22 • ¡Ni se te ocurra abrir la boca!
Oh...
Por...
Dios...
—Esa no soy yo.
Amapola se ríe, poniéndose a mi lado.
—Claro que eres tú, Moni.
En definitiva no eres tú, ¡No te ves como tú!
—¿Qué me haz hecho?
—¿Explotar tu belleza, quizá?
Parpadeo, atónita.
Aún no me creía lo que veía.
—Yo... me veo...
—Te ves hermosa, Mónica, acéptalo.
¿Aceptarlo? ¡Apenas lo estaba asimilando!
No me creía lo que estaba viendo, ¡La Mónica en ese espejo no es la Mónica de hoy en la mañana! Ella se veía tan... tan... carajo, se veía exelente.
En definitiva mi mejor amiga hacía magia.
—Eres increíble, Amapola Bergan.
Ella me mira a través del reflejo.
—Este a sido mi mejor trabajo, estoy orgullosa —sonríe satisfecha, cruzando los brazos.
Hasta yo lo estaría.
A ver, no solo la ropa que había elegido me hacía sentir bien, (además de cómoda, lo raro) si no que el maquillaje que a utilizado me a gustado bastante. Rojo y negro para que combinen con el color de mi atuendo. Delineador, rubor, pintalabios rojo, sombra... utilizó todas esas cosas y a quedado... en lo que veo ahora. Hasta mi cabello se veía genial, lo había rizado, haciéndolo caer en ondas sobre mi espalda.
Creo que no me veía tan bien desde el baile de graduación en la preparatoria.
La hora que se a tomado a valido la pena por este resultado.
—No entiendo cómo no te estás haciendo famosa ahora —le digo.
—Te lo dije, es solo un pasatiempo —encoge los hombros—. Luces increíble, de seguro deja babeando a Dave.
—No lo...
Interrumpo mi frase a la mitad cuando escuchamos la puerta principal abrirse y luego cerrarse, la voz de mi hermano se escucha por toda la casa, llamándome.
Oh, mierda.
Me fijé en Amapola, que se había congelado en su asiento en la cama, tenía los ojos tan abiertos que las irises verdes resaltaron demasiado.
—¿Nica? —su voz se escucha por el pasillo—. ¿Estás en tu cuarto? —sus pasos se viene acercando hacia mí puerta.
Doble mierda.
Entonces, Miguel tocó la puerta.
Triple mierda.
Yo también me había congelado, ¡No sabía qué hacer! ¿Le abro? ¿Creo un plan de huida para Amapola? ¡No lo sé! Solo sé que mi mejor amiga está congelada en su asiento sin poder mover un músculo para mover su trasero y esconderse al menos debajo de la cama.
—¿Mónica? —veo la sombra de Miguel reflejada en el suelo, el pomo de la puerta empieza a moverse—. Hey, Mónica.
Empieza a tocar nuevamente.
—Eh... eh... —veo a Amapola y ella aún seguía sin poder moverse, ¡Que haga algo! Lo único que hacía era ver fijamente como el pomo de la puerta se movía.
—¡Mónica! —insiste mi hermano, sonando preocupado.
—¡Miguel! —exclamé de la nada, sonado nerviosa sin motivo aparente.
¿Y por qué lo estaba? No era yo la que estaba huyendo del él, pero de todas formas me seguía sintiendo así, y no es lindo.
—Hermana, abre la puerta.
—Yo... me estoy cambiando, voy a salir en unos minutos y termino de arreglarme.
Oigo a Miguel suspirar.
—Necesito hablar contigo, Mónica —noto cierta tristeza en su voz.
Vale, eso me preocupó al instante.
—Ya te abro —camino hacia la puerta—. Pola —susurré.
Ella al fin reacciona, le hago una rápida seña hacia el armario, Amapola la entiende y se esconde ahí con prisa.
Abrí la puerta.
—¿Qué pasa? —le pregunto a Miguel.
Antes de darme una respuesta, me mira de arriba hacia abajo con una sonrisa.
—Vaya, hermanita, estás muy linda.
Le devolví la mueca.
—Gracias, hermanote —se ríe del viejo apodo—. ¿Qué es lo que quieres hablar conmigo?
—Ah, eso, ¿Puedo pasar?
Dudo un segundo, pero al final entramos a mi habitación para sentarnos en la cama. Cuando pasamos por el armario, susurro un «lo siento» procurando que Amapola lo escuche pero que Miguel no.
Estando sentados a la orilla de la cama, noto a mi hermano algo dudoso, pasaba sus manos por su cabello castaño claro, desordenándolo más de lo que ya lo tenía.
—¿Qué pasa, Miguel? —le pregunto con delicadeza.
Mi hermano suspira.
—¿Tú crees que...? —tuerce los labios, dudoso—. ¿Que debería darle otra oportunidad a Nicoll?
Me levanto de la cama en un salto como su me hubieran dado un toque eléctrico en un lugar nada agradable.
—¡¿Qué?!
—Yo... la ví hoy, estaba... mal, triste —baja la mirada hacia su manos.
Sabía que Miguel extrañaba a Nicoll, pero aún hay cosas que debe de superar para poder seguir y Nicoll era una de ellas.
—Hermano, tú mismo me lo dijiste: no le vas a perdonar lo que te hizo. No seas tonto, Miguel, ella te perdió, que ahora pague las consecuencias de sus acciones.
—Pero...
—No, no hay «peros», Miguel. ¿Quieres sufrir otra vez? Pues ve, adelante, vuelve con ella, pero recuerda las palabras de mamá; «lo que una vez pasa...
—... vuelve a pasar otras veces» —termina por mí— No sé qué hacer —pasa sus manos por su cabello, frustrado.
—Yo tengo una idea.
Me mira, curioso.
—¿Cuál?
—Aléjate de ella —respondo agregando un encogimiento de hombros.
—¿Qué...?
—Es la única forma de poder superar todo, Miguel, poniendo tus distancias para tu propio bien. Ella te a perdido, no te merece y tú te mereces algo mejor.
Mi hermano mantiene el silencio por lo que parece una eternidad, hasta que empieza a asentir con la cabeza.
—Sí, tienes razón, Nica. Es... debo hacerlo por mí.
Asentí.
—Ser egoístas y pensar en uno mismo a veces no está mal para poder sanar, tenlo en cuenta.
Miguel me rodea con sus brazos.
—Gracias, Mónica, eres la mejor hermana que tengo.
Me reí.
—Soy la única que tienes, idiota.
Besa un costado de mi cabeza antes de separarse.
—Exacto —me mira nuevamente—. ¿A dónde tan arreglada?
—Una salida con un amigo.
—¿Quieres que te lleve?
—Nah', tranquilo, él vendrá por mí.
—Vale, si algo sale mal, me llames, ¿Bien? —asentí, me parecía tierno que mi hermano me cuidara—. Eh, Mónica, cambiando de tema... ¿No haz sabido nada de...? Ya sabes, Amapola.
Lo miré interesada, intentando no sonreír.
—¿Por qué?
—Me... gustaría hablar con ella.
—Ya te dije, Miguel, dale...
—Tiempo, sí, lo sé, pero... necesito, en serio necesito hablar con ella —hay una ligera nota de desesperación en su voz.
—Bueno, ella... —veo de soslayo el armario donde Amapola se asoma—. Ella está...
—¿Está en...?
—En...
Antes de poder confesarle a mi hermano que mi mejor amiga estaba oculta en mi armario, el sonido de mi teléfono me impide revelar su ubicación.
—Dame un segundo.
Voy hacia la mesita de noche donde lo había dejado, tenía dos mensajes, uno de ellos eran de Amapola:
¡Ni se te ocurra abrir la boca!
Yo hablaré con él.
Suspiré por lo bajo, escribiendo un «bien». Reviso el otro mensaje, era de Dave:
¿Lista? Ya estoy afuera.
Le respondí:
Bajo en un segundo.
Tomé mis cosas y arrastré a mi hermano fuera de mi habitación.
—¡Nos vemos más tarde! —me despido saliendo de la casa.
Estacionado en frente estaba el auto de Dave, ese que ya me había acostumbrado a ver en estos últimos días. El dueño de dicho auto estaba recostado de la puerta de acompañante, sumido en su celular. Debo admitir que se veía bien esa noche, vaqueros, camiseta negra y una chaqueta roja y su cabello en un desorden que lo hacía ver tierno. Incluso parecía que íbamos vestidos a juego.
Sí, no se veía mal.
—Hola —sonrío cuando estuve frente a él.
Dave levanta la mirada, sonriéndome también.
—Hola —sus ojos marrones me ven de arriba abajo—. Guao, estás... hermosa.
Esperaba que el rubor disimulara el sonrojo.
Aclaré mi garganta.
—Gracias, tú... tampoco estás tan mal.
—Que cumplido —bromea.
—Ya sabes, soy original.
Menea la cabeza, riéndose.
—¿Vamos? —abre la puerta para mí.
—Andando.
Me coloco el cinturón de seguridad estando adentro, Dave enciende su auto y emprende camino a casa de su padres, veo mi casa una última vez, Amapola seguía adentro y no sé qué pasará en el tiempo que yo no esté.
Con tal que no se besen de nuevo, todo cool.
—Hey, ¿Todo bien? —la pregunta de Dave hace que me vuelva a verlo.
Asentí.
—Sí, todo bien.
—Vale, pues aquí vamos.
Y al fin salimos de la calle.
Esta noche sin duda será interesante.
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