49 • Claro, es que tengo el cerebro lleno de puré de papa
Ya a eso de las nueve de la noche fue que Dave al fin me trajo a mi casa.
Fue bastante difícil convencerlo porque él insistía en que me quedara a dormir en su apartamento y casi logra convencerme porque el muy idiota hizo ese tierno puchero suyo por el que he tomado debilidad.
Me sorprendió el autocontrol que mantuve y el no haber cedido a su petición.
—Eres malvada —le oigo decir.
—¿Y por qué, Dave? ¿Por qué soy malvada? —me volví a verlo intrigada antes de bajarme del coche.
Respuesta estúpida en tres, dos, uno...
—Porque me dejas solo en mi casa, eso es malvado.
En serio, ¿Cómo podía gustarme este idiota si es así de infantil?
Supongo que precisamente por eso.
—Dave, mañana hay clases, tú tienes el partido mañana y las prácticas generales. Será un día bastante estresado.
—Con más razón para que te quedes a dormir esta noche, conozco una buena técnica para dejar el estrés.
Inmediatamente estrellé las palmas de mis manos contra mi rostro.
¿Por qué, Dios? ¿Por qué?
—Me largo.
—¡Hey, bonita, espera! —me detiene entre risas cuando estaba abriendo la puerta de acompañante—. Solo bromeaba.
Lo miré mal.
—Tus bromas con doble sentido no son divertidas.
—Claro que lo son, solo que a ti el tema te es bastante tabú.
Eso me ofendió. Es decir, sí me cuesta hablar bastante de temas con los que él bromea diariamente, pero igual me ofendió.
—Te estás ganando mi odio inmediato, Dave Wyle.
—Vale, vale, no te molesto —me suelta con lentitud del brazo—. Igual habrá otra ocasión para dejar ir el estrés.
Dave deja ir una sonora carcajada y yo no dudo en golpearlo con toda la fuerza que tengo, que es bastante poca. Cómo quisiera poder torturarlo con la cadena de Argonauta.
—¡Ya, vale, bonita! —le doy unos últimos golpes que solo lo hacen reír más—. Está bien, no más bromas. Mañana sí es un día estresante... ¡No diré nada de doble sentido! —avisa cuando ve que levanto mi mano—. Además, tengo que despertar súper temprano para terminar unas cosas. Así que te veré en la universidad.
—Te veré allá.
Al fin, abro la puerta y bajo del coche para luego bajar a Argonauta que esperaba en los asientos traseros.
—Hey, Mónica —me llama Dave, extendiéndose sobre la palanca de velocidades para estar más cerca de la ventanilla del lado contrario—. Como que olvidas algo, ¿No?
—Llevo mi mochila, Argonauta, celular, llaves. No, no olvido nada.
—Oh, vamos, claro que lo haces —arqueé una ceja—. No puedes irte sin despedirte de mí.
Me quedo parada de brazos cruzados frente a la ventanilla desde donde Dave me sonríe como niño pequeño tratando de convencer a sus padres de que no hizo una travesura.
—Aprende una lección, por bromas con doble sentido, yo no me despido de ti como a ti te gusta.
—A ti también.
—No me despido y punto —decreto, interrumpiendolo. Claro que me gustaba, solo que él no tenía que saberlo.
—Por favor, bonita... —y hace ese puchero, ese maldito puchero por el que soy débil.
No, resiste, ¡Resiste!
—Adiós, Wyle.
Me doy la vuelta y voy en dirección a mi casa escuchándolo decir:
—¡Bonita, por favor! ¡Eran solo bromas!
Me doy la vuelta a verlo cuando ya estaba subiendo la escalinata de la entrada.
—¡Pues, por esas bromas, te jodes! —abrí la puerta con mi llave y cerré con un poco más de fuerza de la necesaria.
Sí, en definitiva, no somos normales.
¿Ahora lo notas?
Avanzo a la sala con Argonauta oliendo todo el camino, la casa estaba bastante silenciosa a mi parecer, algo extraño ya que siempre Miguel o papá están viendo televisión a esta hora en la sala.
—¿Hola? —pregunto en voz alta para que se escuche en todos lados.
Argonauta ladra.
De inmediato, pasos se escuchan venir de las escaleras.
—¿Soy yo o escuché a un...?
—Perro.
Otra vez, Argonauta ladra.
Papá y Miguel miran incrédulos al cachorro a mis pies, yo solo les sonrío.
—Un perro —repite papá.
—¡Guau!
Miguel termina de bajar las escaleras ya sonriendo, se agacha para tomar en brazos a Argonauta y empezar a hacerle mimos, los cuales, evidentemente, el cachorro no los rechaza. Mi hermano se la pasa unos buenos cinco minutos solo acariciando al cachorro y diciendo lo lindo que es. Papá, en cambio, empieza a mirarme en busca de respuesta.
Vale, creo que no pensé en todo cuando decidí adoptar a Argonauta.
—No podía dejar que lo mataran —es mi excusa—. Si fueras un perro y te tienen que sacrificar, ¿Te gustaría, papá?
Me dirige esa mirada dura que hace varios años no veía.
—A mi despacho, Mónica Ann.
Oh, demonios.
Mi hermano baja con una mueca al perro y me murmura un «buena suerte». El camino al despacho de papá, con él a unos pasos más adelante, es bastante tenso con todo ese silencio. No es que papá odie a los animales, odia el que no le consulten las cosas.
Así que, técnicamente, podría llevarme un regaño por no consultar el que traería a un cachorro a casa, que también es mía pero... él es el dueño de ella.
Solo esperemos que esto no termine como la última discusión fuerte que tuvimos. Papá se queja de que doy respuesta sarcásticas, lo que él no se da cuenta, es que lo heredé de él.
En el despacho de papá, que es un cuarto al final del pasillo del piso de arriba con unos estantes llenos de libros, un juego de dos sofás marrones de cuero, un escritorio de madera he iluminado con una luz blanca. Tomé asiento en uno de los asientos frente a su escritorio con Argonauta sobre mi regazo. Estaba bastante tranquilo, tal parece que sintió que el ambiente se había puesto tenso.
—Has traído un perro.
—Evidentemente.
Oye, las respuestas sarcásticas en esta situación no te convienen.
Papá suspira tallando el puente de su nariz.
Y aquí vamos con la charla...
—Mónica Ann, ¿Un perro? ¿Sabes los cuidados que conlleva? ¿El tiempo? ¿Los gastos? ¿Has pensando en eso, Ann? Requiere de mucho cuidado, tiempo y dedicación. No es solo algo que tomas y lo dejas en cualquier lado, es un ser vivo que te necesita.
»¿Quién lo llevará a pasear cuando estés en la universidad? ¿Los gastos del veterinario? ¿Su comida? Piensa en todo eso, Mónica.
Respira y controla la lengua bífida. Es tu papá.
Vale, vale, controlada.
—No lo voy a cuidar yo sola, papá.
—¿Ah, no? ¿Quién más, entonces?
—Dave también lo cuidará, lo haremos entre ambos. ¿Gastos del veterinario? Está cubierto por Amapola. Con lo que reciba por haber dado clases en la preparatoria podré comprar su comida hasta que consiga otro trabajo. Y creo que puedo hacer tiempo para llevarlo a pasear.
—¿Y cuando estés en la universidad?
—Lo llevo conmigo, sin tanto problema. Papá, no tengo catorce años, en tres meses es mi cumpleaños número veinte, puedes confiar en mí de que puedo cuidar de él.
Papá suspira.
—No es que no confíe en ti, Mónica.
—Claro, es que tengo el cerebro lleno de puré de papa.
Él arquea una ceja hacia mí, gesto que le devuelvo.
—Confío en ti —retoma sus palabras anteriores—. Puedes hacerlo, solo me preocupo.
—No tienes que hacerlo si sabes que puedo cuidarlo. Todo estará bien, papá. No soy una niña.
—De vez en cuando sí —murmura.
—Gracioso —papá ríe—. Tengo la suficiente madurez para cuidar de Argonauta.
¿Segura?
Cállate.
—Así que, si me permites, iré a mi habitación.
Papá suspira asintiendo, analizando al cachorro en mi regazo.
—Igual no estaría mal tener una mascota.
—Vele ese lado y no te amargues, todo está bajo control.
Me levanto de mi asiento y salgo de su despacho para ir a mi habitación.
-
A la mañana siguiente sí tuve que llevarme a Argonauta a clases.
—¿Y por qué no lo dejas en casa? —me pregunta Miguel, doblando para seguir recto en la calle.
—Papá me dará su mirada de «No que no, ¿Eh?» y prefiero evitarlo.
Mi hermano se ríe.
—Ustedes son iguales los dos.
Declaración que ninguno negaba y que todos ya sabían.
En cuanto llegamos a la universidad, mi hermano estaciona en el aparcamiento y ambos bajamos de su coche con Argonauta sujetado de su cadena, que lleva gustoso mi hermano. Ayer en cuanto estuve en mi habitación, Miguel llegó solo para seguir haciéndole mimos al perro.
Él es un fan de los animales, le encantan.
Cuando ya tenemos que separarnos para cada uno ir a su respectiva clase, toma un poco más de tiempo poder quitarle la cadena de Argonauta a Miguel. Se empeña en no soltarla hasta que tuve que tomar la medida de darle un manotazo.
Así pudo soltarla.
—Nos vemos después de clases —me despido recogiendo el extremo superior del paseador y yendo hacia mi salón, escuchando la quejas de mi hermano.
En el salón dónde vería procesos de la escultura, la mayoría de mis compañeros se me acercaron solo para acariciar a Argonauta, la otra parte se mantuvo alejada diciendo que son alérgicos al pelo de perro o que simplemente no les gustaba.
La verdad, no me importó.
—¿Lo habrán secuestrado? —sugiere Otto, uno de mis compañeros, sentando en la silla del profesor con los pies sobre el escritorio.
—Puede ser —convino otra compañera detrás de mí, Nora.
Todos empezaron a soltar teorías sobre lo que le pudo haber pasado al profesor. Desde las más racionales hasta las más estúpidas dichas por la boca de un humano. Hasta que, de pronto, el sonido de una explosión nos sobresaltó a todos y nos hizo callarnos.
Un olor a pólvora llenó todo el salón con una ligera bruma de humo que no tardó en disiparse, ¿Pero qué clase de mala broma es esa?
—¡Alumnos! —clamó la voz de nuestro profesor, entrando al salón como un especie de emperador saludando a su pueblo.
¿Pero es que este tipo está deschavetado o qué?
Dicen por ahí que las mentes creativas son las más raras ante la sociedad, quizá... el profesor sea una de esas.
Pero eso ya no es «raro» eso es deschavetado nivel extremo.
—¿Por qué tuvo que lanzar la bola de humo? —preguntó con voz ronca Otto, que sacudía su mano frente a su nariz para espantar el molesto olor.
—Me parecía una buena entrada.
—¡Pues no lo fue! —exclamó Justin—. ¡Estamos muriendo de asfixia aquí adentro!
Exagerada es esa declaración, debo decir.
—No exagere, señor Atelís. El olor se irá dentro de poco.
Cuando por fin eso pasó, el profesor rarito explota-bolas-de-humo le dió una mirada de entrecejo fruncido a Otto que claramente decía «¿Qué haces tú ahí? Largo». Sobró y bastó para que él volviera a su asiento a mi lado.
—Muy bien, primero que nada, debo de pedirles disculpas por haberlos hecho esperar demasiado. En segunda, deben de agradecerme porque gracias a mí, harán el viaje de sus vidas.
La confusión se pasó por el salón, ¿Cómo que «el viaje de sus vidas»?
—¿Visitaremos el Salto Ángel? —propuso Otto.
—No, señor Borelli, nuestro presupuesto no da lo suficiente como para hacer un viaje a Venezuela para toda la clase.
—¿Entonces...? —incita una compañera a qué siguiera.
Nuestro profesor nos sonrió ampliamente, antes de exclamar con una gran emoción:
—¡¡Visitaremos el Museo Metropolitano de Arte en Nueva York!!
Tras esa declaración, el salón de clases se llenó de vítores de emoción y felicidad más aplausos y golpeteos en las mesas para recalcar la alegría que nos causaba esa información.
Solo el cielo sabe desde hace cuanto he querido visitar ese museo. Visitar cada departamento que exhibían obras tremendamente increíbles. Ir sería literalmente un sueño hecho realidad.
—¿No está jugando, verdad? —pregunté para asegurarme. Jugar así con los sentimientos de las personas no está cool.
El profesor negó con la cabeza, aún con su sonrisa.
—No, señorita Reynolds, no les estoy mintiendo. La rectora y el director de la facultad de bellas artes me han dado el permiso y un presupuesto para llevar a la clase de tercer semestre a Nueva York para visitar el museo.
—Ay, dios... —musitó Nora detrás de mí.
—¡¿A qué no están emocionados?!
—¡Pues claro que sí! —afirma Justin.
—Pues, prepárense, ¡Porque este fin de semana, la clase del tercer semestre de bellas artes se irá a Manhattan, Nueva York!
Una vez más, nuestro salón se llenó de vítores de una extrema emoción.
-
Desde la noticia que nos dió el profesor en mi primera clase de ese día, no he podido dejar de sonreír cada vez que lo recuerdo.
Es una de las mejores noticias que me han podido dar en esta semana, no podía dejar de sonreír viendo la pantalla de mi celular, buscando en internet el museo que visitaríamos este fin de semana. Todos los departamentos, cada obra que tenían en exhibición, cada escultura.
Para una persona que estudia esta carrera y que ama el arte, visitar ese museo es una de las mejores cosas que le puede pasar. Con el bellas artes de Boston, el metropolitano de Nueva York es uno de los más importantes de todo Estados Unidos. Y conocer ese lugar es... joder, ya ni siquiera tengo palabras para describir la experiencia totalmente increíble que tendremos este fin de semana.
Y no solo la visita al museo me emociona, también el que si vamos a Nueva York, probablemente pueda hacer una visita a alguien que no veo desde hace tiempo. Empezaba a extrañar sus galletas de mantequilla.
Tienes un problema con los dulces y postres, Mónica Ann.
Sí, lo sé, debo de trabajar en ello.
Estuve a punto de escribirle cuando de pronto me alzaron del suelo, haciendo que suelte la cadena de Argonauta y que él empiece a ladrar y girar sobre su eje meneando la colita.
—¡Bájame! —pedí dando patéticas pataletas con estas piernas de perro salchicha que me traigo.
Él solo se ríe de mis intentos de soltarme de su agarre. Esto es vergonzoso en todos los sentidos.
—¡Dave cuál sea que sea tu segundo nombre Wyle, si no me bajas en este instante...!
No pude terminar mi amenaza, ya que Dave me vuelve a dejar en el suelo.
Me giré para verlo realmente molesta, odio cuando me levantan del suelo por sorpresa. Aunque claro, él mi cara de enojo solo le causa gracia.
Dave pone una mano sobre mi cabello.
—Vaya, en serio eres chiquita.
Quité su mano de mi cabello dándole un manotazo, él solo se ríe otra vez. Además de baja, golpeo como bebé.
Genial, Mónica, que bonito estado físico.
—No hagas eso otra vez, Dave Wyle —amenazo, apuntandolo con mi dedo.
Dave asintió alzando las manos en son de paz.
—Por cierto, hola —dice antes de dejar un casto beso sobre mis labios—. ¿Cómo está mi pequeña y bonita novia?
—¡Guau! —ladra Argonauta en respuesta.
Dave pasó su mirada a Argonauta y esbozó una sonrisa dulce para luego agacharse y comenzar a acariciarlo. Argonauta no dudó en echarse sobre su lomo para que las caricias fueran dirigidas hacia su panza.
—¿Y eso que lo has traído?
—Prefiero evitarme las miradas de mi papá.
Dave me mira confundido unos segundos en los que luego murmura un «¿Vale?»
—Luego te explico.
Después de darle unas rápidas caricias a la panza del cachorro mestizo, Dave tomó el otro extremo del paseador para irnos en dirección al edificio principal. En el camino le expliqué el por qué lo había traído conmigo y lo que pasó ayer después de llegar a casa. Sus respuestas fueron cortas y acompañadas de asentimientos con su cabeza. También le conté lo de esta mañana y el próximo viaje a Nueva York con mi clase.
—Vaya, bonita. Eso es... ¿Eso es bueno? —preguntó con una cautela que me hace reír.
—Claro que es bueno —afirmo—. Dave, ¿Sabes lo genial que es el museo metropolitano de arte?
—¿Quieres honestidad?
Ruedo los ojos meneando la cabeza. Claro que él no sabe nada del tema.
—Mejor ni respondas. El punto es, que ir ahí es un sueño cumplido para muchos, es uno de los mejores museos del país.
Su expresión delataba lo sorprendido que estaba.
—Guao... Bueno, ya ves que tu sueño se hizo realidad, irás a ese museo.
—Sí... —murmuré sonriendo, ya imaginando ese día—. Espero que nada malo pase.
—Ya verás que no, se dará el viaje —asegura, dándome un amigable empujón con su hombro.
—Pero en fin, cuéntame, ¿Qué tal estás para el partido de hoy?
Dave resopla, deteniéndose en medio del pasillo a causa de Argonauta.
—Puede que esté un poco ansioso, pero, pero, tengo una gran solución.
—¿Y sería?
Esa sonrisa que esbozó me dió a entender que yo estaba incluida en esa «gran solución»
Si es una broma de doble sentido golpealo, muy fuertemente.
—¿Qué taaaal... una salida no oficial con mi novia?
—¿«no oficial»?
—No una cita, solo algo casual. No quiero que nuestra primera cita como una pareja real sea algo tan sencillo.
—Me gusta lo sencillo.
—Y a mí me gustas tú pero no por eso dejaré que nuestra primera cita sea algo tan vago.
Ladeo la cabeza, observandolo detenidamente con una sonrisa. Dave esperaba una respuesta de mi parte, una que él esperaba sea positiva. Era obvio cuál era mi respuesta, pero por unos segundos, solo lo observé detenidamente, tanto viendo su físico como analizando su personalidad.
Para nadie es un secreto que Dave es bastante lindo, no en el sentido exagerado, él tiene más un atractivo sencillo que llama la atención. Pero su verdadero gancho diría yo que es su personalidad.
Puede que diga mucho que es un infantil, y lo es, pero es por eso mismo que me gusta. Él mantiene esa escencia infantil dentro de sí que es la que puede hacer reír a la gente, la que entiende a los niños, la que puede bromear en todo momento. Y sin duda, ese es uno de los mayores atractivos de Dave Wyle.
—Entonces, ¿Salida después de clases?
—Claro que sí, Wyle. Claro que sí.
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Nota de la autora:
¡Última actualización del 2022, gente bonita!
De mi parte les deseo un feliz año nuevo y que este 2023 venga lleno de cosas tremendamente increíbles para todos y cada uno de ustedes.
Lo logré, ¡Logré escribir y actualizar antes de finalizar el año! Aunque no pude terminar completamente la novela, hice todo lo posible por adelantar. Este 2023 estará lleno de cosas muy lindas, de nuevas novelas y personajes.
Les deseo lo mejor de todo y les doy las gracias por leer a mis personajes en este año.
Así que, ¡Feliz próximo y próspero año nuevo 2023!
Besos, abrazos y amapuches.
MJ.
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