14 • Oye, sé que quieres tocarme, pero al menos no muy fuerte, por favor

Mónica

A veces odiaba la terquedad humana.

Querida, odias a la humanidad en general.

¡Oye, claro que no!

, ajá.

En fin, volviendo a mi punto, odio la capacidad de las personas de lograr convencer a otras personas para hacer cosas que esas personas no quieren hacer.

A lo que me quiero referir: es que odio lo persuasivo que puede llegar a ser Dave Wyle.

El chico era necio, además de tener esa especial habilidad de ser un maldito persuasivo, gracias a ese par de cualidades logró convencerme para que lo acompañara a la feria de verano que cerraba este domingo.

Y ese día era hoy.

Estaba sentada en el asiento de acompañante, (reitero: ¡vivan los asientos de acompañante!) del auto de Dave y en los puestos de atrás, hablando entre sí emocionados del lugar hacia donde íbamos estaban un par de chicos que se presentaron al recogerme en mi casa.

Un rubio-castaño, alto con ojos azules y sonrisa divertida que se presentó como Cooper Parker y una chica una cabeza más alta que yo, de cabello castaño, ojos verdes y acento alemán llamada Salustina Spears, pero que pedía y rogaba por su alma que la llamara Sal.

¿Cómo es que no te cagaste de risa al escuchar su nombre?

No tengo idea, pero fue un acto casi milagroso.

Luego de presentarse con sus nombres agregaron:

—O mejor conocidos como los mejores amigos de este idiota.

Dave solo había meneando la cabeza y rodado los ojos.

De camino a la feria, ambos atrás hablaban de algo a lo que no le estaba prestando tanta atención, creo que estaba relacionado con algo de una casa embrujada.

Cuando llegamos, Dave estacionó su coche un poco alejado de la entrada por la tanta cantidad de autos que había esa noche.

—¡Que emoción! ¡Que emoción! —chillaba alegremente la chica Sal—. ¡Ya quiero subirme a todos los juegos posibles!

Sus amigos se rieron y yo solo sonreí ante tanta emoción.

—Calma, Saly, si sigues con esa emoción explotarás antes de que uno de esos juegos lo haga por ti —bromeó Dave, haciendo reír al grupo.

De camino a la entrada, Sal seguía chillando emocionada cuál niña de cinco años y Cooper trataba de calmarla.

—Te dije que no debíamos de comprarle el batido de chocolate, ¡El dulce la pone hiperactiva! —reprende Cooper a Dave.

—En cuanto esté en los carritos chocones se le pasará.

Al fin dentro del parque, todo era una masa de personas, risas, gritos de miedo, otros de emoción y luces de las atracciones. Habían algunos chicos andando por ahí que estaban mojados de pies a cabeza gracias a los toboganes de agua. Algunos otros, comiendo palomitas, algodones de azúcar y helados. Otros solo veían qué juego jugar o a qué atracción subirse.

El ambiente era de tanta alegría que hasta me llegué a emocionar.

—¡Vamos a la casa encantada! —exclama Sal, señalando la atracción alejada unos metros de nosotros.

Era demasiado clara la emoción en su voz. De seguro estaba ansiosa de entrar ahí luego de haberlo discutido con Cooper casi todo el camino.

—Eh... no lo sé, Sal —el tono agudo de la voz de Cooper y el cómo rasca nervioso su cabeza delataba que la idea de su amiga no era una de su total agrado.

—¿Qué opinas tú, Agente D? —le pregunta Sal a Dave.

Fruncí el entrecejo al escuchar el apodo.

—¿Agente D? —repetí, viendo confundida y divertida al dueño de dicho apodo.

—Sal desde que somos pequeños le dice a Dave «Agente D» porque este chico de aquí —Cooper señala a su amigo detrás de él con su pulgar—, quería ser un espía como los chicos de esas películas de Mini Espías.

Mordí mi labio inferior, tratando de no reírme con fuerza.

Me imaginaba muchas cosas, pero esa nunca pasó por mi cabeza.

—Ni una palabra de eso a nadie, ¿Entendido?

Solamente asentí, si decía alguna palabra, empezaría a reír sin poder detenerme.

—¿Entonces? —el tono de insistencia de Sal nos obliga a compartir una mirada, buscando la opinión de los otros.

—Por mí, todo cool —dije.

Dave se encogió de hombros, su amiga lo tomó como un sí.

Nuestras miradas se quedaron sobre Cooper, quién se rascaba dudoso la cabeza, observando poco convencido la atracción.

Suspiró con fuerza, rendido.

—Está bien, iré.

Y todos nos encaminamos a la dichosa atracción.

Antes de entrar nos preguntaron cosas del protocolo de seguridad, ¿Problemas cardíacos? ¿Asma? ¿Desmayos al recibir un susto? Esas cosas que preguntan antes de entrar en una atracción de terror.

Cuando por fin entramos a la primera sección, solo había silencio. Era un largo pasillo oscuro, nuestros pies estaban ocultos bajo la ligera neblina. Solo el sonido de nuestros pasos y la respiración fuerte de Cooper se escuchaban.

Cada que avanzabamos veíamos más cosas, como telarañas colgando del techo, gotas de agua, espejos siniestros y una extraña pintura que nos siguió con la mirada hasta que salimos de ese pasillo.

Dave estaba a mi lado izquierdo, Sal a mi lado derecho y Cooper finalizaba la fila. El pobre chico le tenía tomado el brazo a su amiga.

—Coop, me estás cortando la circulación del brazo —se queja Sal en un murmuro.

Aún cuando su amiga estaba perdiendo la circulación de la sangre de su brazo, él no la soltó, solo aflojó su agarre.

Estábamos cruzando una habitación ambientada como el laboratorio de un maniático, habían máquinas que destellaban luces verdes cada cinco segundos, una mesa de prueba cubierta por una manta blanca y muchos más artefactos.

Cuando estábamos pasando frente a la mesa cubierta, algo brincó de ella, dejando caer la manta al suelo y salió corriendo en nuestra dirección. El instinto fue separarnos para esquivarlo y que siguiera corriendo de largo. Aunque nos asustamos, (al menos yo) no grité, el que sí gritó muy agudo fue Cooper.

Este chico era cobarde.

—¿Y si damos la vuelta y nos largamos de aquí? —preguntó totalmente nervioso cuando ya habíamos salido de la habitación anterior.

—Sé valiente, hombre, al menos una vez en tu vida —dijo Dave después de un largo rato sin compartir palabra alguna.

—No se trata de valentía... —Cooper agacha un poco la cabeza para esquivar una telaraña que casi le termina sobre el cabello—, es querer dormir sin pesadillas el resto de mi vida.

De la nada, dando un gutural grito que nos espantó a Sal y a mí, pero sobretodo a Cooper, una bruja salió de entre las paredes y atacó al objetivo que tenía más cercano.

Que resultó ser el rubio.

Él con grandes reflejos, quizá dados por el miedo de la situación y querer salir con vida de aquí, la esquivó.

—¡Abortar misión! ¡Abortar misión! —exclama despavorida Sal, corriendo de vuelta por el camino que habíamos ya cruzado, seguida de su cobarde rubio amigo.

Y solo quedamos Dave y yo.

Solos, esperando que cualquier otro bicho nos asustara.

—¿Te espantó? —preguntó volviendo a retomar el camino, dispuesto a terminar el recorrido.

Este chico no tendrá alma para no asustarse.

—Bueno... —digo en tono agudo—, solo un poquito.

Aún con la falta de luz, podía ver su sonrisa burlesca.

—¿A ti no? —devuelvo la pregunta, tratando de caminar a la par suyo, algo que resultaba difícil.

Encoge los hombros.

—Una vez, cuando tenía doce, me perdí en una de estas, ví como funcionaban todas las trampas, así que ya no me parecen la gran cosa.

—Vaya, eso es...

Una mano fría me tomó del tobillo.

—¡¡AAAAAAAAAHHHHHH!! —empecé a agitar mi pie para que me soltara—. ¡Suéltame, suéltame, suéltame!

¡Que alguien nos quite la mano del pie! ¡¡Que alguien nos quite la mano del pie!!

—¡¡QUITENME LA MANO DEL PIE!! —ya no me importaba lloriquear, esa cosa me tenía tomada y quería que soltara mi pie.

Empecé a alejarme para que se obligara a soltarme, pero solo me sostuvo con más fuerzas. Dave se acercó hacia mí y con un toque de su pie quitó la mano horrorosa secuestra pies, por el impulso que había tomado casi caigo de boca al suelo.

Mi instinto fue poner mis manos en sus hombros para tener equilibrio. Él, en cambio, me sostuvo de la cintura para evitar que caiga.

Nuestros rostros quedaron a una distancia demasiado corta, por la falta de luz no detallaba mucho, solo que Dave sonreía de lado y que sus ojos se movían ansiosos.

—Gracias —digo, soltándome de su agarre.

—El caballero de brillante armadura siempre al rescate —presume él, cambiando la voz a narrador de cuentos.

Fue imposible no rodar los ojos.

Entre cosas que salían de la nada, mis gritos por esas cosas que salían de la nada y los ruidos en general que habían de fondo, seguimos con nuestro camino hacia la salida.

Confirmamos que esta ni ninguna noche podremos dormir.

Más que confirmado está eso.

—Mónica —llama mi acompañante.

—¿Si? —mi voz tembló un poco.

Ví hacia atrás para asegurarme de que nadie nos estuviera siguiendo. Me sentía como en una jodida película de terror.

No era lindo.

—Me estás lastimando el brazo.

No me había dado cuenta de que me aferraba al brazo de Dave como si mi vida dependiera de ello, (depende, de hecho) y puede que cargue una chaqueta puesta, pero de seguro le habré dejado algunas marcas de mis uñas.

—Oye, sé que quieres tocarme, pero al menos no muy fuerte, por favor.

Ruedo los ojos, otra vez. Que insoportable era.

Ya alejados de esa maldita casa, fuimos en busca de los amigos de Dave, que no estaban por ninguna parte cerca. Incluso los llamó, tenían el celular apagado.

—¿Nada aún? —le pregunté cuando volvió a sentarse conmigo en la banca.

Negó con la cabeza.

—De seguro se fueron a otros juegos para distraerse, como no tienen donde ver caricaturas, este es su plan B.

Riendo ligeramente tomé un trozo del algodón de azúcar que recién compré.

—Los conoces muy bien.

Dave sonrió.

—Nos conocemos desde los seis, además de que pasamos demasiado tiempo juntos, sería extraño no conocer sus manías y costumbres.

Él roba un pedazo de mi algodón de azúcar.

—¡Hey! —protesté.

Sonrió de labios cerrados, aún comiendo el dulce.

—Perdón, a mí también me gusta.

—En ese caso, consigue uno propio —me alejé de él para que no volviera a atacar mi algodón de azúcar.

Con mis cosas nadie se mete.

Se apresuró a alcanzarme.

—Bueno, bueno —alzó ambas manos en son de paz—. Es tu algodón de azúcar, no mío.

—Claro que no.

Caminamos solo unos segundos en silencio hasta que dijo:

—¡Pero yo me lo terminaré primero! —en un rápido movimento, me quitó de las manos mi algodón de azúcar y salió corriendo entre risas lejos de mí.

Y yo solo pude quedarme ahí, tratando de analizar la situación.

Me quito mi dulce.

Y así, como si nada.

Oh, ese gran hijo de...

Oye, cuida ese vocabulario.

¡Me las va a pagar! ¡Nadie debe de quitarle el algodón de azúcar a nadie! ¡Es cosa prohibida!

Cuando al fin salí del shock, empecé a correr tras él en el rescate de mi algodón de azúcar. Dave tenía ventaja por ser una jodida montaña, yo salía perdedora porque yo era la mitad de lo que él media.

¡Mueve esas piernitas de perro salchicha y salva tu dulce!

Coincidía en algo con mi conciencia.

—¡Nunca me alcanzarás, Mónica! —lo escuché reír desde donde estaba, que era por muy detrás de él.

Oh, ¡Eso ya lo veremos!

No sé cómo fue, pero logré acelerar el paso y estar a solo dos metros de Dave.

Te poseyó el espíritu de Flash, mínimo.

En esa zona estaba más despejado de personas, así que, aprovechando eso, me impulsé y caí de un salto a la espalda de Dave, tumbándolo al suelo. Él solo se reía como desquiciado.

Dave se evitó un feo golpe contra el suelo al poner sus manos a los costados, pero esa acción hizo que mi algodón de azúcar cayera al suelo, sin poder recuperarlo.

Que la fuerza te acompañe, amigo rosado.

—Mi dulce...

Dave se rió.

—Por favor, Mónica, era solo algodón de azúcar.

—¡Pero era mío! —le di un golpe en su espalda ya que aún seguíamos tumbados en el suelo.

Conmigo encima, no creo que se pueda levantar.

—Bueno, ahora ninguno comerá.

Y se levantó sin problema alguno, aún conmigo colgando en su espalda.

Dios, ¿Pero qué carajo le dieron de comer a este chico para que creciera como una desgraciada montaña? Desde aquí, una caída al suelo sería dolorosa, así que aferré mis piernas alrededor de su cintura y mis manos por instinto se sostuvieron con fuerza de sus hombros.

—¿Puedes...?

—No te dejaré caer, quédate tranquila —asegura él y pone sus manos sobre mis pies para darme un poco más de seguridad.

Fuimos devuelta al lugar donde estábamos antes de la travesía del algodón de azúcar, la feria se veía un poco más viva que hace un rato cuando llegamos. Volvimos al lugar donde compré el algodón de azúcar y compramos uno para los dos.

Ni modo, hay que compartirlo.

La idea de compartir no me agrada por completo, pero Dave me estaba haciendo de caballito y esto era divertido, así que no tuve más opción.

Saqué el dulce de la bolsa protectora, tomé un pedazo y se lo tendí a Dave.

—Manos ocupadas.

—¿Y cómo vas a comer?

—Tú tienes tus dos manos libres.

¿Acaso está insinuado que yo le...?

—Mónica, en serio quiero ese dulce.

Resoplando, acerqué el trozo de algodón de azúcar a su boca, dónde lo comió de un bocado, casi también mordiendo mis dedos.

—Mis dedos no se comen, Wyle.

Escucho su risa.

—¿Qué tal si vamos a la rueda de la fortuna? —propone.

—Claro.

Al llegar a la atracción él me bajó de su espalda y entramos a la rueda sin problema ya que estaba casi vacía. Desde lo más alto la vista era preciosa, con un cielo nocturno lleno de estrellas.

Froté mis manos contra mis brazos, dándome calor.

—Hace frío, ¿No?

Y como si fuera una especie de costumbre, él se saca la chaqueta y la pasa sobre mis hombros, al igual que su brazo.

He igual que en el cine, Dave estaba calentito.

Alcé la mirada para sonreírle, él hacía lo mismo para mí.

Y fue entonces que pasó.

Se detuvo tan repentinamente, haciéndome dar un respingo de susto. Otro movimiento, uno que me hizo irme hacia adelante.

Y fue ahí, en la peor situación de todas, que Dave y yo...

Nos besamos.

——————————

Nota de la autora:

Las viejas costumbres sin duda yo no las pierdo.

Pero, ¿Qué puedo decir? La estructura en general del capítulo me gustaba, así que había que dejarlo así.

Espero les haya gustado.

Hoy en este capítulo no hay recomendación musical, pero creo que en estos cinco de esta semana hay alguna, tendré que ver.

Una cosita antes de irme: ¡No puedo creer que literalmente esta novela esté a nada de los 800 views! Es súper emocionante, ¿Cuánto le tomará llegar a las mil? Lo veremos luego.

Los leo en los siguientes capítulos.

Besos y abrazos con emoción de Sal, gritos acobardados de Cooper y de Mónica rogando que le quiten la mano del pie.

MJ.


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