58 • Mi lado dulce pronto volverá al lugar oscuro donde siempre está

Mónica

—¿Qué tal estuvo la visita? —me pregunta mi hermano volviendo a encender su auto.

—Estuvo increíble, no sabes lo genial que es ese museo —suspiro con una sonrisa, recordando la visita de ayer—. Tomé muchas fotos y compré muchos recuerdos de la tienda.

—Me alegra que te hayas divertido, Nica —me regala una rápida sonrisa—. ¿Qué tal la abuela?

—Arrugada —Miguel se ríe—. Broma, bueno, no tanto, tiene más arrugas que antes, pero está bien. Le gustó tu regalo.

—¿Cómo no lo haría? Si soy su nieto favorito.

—Tú y yo sabemos que ese lugar lo tiene Diane, aunque la abuela no lo admita.

—¿Es la favorita solo por ser la nieta menor? Injusto, yo fui quién la hizo abuela. Debería quererme más a mí.

—¿Vas a llorar por eso?

—Me parece injusto de su parte —Miguel se dirige hacia el nordeste por la avenida Atlantic para ir hacia Congress street—. Tendré que hacer un viaje para arreglar esto.

Me río de mi hermano meneando la cabeza.

—¿Qué harás? ¿Ir a Cambridge por Diane y luego llevártela en un viaje de cuatro horas a Manhattan?

—Pues... —el sonido de una notificación de su móvil le interrumpe—. ¿Puedes ver quién es? Desde hace horas llevo esperando un mensaje importante de Luke y nada que llega.

—Vale —tomo el móvil de mi hermano que reposa en el tablero del auto. Lo desbloqueo con la patética contraseña que tiene Miguel, (la cual es solo la palabra «contraseña») y veo de quién se trata el mensaje. Aunque que sorpresa me llevo—. Vaya, vaya, vaya...

—¿Qué? ¿Es Luke?

—No, no es Luke —miro el nombre del contacto y se me hace familiar—. Es un mensaje de una tal Juno.

La expresión de mi hermano se congela, arquea ambas cejas y empieza a balbucear cosas sin sentido alguno. Su reacción nerviosa me causa gracia he intriga al mismo tiempo.

Sabía que había escuchado ese nombre antes, solo que no lograba recordar exactamente a quién le pertenece.

—¿Acaso mi hermano está volviendo a las andanzas? —lo molesto, dándole toques con mi dedo en la costilla.

Miguel espanta mi mano sin dejar de ver el camino.

—No, Nica, no estoy «volviendo a las andanzas». ¿Te acuerdas de Moneta Juno?

Fruncí el entrecejo.

—Iba en mi grado en preparatoria —agrega—. Lo morena, la que tenía los brackets de colores fosforescentes.

—¿La que tenía los brackets de colores fosforescentes...? —murmuro buscando entre mis recuerdos a la tal Juno.

No fue mucho tiempo de búsqueda, recordé aquellos almuerzos en la preparatoria cuando Miguel, Elliot, Luke y yo nos sentabamos juntos a comer cuando Amapola no asistía a clases por estar enferma, siempre se nos unía una chica de brackets coloridos, acento raro y con un par de coletas que muy pocas veces no se las llegué a ver.

—¿La medio latina?

Miguel asintió.

—Esa misma —se detiene en un semáforo en rojo.

—Sí, algo la recuerdo. ¿Qué con ella?

—Me la encontré hace unos días en una tienda del centro comercial. Estaba con los chicos y la vi cerca, no la reconocí porque está muy cambiada —arranca otra vez el auto—. No se parece a la Juno que recordaba.

—¿En serio?

—Sí, ahora está... está muy linda ahora.

—Uuhh —vuelvo a picarle las costillas a mi hermano, esta vez él solo ríe retorciéndose en su lugar—. Entonces, ambos intercambiaron números cuando se reconocieron.

—Así es; hemos estado hablando últimamente. ¿Y sabes? Es lindo hablar con viejos amigos, recordar las locuras de la preparatoria, esas cosas.

—Pero sobretodo: te gusta hablar con Moneta.

Miguel menea la cabeza riendo.

—Bueno... quizá un poco sí.

—Deberías invitarla a salir —sugiero, mirando que ya vamos llegando a casa—. Así la ves otra vez.

—No, no lo creo.

Arqueé una ceja.

—¿Por?

—Ella tiene novio. Solo hemos hablado como amigos y aún así él siempre está ahí con ella cuando charlamos por llamada.

—Vaya... que idiota posesivo.

Mi hermano resopla.

—Ni me digas.

—Aún así... no la estarías invitando a salir en plan romántico, solo como amigos, eso no tiene nada de malo.

Pareció pensarlo unos segundos.

—Lo voy a considerar, quizá lo haga.

—Genial, y si ella se cansa del idiota posesivo que tiene ahora por novio, ahí estarás tú como todo un solterón.

Eso lo hace reír.

—Gracias por recordarme mi actual y vacía vida romántica.

—De nada —le sonreí de labios cerrados—. Oye, hablando de vida romántica, ¿No has sabido nada de Dave?

—¿De Dave? —Miguel entra en nuestra calle y poco tiempo después estaciona frente a nuestra casa—. No lo he visto desde que te fuiste a Nueva York.

Eso me preocupó.

—¿Por qué? ¿Pasa algo malo? —salimos del auto, yo revisando por enésima vez mi celular y Miguel tomando mi mochila de los asientos traseros.

—No pasa nada malo, es que... se supone él me iría a buscar a la estación. Me pareció raro cuando no llegó, ni siquiera me contesta las llamadas.

Sigo a Miguel a la entrada de la casa donde adentro nos recibió varios ladridos de emoción y una colita que no paraba de moverse. Tomé en brazos a Argonauta y le acaricié detrás de la orejas, su punto débil. Lo había extrañado estos días.

—Se supone que lo vendría a venir a buscar esta mañana pero nunca llegó —Miguel deja mi mochila sobre el sofá.

Esto ya empezaba a preocuparme, Dave no respondía las llamadas, los mensajes no le llegan, no vino por Argonauta. Esto ya es demasiado raro y no me gusta.

—Creo que debería ir a ver qué todo esté bien —vuelvo a poner al cachorro en el suelo.

—¿Ahora?

—Miguel, todo esto me preocupa. Es raro que no le entren las llamadas ni le lleguen los mensajes, me asusta que algo le haya pasado.

—Aaww, Nica, te preocupa tu novio.

—¡Pues claro, imbécil!

—Nunca creí que te vería así de enamorada.

—No es momento para bromas, Miguel —levanta los brazos—. Iré a arreglarme, necesito ver por mí misma que todo está bien.

Tomo mi mochila y subo a mi habitación con Argonauta siguiéndome el paso.

-

—¡Guau, guau!

—¡Shh! —silencio los ladridos de Argonauta llevando mi dedo índice a mis labios—. Guarda silencio, puede que haya personas descansando detrás de esas puertas.

—Guau, guau —fueron sus ladridos más bajos.

Arqueo sorprendida ambas cejas, aún me sigue sorprendiendo lo inteligente que es ese animal.

Cruzo en la esquina del pasillo para llegar a una de las últimas puertas del lado derecho que es la del apartamento de Dave, desde donde estoy puedo reconocer al rubio tocando con insistencia la madera.

—¿Cooper? ¿Qué haces aquí? —le pregunto cuando ya estoy a su lado.

Él deja de tocar la puerta para mirarme confundido.

—¿Qué haces tú aquí? Creí que estarías en Nueva York.

—Llegué hace como media hora —ato los hilos en mi cabeza—. ¿Tampoco te responde los mensajes?

Menea la cabeza apretando los labios.

—Ni las llamadas, ni los mensajes, nada. Ni siquiera Sal me responde y eso es bastante raro.

—¿Crees que... les pasó algo?

Cooper suspira pasando una mano por su cabello rubio-castaño, lo tenía más largo y hecho un desastre de mechones fuera de lugar.

—No lo sé, Mónica. Llevo aquí como diez minutos y el imbécil parece que no está.

—Bueno, podemos entrar nosotros.

Cooper frunce el ceño y yo solo le tiendo el paseador de Argonauta para buscar en mi mochila la llave que una vez Dave me dió y hasta ahora no había utilizado. Que bueno que la había guardado en un buen lugar en mi habitación que no olvidé.

—¿Cómo es que tú...?

—Dave me la dió una vez —respondo introduciendo la llave en la cerradura, girandola para quitar el seguro—. ¿A ti no te dió también una copia?

—No, no lo hizo.

—Oh... —giro la perilla y la puerta se abre.

—Mi mejor amigo pone a su novia antes que a mí, pero que traidor —chilla Cooper indignado.

—No seas exagerado, Cooper.

—¡Que es un traidor! —exclama señalandome con su dedo y pasando con Argonauta al apartamento.

No hago más que soltar un suspiro y menear la cabeza. Puede que por cosas así es que le guste tanto a Amapola, puede ser. Solo ella lo entenderá.

Cómo tú solo entiendes por qué te gusta Dave.

Exacto.

Paso seguida de Cooper al muy solitario apartamento de Dave, el lugar tenía pinta de no haber estado habitado en todo el día, las cortinas estaban abajo, el televisor apagado con todas las luces.

—Aquí no hay nadie —comenta Cooper lo obvio.

—No entiendo nada de lo que está pasando —admito y luego escucho el murmullo de Cooper diciendo «yo tampoco»

Esto no tiene sentido, ¿Dónde están Dave y Sal? ¿Por que ninguno contesta su teléfono? Y una de las cuestiones más importantes, ¿Qué está pasando?

—Iré a revisar en su habitación —anuncia Cooper, soltando el paseador de Argonauta—. Capaz y está en uno de sus hipersueños, le pasan cuando está muy cansado.

Asentí viéndolo irse por el pasillo.

Resoplo abrazandome a mí misma, sintiendo um poco de frío por la falta de calefacción. En este estado solitario, el apartamento de Dave da cierto aspecto tenebroso por la oscuridad del pasillo y la falta de luz natural como de sonido. No me gusta así, lo prefiero más cuando estamos nosotros viendo películas Disney mientras comemos algún bocadillo, o con los chicos cenando y riendo.

Este lugar es el epicentro de mucho momentos bonitos de los últimos meses, cenas con nuestros amigos, reuniones solo para hablar tonterías, peleas divertidas entre Dave y yo, declaraciones que nunca creí que pasarían. Este apartamento sin haberlo previsto se convirtió en uno de mis lugares favoritos por todas las cosas que habían sucedido allí, tanto por las que estuvieron llenas de risas y bromas, como también la vez dónde terminé con un golpe en la retaguardia.

Momentos de felicidad, después de todo.

En el gran silencio de la estancia, el ringtone que ya sé perfectamente a quien pertenece resuena asustandome, haciendo que repiqueteara mi teléfono entre mis manos hasta que pude atraparlo al fin.

Contesto la llamada antes de poner mi celular contra mi oreja.

—¿Dave? —pregunto, ansiosa de oír su voz.

Silencio por lo que me pareció una eternidad, ¡Vamos, Wyle, responde! Tras esa petición mental, hay un suspiro triste y cansado del otro lado antes de un átono:

—Hey...

Había algo raro en él además de su tono sin fuerza, desanimado y triste. Algo había o estaba pasando que lo tiene así de mal.

—Oye, ¿Qué pasa? —pregunto tratando de sonar calmada—. ¿Estás... estás bien?

Hay otro silencio, otro suspiro y una risa forzada.

—Todo se volvió un desastre —musita—. Estoy bien, bonita, pero... —bufa frustrado y me lo imagino muy bien andando de un lado a otro—. ¿Puedes... puedes venir, por favor?

—Dave, no entiendo nada, ¿Qué pasó? ¿Qué se a vuelto un desastre? ¿Dónde estás? No comprendo y estoy preocupada.

—El hospital —es su respuesta y puedo sentir como un nudo se forma en mi estómago—. Ven al hospital, por favor.

—¿Tú...?

—No, no, es... —hay un nuevo suspiro suyo—. Se trata de Asia, ella... no está bien, está mal, muy mal. La han ingresado esta mañana de emergencia.

Saber que él se encontraba bien me tranquiliza, pero enterarme de esta nueva información hace que ese nudo en mi estómago se apriete con fuerza y haga que me cueste tragar saliva.

—Yo... estaré allá lo más rápido que puedo.

—Por favor.

No quiero colgar la llamada pero lo hago. Mis manos están temblorosas y siento la piel de gallina con escalofríos. En máximo diez segundos ya me he hecho mil escenarios en la cabeza y ninguno tenía un final bonito.

Ese «la han ingresado de emergencia» no me trajo bonitos recuerdos, solo los peores de los últimos días de vida de mi mamá.

—Bueno, en su habitación... ¿Mónica? —oigo los pasos de Cooper aproximarse—. Oye, ¿Estás bien? Estás muy pálida y... estás temblando.

—Cooper, tenemos que ir al hospital —encuentro preocupación y miedo en su mirada.

—¿Por qué? ¿Te sientes mal o... —se detiene cuando meneo la cabeza.

—No soy yo, Dave está en el hospital.

—¿Qué? —su pregunta es casi sin aliento—. ¿Por qué...? ¿Está bien?

—Él sí pero... Asia no. La ingresaron de emergencia y, está mal.

Por unos momentos, el ambiente que nos rodea es de un silencio bastante perturbador. Cooper palidece casi al instante de que escucha mis palabras y se pasa las manos por la desordenada cabellera. Cuando vuelve a conectar su mirada con la mía, veo de nuevo esa preocupación multiplicada por mil.

—Tenemos que irnos, ahora.

-

Esos doce minutos que tardamos en llegar al hospital fueron los más largos de toda mi vida.

En todo el camino me la pasé ansiosa de llegar, sin poder evitar mover la pierna y querer marcarle a Dave a cada tanto. Estaba asustada por dentro, por fuera aparentaba ser una drogadicta con síntomas de abstinencia. Cuando por fin llegamos, dejé a Cooper pagando el taxi que habíamos tomado y pasé al hospital, todo ahí me traía malos recuerdos, unos pocos buenos pero en gran mayoría todos eran de tiempos antes de tanta mierda.

Ignoro los nervios, las ansias y los malos recuerdos para acercarme al mostrador donde la enfermera de turno me regala una sonrisa cordial.

—Buenas tardes, ¿En qué puedo...?

—Asia Wyle —le interrumpo a media frase—. Por favor, ¿Cuál es la habitación de Asia Wyle?

—Disculpe, señorita, pero no estoy autorizada a darle información de la paciente a menos que sea familiar cercano.

Llevo estresada mis manos a mi cabeza y desordeno aún más mi pelo. Había salido tan deprisa de casa que lo único que había hecho con mi cabello fue poner una diadema, de resto, estaba todo lleno de nudos que se cruzan con mis dedos y me dificulta cuando intento sacarlos de mi pelo.

—Mire, yo soy... —estuve a punto de echarle alguna excusa a la enfermera cuando lo veo emerger del pasillo de la izquierda.

Dejo a la enfermera y voy hacia él con pasos largos y apresurados, cuando lo tengo enfrente no veo al Dave bromista y feliz de siempre, solo una sombra de eso, cubierta por la preocupación, miedo y cansancio que hay en su semblante.

Es tan triste ver qué alguien que literalmente vive sonriendo no tenga ni las ganas de esbozar una minima sonrisa.

Estando frente a frente lo que me nació hacer fue rodear su torso con mis brazos, Dave no duda ni un segundo en corresponder a mi muestra de afecto, por lo que sus brazos rodean mi cintura y su cabeza se hunde en mi cuello, causando un poco de cosquillas a mi piel. Oigo como sorbe su nariz y deja ir un suspiro pesado.

—Gracias —susurra a mi oído, su voz toda llena de pesar. Refuerzo el abrazo en respuesta.

No sé cuánto tiempo estuvimos ahí en medio de ese pasillo solo abrazados. En cuanto pusimos cierta distancia, una pequeña y única lágrima resbaló por su mejilla izquierda que limpié con mi pulgar. Sé que Dave no es realmente fan de llorar por la simple razón de que no siempre tiene razones para hacerlo, cuando esas llegan y sus fortalezas se caen, es que las lágrimas llegan. Por eso, supe que esta situación con Asia es mucho más grave que el desmayo que tuvo aquella vez en el parque.

—Ella va estar bien —aseguro en un murmuro—. Todo va a estar bien.

Su respuesta es darme el atisbo de una sonrisa apagada y echar hacia atrás mi cabello que reposaba sobre mi hombro.

—Gracias por venir, bonita.

Antes de responderle, me pongo sobre las puntas de mis pies, acuno su rostro entre mis manos y dejo un beso en la punta de su nariz que forma una pequeña sonrisa.

—Sabes que aquí estaré para ti, Dave.

—Cuando quieres puedes ser muy dulce —comenta, manteniendo esa sonrisita.

—Sí, bueno, siento que me dará diabetes, así que mi lado dulce pronto volverá al lugar oscuro donde siempre está.

Una vez dije que me gusta hacer bromas y tonterías en momentos difíciles de mis amigos para hacerlos sonreír entre tantas cosas malas, así que ver que su pequeña sonrisa crece un poco más me hace sentir bien, feliz de que pueda estar aquí no solo para brindarle mi compañía y apoyo, sino también como un sustento seguro de hacer toda esta situación mas llevadera con bromas.

Cooper por fin llega y cuando está junto a nosotros, comparte una mirada con Dave, esa mirada de mejores amigos que no hace falta las palabras, con ella podías entender todo lo que querían decir. Una de las tantas cosas mágicas de la amistad.

—Andando —dijo Dave, tomando mi mano de manera inconsciente—. Sal ya se debe de estar preguntando por qué me he tardado tanto.

—¿Sal está aquí? —cuestiona Cooper, siguiéndonos el paso por el pasillo donde iban y venían enfermeras y doctores.

Dave exhala una vez más.

—Sí, llevamos horas aquí esperando por los resultados.

—¿Qué fue lo que pasó con Asia, Dave? —pregunto yo.

Dave no me responde, solo nos sigue guiando por varios pasillos del hospital hasta que los doctores y enfermeras empiezan a escasear al igual el ajetreo y ruidos de otros pasillos. En el que recién entramos es más silencioso y vacío, con sillas de descanso del lado derecho del pasillo, hay pocos doctores con caras de preocupación y personas que supongo son familiares, con caras peores incluso que la de los doctores.

Una mala sensación hizo que se me erizaran los vellos de los brazos y esa misma se intensifica cuando veo el cartel colgando del techo que identifica esa área, «cuidados intensivos»

—Mierda —masculla Cooper a mi lado.

Al final del pasillo logro ver a la mamá de Dave, caminando de un lado a otro y mordiendo sus uñas ansiosa, a Henry sentado en el suelo con una pierna estirada y a Sal abrazándose a sí misma sentada en una de las sillas de descanso.

Las posiciones y acciones que tienen cada uno hace que recuerde esos días últimos días de la vida de mi mamá dónde se ponía tan mal que los doctores tenían que tomar acciones y nosotros no podíamos estar ahí con ella, tomando su mano o asegurando que todo estaría bien. Toda esta situación me hace recordar a aquella.

Inconscientemente la mano que tiene Dave sujetada da un apretón, un gesto que hago para asegurarme que estoy aquí y ahora y no reviviendo esos días oscuros.

Si terapia intensiva ya daba mala pinta, las caras que tenían todos le daba una muchísimo peor.

—Volví —anuncia Dave, llamando la atención de su madre, hermano y mejor amiga—. Y con compañía.

—Hey —saludo yo.

—Ya sabrán... la situación —comenta la señora Wyle, pasando de morderse las uñas a abrazarse a sí misma—. Todo es muy tenso y seguimos en espera de los exámenes.

—Lilly, no... no tenemos mucha idea de lo que pasa —admite Cooper y yo asentí—. ¿Qué le pasó a Asia?

La señora Lilly mira a Henry y eso hace que todos lo observemos, el segundo hermano Wyle apoya su cabeza de la pared detrás suyo y recoge ambas piernas.

—Todo pasó muy rápido hoy a la mañana...


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