36 • «tu lógica es ilógica, Nica»
Mónica
—¡Admítelo!
—¡No!
—¡Admítelo!
—¡Déjame en paz! ¿Vale? —aunque era una petición seria, me estaba riendo de toda esta tontería.
—¡No hasta que lo admitas! —exclama Dave dándome unos toques en la cintura con la mano que no estaba en el volante.
—¡Déjame! ¡Céntrate en conducir! —le di unos manotazos que espantaron su mano.
Idiota, ¿Cuándo dejará el tema de que «tengo un don» para elegir buena música? ¡Es solo casualidad!
—¿Por qué te niegas tanto? Es algo cool —me dice, girando a la izquierda en dirección a Revere street faltando poco camino para dejarme frente a mí casa.
—¿Por qué se empeñan tanto todos ustedes en declarar en que tengo un don cuando es solo casualidad?
Me da una rápida mirada que decía «Eres necia, Mónica»
Sí, lo soy, que viva con ello.
—Tu terquedad no tiene remedio —murmura resignado y meneando la cabeza.
Yo solo le doy una mala mirada desde mi asiento que lo tiene sonriendo.
Doblemente idiota.
Veo la zona de Revere street pasar, prestando un poco de atención a la canción en la radio. Dios, era pésima. K-pop demasiado chillón. No es por ofender a la gente a la que le guste ese género, cada quien tiene sus gusto, pero ¿Por qué?
Estaba demasiado tentada a cambiar la canción, solo que no lo hice porque Dave me veía de reojo y por esa sonrisa comemierda suya, sabía que tenía ganas de cambiar la estación y si lo hago, él estaría demostrando su punto.
Y no podía perder, ¡No!
Pero... la canción era mala, demasiado. Su ritmo era patético, la letra era una tortura a mi léxico y de seguro habían palabras inexistentes en esa letra.
Mi mano por sí sola empezaba a levantarse he ir hacia el botón de cambio pero la detuve poniendo la otra encima. ¡Manos, quietas!
Amiga, ¡Esa canción es del asco! ¡Estoy sufriendo aquí!
Yo también estoy sufriendo y sin embargo, me aguanto.
Tú, te aguantas tú, ¡YO NO! ¡Cambia esa basura!
—Te debates, no sabes qué hacer —oigo decir a Dave.
—No me debato nada, estoy disfrutando de una bue... —me atraganto con mis palabras—. Buena canción...— me supo del asco decir eso, pero lo logré.
Dave se ríe, esas risas idiotas de él.
—Ignoraré tu cara de asco cuando dijiste «buena canción». Cambia la estación, esa canción está horrible.
Me retuve el suspiro de alivio por dentro. En teoría, no lo había hecho por voluntad propia, estaba cambiandola a petición de él así que aún sigo sin darle la razón.
Literalmente solo presioné el botón dos veces, una era una radio latina que no tenía idea cómo había llegado allí, estaban en programación y todo lo que dijo el locutor no lo entendí en lo absoluto. En la siguiente estación se despedían para entrar en descanso y Moments We Live For de In Paradise empezó a reproducirse a un volumen moderado dentro del auto.
Esa sí era una buena canción, muchísimo mejor que el horrible K-pop del otro programa.
Veo a Dave y él tenía una sonrisa satisfecha. Espera, ¡No! ¿A sido una treta?
—¿Ahora entiendes que tienes un don, bonita?
Ahogo un grito y llevo mi mano dramáticamente a mi pecho.
—¡Sacrilegio! ¡Me has engañado!
—Pero que shakespereano a sonado eso —ríe él.
—¡Engaño!
—Venga, Mónica, a sido solo un pequeño incentivo.
—¡No! ¡Engaño, traición!
Vale, puede que esté siendo exagerada con respecto a una tontería, pero entre tantas tonterías que hemos pasado juntos, (esconderse en el baño de una heladería para evitar ver a su ex, ser perseguidos por una manada de raros estudiantes de periodismo y escuchar a un conserje decir que me han metido mano) esto era solo una broma. Dave se había ganado mi confianza y con él sentía que podía hacer estas tonterías con las que muchos solo me mirarían raro. Él se reiría y me seguiría el juego.
—¡Me has engañado! —exclamo una vez más y veo como contiene las ganas de carcajear.
Esto también lo hacía con otros motivos: hacer reír a la gente. Puede que sea un poco apática, me guste mantener distancias y sea poco afectiva, pero algo que disfrutaba era hacer reír a mis amigos con mis tontas bromas en momentos de tensión. Dave estaba ansioso por la pasantía y lo último que quería era que siguiera con esos nervios y ver qué se veía visiblemente relajado, sabía que mis bromas estaban funcionando.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que me ponga una falda y baile el Hula-Hula?
Por un momento, me quedo viéndolo confundida. ¿Qué a dicho? ¿Bailar el Hula?
Eso sería muy gracioso de ver.
Dave ríe al ver que me he quedado sin palabras y que he dejado mi drama de lado también.
—Cuando hagan un drama, esa es una gran respuesta —aconseja aparcando frente a mí casa—. Deja a todos sin palabras.
Y sí que es cierto.
Meneo la cabeza para salir de la sorpresa que aún sentía por su respuesta. Ahora que lo proceso, también es bastante graciosa.
—Disney, ¿No?
—Exactamente.
—Tú en serio que tienes un gran amor a esa franquicia.
Encoge lo hombros acomodándose en su lugar para verme.
—Me gusta mantener vivo mi niño interior.
—Eso explica tanto de ti... —lo observo unos segundos y sí, eso explica muchísimo.
—Tomaré eso como un halago.
—Ya tú si eso quieres creer —digo encogiendo los hombros, aunque la verdad no había sido un insulto, tampoco un halago, solo un hecho recién descubierto—. En fin, suerte con la pasantía. Te va a ir bien.
—Gracias, bonita.
—No hay de qué, Wyle —abro la puerta del auto y le sonrío una última vez—. Nos vemos después.
—Espera, te olvidas de algo.
Me vuelvo a verlo confundida, ¿Me olvidaba de algo?
—¿Qué se supone estoy olvidando?
—Mi beso, te olvidas de mi beso.
Ay, no inventes.
—Serás idiota.
—Pues soy un idiota al que le tienes que dar su beso.
Ruedo los ojos pero por dentro estaba riendo como boba. Ah, esas risas bobas las odio, tanto interna como externamente. Me acerqué a él y puse una mano en su hombro para sostenerme, acercarme lo suficiente y poder dejar el beso olvidado en su mejilla.
Cuando puse distancia entre nosotros, Dave me sonríe de labios cerrados.
—Ahora todo está bien.
Una vez más, ruedo los ojos, pero, (¿Por qué siempre tiene que haber un «pero»?) siento como la comisura derecha de mi labio se levanta ligeramente para sonreírle a él.
—Nos vemos, Dave, y buena suerte.
Bajo de su auto y antes de que vuelva al camino, me despido con un gesto de mi mano que él me devuelve. Cuando lo veo irse, entro a casa soltando un suspiro, siento como mi pulso se va relajando a medida que me adentro a la sala.
¿Por qué estaba agitada?
Cuando estaba buscando una respuesta, me quedo congelada en la entrada a la sala por ver a Sara, la enfermera de la universidad, sentada junto a mí padre, ambos riendo y tomando café y creo ver galletas en la mesita.
—¿Sara? —pregunto para confirma una duda sin sentido, era ella.
Sara cambia su mirada de color verde de mi padre hacia mí y sin perder su sonrisa amable.
—Hola, Mónica —saluda con amabilidad y tranquilidad.
Esta escena me parecía rara, demasiado. Sara había visitado la casa en varias ocasiones del pasado, últimamente la veía mucho en los pasillos de la universidad pero la última vez que la ví pisando esta casa había sido hace casi ocho meses.
Me acerco a paso lento a los sofás dónde estaban sentados, Sara seguía regalandome su sonrisa agradable, mientras que yo veía a mi padre en busca de una respuesta.
No me molestaba el hecho de que ella estaba aquí. Sara Roden en realidad es una mujer muy cercana a mi familia desde hace años por ser la mejor amiga de mi tía Anna, la hermana mayor de mi madre, pero... verla aquí, sin la tía Anna, es raro.
Papá me daba unas pequeñas miradas que descifré rápidamente. Mi familia por ser pequeña habíamos aprendido a descifrar esas señales con las miradas o pequeños gestos, papá me había dicho algo como: «Encontrar. Charla. Tarde juntos» que no fue difícil de interpretar.
Cuando estoy a solo unos pasos de ellos, le devuelvo la sonrisa a Sara.
—Hola, Sara, que lindo verte.
—Lo mismo digo, linda.
—Umh, cielo, ¿Cómo te fue hoy en la universidad? —pregunta papá.
—Bien, lo de todos los días. Y... Sara, ¿Qué tal? ¿Cómo terminaste aquí?
Hay una tos por parte de mi papá y una risa de ella.
Bien, también era un poco... o quizá muy entrometida.
Demasiado, diría yo.
Calla, a ti también te gusta el cotilleo.
No lo negaré.
—Mónica... —empezaba a decir mi padre.
—No, está bien —Sara soltaba pequeñas risas. Más que incómoda, se veía divertida—. Me encontré con tu papá en la tienda, hablamos un poco y me invitó a cenar aquí.
—Oh... con qué a cenar, eh —miro a papá dándole mi mirada de «Eso no me lo dijiste, señorito»
—Sí, espero no sea de inconveniente para ti o tu hermano.
—Oh, no, para nada. Eres buena onda, así que será una cena agradable.
—Me alegra ser «buena onda»
—Iré a mi habitación, si me necesitan, llamen a Miguel.
Escuchando sus risas, subo a mi habitación, pensando en la razón por la que papá habría invitado a cenar a Sara. Sí, ella es guay, no me cae mal pero aún así es raro.
En mi habitación, me cambié por algo más cómodo: pantalón corto blanco y una camisa manga larga holgada lila, aflojé la coleta de caballo ya que empezaba a darme dolor de cabeza. Suspiro y pongo mis manos sobre mi cintura para observar mi habitación. Dónde estaba mi escritorio todo era un desastre de colores, lapiceras, libretas y libros de dibujo, también varias envolturas de dulce por el suelo.
Cuando me lo propongo, puedo ser muy desastrosa, cosa que es casi todo el tiempo.
Decido acomodar el desastre que había dejado por el estudio intenso del fin de semana. Esta era una de las pequeñas consecuencias que traía la época de exámenes en la universidad: desastre total en mis cosas.
Veinte minutos después tenía mis pertenencias en orden, mis marcadores en sus lugares y las envolturas de dulces en la bolsa de basura cerrada que tendría que desechar pronto.
Acomodé también las poca fotos que había colgado en esa área de mi habitación. Una de ellas era de los chicos de la clase de cocina, cuando cumplí un mes como su maestra varios de los chicos dijeron que sería buena idea tomar una fotografía. Fue así como terminé con más de quince chicos rodeándome, unos con caras serias, otros con sonrisas y unos muchos con caras graciosas.
Río viendo la imagen de Malcolm en la foto, él era uno de los que había puesto la mayor cara graciosa de todas. Ese chico tenía un carisma increíble, no sabía cómo podía caerme tan bien, pero lo hacía.
Me eché en mi cama con un blog de dibujo y un lápiz, también con mis audífonos para escuchar música. Empecé haciendo trazos sin sentido pero poco a poco empezaba a ver la forma de mi dibujo.
Le estaba dando unos últimos detalles cuando el sonido de la llegada de un mensaje resuena a través de mis audífonos, interrumpiendo momentaneamente Savage Love de Jason Derulo.
Ya estoy aquí.
Deséame suerte.
Era lo que decían los mensajes recién llegados de Dave.
Solo sé positivo, confía en que te irá bien y así será.
Es mi respuesta enviada. Quien me viera, ¿Eh? Dando ánimos a alguien más. Cuando no obtuve respuesta y solo un visto de su parte, supuse que ya habría entrado a su turno, así que solo por eso no me ofendió el visto.
Bueno, sí lo había hecho un poco pero lo ignoré.
Decido bajar a buscar algo dulce en la alacena para comer mientras espero la cena, bajando las escaleras me detengo a mitad de camino al escuchar las risas de Sara y mi padre. Desde donde estaba, solo tenía que inclinarme un poco para poder verlos sentados en la barra, parecían muy enfrascados en su conversación mientras entre ambos preparaban la cena.
Una pequeña sonrisa se escurrió entre mis labios al ver reír a papá. Los últimos meses habían sido duros, la partida de mamá nos afectó demasiado como familia y como personas. Miguel la pasó mal, yo la pasé mal, papá también y verlo reír después de los últimos meses jodidos que pasaron, era reconfortante de cierta manera.
—¿Por qué estás espiando a papá? —susurran detrás de mí.
Por instinto de defensa, doy un codazo a la persona detrás de mí, haciendo que se retuersa y emita un gruñido.
—¡Carajo! —exclama adolorido.
—¿Miguel? —escuchamos que pregunta papá desde la cocina—. Hijo, ¿Eres tú?
Mi hermano tomaba respiraciones lentas con su mano sobre su costilla, lugar donde le había golpeado con mi codo.
—Sí, papá... soy... soy yo —aclara con voz ronca. Vale, quizá sí le di muy fuerte—. Estoy bien, vuelve... vuelve a lo tuyo.
Hay unos segundos de silencio.
—¿Vale? —dice papá inseguro pero pocos segundos después, escuchamos como vuelve a su charla con Sara.
Tomo a Miguel del antebrazo y lo arrastro escaleras arriba, escuchando sus quejas de por qué le había dado un codazo y de dónde había sacado tanta fuerza.
—¿Por qué estabas espiando a papá? —pregunta, más recompuesto.
Lo chismoso es algo que viene de familia, como verán.
—¿Por qué me espiabas a mí? —contraataco—. ¡Y no estaba espiando a papá!
—Sí, claro. Responde mi pregunta.
—Responde tú la mía.
—Yo pregunté primero.
—Yo de segunda.
—¿Y eso qué...?
—Y soy la chica aquí, así que responde.
Mi hermano me da esa misma mirada de cuando éramos niños. Un claro «tu lógica es ilógica, Nica»
—Vale, vale, no te espiaba, solo te ví ahí viendo toda rara a papá y quise saber por qué —explica—. Ahora responde tú la mía.
—No lo espiaba —ahora su mirada era de un «te creo un carajo, hermana»—. Es cierto, solo quería ir por algo dulce y los ví ahí, es todo.
—Y te detuviste en medio de las escaleras solo para observarlos. Lo de todos los días, ¿No?
Le di una mala mirada. El sarcasmo es lo mío, no lo de él.
—Solo me detuve y ya, ¿Vale?
—Supongamos que te creo —vuelvo a darle otra mala mirada. Me estaba robando la línea—. Te sorprendió, ¿Verdad?
Suspiro asintiendo. Si no estamos equivocados, papá está cumpliendo su promesa.
—Lo está haciendo, Miguel.
—Lo sé, no me molesta, solo me sorprende demasiado —su mirada se vuelve ausente—. El... el dieciocho se cumplirán ocho meses.
—¿La iremos a ver? —pregunto, sintiéndome otra vez como esa niña de siete años que corría a la habitación de su hermano cuando habían truenos.
Aunque en esta situación tan delicada para Miguel, es él el que corre a mi habitación.
—De eso no hay duda, Nica —sonríe con tristeza y suspira débil—. La extraño.
Veo como traga con dificultad y esa es mi señal de que necesita un abrazo. Podré estar evitandolos todo el tiempo posible, pero cuando de mi hermano se trataba, estaba siempre dispuesta a regalarle un fuerte abrazo de consuelo, porque de una manera u otra, no solo el consuelo era para él, si no también para mí.
Envuelvo a Miguel entre mis cortos brazos y él me corresponde. No hay lágrimas, ni sollozos pero sí hay dolor. Habrán pasado casi ocho meses pero el dolor seguirá ahí, estará ahí hasta el momento dónde nos sintamos realmente listos para poder decir adiós.
Papá estaba en ese proceso, Miguel a mitad de camino y yo... yo estaba apenas en el inicio, dando pequeños pasos pero, a fin de cuentas, eran pasos que en mucho tiempo no me atreví a dar.
—Yo también la extraño —digo, empezando a sentir el nudo en mi garganta—. Mierda, en serio que lo hago.
Siento como Miguel apoya su barbilla de mi cabeza y como con su mano da caricias en mi espalda.
—Llora si tienes que llorar, Nica —dice en tono suave—. Ya a sido suficiente que te hagas la fuerte, por una vez, deja que otros te sostengan.
Son esas palabras las que me hacen dejar caer algunas lágrimas, no todas las que me he guardado, pero sí una parte de ellas. Miguel se mantiene abrazándome, recorfortandome como tantas veces yo hice con él. En serio le agradecí el gesto, aunque los abrazos los repudiaba, no había uno mejor que el de alguien que llevaba tu misma perdida.
Por una vez en meses dejé de ser yo la fuerte y fui la que su hermano mayor le brindó confort entre sus brazos.
No sé cuánto tiempo pasó en el que pude controlar las lágrimas, seguíamos en medio del pasillo, ambos abrazando al otro.
—Sé que eres fuerte, hermanita, pero yo también quisiera ayudarte a sobrellevar todo —comienza a decir Miguel—. Fuiste el mayor apoyo de la familia, Nica, nunca derramaste una lágrima frente a otros pero te oía, en tu habitación, sufrías en silencio y no sabes cuánto quería poder estar así contigo en lo primeros meses.
»Perdón por no haber estado para ti, Mónica, fui egoísta y no sabes lo mucho que duele ahora.
Pongo un poco de distancia entre nosotros, sorbo mi nariz y limpio mis mejillas.
—Tú sufrías también, Miguel, no estoy molesta contigo por eso. Estabas mentalmente inestable, no podías darle consuelo a alguien más en ese estado, teniendo en cuenta también que yo no estaba en el mejor momento de todos.
—Aún así quise haber hecho más por ti.
Le doy una pequeña sonrisa y tomo su mano.
—Cuidar tu salud mental y no rendirte fue lo mejor que pudiste haber hecho por mí.
Me vuelve a dar otro abrazo, uno que transmitía un claro mensaje «estaremos bien»
—Serán ocho meses, fueron duros pero con orgullo podremos decirle a mamá que sí fuimos unos guerreros valientes —le oigo decir.
—Claro que lo fuimos —concuerdo—. Ahora suéltame, me estás empezando a molestar.
Su pecho vibra en una risa a la vez que me soltaba de sus brazos.
—Y ahí está mi hermanita —me acomoda ese mechón blanco de mi cabello con el resto de las otra hebras—. ¿Sabes? Estuve hablando con Didi, quiere... venir a vernos en su aniversario.
Nuestra prima paterna, a la que en la familia la llamábamos «Didi» era la prima Reynolds mas cerca que teníamos ya que vivía en Cambridge, a solo diez minutos de aquí. Didi era genial, una prima muy simpática pero mantenía más el contacto con Miguel. En los últimos meses, tanto ella como los otros dos hermanos de mi papá nos habían acompañado en el duelo. Es lindo saber que no solo fue el sentimiento de lastima, ella realmente nos acompañaba en esta dura situación.
—Sería lindo verla, pero... no lo sé, creo que habría que hablarlo con papá. Sabes que siempre lo mantuvo muy entre nosotros.
—Sí, tienes razón, igual si puede venir o no, nos manda un fuerte abrazo.
Sonrío recordando lo simpática y también un poco torpe que es mi prima.
—No me gustan, pero dile que se lo recibo gustosa.
—Y eso la hará sentir muy feliz, ¿Cuántas veces te dejaste abrazar por ella? Creo que las puedo contar con una sola mano.
Le doy un empujón en el pecho que lo hace reír.
—Será mejor que nos vayamos a nuestros cuartos, si no sabrán que los estábamos espiando.
—Entonces admites que sí lo hacías.
Ruedo los ojos divertida.
—Vete a tu cuarto.
Antes de ir a mi habitación, paso por el baño para lavarme la cara. Tenía los ojos hinchados y rojizos, al igual que las mejillas. Desde esa vez que Dave había venido a casa, no había llorado, no es algo que esté entre mis cosas favoritas pero a veces olvidaba lo bien que se sentía poder soltar un poco del dolor que llevas dentro.
Vuelvo a mi habitación y me seco con mi toalla, antes de volver a echarme en la cama, papá nos llama avisando que la cena ya estaba lista. Miguel y yo bajamos a cenar de la lasaña que había preparado Sara, si ella empezaba a salir con nuestro papá, esa deliciosa lasaña ya le había dado mil puntos de nuestra parte.
La cena es más divertida que en otras ocasiones, bromeamos, reímos, molesto a Miguel un par de veces y él igual a mí. Observo como papá mira a Sara mientras ella le cuento algo de su trabajo de enfermera en la universidad.
Veo de reojo a Miguel y él tenía una pequeña sonrisa mientras veía a los dos adultos frente a nosotros.
Había sido un tramo lo suficientemente doloroso que ver a mi papá sonreír así por alguien más no me hacía molestar, me hacía sentir feliz por él, porque estaba dispuesto a sanar las heridas de su corazón para poder seguir con la vida que le quedaba.
Y si no es con ella, al menos estaba dando los pasos para cumplir la promesa de mamá.
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