31 • Eso no es lindo, es un arma matadora

Además de la terquedad, Amapola y Sal compartían algo más:

La fascinación por comprar ropa.

En cuanto llegamos, Sal recuperó su habitual confianza y Amapola entró en su modo «loca por ropa» y ambas me tenían siguiéndolas de aquí para allá en cada maldita tienda de ropa, zapatos y maquillaje. Vale, soy una chica, pero una chica con poco gusto a ciertas cosas que a muchas de la población femenina les encanta.

Lo único que pude y quise comprar para mí fueron unas botas que me llegaban a la altura del tobillo y que alrededor tenía una felpa suave color marrón claro y el color en general era de un azul bastante suave.

¿Pero las chicas? Las chicas ya habían comprado tantas cosas que ya sus manos empezaban a llenarse de bolsas.

—¿Qué tal este? —Amapola me enseña un lindo vestido sin mangas, blanco con flores azules y suelto en la falda.

—Está lindo, ¿Estilo veraniego? —asiente con una sonrisa—. Deberías comprarlo.

—Oh, lo haré —esa misma sonrisa entusiasta cambia a una astuta—. Pero no será para mí.

—¿Para quién?

—¡Para ti! Moni, lo único que has comprado son esas botas, no negaré que son lindas, ¡Pero necesitas algo más!

—Estoy bien con lo que tengo.

—Pues yo no, así que lo compraré para ti, será tu regalo de cumpleaños.

Reí.

—Mi cumpleaños es en siete meses, Amapola.

—¿Y? Soy una gran amiga que te da regalos por adelantado, así que vive con ello.

Ruedo los ojos aunque estaba riendo. Amapola Bergan es una amiga bastante peculiar que vela por intereses... también bastante peculiares.

—Oye, Mónica, necesito tu opinión aquí —oigo decir a Sal detrás de mí, me vuelvo en el sofá puesto en el área de los probadores de la tienda, encontrándome con que ella tenía en manos un lindo vestido.

Era corto también, mangas largas, no tenía escote al frente pero sí dejaba toda la espalda descubierta, la falda era suelta he incluso parecía tener una fina capa de ceda brillante que iba a la perfección con el color grisáceo del vestido.

—¿Qué opinas? —me pregunta.

—Es un lindo vestido, Sal —le aseguro, sonriendo, era un vestido espectacular.

—¿Qué es lindo? Madre mía, eso no es lindo, es un arma matadora —dice Amapola acercándose a Sal—. ¿Lo comprarás para ti?

—Bueno, sí... ¿Crees que me quede mal?

—Te quedaría de muchas formas, pero mal nunca. Deberías probartelo.

Sal empieza a asentir un poco más segura de la decisión de llevarse la prenda de ropa.

—Vale, iré a probarmelo.

—Te agrada en serio —le digo a Amapola cuando Sal entra a uno de los probadores.

—Es agradable, bromista, comparte mi misma onda y es linda, con eso en cuenta, ¿Por qué no me agradaría?

Y sigue buscando ropa entre los percheros de la tienda, elije unas cuantas muchas para ella y, sin mi aprobación, unas cuantas para mí.

Sal sale del probador con el vestido puesto que en definitiva le queda espectacular. Se ajusta perfectamente a su cintura pequeña y curvilínea, la falda de le llega unos cuantos dedos más arriba de las rodillas, dejando al ojo sus piernas largas, la parte delantera no es escotada pero es lo suficientemente ajustada para resaltar los pechos que tenía.

Había que admitirlo: Sal no solo era linda de cara, también tenía un lindo cuerpo que resaltaba de manera impresionante con ese vestido que hacía un perfecto contraste de colores con sus ojos.

—¡Perfecto! —Amapola lanza un beso al aire—. Estás espectacular, te queda realmente increíble.

Pude ver un ligero sonrojo en sus mejillas rellenas.

—No es para tanto.

—Sí que es para tanto, Sal, estás hermosa. Y si decides no llevarlo, yo obligaré a Amapola a qué lo compre para ti porque no hay manera en que te vayas de esta tienda sin ese vestido.

—¿Y por qué obligarme a mí? Tú tienes dinero también.

—Claro, porque con mi salario de maestra me alcanza para comprar semejante vestido.

—Pues, tu salario es el costo del vestido.

Miro impactada hacia Sal que sonreía por nuestra tonta discusión.

—¿De qué está hecho ese vestido? ¿Platino o qué carajos?

—Exagerada, Amy —ríe Sal, tal parece que ya a entrado en el área de los apodos—. No es caro, la verdad, algo sorpresivo porque es muy lindo. Pero tranquilas, nadie se verá en la obligación de comprarlo porque lo haré yo, me gustó mucho.

Antes de irse a cambiar por la ropa que traía antes, se da la vuelta y nos sonríe de una manera muy sincera y que hace a sus ojos volverse más pequeños.

—Gracias, chicas, hace tiempo no me la pasaba tan bien. Normalmente las compras con Dave y Cooper son de videojuegos o cosas de fútbol, en el mejor de los casos, me acompañan a comprar maquillaje pero siempre se están quejando.

—Me compadezco de tu pobre alma, pero eso ya no más —Amapola pasa sus brazos por sobre los hombros de Sal—, con nosotras en tu vida sí tendrás las clásicas tardes de chicas.

—Compras, helado y quizá una pijamada —digo.

—Estás invitada siempre a nuestras tardes de chicas.

—Será todo un honor unirme a sus reuniones —las tres reímos—. Mejor me voy a cambiar.

Dicho eso, vuelve a probador.

Pasamos un rato más en la tienda, Amapola descarta y toma prendas que elige para ella y para mí, en cuanto termina tenemos entre las tres dos bolsas cada una.

—Eres una total niña mimada de la tía —le digo haciéndola reír, la muy sin vergüenza.

—Orgullosamente, amiga mía.

Antes de irnos, a mi petición, pasamos por una papelería, una de mis favoritas en este centro comercial por sus montones de opciones de colores, marcadores, pinturas, pinceles...

Si para Amapola y Sal su paraíso son las tiendas de ropa, maquillaje y zapatos, el paraíso para mí son las papelerías y tiendas de repostería, panaderías o dulcerías.

—Ah, querida Sal, te presento a Mónica la loca por la papelería Reynolds.

Oigo la risa de ella.

Como ellas se tomaron su tiempo en las tiendas de ropa, yo me tomo el mío en este bello lugar de ensueño para mí. Compro algunos colores y plumones, también lapiceros mirellados de colores, también incluyo a mi compra materiales para manualidades, aunque las hago pocas veces, cuando las realizo normalmente siempre terminan llevando mucho material.

En cuanto termino, llevo una cesta casi al tope, la chica de la caja me sonríe de manera amable y me saluda, esta es la papelería que más visito en este centro comercial, ya me conocen de los montones de veces que he venido.

—Gracias por su compra, señorita Reynolds —y me entrega las dos bolsas grandes de papel con mis materiales.

—Gracias a ti y a esta bella tienda que es el cielo en la tierra —la chica, que estoy segura se llama Milly, sonríe despidiéndose de mí con un gesto de su mano.

Al salir de la tienda, Amapola y Sal tenían una amigable conversación de algo relacionado con el maquillaje, en cuanto me ven, Amapola suspira con fingido alivio.

—Creí que había que sacarte a la fuerza.

—Yo creí lo mismo en las tantas tiendas que visitamos.

—Uh, golpe bajo —murmura Sal.

—Muy bien, es tu venganza, lo acepto.

Y tras decir eso, avanzamos hacia la salida, vamos hablando de lo entretenido que estuvo esta tarde y Sal nos hace saber que se apunta muy emocionada a la siguiente.

—¿Qué tal si comemos algo? —sugiere Amapola.

—Pero si el área de comida está del otro lado.

—¿Y quién dijo que comeríamos ahí? Síganme, bellas mujeres, las llevaré a uno de mis lugares favoritos de comida.

Sal y yo nos miramos confundidas para luego ver a Amapola, nuevamente nos vemos y encogemos los hombros, es mejor dejarse llevar por la corriente.

El camino al «lugar favorito de comida» de Amapola se pasa rápido por las canciones en la radio que, obviamente, mi mejor amiga me hizo elegir mientras le contaba a Sal mi supuesto "don" para encontrar buenas canciones.

—Algo de eso me comentó Dave —admite ella en los asientos traseros—. Que no sabe cómo lo haces pero que es genial.

—Totalmente genial —conviene la conductora—. Todos decimos que es un don, ella solo insite en que es casualidad.

—¿Cómo se puede tener un don para buscar en las estaciones de radio? Solo busco hasta encontrar algo decente.

—¿Y cómo explicas cuando lo haces sin la intención, eh?

—¡Casualidad!

—Yo no creo en las casualidades, Moni.

—Yo tampoco —conviene Sal.

Ah, ¡Esto es un complot! Injusto.

—Muy bien, cerraré los ojos y solo daré en los botones al azar para que dejen eso del maldito don —y hago eso mismo, dando al azar a los botones del estéreo del auto de Amapola donde estaba sonando la radio.

Dejé de presionar botones como niña de cinco años, en el ambiente del auto se estaba reproduciendo Bones de Imagine Dragons.

—¡Esa es mi canción favorita! —exclama Sal antes de empezar a cantar.

Puedo ver la mirada de soslayo que Amapola me da, es un claro «¿Es o no es un don?»

—¡Es Imagine Dragons! ¡Cualquier persona americana o estación de radio va a poner una canción de esa banda! ¡Es ilegal no hacerlo!

—Moni, repite después de mí —pide y la miro confundida—. Yo, Mónica Ann Reynolds...

—Yo, Mónica Ann Reynolds... —me encontraba repitiendo como una estúpida a su lado.

—Admito que tengo cierto don para encontrar buenas canciones en las estaciones de radio.

—Admito que tengo cierto don para... Espera, ¡Eso solo es casualidad!

Mis acompañantes no hicieron más que reírse y escuchar música el resto del camino.

En cuanto Amapola por fin estaciona su auto, nos encontramos frente al Thinking Cup de Beacon Hill.

—¿Por qué no lo sospeché? —río bajando de su auto.

Estando adentro el aire acondicionado del lugar nos refrescó. Suspiro relajada, ya empezaba a tener bastante calor.

—Sentemonos allá —señala Sal una mesa vacía hacia el final del local.

Me fijé en que el café no estaba tan lleno como de costumbre, pero era mejor así, se estaba tranquilo con el aire acondicionado y la música baja que resonaba por los parlantes.

A nuestra mesa se acercó una mesera con una gran sonrisa de la cual ya estaba bastante familiarizada teniendo en cuenta que llevo años viniendo a esta cafetería y es también uno de mis lugares favoritos para comer.

—¡Hola, chicas! —saluda entusiasta y sin perder su sonrisa. En su voz había un acento latino que no sabía de dónde era—. ¿Cómo están mis chicas favoritas?

—Muy bien, ¿Cómo estás tú, Candela? —devuelve la pregunta a Amapola, sonriéndole a la amigable pelirroja que nos atendía.

El apodo le iba bastante bien notando que su cabello es de un tono tan rojo que casi parecía una candela, también porque era bastante abundante por ser crespo.

—Hay días buenos, hay días malos —encoge los hombros pareciendo cansada—. Pero no estamos para eso, ¿Qué van a ordenar?

—Sorprendeme —pide Sal, haciendo reír a nuestra mesera.

—Saly, no te ví por aquí en este verano.

—Un segundo, ¿Se conocen? —las señala Amapola.

—¡Claro! Sal lleva casi la misma cantidad de tiempo que ustedes viniendo a este café, creo que incluso más.

La chica ojiverde se ríe.

—Estuve ocupada este verano, además de que a finales viajé a Austria —responde Sal a la duda anterior.

Candela asintió.

—Vale, chicas, ¿Ustedes qué pedirán?

—A mí sorprendeme también —responde Amapola.

—¿Mónica?

—Yo quiero mi plato de siempre.

—No, no, Cande, sorprendenos a todas con algo bueno —corrige mi petición mi mejor amiga.

—¡Oye! Pero si yo quiero lo de siempre.

—Siempre pides lo mismo, es hora de expandir tu paladar, Moni.

—Amapola tiene razón, es hora de expandir tu paladar, Reynolds —sonríe nuestra mesera—. Ya vuelvo con sus órdenes.

Le di una mala mirada a Amapola.

—Velo por tus intereses, no más.

Aún así no dejé de verla mal.

Mientras esperábamos nuestra comida, hablamos entre las tres de diferentes cosas: la tarde de hoy, lo que cada una compró, también de algunos asuntos de la universidad.

Aunque en un inicio me pareció un poco raro el que Amapola invitara a Sal a nuestra clásica tarde de chicas, no me arrepiento de que viniera. Ella es bastante divertida y bromista, su personalidad era bastante parecida a la de Amapola con la sola excepción que Sal a veces tiene sus momentos de vergüenza y Amapola muy poco los tiene.

—Hey, chicas, miren —nos señala Sal algo detrás de nosotras.

Nos volvimos en nuestros asientos para ver hacia uno de los pizarrones dónde ponía en colores de tiza algo interesante.

—«Fiesta de época este próximo fin de semana» —cita Amapola el título.

Nos volvemos para ver a Sal.

—Suena interesante.

—Aquí tienen sus órdenes, chicas —anuncia Candela, maniobrando el dejar de nuestros platillos frente a nosotras—. Provecho.

—¡Candela!

Ella se vuelve otra vez hacia nosotras.

—¿Qué pasa?

—¿Qué es eso de la fiesta con temática de época?

—Oh, eso —sonríe entusiasta antes de tomar una profunda respiración y anunciar—: El Thinking Cup los invita a su fiesta temática de época para celebrar sus quince años de inauguración.

»Los años ambietados son los 50's, 60's y 80's. Es una fiesta de disfraces y es una obligación que los invitados vengan con disfraces de esos años.

—Guao... ¿Ya quince años? Recuerdo que venía aquí desde que tengo ocho años.

Candela sonríe.

—Ya ves que el tiempo pasa muy rápido. Todos nuestros clientes están invitados, es el próximo fin de semana he inicia a las siete de la noche.

—¿Por qué temática de época?

—¿Porque es cool? —sugiere con obviedad—. Soy de los noventa, pero hay que admitir que de los cincuenta hasta los ochenta fueron años locos con una onda bastante genial.

—Declaraciones que no negaré.

—¿Y hay que venir con un disfraz que represente a alguno de esos años? —pregunta Sal.

—Exactamente, ya sea el estilo de algún año, el disfraz de alguna película, el punto es estar en la vibra de esos años.

—Genial... —murmuro asombrada.

—Espero verlas aquí, chicas.

—Esperalo, porque vendremos, siempre he ansiado venir a una fiesta de ese tipo —admite Amapola.

—Muy bien, las veo el fin de semana próximo, disfruten su comida —sonríe una última vez antes de seguir atendiendo otras mesas.

Disfrutamos de la sorpresa en nuestra comida que nos trajo Candela, aunque me gustaba mi plato habitual, esto no estaba nada mal.

Hablábamos, (o más bien las chicas hablaban) emocionadas sobre la fiesta que se haría aquí el próximo fin de semana. Era tanta su emoción que ya estaban pesando en disfraces, peinados y todas esas cosas que terminaron por marearme. Agradecí internamente el momento en que el teléfono de alguna suena, interrumpiendo la charla.

—Los teléfonos están prohibidos en las tardes de chicas —dice Amapola, frunciendo el entrecejo.

Eso de los teléfonos prohibidos era una de sus preciadas reglas sagradas y que nadie podía romper.

—Ups, lo siento —se disculpa ella, sacando su celular de su mochila y leyendo lo que parecía un mensaje—. Es un mensaje de Dave, pregunta que si queremos unirnos a su salida al cine con Cooper.

—¿Cine has dicho? —Sal asiente a la pregunta de Amapola—. Me apunto, dile a Dave que vamos para allá —ella ríe escribiendo una respuesta—. Es una buena manera de dar cierre a nuestra tarde juntas, con los chicos, pero sigue siendo un buen cierre.

En cuanto le da una respuesta positiva a su mejor amigo, seguimos con nuestra comida y tras pagar, nos dirigimos al edificio donde vivía Dave.

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