Un acorde de Sol


Ya es la hora, me acerco a la ventana para verla salir con su guitarra al hombro, como cada día, con esos andares que juraría que va cantando mientras que con sus pasos lleva el ritmo de la canción.
Se me escapa una sonrisa al verla, mientras intento saber cuál es la música que la hace tan feliz. Veo que se para mirando en mi dirección, haciéndome latir el corazón muy rápido.  Veo que está buscando a alguien o algo, aunque podría afirmar que me vio, a pesar de los cristales tintados; estos cristales que son mi ventana al mundo y a la vez mi jaula de cristal, mi aislamiento ante todos.
Vuelvo a mirarla, después de divagar, si me vio realmente, quedando aún la duda, pero me sorprende que aún sigue mirando en la misma dirección donde me encuentro. Observo todo, la duda en sus movimientos, la indecisión cuando da un paso, para luego negar y marcharse con su particular andar, dejando nuevamente esta sensación de soledad, como cada día que la veo marchar.
Desde las claras del día estoy despierto esperando que ella llegue, me desespero mirando pasar los minutos del reloj, asomado a esa ventana, que me hace sentir triste.
Contemplo la mañana que parece algo fría y se percibe un color grisáceo en el cielo, que me hace pensar que pronto lloverá y ella aún no ha llegado.
Si lloviera, por más que usara su paraguas, terminaría mojando su guitarra y me entristece, porque puedo ver lo preocupada que se pone cuando eso sucede, van muchas veces que en la puerta antes de cerrar, la seca desesperada para evitar que la madera se empape y pierda ese sonido tan dulce y armonioso que emite cuando la suele tocar.
¿Como sé que es ella?. Muy sencillo, es la única guitarra que hay por el lugar.
Al fin la veo a lo lejos, y rezo porque las primeras gotas que se hacen presentes en el asfalto no la rocen, -corre aún más rápido-, le ruego en un susurro para que llegue hasta la entrada, sintiendo su suspiro, junto con el mío, al ver que logró llegar antes de que se desatara la lluvia torrencial.
Comienzan a caer las primeras gotas y su sonido me provoca escalofríos, sujeto mejor la manta que está sobre mis piernas, cuando un sonido interrumpe en toda la habitación, no quiero ni respirar para poder seguir escuchando, que no se silencie la música proveniente de una guitarra, su guitarra.
Mi sonrisa se hace enorme al reconocer las notas que suenan, unas notas que conozco muy bien, sin poder evitarlo mis manos se mueven un poco temblorosas al ritmo, haciendo que recuerde momentos que creía olvidados, aún respiro despacio, no quiero se pierda esta magia que suena y que me hace sentirme vivo, como también cercano a ella. Esa muchachita que con su sonrisa convierte los días tristes en cálidos, y las eternas horas de soledad en recuerdos, ella que provoca tanto en mí sin saberlo.
Cierro los ojos para disfrutar de los acordes que suenan en la habitación, como aquel verano en la playa, cuando las notas de una canción que, sin letra, hacia salir todas mis frustraciones y problemas, mis dedos se mueven al ritmo inconscientemente, concentrándome en las sensaciones por más que la posición no fuera la más cómoda.
Allí sentado en la arena, dejando que el sol calentara mi piel, sintiéndome tranquilo disfrutando de la paz solo rota por un acorde de Sol, para posteriormente escuchar miles de notas invitándote a solo sentir, en ese momento una sombra tapa la luz que incidía sobre mí, levante la mirada y vi a la mujer más hermosa que jamás había visto.
Su cabello castaño ensortijado enmarcaba su sonrisa tímida, que acompañaban unos dulces ojos verdes, y con sus gestos me pedía que la ignorase, pero era imposible cuando al ver que se sentaba a mi lado y me rozaba con su pie el mío, mi corazón comenzaba a latir con tanta fuerza que temía que lograra escucharlo.
La música que se escuchaba comenzó a fluir cambiando de registro, haciéndose más dulce; no sé cómo me pude resistir al escucharla suspirar. Se dejó caer sobre la arena disfrutando del sol y la música, convirtiéndose en mi musa, el motivo de mi todo.
Mis recuerdos se rompen al dejar de oír los acordes de la guitarra en la estancia, todavía queda el calor de ese recuerdo perdido entre tantos otros, pero también siento la tristeza de no seguir escuchándola, lo que me hace recordar que ella está por salir.
Miro el cielo, oscurecido por las nubes, dejando la lluvia caer con tanta fuerza contra los cristales de esta maldita ventana, que hacen encogerme en mi silla; esta que ahora me sirve de piernas, porque las mías ya no aguantan.
Intento acercarme más al ventanal para ver cuando ella salga, pero no lo logro, solo se escucha la lluvia siendo interrumpida por el sonido del timbre. Ni me preocupo en mirar, será otro de los enfermeros que comienzan su jornada.
Intento terminar el día deseando que llegue mañana, mirando las horas pasar tan lentas, que hasta un suspiro se me escapa cuando vienen para llevarme a descansar. En el camino, la enfermera de turno empuja mi silla de ruedas en dirección a la entrada; cosa que me desconcierta por no ser el camino habitual. Al pasar por la entrada principal, algo llama mi atención.
Me empieza a sudar las manos al ver una guitarra recostada contra la pared y a su lado una funda; adornada con marcas de unas gotas de agua. Intento secar el sudor de mis manos, sobre la manta que cubre mis piernas inmóviles, traicionándome mi subconsciente al estirar una de ellas en su dirección, temblorosa y casi sin fuerzas, pero con un anhelo, poder sentirla.
Para mayor sorpresa, veo como es tomada de su lugar para ser traída en mi dirección por la enfermera que minutos antes empujaba mi silla. La miro con ojos llenos de esperanza, a lo que su sonrisa me dice que tan solo tengo unos minutos, antes de proseguir nuestro camino a la habitación donde la noche de desvelo me espera.
No me hago esperar, agarrándola con sumo cuidado, como cuando sostenía mi pequeña gitana; esa guitarra de madera oscura que era la envidia de muchos, y mi locura, esa guitarra regalo de mi esposa y que se convirtió por más de cuarenta años en mi compañera inseparable.
Sobre mis piernas la recuesto para admirarla, rozando con las yemas de mis dedos arrugados y deformes su curvatura, su mástil, las clavillas, sus suaves y duras cuerdas que me invitan a posicionar mis dedos rodeando el mástil, para que sientan la presión sobre ellas, así logrando una nota, un poco distorsionada al rasgar con los dedos de mi mano derecha cerca de la boca. Me recorre un escalofrío por todo mi cuerpo, a la vez que la alegría me inunda; hace años que me separaron de la mía, y ahora al fin puedo volver a saber que se siente cuando dejas que tú alma fluya sobre las cuerdas, dejando salir todas las emociones.
Apoyo mi mejilla sobre su perfil, dejándome llevar por sus vibraciones, haciendo que cierre mis ojos para que mis dedos se muevan, aún con torpeza, pero por instinto, ya que después de tantos años es algo que no se olvida porque vive en tu alma.
Mi alma estalla, al compás de la melodía que evoca mi alegría y mi tristeza, haciendo que una lagrima se me escape llena de recuerdos, siento que se me acercan, pero no quiero parar de tocar, mis dedos se mueven cada vez con más soltura, por más que el dolor se hace evidente por la falta de práctica. No abro los ojos, aún me mantengo en ese trance que me hace feliz, donde solo existe el sonido de la guitarra.
Pero, sé que debo parar, solo fue un privilegio que se me concedió, que agradezco, dejando de tocar al terminar la estrofa. Levanto la cabeza abriendo despacio mis ojos para ver a una enfermera llena de alegría, aplaudiendo al ver que la miro extrañado, porque esperaba su regaño por tardar en parar. Ella se acerca para tomar la guitarra que le ofrezco, aunque antes vuelvo a acariciar las cuerdas y su madera; realmente suena muy bien, aunque en las manos de su dueña su sonido es aún más dulce y embriagador. Regreso mi mirada a la enfermera, que esperó paciente a que me despidiera de ese objeto que por unos instantes me devolvió la vida, apreciando además de su cara dulce con la que me mira, que sus mejillas están húmedas por unas lágrimas derramadas. Me hace sonreír, porque sintió como yo con la música que logre crear.
Cuando sujeta la guitarra de mis manos, para devolverla a su lugar, un estallido como hacía años que no escuchaba, envolvió el silencio de la entrada de ese centro de Mayores. Al mirar la procedencia, observo como todos mis compañeros y compañeras residentes, acompañados de sus respectivos enfermeros, me rodean, están emocionados y aplaudiendo lo que sus fuerzas le permiten, y vuelvo a sonreír, porque ellos también necesitaban como yo sentirse vivos, jóvenes y que gracias a la enfermera que lo preparó todo, se nos hizo realidad. La miro para ver su sonrisa y sus ojos llenos de alegría, -gracias- le digo y ella acepta orgullosa comenzando a moverse para llevarme en dirección a la habitación, fue la única noche en años que logre dormir sin medicación, envuelto en sueños y recuerdos de cuando mi amada escuchaba atenta mientras la música fluía de mis dedos, en conciertos, o en la intimidad de nuestra casa.
Apreté mis parpados por la molestia del sol, no podía creer lo que había dormido, incluso el enfermero me dijo que se asustó, porque nunca me había visto dormir a esas horas, y era cierto, desde que mi amor se convirtió en un ángel, me quedo las noches hablándole o recordando momentos, por eso mis hijos me trajeron a este lugar, ahora me río con lágrimas en los ojos, al recordar cómo me tacharon de senil, incluso me arrebataron mi preciada guitarra y único recuerdo que tenia de mi ángel, para venderla y sacarle un buen dinero. No podía hacer nada, para ellos era un objeto inservible que no hacía nada más que estorbar, porque ni cuidar a sus hijos en su ausencia podía por mi falta de movilidad. Lo único que si les importó era el dinero, ese que gane con esfuerzo y lucha, para poder disfrutarlo con ellos y mi mujer, que al final jamás logre llevar a cabo por mi enfermedad y su perdida. 
Me saca de mis pensamientos el sonido de un reloj, el enfermero me sonríe mostrándome la hora para que me dé prisa, como le digo cada mañana, todo porque se acerca la hora de entrada de mi chica de la guitarra en el conservatorio. El sonido del timbre de la puerta principal me hace ponerme nervioso, porque sé que es ella que vino por su guitarra, apremio al enfermero, que se ríe ante mi insistencia de que termine rápido de asearme para ir a desayunar, aunque hoy lo tomaré en la estancia de recreo que es la más cercana al aula de música y donde esta envuelve la habitación como cada día. Ya tengo los horarios memorizados, todos lo saben y me respetan esas horas para que pueda disfrutar de ese momento. No tengo quejas del trato del personal, ni de los compañeros, solo que necesito unos minutos como los de ayer, para que mi alma vuele en forma de acorde de Sol hasta mi ángel.
Algunos de los residentes me felicitan por la “actuación” de anoche, les sonrío y agradezco, aunque esa excesiva vergüenza que siempre me acompaño se apodera de mí, haciéndome sonrojar por tantos halagos, por más que percibo que lo disfrutaron como yo. Noto como vuelve a moverse la silla en la que estoy después de recibir tales palabras, dirigiéndose a mi destino, el reloj me avisa que estoy a tiempo de poder disfrutar de su clase, escuchando al entrar los primeros acordes de afinación, para luego comenzar a sonar una melodía que me vuelve a transportar A un escenario enorme y lleno de luces, en su centro solo hay una silla, que me espera frente a un micrófono. Bajo el escenario y entre la oscuridad miles de personas esperan que aparezca, para deleitarles con mis acordes. Resoplo para ahuyentar los nervios y la vergüenza que me da todo esto, pero que a la vez es algo que me encanta, sobre todo cuando llego hasta la silla dispuesta para mí, saludo con un movimiento de cabeza, mi guitarra y compañera ya afinada en camerinos me acompaña, cuando después de tomar posición para tocar ante tantos espectadores, nos fundimos en uno olvidando lo que nos rodea, logrando que durante minutos seamos los únicos protagonistas, recibiendo un aplauso como finalización de todo, para llegar entre bambalinas donde me reciben los ojos de mi Ángel, brillantes llenos de alegría y orgullo.
El calor proveniente del gran ventanal, me hace mirar la hora, ya es el momento que salgan de clase. Como un espectador más de este cielo despejado, en contradicción con la tormenta de ayer, esperamos casi todos los residentes para ver a los jóvenes salir del conservatorio de música, situado junto a nuestra residencia. Muchos chicos salen riendo, otros bailando, otros concentrados en algo que le tiene preocupado. Nos evoca nuestra juventud, incluso viendo en ellos a unos nietos que jamás conocieron. Intento buscarla entre la multitud, por ser hoy uno de los últimos antes de las vacaciones, temiéndome que sea su último año aquí, y por tal no volver a verla más, pero peor aún, no escuchar su música.
Pero el enfermero viene en mi busca antes de conseguir dar con ella, me comenta, que alguien vino a verme. No lo creo, pero me gira en mi silla, dirección a la puerta de la estancia, ella se encuentra frente a la puerta con la mirada en mi persona, expectante y llena de un brillo de ilusión, bajo mi mirada hasta sus manos, en la que sujeta la funda que vi anoche y en la que guarda su guitarra. Veo que se me acerca, haciendo que mi corazón lata al verla de cerca y sin el cristal que siempre nos separa.
No sé qué hace aquí, por eso espero que ella hable, su sonrisa tímida me hace ver que esta nerviosa, haciéndola dudar, por eso le sonrió y le hago señas para que se acerque un poco más, sorprendiéndome al dejar su guitarra apoyada contra la pared, para poder tomar una de mis manos y presentarse. Escuchar su voz después de cuatro años viéndola pasar imaginándome como seria escucharla, me hace feliz, más aún al escuchar su nombre Lucía, seguida de una pregunta que me deja un poco extrañado al oírla.
-¿Es usted “El chispa”? ¿El gran guitarrista? -hace años que no escuchaba ese apodo, me hace sonreír como afirmar a su pregunta, haciéndola saltar de alegría en su sitio aún con mi mano entre las suyas, se detiene rápidamente al notarlo pidiéndome disculpas, cosa que me hace sonreír aún más. -¿Podría darme unas clases? -no comprendo que quiere que le enseñe si ella está en el conservatorio, pero mi subconsciente me traiciona al volver a afirmar lleno de esperanza por verla y escucharla más días.
Con esta última afirmación, suelta mi mano para taparse la boca y así evitar un grito de alegría, todos los que están como yo viéndola reímos por su reacción, pero a la vez nos preocupamos al verla correr en dirección a la entrada de la estancia desapareciendo tras la puerta. En el murmullo se escucha la pregunta, si le dio vergüenza por nuestras risas, o si volverá, esta última me produce una tristeza enorme porque no quisiera se marchará, pero mi vista se dirige a su guitarra dentro de su funda que quedo olvidada donde la dejo a en su carrera.
Un murmullo lleno de alegría, se vuelve a escuchar en la sala, volteo mi mirada a la puerta, porque tiene que ser ella que regresó por su fiel compañera. Pero me sorprendo al ver que no regresa sola, sino con otra guitarra en una funda que me trae recuerdos, está un poco maltrecha, pero la puedo reconocer, un frío me embarga haciéndome suspirar para luego mirarla con la duda de si es mi gitana; esa guitarra morena que tanto añoro. Su sonrisa plena me lo confirma, para comenzar a deslizar la cremallera abriendo la tela que la cubre, mi corazón late rápido y fuerte, expectante por ver en qué estado se encuentra, como suena, si esta destemplada o si le cambiaron las cuerdas. Un resplandor me demuestra que la cuidaron, sus cuerdas nuevas; por falta de las muecas que dejan los trastes sobre ella al uso me lo confirma, su tacto suave me relaja, obligando a una lagrima caer, al poder sentirla entre mis brazos y poder acariciarla como escuchar las primeras notas que logro reproducir. Miro a Lucía con agradecimiento, pero ella no me mira a mí, si no a mi guitarra, para luego elevar su mirada a mí con admiración.
-Es suya, -me dice al querer regresársela -mi padre no quiso venderla, cuando me dijo que estaba aquí, abuelo, necesite traértela y conocerte, como aprender de usted.
-¿Nieta? -es lo que logro decir antes de fundirnos en un abrazo. Para después de horas de charla despedirse con la promesa de regresar mañana.
Horas pasé con mi guitarra antes de que la enfermera me dijera “Don Francisco ya es hora de dormir”, siendo la primera noche que desee llegara otro día más para poder disfrutar de mi guitarra como de la presencia de mi nieta.









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