41 • Que afortunados ustedes los Wyle

Dave

Me dejo caer en el sofá escuchando aún los reclamos de mis amigos. Desde que subimos al ascensor los había dejado de oír porque lo que decían eran solo tonterías.

—¡¿Nos estás escuchando?! —reclama Sal.

—¿Sinceramente? Dejé de escucharlos de subida en el ascensor.

Ambos me miran indignados, algo que me hace reír.

—Vas a empezar a hablar ahora, Dave Robert Wyle —exige amenazante Sal.

Hago una mueca, odiaba mi segundo nombre.

—¿Qué se supone tengo que decirles? —pregunto, confundido.

—Ah, no lo sé, como el que, ¡Te andabas besuqueando a Mónica!

—Sí, ¿Y?

—¡¿Y?! —repiten, exaltados.

—Sí, chicos, ¿Qué tiene?

Ambos parpadean incrédulos.

—¡¿Pero de qué demonios nos hemos perdido?! —exclama Cooper.

Hago una mueca de confusión arrugando la nariz. Seguía sin entender el por qué estaban tan alterados.

—¿Eh...?

—Dave, vas a hablar y lo harás ahora —exige Sal en tono serio. Uno que, admito, me asustó un poco.

Largo un suspiro y empiezo a contarles, una vez más, la situación en la que estábamos Mónica y yo ahora. Ellos solo asentían a todo lo que les decía, desde la charla que tuvimos anoche en la fiesta, el baile, cada beso hasta hace un rato.

Cuando terminé de contarlos todo, Cooper me veía incrédulo y Sal con la boca abierta.

Parecían ambos una caricatura.

—¿Entonces...?

—Sí, Saly, me gusta Mónica.

—Y lo dices así tan... tranquilo.

Los miré a ambos.

—¿Y cómo se supone debo de decirlo?

—¿No estás entrando en pánico? —pregunta Cooper—. Entiendo que puedas estar aterrado por estar de nuevo en una relación, teniendo en cuenta que en la anterior te... bueno, apostaron —dijo la última palabra entre una tos fingida.

—Sí, gracias por recordarmelo.

—Sé el miedo que puedes sentir, lo saben los dos —nos miró a Sal y a mí—. No estoy comparando lo de Anastasia ni lo de Emily, solo te digo que entiendo que puedas estar aterrado.

—Sí, Dave, no tienes que fingir calma con nosotros. Está bien tener miedo.

Los observo a los dos un rato en silencio, no los entendía, en serio. Hace una semana me dicen que no hay que negarse, me dicen que es claro que me gusta Mónica y ahora que se los confirmo me lo cuestionan con «¿No estás aterrado?»

¿Tenía razones para estar aterrado? No completamente, sabía lo que tenía que hacer.

—Saly, tú misma me lo dijiste: negar las cosas no sirve de mucho, por no decir de nada.

Veo a Cooper.

—Tú también me lo dijiste: que no le de cuerda, no lo haré. Me gusta Mónica y estoy bien con eso. Es decir, ¿Por qué no habría de gustarme? —meneé la cabeza con una sonrisa—. Ella es increíble y me agrada pasar el rato juntos.

»No tengo idea si ella siente lo mismo, no voy a atormentarme con ello.

Ambos sonríen, veo el orgullo en esas sonrisas.

—¡Eso, Agente D! —exclama alegre Sal—. Me gusta ver este Dave estable mentalmente para aceptar lo que siente por alguien.

—Sí, es agradable de ver —conviene Coop.

—Sí, solo... tengo que hacer una cosa para dar cierre al fin de lo que "tuve" con Emily.

—¿Y es...?

—Hablando con ella.

Sus miradas incrédulas vuelven.

—¿Cómo qué...? ¿Cómo que vas a hablar con Perremily? —balbucea Sal, viéndome como si me hubiera vuelto loco.

Quizá , eh.

—Tengo que hacerlo, chicos. No por darle una segunda oportunidad, es para darle un cierre al fin.

—¡¿Vas a hablar con esa pe...?!

—Yo te apoyo —interrumpe Cooper el grito de Sal.

Ella le da su mirada de «¡¿También te volviste loco?!»

—¡¿Qué?!

—Sal, Dave tiene razón. No va a tener un cierre si no lo discuten al fin. No entiendo ni simpatizo con Emily, mucho menos con Leone, pero ya viene siendo hora de pasar en definitiva la página.

—Ustedes están locos.

—Saly, los últimos meses solo han sido negaciones de mi parte a pensar y hablar de lo que pasó esa noche. ¿Pasar la página? Eso aún no ocurre y es lo que quiero. Voy a hablar con Emily te guste o no.

Ella nos mira de brazos cruzados, sabiendo que nada de lo que diga podrá hacernos cambiar de opinión. Cuando Cooper  y yo estábamos de acuerdo en algo, era difícil cambiar de parecer.

Al final, suspira rendida.

—Yo quiero estar ahí.

—¿Qué? Eso es entre nosotros, Sal.

—Sí, Salustina, asunto de dos, no de tres —agrefa Cooper. 

—Número uno —levanta su dedo índice—. Me vuelves a llamar «Salustina» y te castro. Número dos —alzó su dedo medio—. Yo tengo asuntos que hablar con Emily.

—¿Cómo cuáles?

—Preguntarle por qué lo hizo, por qué te hizo eso.

—Bien podría hacerlo yo.

Sal menea la cabeza.

—Dave, quiero estar ahí por una razón. Te conozco lo suficiente para saber que no tienes el valor de preguntarle eso.

—Pfff, por favor.

—Sabes que es así —insiste ella sin perder la seriedad en su voz—. Emily fue tu... ¿Novia? Lo que sea que fueron ustedes, pero también mi amiga, desgraciadamente —rueda los ojos—. Y tú eres mi mejor amigo, quiero saber sus razones.

—Que manera más extraña de conectarlo todo —comenta Cooper.

Observo a Sal que no perdía la seriedad tanto en su expresión como voz, ella estaba decidida a estar conmigo cuando hable con Emily y aunque era un asunto entre mi ex y yo, agradecía que mi mejor amiga esté ahí.

—Vale, estarás conmigo.

Asiente satisfecha.

—Bien, ahora llévanos a casa, este traje empieza a picar.

-

Una semana después...

Asietta: ¿Hasta cuándo vamos a tener nuestros traseros postrados aquí, Agente D?

Yo: Calma, Asia, solo espero a Mónica para ir por ustedes.

Hanko: Mi trasero pide clemencia, hermano.

Asietta: El mío también.

Y tal parece que ambos se pusieron de acuerdo para mandar al mismo tiempo por el chat grupal:

¡¡DILE A MÓNICA QUE SE APURE!!

Seguido de eso, una nota de voz con la misma petición.

—¡No me odies, no me odies, no me odies! ¡La clase se retrasó demasiado! —es la exclamación de la chica que mis hermanos exigían su apuro.

Mónica se acercó hasta donde estaba esperándola en el estacionamiento con paso apresurado. Se supone que nos veríamos aquí a la hora de la salida, ya hace casi media hora para ir a buscar a mis hermanos he ir a mi casa.

Pero, al parecer, su clase se retrasó más de lo previsto.

—Mis hermanos empezaban a exigirte que te apuraras —admito, bajando del capó de mi auto, lugar donde estaba sentado.

—No pensé que la clase se retrasaría demasiado —dijo, abriendo la puerta del asiento de acompañante.

—Tranquila, llegaste que es lo importante.

Subimos al auto y emprendo camino hacia la 86 White, donde mis hermanos llevaban esperándome cuarenta y cinco minutos desde que salieron de clases.

Me sorprende que Henry no se haya hartado de esperar y haya decidido irse a casa.

Estoy seguro de que lo pensó, pero no lo hizo por Asia.

Es lo más probable.

—Tus hermanos deben de estar odiandome —admite Mónica.

—Nah', quizá te den alguna que otra mala mirada, ¿Pero odiarte? Imposible, mis hermanos te adoran.

Ella no hace más que soltar una pequeña risa.

En el camino, como se a hecho costumbre, vamos escuchando música mientras Mónica me platica de su día y yo le comento un poco del mío, del examen que tuve y lo nervioso que estoy con las respuestas que puse.

Para cuándo estaciono frente a la preparatoria donde mis hermanos nos esperan sentados en la escalinata principal, empezó a reproducirse Iko Iko de Justin Wellington, que, si mal no recordaba, es una de la canciones favoritas que tienen mis hermanos en conjunto.

Cuando se suben a los asientos traseros y se abrochan el cinturón de seguridad, ambos me daban malas miradas.

—¡Cuarenta y cinco minutos postrados en las escaleras! —reclama Henry—. ¡Cuarenta y cinco, Dave!

—Vale, perdón —digo, yendo por White hacia eutaw street.

—Es mi culpa —dice Mónica, viendo a mis molestos hermanos por el espejo retrovisor—. Perdón.

Los veo rápidamente por el espejo retrovisor, Henry suspira aún cruzado de brazos y Asia solo observa por la ventana la calle.

Hasta que oigo otro suspiro y luego la voz de mi hermanita decir: 

—Está bien, Monik.

—Sí... —conviene Henry—. Igual con mi canción favorita de fondo no puedo estar molesto.

Le doy una rápida mirada a Mónica lo que la hace suspirar y echarse hacia atrás.

Mis hermanos nunca pueden pasar tanto tiempo molestos con alguien por una tontería como dejarlos esperando. Bueno... Asia no, Henry tal vez sí. Él sí es bastante rencoroso. Pero el punto es, que no pasan más de unos minutos molestos y luego olvidan el tema.

Sobretodo, como dijo Henry, teniendo su canción favorita de fondo.

Me río cada vez que puedo ver los tontos bailes que hacen Henry y Asia por la canción que sonaba de fondo. Les gustaba porque era animada, bailable y les entretenía.

Sin que ellos se den cuenta, le pido a Mónica que los grabe y ella aunque ríe, cumple mi petición. Mamá querrá tener ese vídeo de sus hijos.

En todo el camino, mis hermanos bailan, cantan y ríen, olvidandose por completo que estaban molestos con nosotros por dejarlos esperando cuarenta y cinco minutos. Bailan y cantan diferentes canciones que me recuerdan a cuando éramos más chicos los tres. Esas tarde en casa de hace nueve años, cuando Asia tenía tres, Henry cinco y yo doce. Aún con dos pequeños hermanos, siempre me les unía a sus juegos y bailes infantiles, aunque claro, yo sí iba vestido por completo y no solo con un pañal o un short corto que Henry insistía en no usar.

Que increíble que ya casi diez años de eso. Asia tiene catorce, ya a nada de sus quince, Henry también está apunto de cumplir sus diecisiete años y yo, vaya, iba a los veintidós.

¿En qué momentos los mocosos que tengo por hermanos crecieron?

Para cuándo llegamos al fin a mi edificio, Henry y Asia estaban riéndose a carcajadas. Asia tenía el rostro rojizo y Henry no paraba de reír.

—¿Por qué se ríen tanto? —pregunta Mónica entre nosotros, procurando que no la escuchen el par que no paran de reírse.

—Ellos son así —encogí los hombros—. En unos minutos se les pasará el ataque de risa.

Para cuándo estamos en mi apartamento, a mis hermanos se les pasa el ataque de risa y solo hacían comentarios de su día de clases.

Asia deja su mochila junto a la de Henry en el sofá y nos ve.

—Entonces, ¿Manos a la obra?

Mónica ríe, dejando también de lado su mochila.

—Vale, manos a la obra.

Y así, ambas se fueron a la cocina. Gracias a Asia fue que se pudo concebir esta tarde de hermanos en compañía de Mónica, quien con Asia y, quizá con la ayuda de Henry, preparán un nuevo postre que Mónica había visto en internet.

Lo que significa que, me veré en la obligación de probarlo.

Puede que esté un poco asustado.

Henry me hace una seña con la cabeza en dirección a la cocina.

—Venga, Dave, ayudemos a las chicas.

Ya en la cocina, Mónica y Asia estaban sacando los materiales que ella había traído el día anterior. Vi leche, harina, azúcar, chocolate y huevos. No tenía idea que tenía planeado Mónica, solo esperaba que no le quedara tan mal en su primer intento.

—Dave, tu celular —me pide Asia cuando me siento en una de las sillas giratorias de la barra.

—¿Para qué? —pregunté, pasándoselo.

Mi hermana da unos toques a la pantalla luego lo aleja lo suficiente de los materiales de repostería a la vez que empezaba a sonar Dessert de Darwin.

En cuanto empezó el coro de la canción, Mónica y yo nos reíamos en fuertes carcajadas de mis hermanos que bailaban sin pena por mi cocina. No dudé en grabarlos, ¡Es demasiado oro puro para no tenerlo en vídeo!

Cuando dejaron su tonto baile para ayudar a Mónica en el postre que prepararía, le pasé el vídeo a nuestra madre que me respondió con emoticones riendo.

Mujer de mi vida: A tu papá le encantará este vídeo.

Y conociéndolo, molestaría a mis hermanos con ello.

Yo: Créeme, no es el único de ellos que tengo.

Le reenvío el vídeo que grabó Mónica hace un rato de Asia y Henry bailando en el auto Iko Iko que mamá me responde con muchos más emoticones de risa.

—Hey, Dave, ¿Podrías leer la receta que está en mi teléfono? Está desbloqueado —me pide Mónica recogiendo otra vez su cabello.

Cómo era el único sin aportar nada más que su presencia a la preparación del postre, le hice caso a Mónica. Dejé mi teléfono de lado, que ahora reproducía Scared To Be Lonely de Martin Garrix y tomé el de Mónica que, como había dicho, tenía en pantalla una receta que en lo absoluto no llegué a ver qué decían las palabras.

—¿Qué demonios dice aquí? —entrecerré los ojos a la pantalla pero ni con eso ni con el brillo alto logré entender las pequeñas letras en gris y fondo blanco.

Escucho la risa de Asia.

—Esperen un segundo.

Oigo sus pasos alejarse y yo sigo intentando leer lo que dice en esa página, ¿Por qué hacían las fuentes en color gris claro y pequeñas? ¡Así no se ve!

—La solución a la ceguera de Dave —dijo Asia y siento como sus brazos me rodean desde atrás y como deja sobre mis ojos los lentes que se supone debo de darles más uso.

Desde hace al menos un año y medio tengo que usar lentes de cristales cóncavos. No veía de cerca y tampoco lo hago de noche; el oculista que me atendió cuando fui a la óptica me dijo que con el tiempo, el uso de estos lentes se volvería permanente.

Así que, gracias papá, por heredarme tu astigmatismo.

Acomodo los lentes de montura negra que mi hermana dejó sobre mis ojos y con ellos sí pude entender las líneas de lo que decía la receta.

—Sabía que estabas ciego, pero no a tal punto —oigo decir a Mónica.

—Cosas de la familia Wyle.

—Sí, nuestra familia está plagada de ese tipo de cosas —conviene Asia volviendo al lado de Mónica—. Déficit de atención, dislexia,  astigmatismo, incluso nuestro abuelo tiene disortografia.

—Vaya... —ella nos mira a los tres—. ¿Y ustedes no tienen que usar lentes?

—Por ahora no —Henry encoge los hombros—. Pero lo más probable es que sí pase.

Mónica tenía una mueca.

—Que afortunados ustedes los Wyle.

—¿A qué sí? —pregunto con una sonrisa sarcástica.

Ahora que ya podía ver, cito los procedimientos de la receta que Mónica va cumpliendo al pie de la letra. De tanto en tanto me pide una pausa para mezclar o que mis hermanos la ayuden en otras cosas. Ahora, solo leyendo la receta, me sentía un poco inútil.

¿Un poco?

Bastante inútil.

Cuando todo estuvo listo, Mónica tenía en una cacerola la sencilla mezcla de una tarta de chocolate y Asia tenía planeado hacer un batido de galletas, esas mismas galletas que se supone serían mi postre en la noche.

—¿Cuánto tiempo tengo que dejar esto cocinando? —me pregunta.

—Eh... a fuego bajo por, eh, ¿Veinte minutos? ¿Tan poco tiempo?

—Es una tarta sencilla, así que no es que se vaya a ir al horno a quien sabe cuántos grados por quién sabe cuánto tiempo —dice ella, encendiendo la cocina y poniéndola en su punto más bajo para dejar la cacerola tapada—. En las fotos se veía muy buena.

—Esperemos que te quede igual, mi salud estomacal depende de ello.

Mónica solo rueda los ojos.

Ella toma asiento en la silla junto a mí y mis hermanos se concentran en hacer el batido con mis galletas de postre. Me doy cuenta de que Mónica tiene la vista fija en mí con la cabeza ladeada.

—¿Qué?

Niega.

—Es que... no sé, te quedan bien los lentes.

—¿Tú dándome un cumplido? ¿Quién se supone eres?

Me da un ligero golpe en el brazo que nos tiene riendo.

—Se dice «gracias», Wyle.

—Gracias, bonita.

Hay una pequeña sonrisa de su parte que no sabe disimular y su característico mechón blanco fuera del chongo que se había hecho. Entendía demasiado bien el por qué me gustaba Mónica. Ella es muy ella: tiene un carácter de mierda, una actitud apática, no sabe compartir y odia que evadan su espacio personal.

Y, mierda, todo eso me encantaba.



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