Un amor de leyenda
La selva vibraba bajo la luz del caluroso sol, exultante de vida, emitiendo su propia energía ruidosa, fragante, multicolor. Kilómetros de enrevesada fronda interrumpida por magnos saltos de agua, poblada por diversidad de especies, vegetales y animales, conviviendo en perfecto equilibrio; una armonía conferida por los mismos dioses que habían bendecido aquellas tierras arcillosas tiempo atrás.
Pero, nada se comparaba con las imponentes Cataratas del Iguazú* y el rugido emitido por las estrepitosas aguas al caer, más intenso que el del yaguareté, la devastadora fuerza de su torrente, su impoluto y espumoso manto y el arco tornasol que coronaba el lecho acuoso. No en vano eran conocidas como una de las maravillas del mundo.
Hacía muchos años que Arandú* no visitaba el Parque Nacional Iguazú, la última vez había ido con su esposa (meses antes de que pasara a mejor vida) y, en esa oportunidad, lo hacía con la nueva luz de sus ojos: su nietecita, Itatay*.
Con el correr del tiempo la fisonomía del paisaje había cambiado un poco, las modernas tecnologías facilitaban el acceso a la atracción principal de la reserva, pero el panorama resultaba igual de sobrecogedor que antaño. Tanto que, a Arandú, se le arrugó el corazón tras recordar cómo se había creado.
—Taita guasu*, ¡miré la mariposa! Me está comiendo el brazo —exclamó Itatay, interrumpiendo las remembranzas de su abuelo.
Era la primera vez, desde su llegada al parque, que el anciano advertía genuina sorpresa por parte de la infante. Incluso, aquella se había desconectado del mundo virtual de su teléfono celular para conectarse con la naturaleza genuina que la rodeaba.
Arandú sonrió, al observar a la pequeña mariposa amarilla, como la flor del ibirá pytá, posada sobre la piel de la niña.
—No se la está comiendo Temiarirô*, está bebiendo la sal que existe en el sudor—explicó, en su sabiduría.
Su campanilla lo contempló con el mismo embeleso manifestado en el hombre al observar el “agua grande”.
Para sus nueve años de edad, Itatay era la más curiosa de sus hermanos y también la preferida de su abuelo, a quien consideraba una fuente de saber, más confiable que la misma Wikipedia.
—Taita guasu, usted que sabe tantas cosas, me cuenta ¿cómo nació el Iguazú? —solicitó, rozando con las yemas de sus dedos el contorno del ala de la mariposa.
La sonrisa del Arandú creció tanto, que se fundió en los hondos surcos de su piel, una tez marrón oscura, tintada con los rojos de la tierra mágica que lo había visto nacer.
—Por supuesto que sí Temiarirô, se lo voy a contar justo ahora —respondió.
A continuación, ambos tomaron asiento bajo la refrescante sombra de un gran ceibo, de cara a las Cataratas, en compañía de una familia de "amistosos" coatíes que se les había acercado en busca de comida, un sitio propicio para narrar historias; y no existía mejor legado para dejarle a su nieta que el de un relato que se había vuelto leyenda.
››Hace muchísimos años, cuando estas tierras eran desconocidas para el hombre blanco y nuestros ancestros guaraníes corrían libres por la selva, respetuosos de las plantas, los animales y los espíritus que en ella habitaban, emergió, de las profundidades del río Iguazú, la temible Mbói…
—¡El monstruo de Taú y Keraná! —expresó la niña, entusiasmada.
—Así es, el monstruo que además era su hijo y tenía la forma de una culebra —amplió su abuelo, orgulloso de que la infante tuviera presente las historias de sus antepasados.
››Mbói era un ser egoísta y ambicioso, que exigía a nuestros ancestros sacrificios, a cambio de no lanzar su maldición a la tribu.
—¿Qué les pedía? —indagó la pequeña.
Sus ojos, de un tinte renegrido como el plumaje del tordo, estaban encendidos.
—Les pedía que arrojaran doncellas al río, para que las pudiera devorar y ese sacrificio se hacía mediante una ceremonia en la que participan varias tribus guaraníes —relató—. Pero, sucedió un día, que un cacique de nombre Tarobá, se enamoró perdidamente de Naipí, la doncella que sería entregada como tributo a la serpiente…
—¿Era hermosa la doncella? —interrogó la nieta y el abuelo asintió—. ¿Y también inteligente?
—Tan bella y astuta como usted —aseguró—. Por eso, Tarobá intentó evitar aquel sacrificio y…
—¡Ya sé que pasó! Luchó a muerte contra la serpiente, la derrotó y después se volvió el héroe de la tribu —aventuró la chiquilla, que tenía una ardua imaginación y era fans de las pelis de Marvel.
—Bueno…En realidad no, campanilla. Lo primero que hizo Tarobá fue hablar con los ancianos sabios, para tratar de convencerlos de que buscaran otra doncella que tributar…
—En ese caso, no era un héroe, era un cobarde —resolvió la infante, en un girar de ojos—. Además, ¿por qué tenían que sacrificar doncellas? ¿No podían ser guerreros? —cuestionó, inflando los colorados cachetes.
Arandú, abrumado, tuvo que reconocer que su nieta tenía razón y pensó que si le narraba el resto de la historia tal como la recordaba, terminaría aburrida y decepcionada, por lo que decidió cambiar un poco el relato.
—Sucede que antaño las cosas eran distintas a como lo son ahora Temiarirô, las costumbres cambian, evolucionan, como el pico del tucán —comparó, a priori de la pintoresca ave que se había posado en una rama, cerca de donde se hallaban—. Ante la negativa de los sabios, Tarobá también tuvo que adaptarse y pensar un nuevo plan. Entonces, tomó una decisión arriesgada, esperó hasta que la noche cayera y se metió a la casa de la joven Naipí, que era diferente a las otras viviendas comunitarias de la aldea porque ella debía permanecer aislada y pura hasta la ceremonia, y logró rescatarla, no sin antes enfrentarse a los guerreros que custodiaban la entrada —explicó, para deleite de la menor—. Después, ambos huyeron hacia la oscura arboleda, donde Mala Visión* los aguardaba. El espíritu estaba molesto porque la pareja había irrumpido la tranquilidad de la selva.
—¡Entonces Tarobá también se enfrentó con Mala Visión! —brincó la pequeña entusiasmada, indicando que la historia iba en buena dirección.
—No con el espíritu como tal, pero sí con los animales salvajes que este les envió. Así que, el joven Tarobá tuvo que luchar contra una mortífera yarará, un embravecido yacaré y hasta un feroz yaguar…
—¡¿Y Naipí qué hizo?! ¿A quién combatió ella, Taita?
—Ella estaba intentando liberarse de unas enredaderas que la tenían aprisionada —comunicó el octogenario pero, ante la mirada ceñuda de la criatura, añadió —: Y después tuvo que ahuyentar a una horda de murciélagos rabiosos y carayás rojos que la perseguían. Finalmente, llegaron a la rivera, malheridos, pero con su amor intacto y mucho más grande, porque se dieron cuenta que estando juntos eran más fuertes y podían enfrentarse a cualquier obstáculo —puntualizó, satisfecho con el giro del relato.
Tras un silencio prolongado la niña preguntó:
—Y… ¿Cómo surgieron las Cataratas?
¡Por Tupã*! Con tanta historia de acción y romance, a Arandú se le había olvidado la esencia de la historia.
—A eso iba, campanilla. Resulta que cuando Tarobá y Naipí pensaron que estaban a salvo y que ese era el inicio de su vida juntos, oyeron poderosos gritos brotando del interior de la selva. Eran los guerreros de la tribu que habían ido en su búsqueda. Pero los dioses estaban a su favor esa noche porque, en la orilla del río, había una vieja canoa que los jóvenes aprovecharon para poder huir. Sin embargo, era tanto el apuro, que ninguno se detuvo a pensar que ese era dominio de Mbói.
—¡¿Qué pasó luego?! —exclamó Itatay, consternada.
—Pasó que navegaron a salvo un largo tramo, impulsados por las corrientes, hasta que en aguas más tranquilas Mbói sintió las vibraciones de la embarcación y olfateó la esencia de los enamorados, saliendo de su escondite e iniciando una persecución. La enorme culebra agitó las aguas y de un furioso coletazo partió el lecho en dos, creando una grieta tan honda, que el río comenzó a arrastrarlos hacia un precipicio.
—Naipí y Tarobá…ellos mu…—Los vivaces orbes de la chica estaban empañados y una lágrima amenazaba con escapar.
—Tranquila Temiarirô —La consoló—. Resultó que la diosa luna, Arasy*, se conmovió de la desventura de los amantes e intervino para castigar a la malvada Mbói, causante de tantas desgracias, así que hizo uso del control que ejercía sobre las mareas y aumentó el caudal del río, provocando que la culebra fuese arrastrada hacia lo profundo de la grieta que ella misma había creado. Luego, colocó enormes rocas encima para que quedara atrapada en el fondo del río y para que no pudiera escapar se aseguró de que el manto de agua descargara de forma continua toda su fuerza sobre ella, dando origen al sitio conocido como La Garganta del Diablo.
—Pero… Arasy no es tan fuerte de día, Taita guasu. La serpiente pudo haber escapado al salir el sol—cuestionó la niña, incrédula.
—Y por eso, Tupã, el padre de la creación y de la luz, extiende sus brazos hacia el agua todos los días, para mantener las rocas en su sitio y asegurarse de que Mbói no escape —resolvió y para mayor credibilidad añadió—: El contacto de sus brazos luminiscentes con el agua forma lo que los hombres vemos como arco iris —Apuntó hacia aquel puente multicolor que relucía sobre las Cataratas.
Después de un breve intervalo, la niña dió su veredicto:
—¡Me encantó la historia Taita!—exclamó, para su satisfacción—. Aunque todavía no me dice qué pasó con los enamorados, Naipí y Tarobá. ¿Se salvaron al final?
—Bueno… Algunos dicen que, sin querer, Arasy terminó arrastrando a la pareja hacia el lecho con la feroz culebra, pero otros aseguran que los bondadosos espíritus de la selva los guiaron lejos del peligro y los hicieron navegar hacia tierras vírgenes donde pudieron vivir en paz y formar su propia familia.
—¿Y usted qué piensa abuelo? —Quiso saber Itatay.
Esta vez, el anciano no demoró en responder. Le bastó una fugaz mirada hacia el sublime paisaje que tenía delante: su capullito amado, que se estaba transformando en una majestuosa flor, digna de ser admirada y cuidada, porque en ella yacía una mística esencia ancestral, entremezclada con la fresca, y aún más mágica sustancia, de un linaje venidero.
—Yo creo en la bondad de los dioses campanilla y en los milagros pero, sobre todo, en el amor y sus maravillas.
Glosario:
Iguazú: del Guaraní "agua grande".
Arandú: nombre masculino Guaraní que significa sabiduría.
Itatay: nombre femenino Guaraní que significa campanilla (flor)
Taita guasu/ Taita: abuelo. También se usa como padre.
Ibirá pytá: Árbol de flores amarillas.
Temiarirô: nieto/a.
Tbói: culebra. Según la mitología Guaraní, el segundo hijo maldito de Taú y Keraná.
Taú y Keraná: Pareja de la mitología Guaraní que fue objeto de una terrible maldición, según la cual sus hijos se convirtieron en los siete monstruos legendarios.
Mala visión: espíritu de la noche que mora en las profundidades de la selva.
Tupã: dios supremo de los guaraníes, deidad creadora de la luz y el universo.
Arasy: madre del cielo, diosa de la luna de la comunidad guaraní.
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