55 • Aw, Dave, eso es... estúpido, pero tierno

Dave

He descubierto algo importante en mí.

Tengo una manía bastante particular, intento que mis manos no lo tomen pero nunca lo logro, siempre lo termino teniendo en mis dedos y me encantaba, por más extraño que suene.

Cómo justo ahora pasaba, mientras Mónica se mantiene dormida plácida, babeando como siempre su mejilla y una de las almohadas de mi cama, tomo con cuidado entre mis dedos su característico mechón blanco, lo enredo en torno a mi dedo para luego dejarlo detrás de su oreja con cuidado de no despertarla.

Solo que ella está en tal posición dormida que siempre que lo pongo para que no le moleste en la cara, vuelve hacia adelante y me tienta, por más que no quiera tomarlo, es como si me llamara.

Estás delirando, amigo.

Puede ser que sí, puede ser que no.

Justo cuando estaba a punto de volver a dejarlo tras su oreja, Mónica suelta un «mmmm» somnolienta y se da la vuelta, dejándome a la vista su espalda, una de piel tan suave que mis manos recorrieron anoche.

Y pensando en lo de anoche... Joder, me encantó estar con ella, ¿Mónica principiante? ¡Me importa un carajo! La idea me gusta porque, ¿A quien demonios no le agrada poder encontrar y enseñarle a su novia puntos en sí misma y mostrarle los tuyos? El qué Mónica sea una principiante me daba demasiados puntos a mi favor, y en el caso, al suyo también.

Claro que eso de que yo haya sido su primera vez es un poco... ¿extraño? No encuentro una palabra exacta para describir el sentimiento poco agradable que me embarga. Supongo que sí sería «extraño», a Mónica la conozco desde que usa pañales y muchos años después, convertirse en el novio y la primera vez de la chica con la que solías jugar a dragones y princesas... Sí, es raro.

Sin embargo, el sentimiento de «me encantó cada parte de ella, cada sonido y todo el maldito acto» lo opaca; por lo que al cabo de unos minutos, ya no me jodía tanto ese pensamiento de «te tiraste a la niña con la que jugabas, perro»

Mónica ya no era una niña. Yo ya no era un niño. Somos adultos parcialmente maduros de diecinueve y veintiun años que mantienen una relación y por ende, una relación íntima.

Y espero que esto salga bien porque, dios, ¿Por qué estuve tanto tiempo pasando de ella? Si desde un inicio habría sabido que estar con ella, y no solo en la parte íntima, si no también en la relación, era tan jodidamente increíble habría hecho las cosas de una forma bastante diferente.

Echo un suspiro al aire y observo una vez más a Mónica, una sonrisa de tonto se formó en mis labios.

Maldición, sí que me encanta esa mujer.

Cómo ya no podía seguir durmiendo decidí que es mejor iniciar el día, así que con cuidado de no despertarla, (igual con la prueba de picarle las mejillas por treinta segundos que hice aquella vez descubrí que es bastante difícil despertarla) salí de la cama y puse los pies en el piso frío de madera. Anduve con cuidado por mi habitación, tomando una muda de ropa y una toalla para envolverla alrededor de mi cintura. Con todo en mano, salgo del lugar soltando un bostezo y meneando la cabeza para espabilar un poco más.

Traté de ser lo más rápido posible en el baño porque quería darle una sorpresa a Mónica en cuanto se despertara, pero me quedé congelado frente al espejo sobre el lavabo al notar que tengo unas marcas rojizas en los hombros que se extendían poco no más del cuello y también unas pocas en la espalda.

No sé cuánto tiempo estuve viendo fijamente las marcas que tenía en el espejo, de mi boca solo salían balbuceos de incredulidad. ¿Cómo fue posible que hasta ahora no haya sentido ese ligero dolor?

Quizá el arranque de epinefrina de anoche combinado con la exitación.

—Joder.

Me abofeteo mentalmente y tomo al fin una ducha rápida de diez minutos. Cepillo mis dientes al finalizar y me visto con la muda que había tomado: un pantalón de mezclilla y un suéter negro, después de esa ducha empecé a sentir el frío. Restriego mi cabello contra la toalla para secarlo, pero no funciona de mucho porque al cabo de unos cuantos minutos ya estaba mareado y con el pelo aún húmedo.

Me rendí dejando la toalla secar en el gancho detrás de la puerta del baño.

El apartamento aún está bastante silencioso y algo oscuro por las ventanas cerradas, como aún mi novia sigue dormida aprovecho hacer ese «plan romántico» que la pereza ayer no me permitió.

Admito que me dió un poco de vergüenza, pero en serio estaba que no podía.

Pero sí pudiste con otras cosas, ¿No?

Prioridades, conciencia, prioridades.

Luego de abrir las ventanas y que la luz del sol mañanero iluminara mi pequeña morada, me puse manos a la obra.

—Muy bien, Dave —me digo a mí mismo—. Desayuno, ¿Qué puedes hacer de desayuno?

Tomé la primera opción que se me vino a la cabeza: el desayuno favorito de Mónica, ese mismo que le habia elegido aquella mañana que fuimos a desayunar al Thinking Cup. Ese día se ve tan lejano ahora.

—Vale, manos a la obra.

Empecé primero haciendo la mezcla para los waffles; algo de harina, una pizca de sal por aquí, un poco de azúcar por allá, huevo, leche y a revolver. Hacer mezcla de waffles fue lo primero que me enseñó mamá de cocinar, siempre asegurándome que «un panqueque o waffle puede sostenerte el estómago hasta el almuerzo»

Cosas que solo las mamás saben y entienden.

—Vale, mezcla lista, waflera precalentando, ¿Me falta...?

¿Fresas, crema y jugo de naranja?

Revisé en mi refrigerador a ver si tenía los últimos tres complementos. ¿Jugo? Claro que sí, nunca puede faltar en mi nevera. ¿Fresas...? sí tengo, sorprendente. Debe de ser por mamá, insiste en que coma más frutas como postre que galletas. ¿Crema...?

Sí, de eso no tengo.

Tomo dos de los tres complementos que tengo y los dejo sobre la mesada. Siento un calor repentino cerca, entonces recuerdo que tengo una waflera calentándose desde hace cinco minutos. Tomo una cucharada y la vierto sobre la plancha, cerrándola para que se cocine.

—¿De dónde sacarás crema? —me pregunto en voz alta—. ¿De dónde? ¿De dónde? ¿De dónde?

Puedes... no sé, ¿Hacerla?

¿Puedo?

No lo sé, ¿Puedes?

Sí, claro que puedo.

Gracias a una rápida búsqueda en Google mientras vertía otro poco de mezcla en la waflera aprendí a hacer crema a punto de nieve con solo azúcar caramelizada y clara de huevo. No se ve tan difícil, ¿Qué puede salir mal?

-

Absolutamente todo salió mal.

Este día no solo descubrí mi fetiche por tomarle el mechón a Mónica, también descubrí que no sirvo para estar atento a más de dos cosas al mismo tiempo en la cocina.

Supe en el instante en que el frasco dónde guardo el azúcar se volcó sobre la mesada que todo saldría mal.

Primero fue el gran mal gasto de azúcar, luego, cuando la dejé caramelizar a fuego bajo en la cocina, uno de los waffles se quemó, solo dejé de remover la paleta con el caramelo un minuto mientras sacaba el waffle quemado y vertía un poco más de mezcla cuando un olor dulzón y quemado me llegó a la nariz.

Ahí ví el caos.

Ni me dió tiempo de cerrar la waflera, solo solté el cucharón en el tazón con la mezcla, haciendo que diera un chapuzón y gotas de la misma se esparcieran por la mesada; pude apagar la cocina, pero el desastre ya estaba hecho.

El caramelo había hecho ebullición, como la leche hirviendo y tal cual, se había brotado de la pequeña cacerola hasta ensuciar con pegajoso caramelo mi cocina.

Enredo mis manos en mi cabello y veo todo el desastre que ahora es mi cocina. Quitar ese caramelo será bastante difícil.

—Buenos... pero qué desastre.

Genial, lo que faltaba.

Me giré para encontrarme a Mónica con los ojos abiertos en sorpresa, observando el chiquero que se había vuelto este lugar. Tenía el pelo recogido en un chongo bastante vago con mechones mojados cayendole a los lados de la cara.

—¿Pero qué clase de huracán pasó por aquí? —pregunta caminando hacia mí.

Suelto un suspiro y dejo caer mis manos a mis costados.

—¿Sorpresa?

Me da una mirada incrédula, con mueca y todo, eh.

—¿Sorpresa? —repite confundida.

—Es que... quería hacer algo lindo, ¿Vale? Tú desayuno favorito, pero no tenía crema para acompañar a las fresas, entonces creí que podía hacerla pero... ya ves que no.

Mónica chasquea la lengua y sonríe.

—Aw, Dave, eso es... estúpido, pero tierno.

—Oh, vaya, gracias.

Ella se echa a reír.

—Intentaste hacer algo lindo por mí, gracias. No te salió como esperabas, pero, hey, la intención es lo que cuenta, ¿No?

—Sí, pero...

—Está bien, igual hiciste... —mira detrás de mí los waffles que no se quemaron—. Cuatro waffles, uno quemado y uno que seguramente está quemado y crudo.

Me vuelvo para cerrar la tapa de la waflera que ya había olvidado.

—Perdón, bonita. En serio intenté hacer algo lindo por ti, pero la cosa no salió bien y ahora...

—Dave, no tienes por qué disculparte, no tengo motivos para estar molesta contigo. Te lo dije, cuenta la intención, así que gracias. No pudiste con todo, pero sí con la mayoría de ello.

Dejo ir otro suspiro, uno más de «Mierda, me encantas»

Mónica solo me regala una sonrisa de labios cerrados que me asegura que no está molesta, que en serio aprecia el gesto, por muy mal que haya terminado todo.

—Será mejor comer para limpiar todo, ¿No crees?

Y en cuanto se dió la vuelta, me percaté de lo que traía puesto. No lo voy a negar, le queda mejor a ella que a mí. Es que, ¡Venga ya! Desde la primera vez que la ví utilizando una prenda mía supe que capaz todo mi armario le quedaría mejor a ella que a mí.

Toma asiento en uno de los taburetes frente a mí, se acoda para sonreírme.

—Entonces, ¿Mi desayuno?

Meneo la cabeza riendo y empiezo a servir su desayuno con jugo.

—Gracias, Wyle —y empieza a comer con felicidad.

Antes de sentarme a su lado, limpio un poco el desastre, desecho los dos waffles quemados, limpio con un trapo húmedo la mesada, guardo el restante de la mezcla en el refrigerador y dejo reposar con agua la cacerola dónde el caramelo hizo estragos. Todo estaba un poco más ordenado, pero aún mi cocina tenía pegoste dorado.

—Quita las parrillas y pon un trapo húmedo sobre el caramelo —aconseja Mónica, aún desayunando—. No lo quitará pero lo aflojará un poco.

Le hice caso y dejé un trapo casi chorreando de agua alrededor de la hornilla, espero que funcione.

—Ven a desayunar, Dave. Yo me encargo de los platos sucios.

No protesto, solo me siento en el puesto vacío donde estaba ella antes y me dispongo a comer, observando desde mi lugar como lava los traste tarareando una canción.

En ningún segundo pude quitarle la mirada encima, no solo por la bonita vista que me proporciona por detrás, sino también porque me gusta el ambiente, lo diferente que se siente despertar y desayunar con alguien a qué siempre hacerlo solo. Es divertido cuando Coop y Saly se quedan a dormir aquí, pero con Mónica es diferente porque se trata de mi novia. Y no es tanto por lo que podamos hacer o no, es por lo lindo que es un despertar, un desayuno incluso cuando terminó en un desastre.

Es un ambiente que me encantaría repetir varias veces más.

Cuando termino mi desayuno me ofrezco a lavar mi plato ya que ella ya había terminado con todo, pero me lo niega y lo termina lavando. Me mantengo apoyado a su lado, observando cada detalle de esa carita tan bonita que tiene.

No solo me di cuenta de algunos mínimos detalles en su rostro, sino que también se remueve incómoda en su lugar cada tanto.

—Bonita, ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro —me responde, cerrando la llave.

Pienso la manera correcta de preguntarle.

—Anoche... ¿Sí te lastimé?

Es sorprendente lo rápido que sus mejillas llegan a tomar color en solo unos segundos. Sin embargo, aún me lograba mantener la mirada. Nerviosa, pero lo hacía.

Mónica pasa saliva.

—Esto... eh... —hizo ese gesto que hace un tiempo no le veía: el de rascarse la nariz—. No, no pasó. Es solo que... me siento un poco rara, ¿Sabes?

—¿Rara?

—Incómoda.

Aprovecho su breve distracción para tomarla de la cintura, alzarla y sentarla sobre la mesada. Mónica tenía expresión de esperar algo malo y cuando cambió, fue a una mirada mortal para mí.

—¡No me sorprendas así! —exclama, dándome un golpe en el hombro que, cabe recalcar, no dolió nada.

Aún no sabía cómo es que ella no tiene la fuerza suficiente en sus golpes, si se la pasa golpeándome.

Y teniendo en cuenta esos rasguños...

—La incomodidad pasará —le aseguro, afianzando mis manos a su cintura. También descubrí que me gustaba mucho tomarla por ahí.

—Lo sé, es solo que... esto de ser desvirgada no es cualquier cosa que... ¿Acaso te has sonrojado?

—¿Qué? —mi pregunta salió en un tono agudo nada normal.

Mónica me mira incrédula unos segundos hasta que se echa a reír, a reír con fuerza y ganas, incluso sus mejillas se colorean por la falta de aire y de sus ojos sale una que otra lágrima.

—¡Esto no puede ser! —exclama entre risas—. ¡Dave Wyle se a sonrojado! ¡Esto es épico!

—¡Hey!

Pero ni mi protesta la hizo dejar de reír, incluso su escandalosa risa hizo aparecer al cachorro que había olvidado en lo absoluto. Observa desde el suelo con la cabeza ladeada como su dueña se retuerce de risa.

Seguro se andará pensando algo como «Hala, le está dando el ataque»

Y es que Mónica no tenía una risa delicada. No señor, ella tiene una risa escandalosa que puede mis vecinos del piso de arriba hayan escuchado.

Fueron cinco minutos enteros de carcajadas, quizá más, Mónica estaba tan roja como un tomate y sin aire que parecía haber corrido una maraton entera por todo Boston.

—Ya... ya... Estoy... —toma varias respiraciones—. Estoy bien...

—Eso me dolió, bonita.

—Es que... —se limpia una lágrima—. Pocas veces te he visto sonrojado, y que lo hayas hecho solo porque dije «desvirgar», ¡Ves, incluso ahora te has sonrojado!

Sí, había vuelto a pasar. Sentí el calor en mis mejillas y cierto nerviosismo en mi estómago.

—¿Qué pasa que te sonrojas? —se apoya con sus manos de la orilla de la mesada para inclinarse hacia adelante.

Resoplo pasando mi mano por mi cabello.

—Es que... no lo sé, es algo tonto pero, tengo ese pensamiento de «te tiraste a tu amiga de la infancia» y es raro.

Mónica arquea una ceja.

—¿Por qué es raro?

—No lo sé, bonita. Creí que ya lo había superado, pero viniste a decir...

—«desvirgada» —repite en una risa.

—Sí, eso, y volvió a molestar.

—Está bien, Dave, es comprensible. Nos conocemos desde niños y ninguno en su santo juicio creyó que terminaríamos juntos.

—Nos importaba más huir del otro para no perder en el «corre, corre que te pillo»

—Exacto, así que te entiendo.

Me hago espacio entre sus piernas y vuelvo con el agarre a su cintura, atrayendola hacia mí, causando que ella enrede sus manos detrás de mí cuello y las piernas alrededor de mi cintura.

—Igual no entiendo cómo es que no me había fijado en ti, si eres toda la perfección que necesitaba y no lo sabía.

—Yo no soy perfecta, Wyle. Soy un desastre de 1,69.

—Y es por esa misma razón es que lo eres, bonita —me acerco a sus labios y murmuro—: Eres un desastre de 1,69 que me trae, uf, hecho un loco.

—¿Debo de preocuparme por esa locura? —pregunta en el mismo tono bajo.

—Hum, no deberías preocuparte si te sumas a ella.

Finge pensarlo mordiendo de forma bastante tentativa su labio inferior.

—Acepto la propuesta.

Es Mónica quien corta con la distancia que nos separa y quién lleva el control del beso, de mí y del jodido enamoramiento que tenía hacia ella.

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