otra mueca de su parte.

—Sí, qué malo.

Arqueo una ceja hacia mi hermano, que frunce el ceño hacia mí.

—¿Qué?

—Vaya, que gran consuelo, Miguel.

—Vale, perdón, esto es una situación muy fea. Entiendo cómo se han de estar sintiendo los Wyle ahora.

Vuelvo a resoplar, apoyando mi cabeza de mi puño.

—¿Por qué la vida es tan injusta con las personas buenas? —cuestiono en tono bajo, Miguel no responde—. Ese es el verdadero misterio.

—Son pruebas —responde de la nada mi hermano, su mirada fija en la superficie de la isla—. Todo se trata de pruebas, Nica, solo los más valientes y fuertes las superan. La vida es desgraciada con las personas buenas para verificar si en realidad son así de puras y si son capaces de seguir creyendo.

»Injusto, sí —me mira—, pero necesario.

—¿A una niña de quince años, Miguel? ¿Por qué?

Encoge los hombros.

—Como te dije, la vida es desgraciada y no ve colores, edades o inocencia.

Eso no mejora mi humor del día, solo lo arruina.

Vuelvo a juguetear con la cuchara en el tazón de leche, había despertado con hambre, pero cuando recordé la fecha mi apetito se fue por el caño. Me pregunto cómo estará Dave.

—¿Por qué no te arreglas para salir? —sugiere mi hermano, arqueo una ceja—. No quiero que estés con ese ánimo todo el día, Mónica, tengamos una salida de hermanos, como en los viejos tiempos.

Aquello me hace sonreír, extrañaba los viejos tiempos.

—¿Y no se supone que deberías ir a clases?

—Yo también tengo un poco de inteligencia, hermana, también hice los exámenes que tenía hoy la semana pasada.

—Chico listo.

—¿Entonces? ¿Te apuntas? Sería agradable, además, quiero que vayas conmigo a un lugar.

—¿Qué lugar? —le doy una mirada desconfiada.

Cuando se trata de Miguel y los «lugares» desconfío de mi hermano, y lo hago con motivos del pasado. Él se echa a reír, imagino que recordando aquella aventura de media noche que tuvimos hace un año.

—Tranquila, no nos daremos una escapada al Seaport de Boston otra vez, solo iremos al centro comercial, ahí me veré con una vieja amiga.

Aún no tenía mucha confianza, mucho menos con ese «vieja amiga» agregado, pero al final terminé asintiendo. No iría hasta más tarde al hospital cuando Dave ya esté de turno en su pasantía, tampoco quería quedarme todo el día en casa, así que ir con Miguel es mi mejor opción.

—Vale, deja y me arreglo.

Como ya había tomado una ducha luego de despertar, solo fue cosa de cambiarme de ropa y domar la melena que es mi cabello ahora. En serio, ¿Por qué tuve que heredar el indomable cabello de papá? ¡El lacio de mamá estaba bien!

Dejé mis quejas para después y busqué con la mirada en mí armario algo que usar. No fue mucha búsqueda, terminé eligiendo unos vaqueros rasgados en las rodillas, una camiseta de manga corta color negro y encima un sobrecamisa a cuadros rojo y negro, de calzado aquellas botas que compré en esa salida con Amapola y Sal ya hace un tiempo; unas martens completamente negras de suela gruesa que me hacen ganar un poco de estatura. Frente al espejo de mi tocador, resoplo viendo que mi cabello es un desastre.

Ojalá Luke o Amapola estén aquí.

Cómo no puedo hacerlos aparecer con solo el pensamiento, tuve que apañarmelas yo sola. En serio, ¿Por qué heredé el desastroso cabello de papá? Envidio a Miguel, aunque su cabello puede ser también un desastre, no es como el mío, el suyo es más fácil de domar.

Fueron casi diez minutos de arduo peinado. Tenía el brazo cansado pero mi cabello estaba sin nudos, claro, esponjado en su mayor punto, pero sin nudos. Me hice una media coleta, dejando gran cantidad de mi cabello suelto, ya con el pasar del día bajaría su esponjosidad.

En la sala mi hermano estaba sentado en uno de los sofás, centrado en su móvil, quizá hablando con esa «vieja amiga» suya. Me pregunto quién será.

—Estoy lista —anuncio terminando de bajar las escaleras.

—Vale, andando —responde distraído, levantándose del sofá y yendo a la salida.

En su auto conectó su móvil al estéreo y me dejó buscar con libertad entre las canciones. Mi hermano tiene un gran gusto musical, claro, no tan bueno como el mío, pero sí uno bastante variado.

Oh, que egocéntrico a sonado eso. Debo dejar de pasar tanto tiempo con mi novio, ¡Se me está pegando lo narcisista!

Al final pulso en la canción End Up Here de 5 Seconds Of Summer, veo de reojo que mi hermano sonríe.

En los diez minutos de camino al centro comercial en South Boston, Miguel y yo fuimos hablando de lo que pasaría esta noche: la cena de presentación. Ayer papá nos dijo lo que ya mi hermano y yo sospechamos desde hace un tiempo: está saliendo con Sara y ambos quieren que sus hijos se conozcan.

Vale, que lo sospechabamos, pero igual fue un golpe y más en la parte de «queremos que se conozcan», lo que nos da a entender que van en serio. Miguel y yo estamos felices de que papá esté intentando una nueva relación, lo de mamá fue duro y verlo sonreír otra vez nos alegra a ambos, pero ¿Conocer a los hijos de Sara? Sí, nos asusta un poco.

—¿Y si son unos psicópatas? —sugiere Miguel, estacionando su auto en un lugar vacío del aparcamiento.

—Por favor, Miguel, es absurdo —digo, bajando del auto. Claro, puede ser que sí, puede ser que no.

—Solo nos queda esperar hasta la noche.

Cómo la misteriosa amiga de Miguel aún no había llegado, la esperamos en una heladería dónde mi hermano compró un par de helados, nuestros favoritos: chocolate para mí, vainilla para él.

—¿Quién es esta «vieja amiga» tuya, Miguel? —le pregunto, dando una lamida al helado.

—Ya verás, Nica, ya verás.

Aún no sentía mucha confianza.

Esperamos menos de lo que creí que tendríamos que hacer y, ¡Vaya! Que sorpresa me llevé cuando descubrí de quién se trataba la misteriosa amiga de mi hermano.

Juno Moneta, la vieja compañera de clases de Miguel que se reencontró ya hace unos días, casi se me cae la mandíbula al suelo cuando la ví entrar por la puerta de la heladería dónde estábamos y también confirmé lo que me había dicho Miguel: está muy cambiada de la Juno de hace tres años.

Desde la preparatoria Juno siempre fue una chica muy linda, debo de admitirlo. Ambas somos de la misma estatura, solo que ella es de complexión más regordeta que yo y los tres compartimos esas pequeñas pecas en los pómulos y puente de la nariz, pero de resto, no tenemos ningún parecido ella y yo.

Juno tiene el cabello largo y ondulado color castaño oscuro, una tez morena clara, como un bronceado casi perfecto, ojos rasgados café, nariz pequeña y mejillas rellenas. Iba con una falda pantalón, sandalias romanas negras y una camiseta manga larga. Recorre sus ojos cafés por toda la heladería hasta que da con nosotros y sonríe en nuestra dirección.

—¡Hola, chicos! —saluda con ese ánimo característico de ella y un suave acento latino en su voz—. Mónica, tanto tiempo sin verte.

—Lo mismo digo, Juno —contesto, saliendo de mi sorpresa—. Estás... estás muy cambiada.

Ella se ríe encogiendo los hombros, tomando asiento junto a Miguel, que no a dejado de sonreír.

—Sí, bueno, tú también estás muy cambiada.

Así empezamos un tema de conversación de lo mucho que hemos cambiado en tres años y Miguel siempre agregando «pero siguen siendo un par de enanas» que le hizo ganar un golpe de Juno y una mala mirada mía. Es una vieja broma que viene de la preparatoria, causa gracia pero a veces molesta.

En el transcurso de la salida descubrí algo: Juno no es solo «media» latina, es una latina de sangre completa. Es de Jerico, Alajuela - Costa Rica, su padre es costarricense y su madre americana.

—Aunque es algo rarito, ¿Sabes? Porque nació aquí pero se fue para allá siendo una niña muy chiquita —es su explicación cuando surgió todo el tema de su nacionalidad.

Nos explicó que aunque su madre es americana, creció en Costa Rica y conoció a su padre y Juno nació allá. Según ella, su madre se considera más latina que norteamericana.

Varios años después se les presentó la oportunidad de volver a Boston cuando ella tenía trece años y no la desaprovecharon, así que está aquí desde esa edad, aunque dice que visita su país natal todas las navidades.

Si prestas bastante atención a la forma de hablar de Juno sí puedes notar que no es su idioma natal, además de que el acento se le va notando mientras más habla. También está que utiliza muchas expresiones costarricenses

—Es que no puedes olvidar tus raíces tan fácil —excusa ella sonriendo.

Entendí bien el por qué solíamos pasar el tiempo con ella en la preparatoria: Juno es una persona agradable, fresca y relajada. Pertenece a ese pequeño grupo de personas con las que sí se te apetece estar.

El que no pertenece a ese grupo fue el idiota que se nos sumó poco tiempo después.

Íbamos caminando sin rumbo por el centro comercial cuando de casualidad nos encontramos al novio de Juno, un tipo de cabello castaño ceniza lacio, ojos color caramelo, de complexión atlética, cejas pobladas pero siempre con el entrecejo fruncido, nariz respingona y con pinta de ser un par de años mayor llamado Colin Lewis.

La primera impresión que me dió fue de que es un total idiota de primera.

Desde que se nos unió la vibra buena onda que había desapareció. Colin es solo unos pocos centímetros más bajo que Miguel, pero sigue teniendo ese porte atlético. Y no sé si quería dárselas de gran sujeto o qué sé yo, pero cada vez que Juno y Miguel empezaban a hablar, él se metía en la conversación o le daba malas miradas a mi hermano para que se callara.

Definitivamente es un hijo de perra posesivo.

Mi hermano y yo compartimos una mirada que decía un claro «idiota» cuando lo vimos pasar su brazo sobre los hombros de Juno mientras ella sonreía incómoda a Miguel.

Yo ya estaba harta de la situación, desde que este patanatas llegó, todo el buen ambiente se había evaporado.

—Juno, creo que Miguel y yo nos vamos —anuncio cuando se hace el mínimo silencio, mi hermano asiente.

—¿Qué? ¿Por qué?

Miré a su novio arqueando una ceja, Colin imitó el gesto, arisco.

—Tú arruinaste todo —le digo directamente, sacando mi Amapola interior—. ¿Un dato? Estamos en pleno siglo XXI, por si no lo sabías.

—¿Disculpa? —inquiere.

Oigo como mi hermano se atraganta con su risa.

—Me oíste: siglo XXI. El papel de gilipollas posesivo está demasiado desgastado. Todo estaba bien hasta que llegaste —más risas de mi hermano, otra mirada indignada del novio de Juno. Pasé de verlo a él a su brazo alrededor de los hombros de su novia—. No te queda hacer eso —miro a mi hermano que tiene las mejillas rojas y apreta los labios—. ¿Nos vamos?

Miguel solo asiente, aún aguantando sus ganas de reír.

—Adiós, Juno —me despido de ella, que, al igual que mi hermano, se aguanta las ganas de reír.

Miguel y yo nos alejamos de la pareja, él riéndose y yo aún sintiendo la mirada indignada de Colin en el cogote.

Cuando estuvimos lo suficientemente lejos, Miguel deja ir esa ansiada carcajada que incluye lágrimas y todo.

—Por ese tipo de cosas amo que seas mi hermana —admite, pasando su brazo sobre mis hombros.

El gesto como tal me gusta, pero en Colin fue como ver a Argonauta orinando para marcar territorio.

—¿Pero qué le verá? —me cuestiono en voz alta.

Él encoge los hombros.

—Ni idea, hermana, ni idea.

Dejamos ir el tema pero aún me causaba bastante intriga.

-

Más tarde ese día, cuando esperaba algún taxi a la salida del hospital acompañada de Dave, empezaba a sentir las ansias de la cena que tendría esta noche.

Quizá eso de que sean psicópatas ya no suena tan descabellado...

—¿Todo bien? —me pregunta Dave, viendo que empecé a jugar ansiosa con mis pies.

—Eh... bueno... —suspiro—. Estoy un poco nerviosa por la cena. Es decir, estamos hablando de la nueva relación de mi papá, conoceremos a los hijos de su nueva novia, es algo... —un resoplido—, loco.

—Me hago una idea, pero, hey, todo irá bien, bonita —asegura. Lo miro y tiene una sonrisita en los labios, de esas que tanto me gustan—. Y si no va bien, pues solo has una gran salida dramática.

Eso me hace reír.

—Gracias, Dave.

—Cualquier cosa por hacer que mi novia esté bien.

De seguro ahora tengo esa «mirada intensa» que Dave tanto menciona cada vez que me lo quedo viendo fijo. Pero es que, ¿Cómo no sentir un montón de cosas cuando él es así? Dave Wyle es el prototipo de novio perfecto: es agradable, bromista, dulce y romántico. En él no solo tienes a tu novio, también a un mejor amigo con el que bromear y solo tontear de vez en cuando. Tienes todo eso en una sola persona.

Y como dije, Dave es ese tipo de persona que te hace descubrir todo el amor que no sabías que podías dar y eso resulta increíble también.

—Oh, mira, ahí viene un taxi —anuncia él, haciendo gestos para llamar la atención del taxista, aún así, yo no pude dejar de verle el perfil.

Creo que tengo el ego suficiente para poder decir que él es afortunado de tener algo conmigo, pero tengo la honestidad suficiente también para decir que yo también tengo suerte de poder estar con él.

El coche taxista se estaciona frente a nosotros y Dave sonríe hacia mí, abriendo la puerta trasera.

—Su transporte, mi estimada.

—Ah, sí —mascullo meneando la cabeza.

Aunque antes de subirme por completo a la parte trasera del coche, jalo a Dave del cuello de su camisa hasta bajarlo a la altura de mi rostro y dejar un beso amoroso y apasionado en sus labios, algo a lo que él no se resiste.

Otra cosa de Dave Wyle: es un besador increíble. Ojalá pudiera tener esos besos para mí toda la vida.

Cuando decido romper el beso, murmuro solo para nosotros dos:

—Yo también te amo, idiota Wyle.

—Espera, ¿Qué? —balbucea y no tardo más así que solo subí al taxi y me despedí de él con un gesto y una sonrisa.

Poco a poco me voy alejando del impactado Dave.

Dejo ir una respiración profunda, viendo al frente. Todo el valor que había acumulado para la cena se fue en esa declaración.

Tenía que decírselo porque en serio sentía ese «algo» así de intenso por él. Es increíble que ese idiota sea capaz de generar sentimientos muy intensos en mí, siendo el primero en muchas cosas en estos ámbitos de mi vida.

Una sonrisa involuntaria se forma en mis labios mientras veo las calles pasar. Ah, que sentimiento tan cursi y azucarado.

Pero como te encanta sentir ese sentimiento «cursi y azucarado»

Ruedo los ojos a mi propia conciencia, aún sabiendo que tiene razón.

Las avenidas y tiendas se transformaron en las calles de Beacon Hill y luego en los suelos de adoquines y casas de rojos ladrillos de acorn street. Le pago al taxista y le doy las gracias, lo que me responde con una sonrisa cordial saliendo de la calle. Abriendo la puerta de la casa me reciben los gritos de mi mejor amiga en su modalidad más mandona:

—¡Miguel Ignacio Reynolds, más te vale que no te hayas...! ¡Miguel! —regaña Amapola a mi hermano que no para de acomodarse el cuello de polo de la camisa de vestir blanca que lleva bajo el saco negro.

—¡Me siento incómodo, Amapola! —refuta y yo sigo viendo confundida la escena.

Mi mejor amiga gruñe y va con mi hermano.

—Quieto, ¡Eh, quieto! —le pide por segunda vez cuando él intenta seguir acomodándose el cuello de la camisa. Termina resoplando y dejando caer sus manos a sus costados.

Amapola hace arreglos con sus manos mágicas y preparadas para este tipo de situaciones. Aún no entiendo el por qué Amapola estudia veterinaria, si le iría demasiado bien como modista. Sería una de las mejores.

En menos de cinco minutos, se coloca a un lado de mi hermano frente al espejo de la sala de estar con una sonrisa satisfecha y una mano en la cintura.

—¿Mejor?

Miguel se acomoda un poco el saco y sonríe a su reflejo.

—Perfecto, gracias, Amapola.

—Trabajo número dos, listo. Falta... —y es ahí que sus ojos verdes esmeralda opaco se fijan en mí. Trago saliva con miedo—. ¡Moni, al fin llegas! Venga, tenemos mucho trabajo que hacer.

Ay, demonios.

No tengo ni un segundo para poder volver por la puerta que recién he cruzado porque ya Amapola me está arrastrando escaleras arriba para llevarme a mi habitación. De bajada veo a papá, quien está luciendo mejor que nunca. Desde hace tanto no veía a papá tan arreglado.

—¿Pero qué has hecho con ellos? —le pregunto a Amapola, sentada en la orilla de mi cama, viendo cómo revisa mi armario.

—Ellos me llamaron para ayudarlos a arreglarse, eso hice —responde sin dejar de buscar—. Ve a darte una ducha, hueles a hospital. Yo seguiré buscando algo aquí.

—Eh, vale.

Tomo mi toalla y voy al baño sin ponerle quejas a Amapola. Cuando está más mandona de lo normal es mejor hacerle caso si no quieres conocer al Kraken que vive dentro de ella.

Trato de ser lo más rápido en la ducha porque no quiero que nos retrasemos por mi culpa. Así que unos diez minutos después estaba otra vez en mi habitación, temblando de frío, con gotas de agua cayendome del rostro, el pelo, los brazos y las piernas, mientras que Amapola termina de arreglar sobre mi cama lo que había tomado de mi armario.

—Date prisa, aún falta hacer algo con ese cabello tuyo y maquillarte.

—V-vale.

Ella sale de mi habitación recalcando un «¡De prisa!» seguido de un «¡Señor Reynolds, deje de jugar con la corbata!», pongo detrás de mi oreja un mechón de cabello mojado y me acerco a mi cama a ver la elección de ropa que había tomado Amapola.

Cómo siempre, es la mejor elección para verme bien y sentirme cómoda al mismo tiempo.

Amapola había sacado de los confines de mi armario unos shorts de jean azul claro, acompañados de aquel cinturón que no uso desde hace más de un año, también las mallas negras que me regalaron en mi cumpleaños dieciséis y no utilizo desde los diecisiete. No se me hace sorprendente cuando me quedan como anillo al dedo, he tenido la misma estatura desde los dieciséis años. Una camiseta negra sin mangas bajo una americana marrón oscuro que hace juego con todos los colores de mi atuendo de este noche, de calzado botas militares que no sé cómo demonios encaja con mi atuendo.

—Definitivamente tienes un don, Amapola Bergan —murmuro viéndome en el espejo de mi tocador.

—¡Moni! ¡¿Estás lista?! —pregunta Amapola del otro lado de mi puerta.

—Sí, pasa, Pola.

Ella entra a mi habitación y esboza una gran sonrisa satisfecha al verme. No es un secreto para nadie que siempre se siente satisfecha cuando la combinación de ropa queda exactamente como la imaginó.

—Dioses, que soy tremendamente increíble.

—No lo niego —digo, encogiendo los hombros.

—Vale, ahora, siéntate y quédate quieta, que deben de salir en media hora y aún falta arreglarte el pelo y maquillarte.

—Sí, señora.

Cómo siempre, es la lucha constante entre el peine y mi cabello. Amapola en más de una ocasión me dió jaloneos que dejaron adolorido mi cuero cabelludo y sacó bolas de cabello de mi peine que dejaba asqueada sobre la palma de mi mano.

—Tienes que alizarte más seguido el pelo, Moni —sugiere, dando un jalón hacia abajo, haciendo que exclame un fuerte «¡Ay!»

Ya veo el horrible dolor de cabeza de más tarde.

Cuando Amapola logró desenredar mi cabello, empezó con su magia en peinados. Amapola además de ser... bueno, la mejor en cuestiones de arreglos, también es demasiado buena haciendo peinados. Supongo que eso de tener una hermanita exigente con sus coletas le dió beneficios.

Ella rizó y trenzó mi cabello, por lo que quince minutos después el desastre esponjoso terminó siendo una trenza en cascada.

—¡Maquillaje! —exclama haciendo que dé un respingo, asustada.

Algo que he aprendido de tantos años de amistad con esta chica, es que cuando está apurada solo debes de mantener el silencio, y más si te está maquillando. Poner quejas o hacer una mínima sugerencia pone de mal humor a Amapola porque está estresada y con el tiempo corriendo, así que, si alguna vez te toca estar en mi misma situación, ya sabes qué hacer y qué no.

Porque en serio, no quieres verla molesta.

—¡Listo! —anuncia, respirando cansada, dejando sobre mi tocador el pintalabios rosado claro que termina de usar en mí.

—Gracias, Amapola —le sonrío y doy un rápido abrazo que corresponde.

—No hay de qué, ahora vamos, que aquel par de inquietos han de estar esperándonos.

Y como lo dijo mi mejor amiga, mi hermano y papá nos esperaban caminando de un lado a otro en la sala de estar. En cuanto me vieron, hubieron algunos halagos que recibí gustosa, no todos los días me arreglaba así.

—Bueno, ¿Nos vamos? —pregunta papá, tronando los dedos, ansioso.

—Andando —digo.

Subimos al auto de papá, despidiéndonos antes de Amapola y ella de nosotros con un animado «Sayonara!» y «¡Suerte!». Papá en todo el camino fue hablando de distintos temas, algo que hace cuando está nervioso. No es el único en el auto sintiéndose así, es una cena importante y si la arruinamos, pues, las cosas no irían precisamente bien.

Puede ser que la familia Reynolds tenga un fetiche con tener una buena primera impresión.

Fueron doce minutos exactos en los que tardamos en llegar al restaurante en Newbury street, en la 900 de Boylston en Back Bay East. Había una escalinata de concreto en la entrada con un par de leones color mármol en la entrada, lo que me hizo sospechar que el lugar es de comida de alta clase. Sobre las puerta de entrada está el cartel que pone «The Capital Grille» en finas letras negras y fondo dorado opaco.

Adentro las luces le daban un ambiente oscuro y ciertamente romántico al interior del restaurante. La barra al fondo derecho estaba iluminada en luces blancas, mientras que del otro lado, que supuse era el bar, se vislumbran las luces de neon moradas y azules y la gente sentada en las banquetas tomando tragos.

Hum... interesante elección de lugar.

—Allá están —comunica papá y ambos lo seguimos a una mesa poco alejada de la barra de luz blanca.

Cada vez que nos acercamos puedo diferenciar a Sara en un lindo vestido de tirantes azul y con el pelo negro en rizos sueltos, riendo por algo que dijo alguno de sus tres acompañantes.

Y el momento a llegado cuando nos detenemos frente a su mesa vestida con un mantel blanco.

—Buenas noches —saluda papá, sonriendo cordial. Miguel y yo damos el mismo saludo, más bajo, tímidos.

—Buenas noches —saludan ellos cuatro y tres de ellos nos analizan a mi hermano y a mí.

Incómodo, esto no me gusta.

—¿Se quedarán parados ahí? Tomen asiento —indica Sara, riendo, Miguel y yo nos sentamos uno al lado del otro del lado derecho de papá, quedando de frente a los hijos de Sara.

Hay un momento de silencio incómodo solo opacado por las voces de fondo de los demás comensales. Yo no tengo idea qué decir y tal parece que mi hermano tampoco, al igual que el trío frente a nosotros.

Sigue siendo incómodo y sigue sin gustarme.

Hasta que papá se aclara la garganta y les sonríe a ellos.

—Un gusto, chicos, yo soy Diego Reynolds y estos son mis hijos —nos señala con un gesto de su mano y una mirada que nos pide que hablemos.

Cómo Miguel no dice nada, le doy un suave patada bajo la mesa.

—Ah, oh, bueno, yo soy Miguel.

—Yo soy Mónica.

Ellos comparten esa mirada de hermanos que conozco muy bien. El chico de cabello castaño oscuro y con los mismos ojos verdes claros de su madre nos sonríe.

—Es un gusto, yo soy Marck Foster, ella es mi hermana melliza.

¿Hermana melliza?

La otra chica, que no tiene ningún parecido a Marck, nos sonríe también.

—Sienna, mucho gusto.

—Y yo soy Kalani, la menor de nosotros —nos sonríe con ternura ella.

—Un gusto, hermanos Foster —digo—. Espero que nos llevemos bien.

—Nosotros también lo esperamos.

Tras esa presentación, la conversación se avivó un poco cuando Kalani empezó a contarnos un poco de ellos. Los mellizos son un año mayor que Miguel y Kalani tiene la misma edad que mi hermano, eso dejándome otra vez como la menor, genial. Nos contaron que también van en la universidad, Marck estudiando para paramédico y bombero. Sienna en lengua y literatura para dar clases a niños y Kalani en turismo he idiomas.

Nos preguntaron qué carrera cursamos, Miguel respondió que va en su tercer semestre de abogacía y yo en mi segundo de bellas artes. Fue un poco gracioso el cómo Kalani me pidió entusiasmada y nerviosa que le enseñara a dibujar ya que quiere aprender cosas nuevas. Yo acepté gustosa, también porque la mirada de papá me lo pedía a súplicas.

Descubrimos también en esa cena el fanatismo de Marck por los deportes, por lo que papá y Miguel terminaron con un nuevo integrante a sus tardes de juegos. Sara, Sienna, Kalani y yo rodamos los ojos cuando los hombres empezaron a hablar del juego de los Red Sox.

Después de todo, la cena no había ido tan mal, incómoda en un inicio y relajada en el resto. Cenamos entre risas y bromas por parte de Marck y Sienna, que se ven son muy unidos y Kalani un poco tierna y torpe.

Ya a eso de las diez de la noche, luego de hablar, comer y pedir el postre, nos despedimos todos a la salida del restaurante. Sara y papá tenían una sonrisa alegre en el rostro al ver que aún seguíamos teniendo nuevos temas de conversación y que nos costó despedirnos un poco, prometiendo reunirnos en otra ocasión.

—¡Adiós, familia Reynolds! —se despide Kalani con una enorme sonrisa, gesto que le devolvimos antes de subir al auto.

Camino a casa, fuimos hablando de lo bien que estuvo todo, Miguel y yo molestando a papá y él a nosotros.

—Gracias, chicos —nos dice de pronto—. Sé que... lo de su madre fue difícil, el que se haya ido nos afectó a todos, y sé que esto de una nueva relación debe de ser abrumador para ustedes, así que gracias, por entender y aceptar estos cambios en nuestras vidas.

—Eh, viejo —Miguel pone su mano sobre el hombro de papá—. Sí, es un poco loco de asimilar todo esto, pero estamos felices por ti, papá.

—Es cierto, mereces volver a ser feliz, fue una promesa que le hiciste a mamá y nos alegra ver qué la estás cumpliendo —agrego, colandome en medio de los asientos delanteros—. Nunca estaremos molestos, siempre querremos verte feliz.

Él nos sonríe agradecido, dando unas palmadas a la mano de Miguel y pinchando mi mejilla.

—Son los mejores hijos, par de cucarachas.

Miguel y yo compartimos una mirada.

—Lo sabemos.

Los tres nos echamos a reír, sin resentimientos ni molestias, con una risa sincera y feliz de la nueva relación de papá.

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