13 • Oh, vaya, disculpa por arruinar tu noche de sexo, amigo

Dave

—Déjame ver, ¿Me he perdido la fiesta de Amanda solo por venir a acompañarte para buscar a Sal? —prrgunta luego de haber atado cabos.

—Así es —afirmé asintiendo.

—¿Y no podías venir solo?

—No, claro que no.

—¡Serás idiota! —exclama—. Me habían invitado a la fiesta más épica del año, ¡Y tú me has arrastrado hasta acá solo para venir a buscar a una loca!

—Esa loca, te lo repito y reitero, es también tu mejor amiga —le recuerdo con tranquilidad.

—¿Y?

—Que deberías al menos mostrar un poco de emoción al verla después de casi una semana.

Cooper bufa.

—Por favor, la soporté todo el verano, ¡Esta semana fue un descanso para mí!

—Eres idiota, amigo mío.

—Aún no me creo que me hayas arrastrado hasta acá solo para venir a buscar a la desquiciada de mejor amiga que tenemos —se queja, cruzando los brazos sobre su pecho.

Rodé los ojos.

—Oh, vaya, disculpa por arruinar tu noche de sexo, amigo.

—Disculpa no aceptada.

Que inmaduro es este chico.

Al llegar al aeropuerto aparqué en el estacionamiento y Cooper y yo salimos a esperar a Sal, sentados en el capó del coche. Eran las 08: 26 pm. Se supone que Sal debió de haber llegado hace casi media hora.

Cooper sigue quejándose de que no pudo ir a la fiesta de Amanda, yo solo lo ignoro, era mejor pasar de sus quejas antes de que me empiece a atormentar.

En medio de una queja suya, mi teléfono vibra en el bolsillo de mi chaqueta.

Saly

¿Dónde estás?

Le respondí con un:

En el estacionamiento.

Minutos después de haber leído mi mensaje, por la salida apareció Sal, buscándome con sus ojos verdes por el lugar. Cuando me encontró sentado en mi auto, soltó un chillido emocionado y vino corriendo hacia nosotros.

—¡Los extrañé un montón, Ein paar Idioten! —exclama reluciendo su acento alemán en toda la frase, abrazándonos a Cooper y a mí.

Nos separamos del abrazo y le desordené el cabello a Sal, quién rió dándome un manotazo.

—Nosotros a ti también, schrillen —ella se ríe por el apodo—. ¿Nos vamos?

—¡Vámonos! —exclamó alzando los brazos.

Coop y yo negamos con la cabeza y ayudamos a Sal a guardar su equipaje en el maletero de mi auto. Sal pasaría la noche en mi casa ya que sus padres no están en la ciudad por cuestiones de trabajo y la mejor amiga muy responsable que tengo no tiene llaves para entrar.

Durante el camino al edificio donde vivía, Sal nos cuenta un poco de como le fue en Viena, de lo que hizo y los muchos lugares que visitó. Se veía tan contenta hablando de esa semana que pasó en su país. Saly no visitaba Austria desde... no sé... ¿Los catorce años? Se notaba que extrañaba mucho su país y que esta semana allá le hizo mucho bien.

Cuando llegamos y subimos a mi piso, Sal se dejó caer en uno de los sofás de la sala, soltando un suspiro de relajación.

—Es lindo estar de vuelta —estiró sus pies y los reposó sobre la mesita de madera frente a ella, algo que sabía que no podía hacer porque no me gusta—. Espero que hayan disfrutado sus vacaciones, amigos míos, porque seré su tormento todo el semestre.

—¿No lo era ya? —murmuró Cooper hacia mí pero Sal aún así lo escuchó y le lanzó un cojín—. ¡¿Estás loca?! —exclama, esquivando al tiempo perfecto el cojín antes de que le diera en la cara.

—¡Eres un idiota!

—¡Y tú una desquiciada!

Sal le saca la lengua. Cooper la imita.

Yo solo me río de sus idioteces.

—Muy maduros, chicos, muy maduros —digo, recogiendo el cojín para lanzarcelo a Sal, ella lo vuelve a poner en su sitio.

Ellos siguieron con su discusión, así que yo fui a la cocina y preparé algunos snacks de bienvenida para Sal, cuando volví a la sala, ambos habían resuelto su infantil pelea.

—Oh, como extrañé esto —mi mejor amiga toma un puñado de ruffles—. En Viena no los conseguí, solo una horrible versión alemana que sabía terrible —hace una mueca—. Me hacían mucha falta en las tardes de películas.

—Lamento que hayas tenido que pasar una semana horrible con tus abuelos sin tu fritura favorita —me senté a su lado.

—Ja, gracioso, Dave —se levantó del sofá y tomó una de sus maletas cerca de la entrada, la de tamaño medio—. Ahora, ¿Quién quiere sus regalos?

—Saly, no tenías por qué haber hecho eso —le dije.

—Habla por ti, amigo, yo sí quiero mi regalo —Cooper frota ansioso sus manos, sentándose en el reposabrazos del sofá.

Interesado.

—Al menos, haz el intento de disimularlo.

—Oye, Sal me conoce, sabe cómo soy. Si me trajo un regalo, ¿Para qué disimular el hecho de que lo quiero con tantas ansias?

—Vaya, que amigo.

Cooper me sonríe.

—Gracias, lo sé, soy increíble.

—Yo nunca dije que...

—Vale, chicos, basta —interrumpe Sal—. Mejor veamos estos obsequios, me esforcé mucho en ellos.

Sacó algunos y los dejó en el suelo para despejar la maleta. Casi del fondo vimos un rectángulo envuelto en papel de regalo azul con un lazo del mismo color adornando una de las orillas.

Sal se lo entregó a Cooper.

—Tu regalo, Coop.

Él lo toma confundido.

—¿Puedo abrirlo?

—¡Obvio sí! Quiero ver tu reacción.

—Vale... —Cooper quitó el lazo azul y rompió una de las esquinas del papel, cuando estuvo todo desenvuelto, Cooper sonreía ya emocionado—. «El gran libro de la mitología griega» —citó el título antes de darle un medio abrazo a Sal—. Gracias, pimientita.

Ella le sonrió.

—No hay de qué, tonto, sé que ese tema te gusta mucho y creí que sería cool comprarte un libro referente a eso.

—Y me gusta mucho, al fin podré saber las cosas que me faltan.

—¡Oh! Y algo más —rebuscó en la mochila que llevaba al hombro hasta sacar una bolsita transparente con brillos, atada con una cinta dorada—. Esto también.

De la bolsita brillante sacó un círculo de plata con grabaciones: un anillo.

—Vaya... Está increíble, Sal.

—¿Ves esas grabaciones? —Coop asintió—. Están en griego antiguo, significa...

—El... protegido por... Pan... dios de lo... salvaje. El protector de los animales —tradujo Cooper.

Sal y yo lo veíamos como si fuera un alien.

—¿Qué?

—¿Cómo sabes lo que dice ahí? —pregunté.

—Sí, Coop, es griego clásico, es casi imposible de entender.

Él encoge los hombros, relajado.

—Supongo que la práctica.

—¿Desde cuándo? —pregunté otra vez.

—Oye, en este verano no solo salí de fiesta, también hice otras cosas.

—Algo productivo, al menos —murmura Sal.

Cooper la mira mal antes de negar con la cabeza.

—Gracias, Saly, es muy lindo.

Ella le regala una sonrisa rápida antes de volver a buscar en su maleta.

—Para ti, Dave, es esto —me tendió una caja larga y plana de color rojo—. Sé que has estado buscando esto un tiempo, espero te guste.

Cómo era uno de esos obsequios que solo le debes quitar la tapa, lo abrí fácilmente para adentro encontrarme una camiseta doblada.

La saqué de la caja.

Y no me creía lo que tenía en las manos.

—Es... es... —balbuceé incrédulo—. ¡Mierda, es increíble!

—¿Te gusta?

—Claro que no me gusta, Sal, ¡Me fascina!

Ella hace un gesto con su mano de restarle importancia.

—Sí, lo sé, lo sé, soy la mejor del mundo —dice con aires de suficiencia.

—Maldición, esto es increíble —observé incrédulo y feliz la camiseta autografiada de Nathan Eovaldi, mi lanzador favorito de los Red Sox de Boston. Había estado buscando esa camiseta por meses, pero ya la habían subastado—. ¿Cómo es que... cómo es que tú...?

—Iba caminando por la ciudad, ya sabes, muy relajada, hasta que en una tienda de deportes internacional la ví en la vitrina de exhibiciones —comenta—. No fue fácil conseguirla, pero sabes lo insistente que soy.

—Sí, terca como una mula —dijo Cooper, leyendo ya su nuevo libro.

—Sí, bueno, me alegra que te guste, Dave —me sonríe.

—Me fascina, gracias, Saly —le di un medio abrazo a mi mejor amiga.

Cuando nos separamos, ella recordó:

—Esto también es para ti —de la bolsita brillante de dónde salió el anillo de Cooper, sacó uno nuevo, solo que con un diseño diferente—. Este no es griego clásico, esto sí es inglés.

—A ver... —le voy dando vueltas al anillo, leyendo en voz alta—: Tú serás... un buen... doctor.

Miré a mi mejor amiga, ella se encontraba sonriendo.

—Serás el mejor de todos, Dave Wyle. Confío en ello.

No pude más que sonreírle.

Sal empezó a acomodar obsequios unos tras otros. Algunos eran para Asia, otros para Henry y mis padres. Otros para el hermanito menor de Cooper y otros para sus padres. Cuando terminó, sacó del final de la maleta una caja de tamaño medio de cartón y la reposó sobre su regazo.

Ella tenía una pequeña sonrisa tierna al observar la caja de cartón.

—Creo que este es mi regalo favorito.

Cooper y yo compartimos una mirada antes de ver lo que Sal sacaba de esa misteriosa caja de cartón.

—¿Portaretratos? —frunció el entrecejo Cooper, observando confundido lo recién mencionado.

—Son especiales, ya verán —avisó Sal sacando uno de la bolsa protectora de burbujas, le dió la vuelta he hizo no sé qué cosa—. Son portarretratos digitales.

Dónde antes había solo una imagen en negro, se alumbró en una luz blanca antes de que apareciera una foto que conocía muy bien.

Tomé con cuidado el portaretrato de las manos de Sal.

—Patio de juegos de la primaria Lincoln-Eliot, hace quince años, el invierno apenas estaba llegando a la ciudad.

—Era la hora del recreo —continúa Cooper—. Tú y yo estábamos jugando en los columpios —se ríe recordando—. Casi dejo los dientes en el suelo esa vez.

Sal y yo nos reímos también.

—Me acerqué a ustedes para prevenirles que estaban subiendo muy alto y que era peligroso —agrega Sal—. No me hicieron caso hasta que Cooper casi deja los dientes pegados al pasto.

—Habría sido un gran recuerdo en esa primaria.

—Desde esa vez empezamos a hablar porque ustedes creían que yo tenía un especie de poder vidente para prevenir sus estupideces.

—Supimos desde ese momento en que te convertirías nuestra mejor amiga —finalicé.

—Esta foto es la primera fotografía que nos tomamos como amigos después que Cooper se bajara del columpio.

—De que me obligaran a bajar del columpio —corrige él.

Sal vuelve a tomar el portaretratos.

—Tengo tres de estos, uno para cada uno y todos tienen una memoria con fotos viejas de nosotros —desliza el dedo a un lado, dejando ver la siguiente fotografía.

—¡Yo sé esa! —exclama alegre Cooper—. ¡El día que Dave se quedó atrapado en el tobogán!

—¿En serio, Sal? —miré mal a mi amiga.

Ella no evita reírse.

—Fue un gran día, tienes que admitirlo.

—Sí, claro, sobretodo la parte en que me quedé atrapado en el tobogán, ¿No?

—¡Pero si fue tremendo! —dice Cooper—. ¡Incluso lloraste pidiendo a tu mamá!

—¡Tenía siete años!

Cooper y Sal solo se echan a reír a carcajadas.

Idiotas.

Totalmente.

—Vale, ya basta —detiene Sal—. Fue una idea que me gustó mucho y pensé que a ustedes les gustaría tener uno.

Le dió uno a Cooper, que en una esquina tenía una huella canina y el que era para mí, tenía un estetoscopio pediatrico, también en la esquina.

—Y el mío —nos enseñó el que le pertenecería, el de ella, en cambio al de nosotros, estaba decorado con algunos peces—. Los hice así porque la medicina animal, la general y el cuidado de la vida marina han sido nuestras pasiones desde los siete años. Espero no los pierdan, chicos, esto es muy especial para mí.

Rodeé sus hombros con mi brazo.

—Nunca lo perderemos, Saly. Es una promesa —y como de costumbre, ella alza el dedo meñique para afirmar mi palabra.

He igual que de costumbre, cerré el pacto, entrelazando su dedo meñique con el mío.

Nuestro mejor amigo se une al abrazo.

—Como lo a dicho Dave, es una promesa —Sal hace lo mismo del meñique con Cooper.

Ayudamos a acomodar sus cosas en la habitación de invitados, dónde se quedaría esta noche. Dejó los regalos que les daría a mis hermanos y padres a un lado, guardó los que serían para los suyos y le entregó a Cooper los que serían para su hermano.

Cenamos los tres juntos viendo las fotografías que había agregado Sal a la memoria de los portarretratos, (ya había puesto el mío en la mesita junto al sofá) riendo por los recuerdos y las situaciones en las que nos metimos para terminar atrapados en un tobogán, arrojados en una piscina y dentro de una cárcel de juguetes.

Sin duda, los Tres Mosqueteros han tenido muchas aventuras.

-

Fue el olor a comida casera lo que me despertó.

Aún medio dormido y en pijamas, salí de mi habitación, el olor se intensificó en la sala y en la cocina, que era de dónde salía ese delicioso aroma a... ¿Panqueques?

Tallé mis ojos y me detuve a un lado de la mesa de la cocina, dónde pude ver a mi mejor amiga de espaldas salteando lo que me confirmó mi duda del olor a panqueques.

Pero no fue exactamente eso lo que me sorprendió, si no el que Sal esté cocinando. ¿Acaso esto es un mundo paralelo?

—¿Te quedarás ahí toda la mañana? —la oí preguntar.

¿Qué? ¿Cómo supo que estaba aquí?

Ella señala con la espátula mi sombra.

—Tranquilo, no quemé nada.

—¿Desde cuándo cocinas? —pregunté, sentándome en una de las sillas giratorias marrones de la barra—. Porque que yo recuerde, la última vez que lo hiciste, Cooper terminó con el cabello en llamas.

Se echa a reír.

—Ese fue el mejor día de mi vida —admite.

—Tenía la sospecha.

—Pero para responder tu pregunta, mi abuela me enseñó un poco la semana que estuve allá. Así que el cabello de Cooper no volverá a quedar en llamas, al menos, no de mí parte.

Sal había preparado panqueques acompañados de jarabe de Maple y mantequilla y de bebida, jugo de fresas. Normalmente, para mi desayuno prefería el jugo de naranja pero Saly es alérgica al cítrico así que por ella tenía que hacer estas cosas.

Teniendo mi vaso con jugo de fresas frente a mí, una sonrisa divertida se formó en mis labios al recordar el día en que fui a buscar mi horario a la universidad y me choqué con Mónica.

Sé que no debería parecerme divertido, pero es que sencillamente no puedo evitar querer reírme, ¡Había terminando con mi batido encima! Ni siquiera recuerdo cómo es que no me morí de risa ahí mismo.

Sal se sentó frente a mí.

—¿Y esa sonrisa? —le dió un sorbo a su jugo, esperando mi respuesta.

Reprimí una sonrisa.

—Nada, solo recordaba algo.

—Vale... —no estaba convencida—. Dejaré los obsequios de tu familia en la habitación.

Asentí empezando a comer.

Desayunamos escuchando solo el sonido de los cubiertos chocar contra el plato, cuando terminamos, Sal se ofreció a lavar los platos, pero yo desistí su ofrecimiento, prometiendo que lo haría yo luego.

—Luego no digas que no aporto nada a tu casa —dijo dando una vuelta para ir a arreglarse a la habitación.

Mientras ella se preparaba yo lavé rápidamente los platos y me fui a cambiar para acompañar a mi mejor amiga a su casa.

———————

Nota de la autora:

Solo diré esto: ¡Nos vemos la próxima semana! Ya me he quedado sin palabras para las notas de esta semana, así que solo me despediré.

Besos y abrazos con fotografías, recuerdos y sacadas de lengua.

MJ.

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