15 • Mi mirada de «vete o sufrirás»
Dave
Vaalee...
¿Cómo fue que esto pasó?
No lo sé, amigo.
Tengo otra pregunta.
¿Cuál?
¿Por qué me gusta tanto?
No te tengo respuesta.
Hum...
No sabía qué había pasado exactamente, solo sé que de un momento a otro, Mónica estaba inclinada hacia mí y sus labios estaban sobre los míos.
En serio, ¿Cómo. Pasó. Esto?
Pero ¿Por qué. No. Me. Desagrada. Tanto?
La pregunta del millón, mato por la respuesta.
¡Que empiece la cacería!
¡No!
Ah, no, eso es de otra parte. Ups.
En fin, el contacto entre ambos, por una razón, se atrasó más de lo debido, (no voy a admitir en voz alta que aquello me agradó) pero, no fue el tiempo suficiente como para que alguno de los dos hiciera algún movimiento.
Y en serio me gustaría decir que fui yo el que se alejó, en serio me gustaría, pero no puedo decirlo porque la verdad, quería, extrañamente, retrasar ese contacto.
Mónica tampoco fue la que interpuso distancia entre ambos. Creo que aún seguía bastante en shock por lo que estaba pasando.
Lo que nos obligó a movernos fue la rueda de la fortuna, que con la misma sacudida brusca que nos juntó, también nos separó.
Malvada rueda de la fortuna.
¡Ya te digo yo!
Mónica no dudó en sujetarse de la barandilla de seguridad al igual que yo. Hubo un pequeño momento de tensión en el que pensamos que algo malo iba a pasar y esperábamos que eso pasara.
Pero claro que no lo hizo.
Suspiramos aliviados al mismo tiempo.
Cuando me fijé en Mónica, ella aún se sujetaba de la barandilla he inhalaba y exhalaba para calmar su respiración agitada, tenía un ligero rubor en las mejillas.
—Y bueno... —dije para romper el hielo—, que raro frenazo, ¿No?
Ella arquea una ceja en mi dirección.
—Rarísimo.
—Sí, y, eh... —rasqué mi nuca—, nos besamos.
—Eso nunca pasó, ¿Okey? Nunca —hace hincapié en la última palabra.
Asentí sin dudar.
—Vale, vale —me acomodé en mi asiento, volviendo a ver al frente.
El resto del paseo fue en un silencio tenso. Ninguno decía nada con respecto a lo que pasó antes ni ningún tema cualquiera.
Solo íbamos dando vueltas, como si fuéramos un par de desconocidos.
—Entonces... —digo después de un rato, el silencio no me gustaba—. A sido divertida esta noche, ¿No crees?
—Claro, exceptuando el hecho de que una mano quería robar mi pie, tú me robaste mi algodón de azúcar y que esta cosa casi se choca —comenta, sarcástica—. Sí, a sido muy divertida.
Quizá debí molestarme, en serio debí hacerlo, pero no pude.
Solo me eché a reír a carcajadas, unas muy fuertes. Me reí tanto que el estómago y las mejillas ya me dolían y casi lloro a mares.
—¿De qué te ríes? —pregunta Mónica, también riéndose un poco.
Primero calmé mi risa para responderle:
—Es que... —una risita—, tu sarcasmo es genial.
Me mira confundida.
—Normalmente la gente se molesta conmigo por hablar así. Tú, en cambio, te ríes. Eso es nuevo.
Me encogí de hombros.
—Ya sabes, me gusta ser original.
Ella meneó la cabeza con una pequeña sonrisa que me agradó ver.
Cuando bajamos del juego ya no había tanta tensión como hace un rato. Solo había risas sin motivo aparente, y eso me agradó. La tensión de hace un rato había sido incómoda, era mejor reírse sin motivo a qué estar incómodos por una tontería.
—¡Chicos! —grita alguien a lo lejos para llamar nuestra atención—. ¡Hey, por aquí! —levanta su brazo para que la veamos.
Al irnos acercando poco a poco a una de las mesas de picnic que estaban frente a los puestos de juegos, veo que son Sal y Cooper quienes nos llamaban. Sal en sus manos llevaba un oso polar de felpa gigante y sonreía feliz de tenerlo en sus manos.
Nos hemos perdido de algo.
Ya lo creo.
—¿Dónde estaban? —preguntó Cooper cuando estábamos ya sentados junto a ellos.
—Por ahí —respondí casi de inmediato. Recordar lo de la rueda de la fortuna no era algo que quería ahora, Mónica probablemente se sonroje o vuelva a estar distante, no quería eso—. Los estábamos buscando
—Por un rato, nosotros también —admite Sal—. ¡Pero miren! —nos mostró su enorme oso de felpa—. Cooper lo ganó para mí.
¿Escuchaste lo mismo que yo?
Sí, escuché lo mismo.
Fruncí el entrecejo por la reciente declaración de Sal. ¿Cooper ganó eso para ella? Era algo que me costaba creer. Sal era necia y cuando quería algo, no hay quien le quite la idea de la cabeza. Cooper, en cambio, era... necio también, pero es porque no siempre le gusta cumplirle un capricho a Sal.
Y oír eso me era sorprendente.
—¿En serio? —pregunté, incrédulo.
Sal asintió como niña chiquita.
—Claro, después de casi veinte minutos de súplicas.
Ah, eso tenía más sentido.
—Ella es insistente cuando se lo propone —Coop le echó una mirada rápida.
Ella se encogió de hombros sonriendo.
—Tengo mis momentos.
Estuvimos un rato sentados en esa mesa, escuchando las bromas de humor negro de Sal. Cooper y yo nos reíamos a causa de ellas y Mónica solo sonreía un poco, parecía algo distante de la situación.
—Hey, Mónica —ella se pasaba una mano por el ojo, sin prestarme atención—. Mónicaaa... —le di un empujoncito con mi hombro.
Mis amigos estaban más centrados en su charla referente al sobrepeso y puertas que no nos prestaban total atención. Cuando esos raros temas de conversación salían, era difícil desconcentrarse. Siempre era un misterio escuchar la respuesta de Sal.
—Hey... —otro empujoncito y al fin reaccionó—. ¿Todo bien?
Asintió sonriendo cansada.
—Solo tengo un poco de sueño.
—¿Quieres que nos vayamos? —le pregunté al notar que se estaba quedando dormida.
Así de agotador habría sido su día en la preparatoria.
Meneó la cabeza, bostezando.
—Tus amigos no se quieren ir y no quiero molestar. Yo puedo tomar un taxi a mi casa.
—Oh no, no, no, no, no, no —negué con la cabeza con la misma rapidez en que decía mis palabras—. Yo te traje, yo te llevo. Le prometí a tu padre que te llevaría a casa sana y salva, quién sabe lo que te puede pasar en un taxi.
Ella sonrió cansada.
—Vale, está bien.
—Chicos —llamé a mis amigos—. ¿Qué tal si nos vamos? Ya son las... —dejé las palabras en el aire mientras buscaba mi teléfono—. Guao, 11:26 pm.
—¿11:26? —repite Sal— Sí, vámonos —se levanta de la mesa con su gran oso de felpa—. Mañana hay clases y no quiero ir con ojeras de zombie.
Con Sal encabezando la marcha, nos fuimos hacia mí auto, el camino a la casa de Sal resulta silencioso. Eché un vistazo hacia atrás por el espejo retrovisor y me encontré con mi mejor amiga dormida en el hombro de Cooper, babeando un poco.
A él no parecía importarle el hecho de que ella lo babeara en sueños.
Miro un segundo a Cooper, él observaba de forma extraña a nuestra dormida mejor amiga. Fruncí el entrecejo, esa miradita era rara...
Volví mi vista al camino, pero no sin antes ver a Mónica.
Ella aún llevaba puesta mi chaqueta, su cabeza estaba inclinada hacia un lado con los ojos cerrados, ni siquiera me había dado cuenta del momento en que se quedó dormida.
Pero se veía tan relajada, tan tranquila y tan bonita.
—Deja de verla como un pedófilo. Das miedo —escuchar la voz de Coop me hace dar un respingo.
Me acomodé en mi lugar.
—Yo no la veía así.
—Claro —dice con claro sarcasmo—. Los ví, Dave.
—¿Qué? —lo miré por el retrovisor, él sonreía divertido por la situación.
—En la rueda de la fortuna, los ví cuando se besaron.
Me tomó un momento reaccionar a sus palabras.
—No sé de qué estás hablando.
—Sí que lo sabes —dijo—. Pensé que después de lo que pasó con Emily no querías tener más parejas.
Claro que no quiero.
Creí que ya la habías superado.
¡Y la superé! Solo que no quiero nada con nadie por los momentos.
¿Con «momentos» a qué tiempo nos referimos?
A... quizá toda mi vida. Prefiero ser el tío cool que da regalos a sus sobrinos, ya me a quedado bastante claro que para eso de una relación formal no sirvo.
Cobarde...
Meneé la cabeza para dejar de escuchar a mi conciencia.
—Y así es. Lo que pasó fue solo un accidente, así que no hablemos más de eso, ¿Vale? —le pedí.
Cooper solamente asintió.
La primera en dejar en su casa fue a Sal, ambos la ayudamos a bajar con el gran oso felpa y a ella como tal porque aún seguía dormida y ni siquiera sabía qué estaba pasando.
Un rato después, estaba dejando a Cooper frente a su casa.
—Nos vemos mañana, bro —se despide, saliendo del auto.
—Nos vemos mañana.
—Ah, y Dave —dijo antes de bajarse del auto—. Controlate un poco, que te estás muriendo por besarla.
Le di una mala mirada.
—Largo, Parker.
Él solo se rió.
—Yo solo digo.
—Dices idioteces.
—Mis consejos son sabios, te sugiero que lo sigas —le doy mi mirada de «vete o sufrirás» que logra entender bien—. Nos vemos, idiota.
Y sale del auto, cerrando la puerta de atrás con cuidado de no despertar a Mónica.
Conduje a casa de Mónica aún con ella en un profundo sueño. En serio que debía de estar cansada la pobre. Al estacionar al frente, pude ver qué las luces aún seguían encendidas.
—Hey, Mónica —puse mi mano en su hombro y le di una ligera sacudida.
Ella gruñe aún con los ojos cerrados.
—Despierta, dormilona, estamos en tu casa.
Fue despertando lentamente mientras bostezaba. Llevó una mano a su cara y talló sus ojos para despertarse por completo, cuando por fin lo estuvo, noté que en sus irises azules habían motas de verde.
—Hola —sonríe aún con cara de dormida.
Su particular mechón blanco se había ido hacia adelante, mi mano, por acción propia, lo tomó para ponerlo detrás de su oreja.
Mónica se acomodó en el asiento para estirar los brazos.
—Gracias por lo de hoy. La verdad que sí fue divertido —se quita mi chaqueta—. Y gracias por esto también.
—No hay de qué —sonreí—. Nos vemos mañana.
Sin esperarmelo pero ni un poquito, Mónica se acercó hasta mí y dejó un beso en mi mejilla, pero que casi rozaba con la comisura derecha de mis labios.
Antes de poder decir algo, Mónica salió del auto y subió la escalinata hacia su casa. Antes de entrar, hizo un gesto de despedida el cual le devolví un poco confuso.
Diez minutos después estaba aparcando mi auto en el estacionamiento del edificio donde vivo. En mi apartamento, dejé las llaves sobre la mesa de centro de la sala y fui hasta mi habitación, dónde me cambié a mi pijama y me eché en mi cama de un salto.
Estaba cansado.
Apagué la luz de la lámpara en la mesita de noche y me preparé para ir a dormir.
En mis sueños se repitieron los acontecimientos de hoy, pero sobretodo, se hacía muy presente la sonrisa de cierta ojiazul amiga mía.
Sinceramente, me gustó. Su sonrisa era linda. Mónica, en sí, era linda.
Y soñar con ella no fue algo que me desagradó del todo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top