05 • Con un cerebro así, deberías estudiar leyes
Mónica
Llamada entrante de Amapola.
—¡Moni! —exclama alegre mi mejor amiga al contestarle—. ¿Dónde estás? Estoy en el parque y no te veo.
Oh, me va a matar si se entera que ni siquiera he salido de mi casa.
—Hey, ¿Mónica?
—Eh, sí, estoy aquí.
La escucho reír.
—¿«aquí» dónde, Mónica? Aún no te veo.
—Sin colgar, Pola.
—Ah, ya —se ríe.
—Espérame en el monumento a los soldados, estoy cerca de ahí.
—Vale, te veré ahí. ¡Adiós! —se despide con su habitual alegría para luego colgar.
Subí rápidamente hacia mí habitación, dónde paredes morado claro me recibieron, me cambié la camiseta por una más fresca ya que tenía algo de calor, me amarré el pelo en una coleta de caballo bajando las escaleras. Afuera, cierra la puerta principal con mi pie y me encamino al parque.
El parque no quedaba lejos de mi casa, a pie eran solo cinco minutos, pero teniendo en cuenta de que yo camino muy lento y que el monumento a los soldados estaba lejos de la entrada que suelo tomar, me tomaría al menos unos quince minutos en llegar. Pero cómo iba tarde y sabía como se ponía mi mejor amiga si la dejaban esperando, fue la razón por la que eché a correr. Me gustaría haber ido en mi bicicleta, pero la pobre tenía un neumático desinflado el cual mi hermano no se había dignado en inflar.
Lo haría yo, pero esas cosas le salen mejor a él. A mí denme un tazón con mezcla de pasteles, chocolate y chispas y te hago un delicioso postre.
Cuando llegué al parque estaba más que cansada, en el camino al lugar donde había quedado con Amapola, voy recuperando la respiración y el color natural de mi cara.
Demonios, estaba agotada.
Al estar lo bastante cerca, pero aún sin ser vista por mi amiga, reparo en que está hablando animadamente con un chico un poco más alto que ella, desde aquí podía ver qué su cabello era de un color caoba.
Pobre chico, ya lo a de tener loco en el tiempo que te estaba esperando.
Amapola no es tan mala.
Ajá, claro, y yo no soy la conciencia de todos ustedes.
¿Qué?
Ah, nada, nada, sigue con tu camino, ¡Sigue el camino amarillo!
Ya está, me volví loca.
Decidí pasar de la voz en mi cabeza para caminar hacia donde estaba mi mejor amiga. Escucho sus comentarios y la risa del chico por ellos.
—Hola, Pola —saludo al estar cerca—. Hola, chico que no conozco —digo, mirando al chico.
—¡Moni! —Amapola salta de su asiento para venir a abrazarme.
—Hey, que lindo verte —correspondí a su abrazo. Me gustaba tener a mi mejor amiga de vuelta.
—Igual, Moni-Moni —me reí del apodo.
Cuando nos separamos, el chico aún seguía sentado en uno de los peldaños del monumento blanco, observándonos con una pequeña sonrisa.
Le fruncí el entrecejo.
—Desconocido —digo lo obvio.
—No es un desconocido —niega mi mejor amiga.
—¿Ah, no?
—No, Mónica. Es Wesley —me mira significativamente, como si con decirme ese nombre sabría de inmediato quién es el chico—. ¿Acaso no lo recuerdas?
—La verdad, ni siquiera recuerdo lo que cené ayer.
El chico, Wesley, se ríe.
Amapola suspira frustrada, como si mi confusión fuera algo sin sentido y que yo debería de recordar con exactitud quien es ese chico.
—A ver, ¿Baile en la primaria Lincoln-Eliot? ¿Un vestido blanco manchado con ponche? ¿Acaso eso no te dice algo? —pregunta, poniendo sus manos sobre su cintura.
—¿Baile en la primaria Lincoln-Eliot...? —me callé al recordar lo que se refiere Amapola.
A mí mente vino un recuerdo de cuando teníamos ocho años: el día del baile de padres y niños en nuestra vieja primaria. Amapola había ido con un lindo vestido blanco, uno que había sido de sus favoritos.
—¡Eres un tonto! —insultó una Amapola de ocho años—. ¡Arruinaste mi vestido!
—Yo... lo siento, no... no te ví ahí —excusó un niño de su mismo estatura, tan nervioso que le temblaban la manos.
—¿Algo de eso te suena familiar?
—¡El niño ponche! —Amapola niega rapidamente con la cabeza a la vez que Wesley me veía con el entrecejo fruncido—. Es decir... ¡Wesley, viejo amigo!
—¿Por qué me has...?
—¡Al fin se acordó! —interrumpe Amapola a proposito. Había olvidado que «niño ponche» fue un apodo que le pusimos en su momento—. ¿Cómo es posible que hayas olvidado eso, Mónica? Me lo estuviste recordando durante cuatro años, ¡Cuatro malditos años! —exclamó.
—Bueno, en mi defensa, mi memoria no es la mejor en estos tiempos —admito—. Además, de este chico no he sabido nada en años —agregué, sentándome con Amapola en los peldaños.
—Wesley está estudiando también en Ravenwood, vamos a la misma facultad —informa Pola, sentándose del lado de Wesley.
—¿Y tú, Mónica? ¿Cómo has estado? —pregunta él, su voz ya no es la de un crío de ocho años, era sorprendentemente grave.
Me encogí de hombros.
—Nada nuevo, en realidad. Mi vida no es interesante. ¿Tú qué tal? ¿Qué a sido de ti en estos años? —devolví la pregunta, interesada en saber.
—Nada importante que acotar.
—Guao, sus vidas sí que son aburridas —comenta Amapola.
Nosotros solo nos reímos.
Nos enfrascamos en una charla rápida, hablamos de lo que a pasado en nuestras vidas, los estudios y demás cosas. Wesley un rato después se marchó con la excusa de «Asuntos familiares» nos despedimos con una sonrisa y gestos de nuestras manos. Luego de que él se fuera, Amapola y yo nos paseamos un rato por los senderos del parque, terminando la conversación que dejamos a medias ayer.
Cuando nuestros pies estuvieron cansados, nos decidimos por tomar asiento bajo un árbol. Mi espalda estaba recostada del tronco mientras que Amapola se había sentado frente a mí.
—¿Cómo van las cosas en tu casa? Veo que Miguel y tú padre están mejor.
—Sí, lo están —juego con mis dedos en mi regazo—. Todos los días... vamos viviendo con su ausencia. Es... difícil, pero tratamos de vivir con ello.
Amapola estira su mano para tomar una de la mías y dar caricias con su pulgar en el dorso
—¿Cómo te sientes con respecto a eso?
Suspiré.
—Quisiera dejarla ir, pero... no puedo —siento que mis ojos se llenan de lágrimas. Este tema siempre me ponía así—. Quisiera superar la muerte de mi madre, pero no puedo, Amapola, no puedo hacerlo.
—Mónica, nunca vas a superar la muerte de tu madre. Sí, aprenderás a vivir con ello. Vas a sanar y te reconstruirás alrededor de la perdida que has sufrido. Volverás a estar entera, pero nunca serás la misma —desvío mi mirada hacia otro lado cuando siento una lágrima salir y resbalar por mi mejilla—. Tú eras una luz brillante, Moni, pero que desde hace un tiempo ya no brilla igual.
—¿Cómo volver a serlo? Han pasado ocho meses, Amapola, y todavía siento como si fuera ayer.
—El dolor de la perdida no tiene una fecha de caducidad, Mónica. Duele lo que tiene que doler, y dura lo que tiene que durar. Un día vas a despertar y vas a sentir que todo terminó, que recordar ya no duele, que visitar el lugar donde yacía en paz no te hará llorar.
»Un día vas a despertar y te vas a dar cuenta, que después de tanto sufrimiento, tu madre descansa en paz.
Sorbí mi nariz y limpié las lágrimas en mis ojos para sonreírle a mi mejor amiga, que me devuelve la sonrisa. Amapola a estado conmigo desde el día en que mi madre enfermó, estuvo en cada momento conmigo y con mi familia. Tampoco dudó en quedarse a mi lado las noche en las que el llanto no me dejaba dormir. Me consoló, me apoyó y siempre estuvo a mi lado, como ahora.
—Eres la mejor amiga del mundo, Amapola.
Esboza una sonrisa de labios cerrados.
—Estoy solo haciendo mi trabajo, Mónica —me guiña el ojo divertida, lo cual me hace reír.
—A veces tengo miedo de mi hermano —admito—. Temo que... en cualquier momento pueda volver a caer.
Mi hermano después de la muerte de mi madre tuvo una fuerte depresión. Mi madre era el mejor ser humano del mundo, uno que se nos fue arrebatado tan cruel y dolorosamente. Mi hermano pasó meses encerrado en su habitación, aislado de todo y de todos. Fueron momentos difíciles para mi familia. Medicación, visitas al psicólogo, terapia familiar. Hasta ahora, solo estamos volviendo un poco a la normalidad que había antes, solo que con la ausencia de mi madre.
—Hey, Mónica —Amapola da un apretón reconfortante en mi mano, tenía una sonrisa que transmitía un claro mensaje: «todo estará bien»—. Eso no va a pasar, ¿Vale? Miguel es un chico fuerte —asegura con tranquilidad—. ¿Por qué crees que es mi amor imposible?
A Amapola le a gustado Miguel desde los quince años, el día que le iba a decir lo que sentía, lo vio a él y a su actual novia besándose en un lugar que era especial para los tres, por esa razón Amapola cataloga a mi hermano como «su amor imposible»
—¿Aún te duele? —pregunté con delicadeza.
Ella podrá mostrarse muy fuerte con respecto a sus sentimientos, pero había momentos dónde esa barrera se derrumbaba y dejaba ver lo frágil que podía sentirse mi mejor amiga.
Cómo justi ahora.
Ella suspiró.
—No tanto como antes, aunque igual quiero que termine con esa chica. Algo en ella nunca me a dado buen espina —murmura, pareciendo más para sí.
Rodé los ojos divertida.
—Supéralo, Amapola.
—El día que terminen, te diré con mucha satisfacción: «¡Te lo dije!»
Yo me reí.
—Mejor cuéntame, ¿Qué a pasado con el asuntillo de la universidad?
Encoge los hombros.
—Aún creen que fui yo y no tienen pruebas. De resto, todo cool.
A veces me gustaría tomarme las cosas tan relajadas como ella.
—Aún no me creo que le hayas hecho una broma al decano de la Universidad de Ravenwood, ¡Una de la cinco universidad más prestigiosas de Nueva York! ¿Por qué lo hiciste? —me cruzo de piernas para estar más cómoda.
—Nada en específico, solo una bromita y ya —le resta importancia con un encogimiento de hombros.
Empecé a atar los hilos en mi cabeza para hacer la siguiente pregunta:
—¿Wesley también participó? Se supone que en tu universidad están en clases, tú no estás allá por obvias razones, pero ¿Y él? ¿También participó?
Amapola suelta una pequeña risa.
—Con un cerebro así, deberías estudiar leyes —dijo—, resolverías muchos casos en muy poco tiempo, Moni —bromeó—. Y con respecto a tu pregunta, abogada Reynolds: sí, Wes también participó, fuimos varios chicos a los que expulsaron.
—Sin pruebas.
—Exactamente —afirma muy tranquila.
—Vale, rarito.
—Mejor cambiemos de tema.
Después de charlar un rato más y de enterarme de las cosas que hace mi amiga para intentar, (lo peor es que son solo intentos, Dios) olvidar lo que siente por mi hermano, me fui a casa. Aunque el trayecto de ida no fue tan largo como el de venida gracias a Amapola y su auto.
Ejem, ¿Cómo a pedido que lo llamaran?
Ah, sí, gracias a Amapola y su querido Cole.
En el momento en que me enteré que mi mejor amiga le había puesto nombre a su automóvil no paré de reír durante una semana. ¿Qué clase de persona le pone nombre a su coche? ¡Oh, claro! Amapola Bergan.
Esa chica es tan extraña, pero, ¿Quién fue la que le llenó el cabello de arena al conocernos? Exacto, yo, así que digamos que en nuestra amistad no juzgamos mucho la falta de cordura.
Al llegar a casa, pude ver a Miguel sentado en el sofá de la sala de estar. Su cabello castaño con reflejos blancos estaba todo desordenado, cada hebra apuntando en diferentes direcciones. Es como si pasara su mano por su cabello cada segundo en plan de desordenarlo. Al acercarme más, me fijé en su actitud inquieta y temblorosa y, cuando nuestras miradas conectaron, supe al instante que algo iba mal.
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