53 • Me encanta locamente

Dave

—Vamos.

—No —respondo de forma automática.

—Vamooos.

—No.

—¡Vamos! —insiste por tercera vez.

—¡Que no! —me detengo en medio del pasillo con expresión cansada y molesta.

—¡Por favor, Dave! ¡Será divertido!

—¡Que no! —repito, frustrado, tomando entre mis dedos el puente de mi nariz—. Joder, eres tan malditamente insoportable.

Él ríe pareciendo orgulloso de ello.

Sé que yo soy persistente, pero este tipo es como una sanguijuela molesta pegada a tu piel.

—Vamos, Dave, no pierdes nada.

—Te he dicho un millón de veces no, ¿Qué parte no te entra en el cerebro? Si es que tienes alguno.

—Ándale, Dave. A Sophie le agrada la idea, ¿En serio quieres dejar a la pobre plantada? —y hace ojitos, tontos ojitos que solo me hacen querer golpearlo.

Este tipo es un imbécil insistente de primera.

—David, te he dicho que no.

—Soy muy persistente, Dave. ¡Vamos!

—¡No y punto!

Y me alejé de ahí, yendo en dirección a la habitación donde se quedaban Ethan y Jorge.

Los últimos días habían pasado bastante rápidos; entre clases, la pasantía, hacer tiempo para mi familia y, claro, para mi novia, se me iba el tiempo entre las manos. A veces ni noto lo rápido que pasa el día hasta que me doy cuenta que ya es de noche, que estoy recibiendo una llamada de Mónica o de mi madre o que me echaba cansado en el sofá de mi apartamento.

Justo ahora estaba cumpliendo mi turno en la pasantía del hospital, también tratando de hacerle entender a David, mi compañero, que no quería salir con él, Sophie y otra chica que hace de pasante en el departamento de enfermería.

Claro que el tipo es bastante persistente.

Eso yo no lo llamaría persistencia, yo lo llamaría ser una maldita sanguijuela que le entran las cosas por un oído y le salen por el otro.

Vale, vale, estás alterado.

¡Me tiene harto! Callalo o hago que lo golpees.

¿Puedes hacer eso?

Soy tu conciencia, yo mando aquí.

Esto de las charlas con mi subconsciente me empezaban a asustar un poco.

Escucho los pasos de David seguirme por el pasillo dónde solo habían unas cuantas enfermeras que me saludan amablemente con una sonrisa y un gesto de su mano.

—Venga, Dave —insiste David—. Compadre, ¿Dejarás a la pobre de Sophie plantada? Si a ella le gustas mucho. No querrás destruir sus esperanzas de salir contigo, ¿O si?

Resoplo rodando los ojos sin disimular ni importarme ser descortés. Solo pido que alguien lo calle, por favor.

Me volví a verlo.

—David, me caes bien, en serio, amigo, pero si no te callas ahora te juro que irás directamente a la morgue.

La respuesta que recibo es una risa de su parte.

—¡Por favor! Estoy solo tratando de ser amable.

—De una forma bastante irritante.

—Vamos, hazme ese favor, por ser casi tocayos.

Desgraciadamente.

—David, dije que no y no es no, punto. No quiero salir con Sophie, ni con su amiga o como sea el rollo —lo señalé con mi dedo—. ¿Crees que no me di cuenta? Supe desde el principio cuáles eran tus sucias intenciones.

En un principio se mostró ofendido hasta que sonrió. David también tiene veintiuno, es un tipo latino buena onda cuando no trata de hacerme salir con una de las pasantes a enfermeras.

Me dió un amigable golpe con la contra palma de su mano en el hombro.

—Bueno, si supiste mis verdaderas intenciones, entonces, ¿Por qué te niegas tanto?

—Porque no me apetece y ya. ¿Acaso no entiendes el idioma en que hablo o qué?

—De hecho, aún me cuesta entenderlo un poco —dice con una mueca y luego agrega en español—: Ustedes los gringos hablan demasiado rápido.

¿Eh?

Ni idea.

—No tengo idea de qué demonios dijiste, pero esta será la última vez que te lo digo: No iré contigo, ni con Sophie, ni con su amiga. Conmigo no cuentan.

David resopla, por fin aceptando que no me les uniría a esa «inocente» cita doble.

—Muy bien, al menos dame una razón por la que te hayas negado a una cita con una chamaca toda guapa.

—No es tu asunto, ¿Vale? Son mis propias razones.

Entrecierra uno de sus ojos y por el poco tiempo que lo conozco, sé que esa es su acción para pensar.

—Vale, aunque sea dame una justificación para dársela a Sophie.

Suspiro ya bastante irritado. Nunca en mi vida había conocido a alguien tan insoportablemente testarudo.

—¿Estás de guaza? —negó—. Vale, simple: tengo novia, ¿Estás feliz?

Y otra vez, vuelvo a retomar el camino a la habitación de Ethan y Jorge.

Aunque estando a solo unos pocos metros, escuché gritar a David:

—¿Novia? ¡Vaya! —el eco de su risa se escucha por el casi vacío pasillo—. ¡Eh, compadre! ¿Está buena?

Me volví a verlo con el entrecejo fruncido, molesto tanto con él como con su pregunta.

Eso no es asunto suyo, nunca lo será.

—¿Qué? ¡Necesito información, carnal!

No le lancé algo a la cabeza para dejarlo inconsciente porque no tenía nada a la mano.

—Vuelve a lo que hacías, David y deja de joderme la existencia —es lo último que le digo yendo por fin a la habitación que tenía como principal destino antes de la molesta conversación con ese fastidioso ser humano.

Toco la madera de la puerta con los nudillos creando la melodia que teníamos como pequeña broma con Ethan y Jorge.

—¡Adelante! —permite la infantil voz de Jorge.

Cuando entré Ethan estaba sentado a la orilla de la cama de Jorge, ambos dibujando en sus nuevos cuadernos para colorear. Jorge se ve mejor que hace unas pocas semanas, pero aún me sigue preocupando que su estado de salud decaiga.

—¡Dave! —me saluda Ethan, quién fue el primero en verme.

Voy con ellos y tomo asiento en la silla que siempre está al lado de la cama de Jorge.

—Hola, chicos, ¿Cómo andan?

Ethan en cambio a Jorge estaba teniendo un mejoramiento bastante bueno. Tanto los medicamentos como la quimioterapia estaban haciendo el mejor efecto en él, se veía más enérgico y estaba recuperando su peso normal, solo espero que Jorge pueda tener el mismo proceso de recuperación que Ethan y ya no sufra tanto.

—Vamos bien —me responde Ethan, dejando su cuaderno de dibujo—. ¿Verdad, Jorge? Estás yendo mejor, ¡Hoy pudiste comer más que ayer!

Él asiente emocionado hacia mí.

—Amigo, eso es genial, ¿Y qué tal las otras áreas del edificio?

Jorge ríe acomodándose en su cama. Suelo preguntarles a ambos por «las otras áreas del edificio» para no ser tan complejo con las palabras y a ellos parece gustarle más así.

—Está todo bien, no me siento tan mal como la última vez.

—Y eso es genial, amigo, muy genial.

Ethan afirma mis palabras con asentimientos de su cabeza.

—Es muy genial, Jorge, recuerda que cuando sanemos debemos de ir a pintar en el mundo. Es una promesa.

—Es una promesa —sonríe Jorge a Ethan.

Momentos como estos me hace saber que incluso en situaciones tan jodidas como en la que están ellos dos, esa esperanza se puede mantener ahí, esa promesa de ir a pintar el mundo. Es increíble cómo pueden tener tal optimismo sabiendo que, en cualquier momento, pueden volver a recaer. Por cosas como estas, es que admiro a ese par de críos dibujantes.

Estuve un largo rato con ellos dos, tratando de hacer que se tomaran sus medicinas, viéndolos dibujar o solo hablando con ellos de los dibujos que han hecho o de los otros niños que están internados también.

De vez en cuando doy una rápida mirada a la pantalla de mi celular, esperando ver algún mensaje suyo. Lo prometió, dijo que vendría, espero que cumpla su promesa.

—Oigan, chicos —los niños me miran—. Volveré pronto, ¿Vale? Iré a terminar unas cosas y luego les vendré con una sorpresa.

La mirada de Jorge se ilumina, él ama las sorpresas.

—¿Una sorpresa?

—Así es, amigo, pero aún no a llegado, así que hay que esperar por ella.

—¿Se puede comer esa sorpresa? —pregunta Ethan.

Oh, demonios...

Por un momento me quedo congelado cuando escucho su pregunta, una que mi cerebro procesa de forma totalmente diferente y que tiene una respuesta que ellos no pueden saber, al menos, no hasta que sean mayores.

—Eh... no, Ethan, esa sorpresa no se come.

—Oh... Bueno, esperaremos a la misteriosa sorpresa.

—Los veré en un rato.

Salgo de su habitación y voy hacia el pasillo que lleva a la recepción del área de pediatría, lugar donde extrañamente me encuentro a mi padre.

No es que no me lo pueda cruzar en alguna parte del hospital, si no que es algo bastante raro verlo en pediatría cuando papá debe de estar en hematología o en el laboratorio.

—Hey, papá —saludo llegando con él.

—Dave —me sonríe mi padre.

—¿Qué haces por aquí? Creí que tú paciente estaba por otras zonas.

Papá ríe solo que esa risa al final se vuelve un suspiro cansado.

—Sí, está del otro lado, solo estaba trayendo unos exámenes para Bart, ya sabes, siempre se le olvida retirarlos.

—Hombre distraído, mente distraída.

—Sí, y bueno... —las palabras de papá se interrumpieron cuando un niño que parecía de doce años llegó corriendo y jadeando dijo:

—¡Doc... ayuda... mi hermano...! —toma profundas respiraciones entre cada palabra—. ¡No despierta... mis padres... no están...!

Inmediatamente, papá entra en el estado que suelo definir cómo «calmado, internamente no calmado» ya que por fuera puede aparentar estar tranquilo pero por dentro la cosa era diferente. Se agacha para estar a la altura del chico que se veía bastante asustado.

—A ver, Nathaniel, cálmate, respira —el niño, Nathaniel, le hace caso—. Cuéntame bien.

—Mi hermano no despierta —su voz infantil estaba llena de miedo—. Mis papás no están, estoy solo con él desde hace rato y no despierta. Ayuda, por favor.

—Vale, vale, vamos —papá me mira a mí—. Entregale esto a Bart, dile que tuve una emergencia con el paciente Jackson.

—Está bien, ve.

Papá se fue por el pasillo con el pobre chico que parecía que el alma se le iba a salir. Dejo ir una respiración y me apoyo del frío mostrador de mármol.

—Pobres personas que están en situaciones feas aquí —comento en voz alta.

La enfermera, una señora de edad llamada Elora, suspira com tristeza.

—Es lo que ve todos los días un funcionario médico, Dave. Es difícil, desgarrador pero no podemos hacer más que dar lo mejor de nosotros —ella organiza los papeles con tranquilidad y la mirada gacha—. El caso de ese chico es el que más agobiado tiene a tu padre.

—Papá dijo que el chico lleva ya casi un año internado y que casi no hay mejorías en él.

—Las que hay son muy mínimas, es un chico muy joven que tiene una vida por delante, pero su enfermedad le impide vivirla.

—Leucemia, ¿No?

La señora Elora asintió.

—Los únicos tratamientos que le quedan para lograr que pueda vencer el cáncer es la quimioterapia o un transplante de médula ósea.

—Pobre chico —digo con una mueca, no me imagino lo que debía de estar pasando.

—Esperemos que tú padre pueda lograr lo que él tanto espera: salud.

No respondí nada, solo tomé los exámenes que tenía que entregar y fui hacia la oficina del tío Bart, uno de los mejores amigos de mi padre y el hombre que me hizo descubrir que la medicina pediátrica es lo mío. No tuve que recorrer mucho camino ya que me lo encontré mucho antes de llegar a su oficina.

—Delivery de exámenes —él ríe tomando los papeles.

—¿Qué pasó con tu papá? Recuerdo habérselos pedido a él, amenos que seas la versión más joven de Mariano con toques de Lilly.

—No, tío, papá no viajó en el tiempo. Tuvo unos problema con un paciente antes de venir y me pidió que te los trajera.

Mi tío hace una mueca.

—Paciente Jackson, ¿No? —asentí—. Pobre chico, debe de ser difícil para él pasar por todo esto con solo dieciséis años.

—Hay niños ma jóvenes pasando por cosas peores.

—Lo sé, Dave, solo que, ponte a pensar, la etapa dónde debes de estar experimentando y viviendo tu vida la está pasando en un lugar donde poco a poco la va perdiendo.

—Es bastante triste, pero... hey, papá podrá ayudarlo, le tengo fe.

—Yo también, sobrino, también el chico y toda su familia.

Tengo una corta conversación con el tío Bart antes de que él se fuera a atender a uno de sus pacientes. De camino a la entrada a ver si ya había llegado, fui pensando en todo lo que uno puede ver aquí; lágrimas, risas, sonrisas, momentos duros, momentos buenos... Todo eso en un mismo lugar, al mismo tiempo. Es algo loco, increíble, sorprendente. No había un sentimiento exacto para definir todo lo que puedes ver en un mismo día en el hospital.

Yo llevaba poco tiempo aquí y he visto tantas cosas, no me imagino lo que habrá vivido papá que ya tiene más de una década trabajando aquí.

La vibración de mi móvil fue lo que me distrajo un momento, en la pantalla aparecía el nombre del contacto de Mónica y un mensaje que decía «Estoy en la sala de espera»

Ya sonriendo emocionado fui en esa dirección en busca de mi novia. Me encantaba como le quedaba ese título y más cuando podía decir en voz alta «ella es mi novia»

No voy a negar que me encanta locamente. Me encanta su sonrisa, su risa, sus ojos y sobretodo sus labios, pero más allá de su físico, su personalidad de mierda es lo que me tiene tan enganchado a ella que bien el yo de hace solo unos cuantos meses me habría llamado «idiota»

Y puede que esto suene muy masoquista, pero joder, me encanta cuando me llama «idiota», siento que es su forma particular de decirme algo lindo.

O puede ser que sí se te ofende.

Cómo sea la cosa, me sigue gustando. Mónica es muy diferente al resto y eso me fascina. Vale, toda ella me fascina.

Ay, amigo, estás mal.

¿Por ella? Totalmente.

En cuanto llego a la sala de espera la encuentro fácil ya que es la única ahí con un perro jadeando con la lengua afuera y con... ¿El cabello pintado?

Hago una mueca de confusión acercándome a Mónica, notando que sí tiene varios mechones en distintos tonos de colores: amarillo, rojo, azul, verde y morado. Por ese desastre que tenía en su ya desastroso pelo, supe que estaba pintando, cuando lo hace, termina echa un desastre.

—Me gusta tu nuevo look colorido —digo y ella levanta la mirada de su celular.

—Esto pica, si supieras —admite levantándose para dejar como siempre un beso en mi mejilla.

Esta es otra costumbre nuestra que me encanta.

—¿Cómo fue que terminaste con el cabello con los colores de las emociones de Intensamente?

Por un momento ella se me queda viendo confundida hasta que murmura un «ah» entendiendo la referencia.

—Estuve haciendo una pintura para mi clase.

—Eso explica todo, cuando pintas terminas hecha un desastre.

—Gracias por recordarmelo.

Mónica me regala una sonrisa irónica que me hace reír.

—Venga, Ethan y Jorge nos esperan.

Pasar al sector de pediatría con Mónica y Argonauta fue más fácil de lo que creí. Por aquí siempre suelen ser muy cuidadosos con las visitantes por parte de los pasantes y doctores, que el que me dejaran pasar a mi novia con un cachorro tan fácil me sorprendió bastante.

Frente a la puerta de la habitación del par de niños toqué de la misma forma que hace un rato, del otro lado se escuchó un «¡Pase!» esta vez de la voz de Ethan. Abrí haciéndole una seña de espera a Mónica.

—¡Volví! —anuncio y ellos ya me sonríen emocionados.

—¿Trajiste la sorpresa misteriosa? —me pregunta Jorge, quitando distraído su cabello de los ojos.

—Así es, amigo —ambos hacen una pequeña celebración—. Pero antes, ¿Recuerdan la vez en que dijeron que querían conocer a un artista?

Ambos asienten.

—¡Claro que sí! ¡Sería increíble! —exclama alegre Jorge.

Eso es una buena entrada.

—Bueno, creo que hoy podrán conocer a ese artista —le hago a Mónica una seña de que entre—. Chicos, ella es Mónica, mi novia y, además, es una gran artista.

—Hey...

El par de niños en sus camas observan con sonrisas a la chica a mi lado, que les regala una sonrisa un tanto nerviosa. Mónica nunca estuvo muy segura de esto, pero sé que Ethan y Jorge les encantará conocerla.

—¡Artista! —exclama Jorge con alegría—. Eres artista porque tienes el pelo de colores, ¡Yo también terminaba con el pelo así!

Hay una risa por parte de Mónica que inconscientemente lleva un mechón de su cabello detrás de su oreja.

—Eres Jorge, ¿No?

Éste asintió alegre.

—Sí, soy yo y él es mi mejor amigo Ethan. ¡Es genial conocer al fin a un artista! ¿Quieres ver mis dibujos?

Mónica me miró y yo asentí con la cabeza, me entrega el paseador de Argonauta y va a sentarse en la cama con Jorge y luego se les suma Ethan, también a mostrar sus dibujos. En todo el rato, puedo ver qué mi novia no borraba su sonrisa al ver los dibujos de los niños, que su charla con ellos sobre colores y más cosas que solo ellos entienden se lleva tan bien, con tanta dinámica y diversión. ¡Incluso Mónica se dejó abrazar! Me quedé sorprendido en el momento dónde Ethan y Jorge la abrazan con cariño y ella les corresponde con una sonrisa sincera.

Esperaba que todo saliera bien, pero no me imaginé que podía pasar esto.

Antes de que el horario de visitas terminara, Mónica aprovecha para tomar varias fotos a los dibujos de los niños además de hacerse una con ellos. En serio tengo que recordar pedirle esa foto.

Para cuándo ya Mónica tiene que despedirse, es ella quien los abraza a ellos.

—¿Volverás a visitarnos? —le pregunta Ethan después de separarse.

Mi novia echa hacia atrás su cabello castaño oscuro.

—Claro que sí, Ethan.

Hay una despedidas tanto para Mónica como para Argonauta, aviso al par de niños que ahora quedarán al cargo de la enfermera de la noche antes de despedirme yo.

—Gracias, Dave —me sonríe Jorge.

—No hay de qué, amigo.

Salgo de su habitación y en el pasillo veo a Mónica esperándome.

—Fue una experiencia muy linda —me dice ella, empezando a caminar conmigo para salir del sector.

—Les encantó conocerte, bonita. Les hiciste el día.

—Exageras.

—En serio no lo hago, han querido conocer a alguien que haga profesionalmente lo que ellos aman desde hace meses y que te hayan conocido hoy les fascinó.

—Bueno... a mí también me gustó conocerlos, son lindos niños.

Cómo aún faltaba media hora para que terminara mi turno, le pedí a Mónica si podía esperarme en el jardín del patio, algo que aceptó yéndose con Argonauta.

La media hora que restaban de mi turno ayudé a la señora Elora a darle asistencia a otros niños en el sector de pediatría, también a acomodar unos archivos y papeles en su mostrador. Sentí que esta media hora se fue a paso de tortuga, así que cuando Elora me dijo: «puedes retirarte, Dave» no dudé en ir a cambiarme, buscar mis cosas y salir al jardín donde Mónica me esperaba.

Estando afuera la brisa fría de la noche me rodeó por completo, el lugar estaba casi vacío a excepción de algunas enfermeras en descanso y mi novia sentada en una de la banquetas de madera bajo un árbol, parecía estar dibujando y tarareando alguna canción.

—¿Hay espacio para uno más?

Ella deja de tararear para mirarme.

—Creí que no ibas a salir nunca —admite, haciendo un lado para mí.

—Creí lo mismo —empieza a guardar los lápices de colores en su mochila—. ¿Qué dibujas?

Me pasa la libreta de dibujo que estaba usando donde veo el jardín coloreado en distintas tonalidades de verde y con el cielo nocturno con puntos blancos, representando las pocas estrellas que se podían ver desde la ciudad.

—Vaya, te a quedado... guao.

—¿«guao»? ¿En qué sentido de «guao»?

—«guao» de que está increíble, bonita. Tu talento es increíble.

—Lo sé, soy la mejor.

—Oye, el ego es lo mío —le paso su libreta que guarda en su mochila—. No me robes el papel.

—Tranquilo, a ti nadie te quita el puesto.

—Lo sé, es que soy el mejor en esto —ella rueda los ojos—. Cambiando de tema, ¿Pensaste en lo que te dije?

—Sí, lo hice —afirma, levantándose.

—¿Entonces...?

Solo esperaba una respuesta afirmativa de su parte, nada más.

—Si me llevas mañana a mi casa por mis cosas y luego a la estación de autobuses, aceptaré.

—¿No iba a llevarte yo de todas formas?

—¿Tenemos un trato o no? —me extiende su pequeña mano y arquea una ceja.

No dudé en aceptarla.

—Tenemos un trato.

Rechacé la propuesta nada discreta de David sin saber que esa noche conseguiría algo mejor.


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