37 • Un engendro del mal

—Su cara, ¡Oh, su cara! —Miguel ríe—. Nos va a castigar, ya lo verás.

—Por favor, ya tenemos diecinueve y veinte años, no nos puede castigar como si tuviéramos ocho.

—Vivimos bajo su techo, Nica —me recuerda él sin dejar de reír—. Tiene derecho.

—Igual no debe hacerlo, si bien estaba ansioso por llevarla.

Nos detenemos en medio del pasillo, cada uno frente a la puerta de sus habitaciones.

—En efecto, hermana, en efecto.

—Ya luego nos agradecerá.

—Mejor eso antes que un regaño, ¿Sabes lo raro que es que teniendo veinte años te regañen por una travesura? —hace una mueca y menea la cabeza—. Nada cool.

—Ya lo verás, nos agradecerá —aseguro entrando a mi habitación.

Escucho su «¡Eso espero!» seguido del sonido de la puerta de su cuarto ser cerrada. Miguel desde que terminó la cena con Sara y prácticamente habíamos obligado a nuestro papá a acompañarla a su casa no había parado de reír. La cara de papá había sido épica en ese momento, ¡Incluso Sara se echó a reír! Es genial saber que ella sabe que las bromas son parte de esta pequeña familia.

El silencio de mi habitación empezó a ser opacado por el ringtone de llamada de Dave, que era su canción favorita de Imagine Dragons: Believer, en serio que le gustaba esa canción.

Teniendo una idea de qué iba su llamada, me acerco a la cama, dónde hace un rato había dejado mi celular y contesto.

—¿Qué tal te fue? —es lo primero que le pregunto.

—Hola, Mónica, ¿Qué tal estás?

Ruedo los ojos.

—Sí, sí, palabrería que no me importa, bla, bla, bla —lo oigo reír—. ¿Cómo te fue, Dave?

Suspira y me hago la idea de qué hace su clásico gesto de pasar su mano por su desordenado cabello.

—Me fue increíble —responde—. Esperaba que todo saliera mal pero no, me fue mejor de lo que esperé.

—Te lo dije.

—Estabas esperando decir eso con mucho anhelo, ¿Verdad?

—Exacto —tenía una sonrisa arrogante porque sí, estaba esperando regocijarme de ello—. ¿Qué tal los niños? ¿Cómo te llevas con la bandada de mocosos?

—Eres cruel, pero para responder a tu pregunta, me llevo bien con ellos. Algunos sí son algo difíciles de tratar pero los entiendo.

—Eso es genial, Dave.

—Sí... pero, ¿Sabes? Jode un poco. La mayoría de los niños internados no llegan ni a los nueve años y están en toda esta mierda a tan poca edad. Me hace sentir un poco mal.

—Pero para eso estás ahí: para ayudarlos a sanar.

—Ojalá puedas conocerlos un día, te caerán bien. En mi descanso me la pasé con ellos y en serio que me sorprende las cosas que se pueden inventar para entretenerse.

—Algún día será, por ahora es muy pronto para que conozcan a tu supuesta novia.

Lo oigo reír antes de suspirar.

—Vale, creo que sí. ¿Nos veremos mañana?

—Claro, nos vemos mañana.

—Adiós, bonita.

Sonreí débilmente en medio de un suspiro. Ese apodo era tierno.

—Descansa, Wyle.

-

Yo no aprendía la lección, en serio.

—No lo sé, no me convence mucho —opina Amapola haciendo una mueca, observando el perchero de disfraces y ropa frente a ella—. No encuentro nada convincente.

—Amapola, por el amor que le tengo a la tarta de chocolate, ¡Elige algo rápido! Llevamos buscando esos disfraces desde hace tres horas y ninguno te convence.

—Es que ninguno me parece el adecuado, solo déjame buscar, mujer, no te amargues.

Ya lo estaba.

Suelto un resoplido y veo hacia el techo, esto tenía que ser una especie de castigo. Yo sabía que pasaría, Amapola tardaría siglos en encontrar algo ideal y que llegara a sus expectativas pero de igual forma decidí acompañarla.

¿En qué estabas pensando, Mónica de las nueve de la mañana?

En dormir, dormir mucho rato.

A mí yo adormilada no tenían que dejarle este tipo de decisiones encima, aceptaría todo con tal de que la dejen tranquila.

—Clemencia, Dios, ten clemencia de mí.

—Exagerada —dice mi amiga sin dejar de buscar—. Recorre la tienda si quieres, busca algo que te guste, te lo compraré como recompensa por esperar.

—Te oyes como niña ricachona.

Ella se ríe de forma tonta.

—Ahorros, Mónica, mis esfuerzos dan sus frutos.

—Vale, si tú lo dices —encogí los hombros y empecé a pasearme por la tienda.

No estaba tan llena, habían algunas personas buscando entre los percheros de montones de ropa, los trabajadores atentos a ofrecer ayuda y guardias de seguridad en puntos clave de la tienda. No tenía mucho que ver ahí, nada me interesaba lo suficiente porque la única prenda que deseaba de allí ya la habían comprado.

Al parecer, a la vida le gusta verme con los ánimos por los suelos porque en esa tienda donde habíamos entrado hace media hora, vendían la chaqueta que tanto había querido comprar en la última semana, pero el diseño que quería, ya se lo habían llevado.

Sé que puedo ser un engendro del mal, pero, ¿Tantas cosas malas he hecho en mi vida para merecer esto?

Déjame ver... Hum, no has hecho las suficientes cosas malas para merecer esta tortura.

Entonces, ¡¿Por qué?!

Oye, yo solo soy la voz en tu cabeza, no te puedo ofrecer respuesta a todo. Lo que tú sabes, también lo sé yo.

Lo que es nada, básicamente.

Pues sí.

Murmurando improperios a la vida misma, (ya me valía todo) seguí andado por la tienda. Habían cosas bonitas, camisetas, pantalones, vestidos, pero ninguno me gustaba tanto como la chaqueta que quería.

—Injusta vida de mierda —murmuro, molesta. Era estúpido estar cabreada por algo tan tonto como una chaqueta vendida, pero lo estaba.

Esta es la clara demostración que no soy lo suficientemente madura.

Seguí viendo prendas mientras espero por Amapola, sabía que estaríamos un rato ahí. Mi mejor amiga cuando se empecina en algo, lo hace en serio, así que solo me quedaba esperar por ella mientras veo algo que sea de mi agrado.

Esa sudadera es linda.

Me acerco a la sudadera en el otro perchero. Era blanca con motas de colores, como si la hubiera manchado un gran pincel. Sí, era linda, me gustaba. No recompensaba la chaqueta, pero era algo al menos.

Tomo la sudadera del perchero y la doblo entorno a mi antebrazo, estaba volviendo al área donde estaba Amapola buscando los disfraces cuando mi mirada se desvía a la caja donde veo una silueta alta conocida sonreírle amable a la cajera que le entregaba una bolsa de papel negra con el logo de la tienda en blanco.

Cuando veo el gesto de despedida de él hacia la chica, me acerco.

—¿Dave?

Veo como su sonrisa se congela en el instante que escucha mi voz.

—Hey... —saluda con voz aguda.

Eso me hizo fruncir el entrecejo.

—¿Qué haces aquí? —veo la bolsa en su mano—. ¿Y qué llevas ahí?

Ya todos conocemos mi lado chismoso, no me juzguen por querer saber qué llevaba en la bolsa y qué hacía en esa tienda.

—¿Qué hago aquí? —repite mi pregunta, asentí más confundida—. Bueno, lo que todos hacen en una tienda de ropa, ¿No? Comprar ropa.

Arqueé una ceja.

—No sabía que te gustaba el estilo de chica.

—Sí, ya sabes, me gustan los vestido floreados —la cajera se atraganta con su risa.

Yo no sabía si eso era en serio o una broma.

—¿Vale?

—Sí, creo que... Eh, me largo.

Y lo que pasó después fue algo muy raro y demasiado rápido: Dave se acercó a mí, dejó un beso de despedida en mi frente, se despidió de la cajera dándole una mirada de ojos entrecerrados y salió de la tienda como si estuviera huyendo de una jauría de perros salvajes.

Vaalee... eso a estado rarito.

Veo a la cajera que soltaba pequeñas risas contenidas.

—Dime que no soy la única que piensa que eso a sido demasiado raro.

Menea la cabeza sin dejar de intentar de no reír.

—¿Vas a llevar esa prenda?

—¿Qué...? —me acordé de la sudadera que tenía en manos—. Ah, sí, sí pero aún me falta algo.

Ella asintió cubriendo su boca con su mano.

—Vale, vale...

La miré confundida antes de alejarme, ¿Qué le daba tanta risa?

Volví con mi mejor amiga que, ¡Al fin! Tenía elegidos los disfraces para la fiesta de este fin de semana. Si no me equivoco, el que sería para mí era de los cincuenta, era una falda larga roja acompañada de una camisa blanca con mangas largas y el clásico pañolete que llevaban las chicas en esos años. Me dijo que los complementos los podía conseguir en mi armario.

El disfraz que usaría para mí no me parecía mal, era lindo y los años cincuenta siempre me parecieron interesantes. Lo que odiaba es que usaría tacones.

—¿Por qué, Pola? ¿Por qué? —pregunté con cara de lamento, saliendo de la tienda tras haber pagado.

—Yo no creé la moda de esos años —es su respuesta con un encogimiento de hombros.

No me quedó más que resoplar.

El disfraz de Amapola era muy diferente al mío. De los ochenta: una chaqueta de jean holgada, una camiseta pomposa de un rosa chillón y pantalones holgados al estilo campana. La verdad, sí me la imagino bien con ese disfraz.

Con bolsas en manos dónde estaban nuestras recientes compras, fuimos a un café cerca para comer algo, habían sido largas horas de búsqueda, mi estómago merecía algo de comida.

Mientras Amapola pedía nuestra comida, yo esperaba en la mesa cuando mi celular en mi mochila suena, anunciando la llegada de un mensaje.

Wyle:

¿Puedes venir a mi casa?

Tengo algo para ti.

Eso último me causó bastante curiosidad.

Respondí:

Vale, estaré allá en veinte minutos.

Me responde con un «okey» a la vez que Amapola vuelve a su asiento frente a mí con nuestros pedido.

¿Qué será eso que tendrá Dave para mí?

-

Después de comer y hablar un rato, Amapola me trae hacia el edificio de Dave, en todo el camino hace bromas con respecto a lo que podría tener para mí y lo que podría pasar.

Amapola es irritante cuando se lo propone, también una pervertida. Quizá por eso se lleve muy bien con Wyle.

—¡Cuídate! ¡En todos los sentidos! —grita ella cuando me deja frente al edificio donde vive Dave.

Solo la ignoro y sigo mi camino, escuchando su escandalosa risa y el sonido de su auto arrancando.

Subir al piso de Dave no me cuesta nada, saludo al portero que me sonríe amable y me deja pasar. Aún seguía sin conocer a demasiada gente de ahí así que solo seguí mi camino hacia el elevador.

Frente a su puerta, toqué como ese día en que me quedé a dormir.

Y cuando me abre, ya se encontraba sonriendo. ¿He visto a Dave alguna vez sin sonreír? No lo creo.

—Hola —saludo y él dobla un poco las rodillas para que pueda dejar un beso en su mejilla.

Me deja pasar sin perder su sonrisa.

—Tu sonrisa me está dando miedo —admito dejando mis cosas en el sofá.

—Mi sonrisa es linda, no da miedo —se defiende haciendo un puchero.

Tenía que admitir que los pucheros de Dave eran tiernos. Cuando los hacía, tenía la tentación de pellizcarle las mejillas. Es que, a ver, Dave es lindo pero habían ciertas muecas o, en este caso, pucheros que cuando los hacía, le daban un aspecto adorable.

Ese puchero es uno de esos.

Estaba demasiado tentada de pellizcarle las mejillas cuál abuela pero resistí la tentación, ¡Por muy poco! Suspiré y me senté en el sofá frente a él que seguía de pie.

—Si lo dices —encogí los hombros—. ¿Por qué querías que viniera?

—Oh, sí, eso. Primero, necesito que cierres los ojos.

—¿Qué?

—¿Confías en mí?

Mantuve el silencio unos segundos, pensando en su pregunta.

¿Confiaba en Dave? Era una muy buena pregunta. Nos conocemos de años y el último tiempo hemos estado conviviendo bastante por la tontería de fingir una relación, hablábamos bastante, estaba segura de que él conocía bastante de mí así como yo conocía bastante de él. Sabía que contaba con él para cualquier cosa.

Así que no fue una total sorpresa para mí cuando me encontré asintiendo.

Eso pareció relajar a Dave.

—Vale, entonces, cierra los ojos.

—Vaya, no sabías que tenías un lado mandón —río cerrando los ojos.

No me responde, solo escucho sus pasos irse y volver unos segundos después.

—Ya puedes abrirlos.

Parpadeé un par de veces para aclarar mi vista. Estar en la oscuridad completa no era algo que me agradaba mucho. Diría que la oscuridad es uno de mis principales miedos.

—¿Por qué me hiciste cerrar los ojos?

Dave no responde, en cambio, señala a la mesita central de la sala dónde antes vacía ahora reposaba una bolsa de regalo morado claro, mi color favorito, con una cinta azul clara.

—¿Qué es...?

—Ábrelo —más que una petición, suena a orden.

Vale, el lado mandón de Dave no me agrada mucho.

—¿Qué hay adentro? —lo miré dudosa.

—Nada malo, créeme, te va a gustar.

Le di una última mirada dudosa antes de tomar el regalo. Mi curiosidad le ganaba a todo.

Metí la mano en el regalo, rogando que no sea una broma de mal gusto y haya algún animal come manos ahí adentro. Pero no, lo que sentí fue algo suave, como una tela, luego lo que parecía los dientes de un cierre.

La saqué de la bolsa de regalo sin poder aguantar más la curiosidad.

Dejo caer la bolsa al suelo pero no lo que tenía en manos.

—No inventes... —murmuré muy bajo.

Está en nuestras manos, está en nuestra manos...

—La tengo en mis manos —murmuro en tono agudo.

No podía ser, en serio que no podía, Dave no pudo haberla comprado y regalado a mí.

—Esto es un sueño, tiene que ser un sueño.

—No, Mónica, no es un sueño.

Esas cosas las dicen en los sueños.

Pero sabía que no estaba en un sueño, esto era real, es la vida real.

La vida real donde tenía en manos la chaqueta que tanto había querido comprar.

—¿Cómo...? ¿Qué...? —balbuceé de modo que al final me salió un «¿Comoqué?»

Levanto la mirada y me encuentro con Dave que tenía las manos metidas en la sudadera negra que llevaba puesta, se encoge de hombros.

—Me pareció un buen regalo.

—¿Por qué? —no podía cambiar el tono de sorpresa de mi voz.

Eso... esto, el regalo había sido una acción muy linda de su parte. Dave había sido muy amable conmigo en muchas ocasiones pero esto... esto era otro nivel.

—¿Tiene que haber un motivo? —pregunta a la nada, pasa una mano por su cabello—. Es solo un regalo, Mónica. ¿Te gustó?

Empiezo a reír como loca por esa pregunta.

—¿Que si me gustó? Cielos, ¡Dave, me encantó! —le doy un fuerte abrazo a mi nueva chaqueta, inspirando el aroma a nuevo—. Dave, yo... yo no sé qué decirte. Gracias —le sonreí agradecida.

Esto nunca lo olvidaría, nunca.

Él también sonrió.

—Ya sabes, cualquier cosa por ti.

Esas seis palabras lograron un gran efecto en mí: sonrojarme de una manera que no pasaba desde que tenía dieciséis años. Desde que empezamos a convivir más, Dave había logrado cosas locas en mí: risas bobas, nerviosas, mariposas en el estómago y sonrojos débiles y este, el más notable que había causado.

Él tenía ese especial poder de ponerme nerviosa y eso, eso no sabía si era bueno.

Aún con esa duda en mente, no me importaba en lo absoluto. Vi mi nueva chaqueta con una sonrisa que estaba haciendo a mis mejillas doler, luego volví a ver a Dave que también sonreía.

De un momento a otro, estaba dándole el mas fuerte de los abrazos a Dave, ¿Qué ocurría conmigo que últimamente daba muchos abrazos? Bah, no importaba, se lo merecía y eso es mucho decir viniendo de mí. Dave por instinto envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y como la última vez que lo había abrazado, me alza del suelo sin problema alguno. Mis pies quedan elevados en el aire por mucha distancia y mi rostro muy cerca del suyo.

—Gracias —murmuro sin apartar mi mirada de la suya.

Con su mano libre, toma casi con pena el mechón blanco que tanto halaga, su mirada pasa ahí y su sonrisa se vuelve como la de un niño que ve algo que le gusta.

Unos segundos más tarde lo deja detrás de mi oreja y ahora su mano pasa a acariciar mi mejilla, pasando su pulgar más en el área de mis pómulos, lugar donde resaltaban un poco más las pequeñas pecas.

—Te lo dije: cualquier cosa por ti.

En vez de un sonrojo, viene una sonrisa que él imita casi al instante. Sus ojos marrones claros se mueven pareciendo guardar todo lo que veían y cuando finalizan su recorrido, éste termina en mis labios.

Mi mirada también se posa en los suyos, que estaban ligeramente abiertos, siento como la caricia de su pulgar desciende lentamente hasta un poco más abajo de la comisura derecha. Con ese simple toque y esa mirada intensa suya, quise más que eso. Nunca antes había tenido tantas ganas de besar a alguien como quería besar a Dave ahora.

A medida que pasaban los segundos, tanto mi respiración como la de él se vuelven un caos, lo sentía cada vez más cerca de mi rostro hasta el punto de sentir la punta de nuestras narices rozarce, mi mano viaja hasta su nuca y si no hubiera sido por la mención de mi nombre saliendo de su voz, lo habría atraído hacia mí.

—¿Puedo...? Mmm, yo quiero...

Venga, dilo, dilo.

¿Y desde cuándo tú tan afectuosa?

Cuando me convenía y cuando tenía la ganas, así que, ¡Cállate!

—¿Quieres...?

Estaba por soltar las palabras que pocas veces quise escuchar pero el sonido de la puerta nos espantó a los dos, sobretodo a él y cómo me estaba sosteniendo de la cintura, me dejó caer estrepitosamente.

Me caí de culo y fue doloroso.

—Oh, mierda —masculla Dave ayudando a levantarme.

Ahora me dolía la retaguardia.

—Auch —murmuro haciendo una mueca.

—Mierda, Mónica, perdón no quise... —el sonido de la puerta lo vuelve a interrumpir. Dave gruñe y ve ceñudo en esa dirección—. ¿Quién carajo está tocando?

Se fue molesto a abrir la puerta mientras yo me quedé en mi lugar, sabía que si caminaba, me dolería el trasero.

—¡Sorpre...! —la alegre exclamación de ambas voces se interrumpe y la chica pregunta—: ¿Llegamos en un mal momento?

Dave no respondió pero los dejó pasar igual.

Recogí la chaqueta que había caído al suelo y la vuelvo a guardar en la bolsa de regalo, escuchando los pasos de Cooper y Sal entrar a la sala.

—Ah, eso explica su cara de culo —oigo decir a Cooper.

Eso es lo que me duele a mí, Parker.

Le sonrío un poco forzada a los amigos de Dave, igual que él, me sentía molesta por la interrupción.

Por muy poco... y ellos llegaron.

—Bueno... creímos que sería divertido una noche de películas, ¿Qué dices, Agente D? —le pregunta Sal.

—Vale —responde él, aún serio.

En serio lo entendía, estaba igual de molesta que él.

—¿Te quedas, Mónica? —me pregunta Cooper.

Los tres pares de ojos de los chicos me ven en espera de una respuesta, Sal y Cooper, menos intensas que la de Dave.

—Quisiera pero tengo que ir a casa, tengo algunas cosas que hacer —me disculpo, tomando mi mochila.

—¿Segura? Será divertido, veremos película de comedia.

—Lo siento, Sal, créeme que me gustaría pero en serio tengo cosas que hacer.

Algo que no es totalmente mentira, sí tenía unas cosas que hacer en casa pero podía prolongarlas, la verdadera razón por la que no quería quedarme esa tarde tenía nombre y apellido: Dave Wyle.

Si ese simple acercamiento fue intenso, no quería imaginar lo que pasaría si hubiera avanzado más.

Puede que me de un poco de miedo la idea.

Tomé la bolsa de regalo y la que tenía el disfraz y la sudadera que había comprado hace unas horas. Le sonreí una última vez a los chicos, murmuré un «nos vemos» y salí del apartamento.

Afuera en el pasillo solté una profunda respiración como si en mi estancia adentro había dejado de respirar bien y me hiciera falta el aire.

—Que intenso —murmuro para mí, presionando el botón del ascensor.

Escucho pasos detrás de mí y cuando me vuelvo, veo a Dave venir un poco inseguro y con una mueca. Frente a mí, se rasca la parte trasera de la cabeza.

—¿Qué tal tu trasero?

Es demasiado raro escuchar esa pregunta.

—No duele tanto —respondo igual.

—Perdón, no quería dejarte caer es que...

—El sonido de la puerta te asustó, está bien, yo también me espanté.

Suspira asintiendo, guardando sus manos en los bolsillos de su sudadera.

—Yo quería decirte que... —detrás de mí, la puerta del ascensor se abrió—. Olvídalo.

—¿Qué querías...?

Niega con la cabeza.

—Olvídalo, Mónica, solo olvídalo.

Entro confundida hacia el elevador y veo su gesto de despedida antes que las puertas se cierren.

Suspiro recostándome de la pared metálica.

—Yo quería un beso, idiota.

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