28 • Los Wyle son tan tercos cuando se lo proponen
Mónica
Escucho atenta como el profesor de historia del arte contemporáneo habla sobre la iconografía románica con tanta emoción y pasión que se me contagia. Me agradaba este tipo de profesores que explican con esa emoción el tema de su materia, incita a ser escuchado por la seguridad que emana al hablar de lo que sabe.
Para cuándo la clase termina, tenemos un ensayo sobre el tema hablado hoy que hay que entregar en la clase de la próxima semana. Hay algunas quejas, otros muestran mi misma emoción. No mentiré, me gusta hacer trabajos sobre la materia que me gusta así eso me lleve a desvelarme.
Me gustaba la carrera que estudiaba y por eso lo disfrutaba.
Tenemos nuestros descanso de cinco minutos antes de irnos a nuestra clase de los procesos fotográficos y audiovisuales en donde para nuestra suerte nos salen con un examen sorpresa.
Resoplo empezando a responder las preguntas.
Que difícil era la vida universitaria.
-
Dulce y anhelada libertad, ¡Al fin te tengo!
Pues ve soltandola, porque hoy toca ir a la preparatoria.
¡¿Qué?! ¡¿Por qué, mujer?!
¿Porque es mi horario designado?
Maldito horario designado.
Reí caminando hacia el estacionamiento del campus en dónde busqué a mi mejor amiga. Le había pedido a Amapola que me llevara a mi clase de hoy para así no llegar tarde si tomo el metro.
Debemos aprender a conducir, Mónica.
No lo cuestiono.
—¡Moni! —escucho el llamado de la única persona que me llama así, veo hacia donde escuché la voz y la encontré agitando su mano tratando de llamar mi atención—. ¡Hey!
Sonreí acercándome.
—Hey, hola —saludo llegando a su lado—. ¿Qué hay?
Rueda los ojos.
—Clases, clases, clases, ¿Y sabes qué más? —negué con la cabeza—. ¡Más clases!
—Lamento la cantidad exagerada de clases para que cumplas tu sueño de ser veterinaria.
—Amo a los animales, pero demonios, odio las malditas clases.
Me río subiendo al asiento de acompañante de su auto seguido de ella que sube en el de conductor, sumándose a mi risa.
—Te tengo una pregunta.
—Suéltala —pide, saliendo del estacionamiento.
—¿Aún no matas a Cooper? —pregunté entre una risa, sabía que Amapola se molestaba demasiado fácil por los inofensivos apodos que le ponía el rubio. Creo que se los toma demasiado a pecho.
Ella ríe negando con la cabeza.
—Aún no, es demasiado buen tipo. Un dolor en el trasero, pero buen tipo.
En el camino hacia la 86 White donde queda The Sunset Boston High School, la preparatoria dónde doy mis clases, Amapola y yo íbamos hablando sobre nuestras clases también sobre temas sin importancia y que nos hacía reír, escuchando de fondo Beautiful Day de Jonathan Roy, la canción era movida y entretenida, la verdad, me gustaba.
—No entiendo cómo lo haces —dice desconcertada Amapola sin apartar la vista del camino.
—¿Hacer qué? —le pregunté.
Me da una rápida mirada ceñuda.
—El cómo encuentras buenas canciones en las estaciones de radio cuando la mayoría son una basura.
Me echo a reír de su declaración. No es la primera vez que me dicen algo así, mi hermano me a hecho las mismas preguntas y yo siempre doy las mismas respuestas: solo busco hasta encontrar una buena canción, entretenida, movida y de buena letra.
—Casualidad —respondí.
—Pues que grandes casualidades tienes tú.
Seguimos escuchando la canción en el camino, Amapola bailaba en su asiento sin pena alguna la canción y sonreía. Sin evitarlo, saqué mi celular y la grabé sin que se diera cuenta. Esto es una costumbre que tenía de grabar a mis amigos o familia bailando canciones o haciendo cualquier tontería. Aunque me gustaba bastante la pintura también me agradaba el tema de la fotografía y vídeo. Suerte que tengo la oportunidad de ver algunas clases con el arte audiovisual.
Guardé el vídeo de mi mejor amiga seguido de mi celular.
—Ah, oye Pola, te iba a preguntar, ¿Qué tal te cae Sal?
—Es buena onda, puede que hable un poco rápido pero me agrada.
—Genial, no quería que todos ustedes se llevaran mal.
El camino restante escuchamos una canción que no reconocí.
—En serio, Moni, tienes que aprender a conducir. ¿No te cansa el hecho de que tengas que pedir a otros que te lleven a los lugares a los que tienes que ir? —pregunta con un ligero tono de broma pero sabía que ella esperaba una respuesta seria.
También veo que no soy la única que cree que necesito aprender a conducir.
—No es algo de mi agrado pero no tengo más opciones, reprobé el exámen de prueba, tengo que esperar al menos cuatro meses para poder hacerlo otra vez —respondo, sonriendo por recordar mi examen de prueba.
Creo que dejamos a alguien traumatizado.
¿Crees? Definitivamente lo dejamos traumatizado.
—¿Cómo así que reprobaste el exámen? Tú reprobando algo es... imposible.
—¿No te lo conté? —hizo un sonido de negación—. Bueno, es que en la práctica de manejo confundí el acelerador con el freno.
—Oh, ya me imagino como terminará esto —ríe.
—Así que terminé chocando contra un poste de luz y creo que también derribé algunos buzones —fruncí el entrecejo, recordando—. No estoy segura. La verdad es que no fue algo tan malo, al menos no para mí, pero al parecer dejé traumatizado a mi instructor porque bajó del auto gritando «¡Estás loca, mujer!» —imité la voz de aquel pobre hombre—. Pasé el exámen teórico, falta la prueba.
—Te deseo suerte a la próxima, así no derribas inocentes buzones, no chocas contra un poste y no dañas la pobre salud mental de un hombre —dice, estacionando frente a la preparatoria.
—Supongo que gracias —digo, bajando de su queridísimo auto.
—¡No hay de qué! ¡Y suerte con los hormonales! —la oigo gritar antes de irse.
El pasillo principal estaba vacío a excepción de algunos estudiantes de primer curso que decoraban una cartelera informativa. Noté que uno de ellos estaba en mi clase, ese mismo chico me saludó con un gesto de su mano y una sonrisa amable. Aunque no recordaba su nombre, sabía que era uno de los más destacados.
Faltaban diez minutos para que mi clase iniciara, así que fui al salón donde la dictaba para ir organizando lo que daría hoy. Estando allí, dejé mi bolso sobre el escritorio frente a los asientos, que eran mesas de dos puestos como las del salón de química.
El salón de la clase de cocina era bastante lindo, había un ventanal que daba al patio, estaba decorado muy bonito y era lo suficientemente espacioso para que cuando entren los veinte alumnos no sea un sofoco de calor. Bajo el ventanal había una barra donde también estaba una cocina especial.
Al personal en un inicio no le agradó la idea de tener una cocina a gas en un salón de clases, por lo que consiguieron una que no fuera a gas, era una linda cocina eléctrica que podía enchufarse como si se tratara de un cargador. Es genial y lo mejor de todo es que no necesita tanta electricidad.
Tenía envidia, yo quería una de estas en mi casa.
Tomé mi asiento y saqué mi recetario de mi bolso. Este libro era una de las cosas más preciadas que tenía. Desde hace al menos tres años que lo tengo y en todo ese tiempo le he agregado muchas recetas, ya sean nacionales o internacionales, me gustaba aprender a preparar todo tipo de postres.
En la clase de la semana pasada les había enviado una actividad sobre buscar entre postres populares y no tan populares de Francia, una pequeña reseña de su origen y receta. No necesitaba un gran informe, con algo resumido me bastaba. Les convenía a ellos y me convenía a mí.
Todos ganamos.
Hojeo en mi recetario, buscando una receta de un postre francés que sabía que tenía por ahí.
—A ver, a ver, ¿Qué postre haremos hoy, Mónica?
Busco concentrada esa receta. Vamos, sé que estás por aquí, ¡Aparece!
Doy un respingo al escuchar el ruido de una silla ser corrida seguido de una ligera risa masculina.
Levanto la mirada para encontrarme con un sonriente Henry.
—Henry, me asustaste —digo lo obvio, dejando sobre el escritorio mi recetario.
Él se ríe.
—No me disculparé por eso, fue divertido.
—No importa, ¿Cómo estás?
Resopla pasando su mano por su cabello castaño oscuro. He notado que ambos hermanos hombres de la familia Wyle tienen esa manía heredada de su madre.
—Supongo que bien —encoge los hombros.
—¿Cómo está Asia? —me gustaría haberle preguntado a Dave, pero ambos hemos estado muy ocupados esta reciente semana con tantos proyectos en nuestras clases.
Vale, yo estudio artes, pero no es una carrera sencilla, en serio. Clases, proyectos, presentaciones... No es una carrera fácil de cursar.
—Ella está mejor —responde con una mínima sonrisa de lado pero noto cierto aire de tristeza—. Está comiendo más, ya no está tan pálida, los dolores de cabeza ya no están al igual que los desmayos. Resumiendo cuentas, es la misma Asia de antes.
—¿Ves? Te dije que tú hermana mejoraría.
Asiente aún manteniendo esa sonrisa. Lo notaba inquieto, torcía sus labios, los hunedecía y mordí ligeramente, incluso jugueteaba con sus dedos.
—¿Algo más que me quieras contar, Henry?
Suspira asintiendo.
—No me gusta ver a mi hermana así —murmura con la mirada sobre la mesa.
—¿Así?
—Enferma. Si le hubiéramos dicho a mis padres antes, si tan solo yo... les hubiera dicho de su previo desmayo, pudimos haber evitado que esto llegara hasta este punto —resopla volviendo a pasar su mano por su cabello—. Todas las tardes, papá le suministra vitamina por la vía intravenosa, escuchar sus quejas porque le tiene miedo a las aguja no me gusta. Tampoco cuando toma mi mano y la aprieta mucho —agrega con una mueca y distraído toma su mano derecha con la izquierda—. Sé que al menos Asia está en mejoría, que hay persona pasando cosas peores, pero estas son mis cosas peores y detesto ver a mi hermana así.
Me levanté de mi asiento y tomé lugar en el taburete a su lado.
—Oye, Hen, espera, ¿Puedo decirte «Hen»?
Él se ríe.
—Claro.
—Vale, Hen, no te sientas culpable, porque, ¿Sabes algo? No lo eres en lo absoluto. Quizá ustedes no le tomaron tanta importancia porque como dijiste, fue un desmayo corto que se pudo dar por el calor y la insolación. Sé que no te gusta cuando le conectan la vía intravenosa, pero es por su salud, para que se mejore. Eso es lo importante, ¿No?
Henry suspira.
—Tienes razón, pero aún así... —hace una mueca.
No pude evitar rodar los ojos.
—Dios, ustedes los Wyle son tan tercos cuando se lo proponen. Henry, Asia no está muerta, solo está un poco anémica pero es algo que pronto se le pasará porque se detectó a tiempo. No te culpes en algo en lo que no tienes culpas, ¿Okey? No te atormentes.
—Estoy siendo un poco duro conmigo mismo, ¿Verdad?
—Estás atormentandote demasiado, es normal en situaciones así, pero tienes que tener en claro una cosa.
—No tengo culpas.
—Exacto.
Henry me sonríe de labios cerrados, una dulce sonrisa que lo hacía parecer a sus otros dos hermanos.
—Gracias, Mónica.
Reí desordenando su cabello, haciendo que él se ría también. Creo que él necesitaba esto: un golpe de realidad.
—No hay de qué, Henry, estoy para ayudar.
Sus ojos verdes se me quedan viendo por un largo rato, algo que por unos momentos me hizo sentir incómoda.
—¿Qué? ¿Tengo algo?
Menea la cabeza.
—No... es que tú... tú eres muy diferente a la ex de mi hermano —suelta una risa corta—. Estoy seguro que ella me hubiera dicho «Ya, mini Dave, todo estará bien»
Sonrío por el apodo. Ciertamente, los hermanos Wyle no tenían un tremendo parecido, de hecho, notabas que eran familiares solo por pequeñeces como la sonrisa de los tres o pequeñas manías que comparten. Pero de parecerse fisicamente, no era algo que se notaba a la primera impresión.
—No creo que Emily haya sido tan mala.
—No era mala, de hecho, era muy simpática, pero ella no estuvo realmente para Dave —suspira—. Cuando papá enfermó mi hermano estuvo muy preocupado, todos lo estábamos, cuando él necesitó de su apoyo ella... no estuvo para él.
—Yo no la conozco lo suficiente para juzgarla, quizá tuvo sus razones.
Hace una mueca, viendo fijamente la superficie de la mesa.
—Aún recuerdo eso, lo duro que fue para Dave, el no tener el apoyo de la persona que quieres le dolió, y mucho.
»Él de verdad la quería y ella solo jugó con eso —murmura.
—Henry, eso es pasado, ¿Y cómo dice el dicho?
—El pasado pisado.
—Exacto, las cosas entre ellos no terminaron de las mejores maneras, pero te aseguro que a tu hermano ya no le afecta como antes. Está centrado en lo que tiene y vive ahora: sus estudios, sus amigos, su familia y está conmigo —agregué suavemente, poniendo mi mano en su hombro.
»Dave no piensa en eso, no lo hagas tú tampoco —sugiero—. No te centres en cosas de antes, vive tu momento de ahora, ¿Okey?
Asiente, viéndome.
—Okey.
Antes de que entraran los demás alumnos, volví a mi asiento en el escritorio pensando en todo lo que me dijo Henry, también sumándose lo que me dijo su madre y la conversación que tuve con Sal aquella vez.
¿Qué fue eso que le hizo Emily a Dave para que todos tuvieran esa desconfianza hacia ella?
—¡Profe M! —exclama uno de mis alumnos, entrando al salón seguido de sus demás compañeros—. Vaya, tanto tiempo, empezaba a extrañar su clase.
—Lo mismo digo —conviene una chica, de seguro menor que él, tomando asiento en la mesa contigua de dónde estaba sentado Henry—. Esta es la única clase que realmente disfruto.
Hay un coro de afirmaciones seguido de sus palabras.
¿He dicho que estos chicos les gusta mi clase porque después de preparar algún postre siempre terminamos repartiéndolo entre nosotros? ¿No? Pues esa es la razón, además de que también en alguna que otra ocasión terminamos en una guerra de comida. Suerte que mi clase es la última que ven porque si no me metería en serios problemas por dejar a un montón de alumnos enharinados.
El salón poco a poco se fue llenando de mis estudiantes. Al entrar, los que iban pasando me saludaban con una emoción increíble, incluso alguno que otro me abrazó diciendo que habían extrañado mi clase. Aunque los abrazos me resultaron un poco incómodos, fue divertido escucharlos decir cuánto habían extrañado ver esta materia.
La clase extra de cocina no era una materia tan mala o al menos eso es gracias a mí, he encontrado el método ideal para que los chicos no se aburran mientras preparamos algún postre o hago mis explicaciones. Ellos se divierten y yo también, y lo mejor es que me sentía cómoda en este ambiente. Quizá sea por el hecho de que ellos son chicos pocos años menor que yo
Quizá eso sea lo más probable.
—¿Qué arte culinario haremos hoy, profe M? —pregunta Malcolm, un chico que estoy segura va en el mismo año que Henry.
—En primer lugar, ¿Buscaron lo que les pedí? —pregunto en tono alto para que todos me escuchen.
El salón se llena de un gran «¡Sí!»
—La gastronomía europea se ve buena en fotos, pero, ¡Demonios! En serio me entró hambre buscando esos postres —comenta Malcolm nuevamente, haciendo reír a algunos de sus compañeros.
—Sí, incluso me dieron ganas de aprender francés —admite Haley, una chica que también iba en último año con Henry y Malcolm.
—Vale, me alegra que les haya gustado lo que les envié —les sonrío a todos, de verdad estos chicos eran demasiado buenos—. Ahora sí, ¿Quién puede adivinar lo que haremos hoy?
Empezaron a soltar respuestas al azar, las cuales ninguno acertaba.
—¡Uh! ¡Uh! ¡Un sofogliatelle! —sugiere emocionado Jhonny, un chico de primer curso.
—Lo siento, Jhonny, estuviste cerca en el punto de que es europeo —hace un puchero que me hizo reír por lo bajo. Me gustaba esto, que mis alumnos no teman a decir sus opciones, así toman confianza con sus compañeros y maestra, así no hayan acertado—. Y, Jhon, eso es un postre italiano.
—Oh...
Y no, no los corregía para echarles en cara que se han equivocado. Les dejé en claro muchas veces que lo hacía para que tuvieran nuevos conocimientos, para que aprendieran algo nuevo así sea algo pequeño como esto. Nunca estará de más tener nuevos conocimientos.
—¿Se rinden? —les pregunto a todos, después de que pasaron dos minutos pensando y nadie acertara.
Que poco creativos, chicos.
Hay murmuros de «sí, me rindo» y otros pidiendo que revele lo que haremos hoy.
—Bueno, como estamos en la sintonía francesa, nos arriesgaremos a preparar los famosos macarons, ¿Alguien investigó de estas coloridas galletas?
La mayoría de los chicos levantan la mano.
—A ver, Enola, dinos qué investigaste.
La chica morena hojea en su libreta y dice para toda la clase:
—Según lo que investigué, (gracias Wikipedia) —algunos chicos ríen—. Los macarons son postres creados originalmente en Italia en el siglo VIII, posteriormente, la receta de los macarons fue llevada a Francia por Catalina de Medicis tras casarse con el duque de Orleans.
—El rey de Francia del siglo XVII —agrego.
—Ese mismo.
Reí.
—Vale, eso estuvo bien, ¿Alguien más? —Henry levanta la mano—. A ver, Henry, ¿Qué tienes?
—Eh... ajá, Enola dijo que son italianos, pero estas galletas nacieron, o al menos, lo que tengo aquí, dice que es del siglo XVI y que además se crearon en la casa de los Médici, ni idea de quiénes son esos.
»El término «macarons» viene de la palabra italiana... «maccheroni» —dijo con algo de dificultad—. Antes era simplemente un dulce parecido al mazapán y que se preparaba con almendras.
—El escritor francés François Rabelais fue uno de los primeros escritores que mencionó estos dulces como «pequeños y redondos pasteles de almendra» —agrega Malcolm.
—Vale, eso no lo sabía —admito—. Correremos un riesgo en prepararlos porque imagino que saben que llegar a un buen punto de la masa es algo difícil —todos murmuran un «sí»—. Entonces, empecemos con esta nueva creación, ¿Quién me acompaña a la cafetería?
Todos alzaron las manos pidiendo que fuera él o ella quien me acompañara, al final decidí por llevarme a Malcolm con Andrea, una chica de segundo curso y dejando a cargo rápidamente en el salón a Henry y Enola. En los pasillo de camino a la cafetería, dónde en las alacenas y refrigeradores guardamos nuestros materiales, los chicos a mis lados me comentaban que les habían agradado la actividad que les envié.
Incluso Malcolm, que es uno de los chicos poco productivos en las demás clases, me comentó que disfrutó bastante esta actividad y que aprendió varias cosas nuevas con respecto a postres franceses y también sobre la cultura de Francia.
Eso me hizo sentir orgullosa de mí.
—¡Gracias, Jossy! —exclaman los chicos a mi lado a la cocinera que les sonríe despidiéndose.
Nuevamente en el salón, los demás chicos tenían listos los instrumentos que necesitaríamos, cuando todos tuvieron puestos sus manteles para no ensuciar demasiado su ropa, iniciamos con nuestra nueva creación.
Fue una larga hora entre explicaciones y ligeros manotazos de mi parte para evitar que Henry y Malcolm se coman el macaronage fue que los llevamos al horno.
Con el pasar de los minutos en el que se horneaban, el salón se llenó de un aroma dulce y sabroso que tenía a varios comentando ansiosos que ya querían probar las galletas.
Cuando sé que estuvieron el tiempo suficiente, con todos los chicos esperándome ansiosos cerca de la mesa donde dejábamos reposar el postre luego del horno y unos guantes de cocina por seguridad, los saco del horno y el aroma me embriaga. Muy pocas veces había preparado macarons, pero siempre era emocionante ver qué no fallé en la receta.
Reí viendo cómo todos se quedan viendo la bandeja donde habían al menos treinta y seis galletas de muchos colores, incluso murmuraron un «guao»
—Muy bien, chicos, ya saben cómo hacer unos buenos macarons para sus familias y amigos, técnicas para la creación de la masa y el relleno y unos pocos trucos para no excederse en los materiales.
—Chicos, si ustedes no lo dicen, lo diré yo —comenta Andrés sin apartar sus ojos marrones de las galletas, parecía fascinado—. ¡Esta es la mejor clase de la historia!
Todos estallan en vítores de emoción, estando de acuerdo con el castaño.
—No exageren, es solo una clase más, incluso la vieron el año pasado.
—Sí, pero el año pasado no teníamos a una maestra tan guay como usted, profe M.
—Malcolm tiene razón —apoya Andrea—. Esta clase era tan aburrida antes de que usted llegara.
—Las tareas eran informes larguísimos y aburridos, ¡Usted solo nos pide un resumen! Eso es genial, he igual es interesante buscar los postres que nos indica —agrega Jhonny—. Y es más divertido cuando los preparamos aquí —sonríe.
—Resumiendo las cuentas, usted mejoró la horrible clase de cocina, ¡Ahora es genial! —finaliza Enola.
Finjo sorber mi nariz y limpio una falsa lágrima antes de llevar mi mano a mi pecho y ver a todos los chicos.
—Aw, chicos, a ustedes de verdad les gusta mi clase —todos asienten sonrientes—. Que lindo, porque si no es así les iba a bajar la nota a todos.
Algunos comparten miradas asustadas y nerviosas antes de escuchar mi risa.
—Era una broma —digo, aún riendo. Ellos lo hacen pero sin perder los nervios.
Mientras esperábamos que las galletas se enfriaran, porque evidentemente les gusta mi clase porque terminan comiendo del postre que realizamos, corregía sus actividades y pasaba las calificaciones. Ser profesor no es algo realmente complicado, todo dependerá siempre de cómo te lleves con tus alumnos.
—¿Quién quiere macarons? —pregunto y todos, claramente, levantan las manos ansiosos.
Paso por cada asiento y ellos toman uno, eligiendo por colores. Habían verdes, rosados, azules, morados y amarillos, la mayoría eran del mismo sabor porque no teníamos los suficiente materiales para hacerlos todos de diferentes sabores, pero según las opiniones de los chicos, todos estaban buenísimos. Incluso habían sobrado unos catorce que decidí repartir a los profesores que quedaban en el plantel.
—Chicos, ya se pueden ir —aviso, sentada en mi lugar, aún pasando notas.
Todos ellos se despidieron de mí, jurando que esperarían la próxima clase con ansias.
Y así, me quedo sola en el salón.
Todo era tranquilo, silencioso y con delicioso aroma dulce en el aire.
Hay agradecimientos, algunas quejas en bromas por parte de los alumnos aún en clases y halagos hacia mí y mi clase por la rica galleta, cuando terminé de repartir me sobraron cinco de las cuales probablemente terminarán en mi estómago. Iba caminando por los solitarios pasillos hacia la salida, pero frunzo el entrecejo al verlo venir hacia mí.
¿Qué rayos hace él aquí?
—¿Y tú qué haces aquí? —pregunté cuando estuvimos más cerca.
—Vine a buscar a mi hermano —responde relajado.
Entrecierro los ojos en su dirección. Me está mintiendo, lo sé.
—¿Tú hermano? —repetí con lentitud, él hizo un sonido afirmativo, aún manteniéndose relajado—. Por Dios, ¿En serio crees que me lo creeré?
Y me crucé de brazos, riendo. Era la peor mentira que me echaba.
—¿De qué hablas?
Arqueé una ceja.
—Venga, Dave. Henry se fue hace quince minutos. Y lo sé porque yo misma lo despaché.
Él muerde su labio inferior, aguantando la risa.
—Vale, no me sale mentirte.
—Ya lo veo, ¿Qué haces aquí?
—Quería verte —encoge los hombros.
—Nos vimos esta mañana, Wyle —dije, riendo.
—Lo sé, pero... solo quería verte —pellizca mi mejilla, haciéndome fruncir molesta el ceño.
Le di un manotazo para que alejara su mano. Era molesto cuando apretujan tus mejillas.
—Pues, ya me viste.
—Que seca eres, Mónica —bromea, yo no río—. Vale, estás seria, ¿Tienes quien te lleve?
—Pensaba irme caminando para tomar algo de aire.
—No lo creo, es un poco tarde. Vamos, te llevo —decide, señalando con un gesto de su cabeza la salida.
—¿Un poco tarde? Pero si apenas son las cinco treinta.
—Bueno, tarde. Venga, que te llevo.
Su mano toma con cuidado la mía, haciéndome caminar junto a él.
Resoplé, sabiendo que sería imposible negarme.
—Vale, me llevas.
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